Hace solo 22 días que una de las elecciones de mayor importancia y más definitorias del mundo, sancionó el triunfo de Luiz Inacio Lula da Silva y la vorágine de otras noticias, prácticamente se devoró ese cambio de gran importancia y que tendrá repercusiones por un buen tiempo no solo en Brasil, en América Latina sino a nivel global.
Brasil volverá a partir del 1 de enero del 2023 a la escena internacional, jugando un papel muy importante, pero en otra época muy diferente al de los anteriores gobiernos de Lula. Este no será un gobierno del Partido de los Trabajadores, sino de un amplio espacio que va desde la izquierda al centro derecha. Eso también es nuevo, porque el eje del cambio en Brasil, se situó en la democracia o la continuidad del nacionalismo primitivo y cuasi fascista de Bolsonaro.
Lula y todos los que lo apoyaron ganaron las elecciones por menos del 2% de los votos de diferencia y Bolsonaro obtuvo más de 58 millones de votos y el 49.1% contra el 50.9%, eso también debe tenerse muy en cuenta en el análisis, incluso del cambio político, cultural e ideológico en Brasil y en el mundo.
Uno de esos grandes cambios es que a diferencia de las elecciones anteriores, muchos gobiernos y fuerzas políticas muy amplias, incluso de derecha se apresuraron a reconocer el triunfo de Lula, sabían que la aventura de un desconocimiento del resultado podría hundir a Brasil en el caos, y para caos ya hay suficiente en el mundo. Además comprendieron que Bolsonaro era un retroceso civilizatorio, no solo político. Un ejemplo fue el gobierno de los EE.UU. de Joe Biden, también porque pocas semanas después tendría que afrontar su propia prueba electoral contra la «ola» ultraderechista, encabezada por Donald Trump.
Y en este mundo dominó, a pesar del retroceso de la globalización, los procesos siguen influyendo en otras latitudes y la «ola» republicana-trumpista no se produjo en las elecciones de medio-término, a pesar de todos los vaticinios y las encuestas. Una victoria del Bolsonaro, firme aliado de Trump, sin duda hubiera contribuido a la tendencia a la derecha en todo el mundo, incluso en los EE.UU. Eso es también un cambio en esta época.
Hay que tener muy en cuenta que Brasil es el quinto país en territorio de todo el mundo, el sexto en población y una de las diez primeras economías. Es autosuficiente y gran exportador de alimentos, de energía y de ciertos niveles de tecnología y es un componente fundamental de las alianzas con la Unión Europea, como parte de los BRICS y en sus relaciones con China y los Estados Unidos. Además de su papel fundamental en la estrategia de toda América Latina.
La guerra en Europa con la invasión de Rusia a Ucrania, y otros conflictos bélicos, las decenas de millones de refugiados, que alcanzan los mayores niveles de la historia, incluso en relación a la población, están cambiando el mundo todos los días y el valor de equilibrio y de esfuerzo que puede hacer Brasil y América Latina en este sentido es muy importante.
Uno de los cambios principales en este tiempo, es que mientras los gobiernos de izquierda y progresistas fueron hace dos décadas una respuesta a la globalización con una fuerte componente neoliberal y de esa manera planteaban y demostraban que otro mundo era posible, ahora sus objetivos han retrocedido, se han replegado, es muy posible que los gobiernos progresistas de América Latina que existen en contra tendencia de lo que sucede en Europa, EE.UU. y Asia serán un factor de estabilidad en un mundo en zozobra y como un freno ante una derecha que amenaza directamente la democracia.
Como sucedió antes de la Segunda Guerra Mundial y la mayoría de las fuerzas democráticas y progresistas no lo entendieron, la tarea central e inevitable es derrotar al fascismo y la ultraderecha, tanto en el plano político, como cultural, ideológico y social.
Y la izquierda en general ya no tiene la misma capacidad de movilización a nivel político, pero tampoco sindical y cultural y donde más se ha debilitado la izquierda es en uno de sus principales puntos de fuerza, su capacidad de producción cultural, de ideas, de filosofía, de economía política.
El surgimiento de varios gobiernos progresistas en América Latina, es sin duda un cambio importante de fuerte contenido político, ahora se abre la etapa de la prueba, de la capacidad de dar la batalla en dos frentes: la de la democracia y la libertad, que nunca debieron ser debilitados por la izquierda y el progresismo y la segunda, la de los cambios, que ahora incorporan frentes nuevos y vitales: contra el cambio climático como prioridad absoluta, los nuevos derechos sin abandonar la justicia social, al contrario, integrando ambos y, la del mundo del trabajo y se relación con las tecnologías y la ciencia y la organización de la sociedad.
Los cambios incluyen naturalmente las transformaciones a nivel tributario, una de las batallas más duras y complejas por sus connotaciones sociales, históricas y culturales y su impacto en la relación entre el mercado, el trabajo, el Estado y la sociedad civil.
Es en la suma de estos grandes objetivos que se medirán los resultados de los nuevos gobiernos y eso reclama política de alianzas y mucha inteligencia para elaborar una base social, política y económica acorde a esta nueva época. Donde se deben considerar los cambios profundos que se han producido en la política y en particular en las campañas electorales a partir de las redes sociales, los monstruos tecnológicos que cambian de mano (Twitter por ejemplo) y el nuevo protagonismo de los ciudadanos.
La izquierda y el progresismo recién están rozando esos nuevos fenómenos, que no son principalmente tecnológicos, son de contenidos, de construcción de los mensajes, de los discursos y que tientan a empobrecer toda la elaboración en aras de la simplicidad y el impacto. Es una gran oportunidad por la reducción de los costos de las campañas, en medio de grandes peligros conceptuales y del uso de la mentira y la deformación de los hechos a niveles nunca antes conocidos. Las elecciones en EE.UU. y en Brasil, pero también en Gran Bretaña (Brexit) fueron ejemplos demoledores. Hay mucho que aprender.
Siempre la política estuvo al borde o emparentada con el dinero y más en general con el poder económico, eso también ha cambiado, la caída estrepitosa de la batalla ideológica, cultural, filosófica, a nivel global ha abierto las puertas a un potente empuje de la corrupción, bajando las barreras de defensa moral y ética y con el poder creciente de la transnacional de la droga, un poder monstruoso en todo sentido, pero también de las corporaciones, de las armas, de la energía, de los fármacos. Triunfar en esa batalla es crucial para la izquierda. Lula fue un milagro de renacimiento frente a la peor operación judicial en su contra, pero las heridas más amplias en el PT, quedaron.
Para explicar los 58 millones de votantes de Bolsonaro, no solo está el desplazamiento hacia la derecha de una parte del electorado brasileño, del apoyo de las iglesias evangélicas, de una parte fundamental de los militares y de los cientos de miles de millones de reales que el gobierno gastó en la última etapa de la campaña electoral, hay que considerar que una parte de los electores no querían que Lula y en especial el PT volvieran al gobierno y en eso jugó un papel muy importante la corrupción, que deja heridas muy profundas sobre todo en el electorado de izquierda y progresista.
La batalla contra la corrupción en todas sus formas, es una de las claves de la defensa de la democracia y del éxito de los gobiernos progresistas y es parte esencial de esta nueva época.
Lo cierto y evidente es que parte fundamental de esta nueva época, que muchas veces se parece al siglo XIV, con la peste negra, la guerra de los cien años, los cambios climáticos en el norte del planeta, es que hay que considerar y valorar el aporte que América Latina, con una estrategia común en el desarrollo, en la preservación ambiental, en la consolidación democrática, en los foros internacionales nos permite valorar la complejidad y las contradicciones y no ver solo el mundo gris y en desorden. Estamos abriendo perspectivas.