Marruecos ha sido el último capítulo de una larga lista de bochornos internacionales. Cuando los vi bajar del avión en Rabat, no sabía si se trataba de un viaje de la Selección Española de Fútbol o de la comitiva del gobierno de España, más de una docena de ministros para una reunión de «alto nivel» entre España y Marruecos donde no estaba Mohamed VI. El plantón del rey de Marruecos a Pedro Sánchez ha sido tan comentado como la canción de Shakira a Piqué. Del género lamentable, ni las concesiones previas de Sánchez sobre el Sáhara han servido para que Mohamed VI dejase sus vacaciones en Gabón y le hiciera un desprecio público de semejante nivel a su «amigo». Y es que como diría Cervantes, el que busca aventuras no siempre las halla buenas, y eso le ha pasado a Sánchez en su afán por afirmar que mantiene una relación estupenda con Marruecos… Querido presidente Sánchez, el rey de Marruecos se toma las relaciones exteriores muy en serio, es un verdadero estratega y gobierna su país cuidando mucho sus amistades.
Yo no soy tan optimista como José Manuel Albares, claro que él es el ministro y servidora no tiene que dar explicaciones ridículas ante las preguntas de los compañeros de prensa: «¿Cómo puede justificar la ausencia del Rey de Marruecos?», la contestación fue no contestar, o decir que hubo una llamada de teléfono y que esto es normal. Son contestaciones más propias de la farándula. Y es que la naturaleza del gobierno siempre es la misma, falta de reglas, el afán de no decir nunca la verdad, y de tratarnos como ovino.
Y si alguien se pregunta por la agenda de la reunión, tampoco es verdad lo que ha dicho Sánchez respecto al respeto recíproco de la soberanía de ambos países. En la resolución formal, solo aparece consolidada la entrega del Sáhara a Marruecos, por decesión personalísima del presidente español. No existió mención alguna al deseo de Marruecos de hacer propia la soberanía de Ceuta, Melilla o las aguas de Canarias.
Lo de Marruecos es la confirmación de que somos irrelevantes a nivel internacional, pero el azar ha querido que los bochornos nacionales también sean «crueles» con Pedro. El fiasco de los nombramientos del Tribunal Constitucional, con el pucherazo de Juan Carlos Campo y Laura Díez; las reformas de delitos como la malversación o la sedición para poner en libertad a los miembros del brazo armado de la independencia en Cataluña; la controvertida ley de la señora Montero; la lista sigue pero el resumen es siempre lo mismo, el gobierno de Sánchez perjudica la imagen de España a todos los niveles, y lo que hemos visto de servidumbre ante ERC y Pere Aragonés no es nada, el lacerante nuevo referéndum de autodeterminación está al caer.
Sin darnos cuenta, los españoles hemos llegado a ese punto donde la etiqueta «todos los políticos son iguales» nos pesa tanto que nos obliga a buscar referentes. Es en semejante desgaste, cuando uno puede notar que no, que no todos los políticos son iguales, y no cabe mayor desatino en nuestra España que vernos convertidos en el caldo de cultivo de irracionalismos y vocaciones censoras, de un gobierno que nos hace creer que todos son unos delincuentes en la oposición, y si me apuras, en el resto del planeta. Creo que la ofensa alcanza la magnitud de enigma cuando, cometiendo fallos de un calibre descomunal, ellos siguen argumentando que lo hacen bastante bien. Necesitamos un referente y suplico a todos los dioses que no aspire al mármol como Sánchez, que aspire a equivocarse un poco como todos los presidentes de gobierno, pero que no exista desprecio y alevosía en su gestión sobre España.
¿Dónde se quedó la excusa de la covid para gobernar a través del Decreto Ley? En febrero de 2023 no podemos justificar los abusos de poder y el nepotismo, no podemos imputar la actuación del gobierno a la pandemia. Si nos invadiesen unas langostas extraterrestres sufriríamos menos, cualquier cosa antes que la solemnidad con la que el gobierno nos miente. Es hiriente el nombramiento a personas afines a través de un consejo controlado por cargos del propio gobierno y que se ha convertido en un modo de actuación habitual del Ejecutivo en su empeño por afincarse en todas las instituciones de este país para garantizar el control de estas. El marido de Nadia Calviño como alto cargo en Patrimonio Nacional; José Félix Tezanos, amigo del presidente; el marido de Teresa Ribera, como consejero en la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia; el caso de Juan Manuel Serrano, siendo amigo personal del presidente y aupado a la máxima responsabilidad en Correos; la recolocación de Maritcha Ruiz como presidenta del Hipódromo de la Zarzuela; Marc Murtra, próximo a Iceta, como presidente no ejecutivo de Indra, tras una maniobra de injerencia en la empresa impuesta por el gobierno; o Maurici Lucena, ex portavoz del Grupo Parlamentario Socialista del Parlamento de Cataluña y ahora al frente de Aena.
Por no mencionar que existen decesiones trascendentes que ni huelen el Congreso, pese a las reiteradas quejas de la oposición y socios parlamentarios. Ni se pueden votar, ni se pueden debatir y tampoco se informa sobre ellas. Pongamos el ejemplo, entre muchos, del acuerdo de incrementar la presencia de buques de guerra y de personal militar norteamericano en la base de Rota, en Cádiz. El presidente ha optado por buscar alternativas de dudosa legalidad para no enmendar el convenio de cooperación para defensa entre EE. UU. y España de 1988. O la propuesta de ampliar el presupuesto del PIB en gasto de Defensa, nunca ha pasado por el Congreso, mientras que el gobierno ha optado por ampliaciones extraordinarias de crédito, que permiten eludir el aval del Congreso, parte que no se recoge en el proyecto de presupuestos.
Vivimos de bochorno en bochorno, ahora ha sido Marruecos; hace escasos días la cumbre bilateral sobre autonomía energética entre España y Francia celebrada en Barcelona cuando Pere Aragonés abandonaba la cumbre antes de que sonaran los himnos oficiales; la imagen de Sánchez asaltando a Biden en los pasillos de Bruselas con quien habló menos de un minuto, y que fue anunciada a bombo y platillo como una reunión bilateral, pero que curiosamente el presidente de los EE. UU. ni sabía quién era Pedro Sánchez; la ruptura con Argelia para convertirnos en un país «hostil», a cambio de demostrar nuestra preferencia por Marruecos en el conflicto de soberanía del Sahara; el caso del espionaje Pegasus al gobierno de Sánchez por parte de Rabat; la desconfianza de los aliados de la OTAN hacía España por la relación que mantiene Sánchez con su socio de gobierno ERC, unido a la relación de Carles Puigdemont con Putin —el líder ruso favorece la causa independentista de los catalanes.
Todo es un efecto de rellenar huecos, con muchas florituras, con muchas ministras haciendo declaraciones triunfalistas, mucha mesa puesta, pero no hay nada para comer, que, dicho sea de paso, también se ha convertido en un lujo según están los precios. Solo encuentro paja en la gestión del gobierno, no hay credibilidad, y si en casa no eres fiable ¿cómo va a serlo el gobierno de Sánchez ante las potencias internacionales?