Quizá el nombre de Gerda Martel, no les diga nada. Es lo mismo que pensé yo cuando una tarde de 2004 una señora de pequeña estatura y ya casi entrada en los noventa años se presentó sin avisar en la sede del Instituto de Estudios Hispánicos de Puerto de la Cruz en Tenerife. Yo era el responsable de la sección de cine y me encontraba trabajando en los últimos detalles para un ciclo de cine sobre el expresionismo alemán. Esa misma semana estrenábamos las proyecciones a lo grande con la versión restaurada de Metrópolis, de Fritz Lang.
Una tarde previa Gerda, había hecho acto de presencia en la oficina del Instituto y preguntó cuándo pensábamos proyectar la película. Con una voz temblorosa me aseguraba que su padre había sido el director de fotografía y estaba interesada en volver a verla después de muchos años. Mi primera reacción fue de incredulidad y pensé con cierto prejuicio que aquella señora endeble, con pelo permanentado y completamente cano debía sufrir algún tipo de demencia senil, así que le dije que la película se proyectaría el jueves de esa misma semana.
Antes de marcharse me comentó que en su casa disponía de unos documentos de su padre que le gustaría enseñarme, a lo que le respondí amablemente que yo andaría por allí toda la semana y que se sintiera invitada a volver cuando quisiera.
Al día siguiente Gerda se presentó portando bajo el brazo una vieja carpeta repleta de documentos, recortes de periódico y algunas fotografías antiguas fotocopiadas. Me señaló una de ellas y dijo con voz orgullosa; este es Karl Freund, mi padre. En una rápida búsqueda en internet y para mí asombro, certifiqué que Karl Freund era el director de fotografía de Metrópolis, pero Karl había sido mucho más que eso.
El legado de Karl Freund
Karl Freund comenzó a trabajar como proyeccionista a los quince años y pronto despertó su talento para el uso de luz como camarógrafo. Fue un innovador y experimentó con los movimientos de cámara. Creó la llamada «cámara desencadenada» que consistía en acoplar la cámara a su vientre para rodar mientras caminaba. También fue de los primeros en usarla en una grúa. Karl había trabajado con Murnau en pleno esplendor del expresionismo alemán y de la UFA, que fue uno de los estudios cinematográficos más importantes y poderosos de Europa y el más grande de Alemania entre 1916 y 1945. En su primera época y antes de la era de la propaganda Nazi, se gestaron películas tan conocidas como, El gabinete del doctor Galigari, de Robert Wiene (1920), El doctor Mabuse, Fritz Lang (1922) o Amanecer, de F.W. Murnau (1927).
En su destacada filmografía con más de cien películas, Karl Freund figura como el director de La Momia (1932) con Boris Karloff o Mad Love (1935) con Peter Lorre. A esto se le une su trabajo como director de fotografía en clásicos como Drácula con Bela Lugosi, de Tod Browning (1931), Sin novedad en el frente, de Lewis Milestone (1930) o Cayo Largo, de John Houston (1948).
En 1942 fue nominado doblemente por El soldado de chocolate, de Roy del Ruth (1941), a mejor fotografía en blanco y negro y De corazón a corazón, de Mervyn Leroy (1941), a mejor fotografía en color. Anteriormente en 1937 había conseguido el Óscar de la Academia por la fotografía de La buena tierra, de Sidney Franklin y Victor Fleming. En 1927 había ejercido como guionista en la mítica película documental, Berlín, sinfonía de una ciudad, de Walter Ruttman e incluso participó como actor con un pequeño papel, en la película Michael, del maestro Carl Theodor Dreyer (1924).
Con esta información en la mano me surgieron las preguntas, pero Gerda, tenía su discurso bien aprendido. Me senté junto a ella en la larga mesa de madera que presidía la sala de reuniones del Instituto y me relató una historia digna de ser contada que me atrapó a los pocos minutos.
Gerda había nacido el 5 de noviembre de 1916 en Berlín. Su familia era judía y su padre y su madre se divorciaron cuando ella apenas tenía dos años. Karl Freund, emigró a Estados Unidos en 1929 ya que había conseguido un contrato con Universal Pictures, pero en 1937, cuando el régimen nazi se convirtió en una seria amenaza de muerte para los judíos, regresó a Alemania para llevarse a Gerda consigo. Aquella separación de su madre, Susette Liepmannssohn Freund, fue un punto de inflexión en su vida. El fatídico destino quiso que Susette, muriera el 12 de marzo de 1942, gaseada por el régimen nazi en una habitación de Bernburg, cerca de Ravensbrück, un campo de concentración exclusivo para mujeres a unos noventa kilómetros al norte de Berlín. Aquella separación y la noticia de la muerte violenta de su madre fue algo que Gerda recordó con tristeza y melancolía el resto de su vida. No paraba de decirme que la echaba mucho de menos.
La época dorada de Hollywood
Tras su salida de Alemania y ya instalada en Estados Unidos con su padre trabajando para Hollywood, Gerda, se casó a finales de 1941 con su novio el también alemán judío Ernest Egon, en Pearl Harbour. Ernest había ingresado en el ejército con el objetivo de conseguir su visado, por eso y con anterioridad a su matrimonio, se había instalado durante dos años en Cuba a la espera de obtener los papeles necesarios. Sin embargo, en una de las notas que Gerda me dejó en la carpeta, ella esgrimía que en Estados Unidos siguieron considerándolos extranjeros enemigos. Durante los años de la guerra tuvieron que vivir bajo ciertas restricciones por el simple hecho de ser refugiados alemanes. Una de las prohibiciones fue la de cumplir un toque de queda una vez caía el sol.
En su estancia en Hollywood, Gerda pudo conocer a numerosos y numerosas artistas como la gran Ava Gadner, Al Jolson, director de El cantante de jazz (1927), considerada la primera película sonora de la historia o a Hedy Lammar, la famosa actriz austriaca que se había declarado enemiga del nazismo y que protagonizó el primer desnudo integral de la historia del cine en la película Éxtasis, del checo Gustav Machatý en 1932. Durante la Segunda Guerra Mundial Lammar, trabajó en el departamento de tecnología militar del ejército estadounidense donde diseñó un sistema de frecuencias para interceptar torpedos enemigos que posteriormente se convirtió en el precursor del Wi-Fi moderno.
Gerda siempre fue una obstinada defensora y admiradora del legado de su padre. Así me lo demostró presumiendo del trabajo que Karl Freund realizó con la gran Greta Garbo. Entre sus papeles guardaba una foto muy singular del rodaje de La Dama de las Camelias (1937), que me mostró con orgullo. En la instantánea aparecían unos sonrientes George Cukor, (director) Greta Garbo y Karl Freund (director de fotografía) en pleno rodaje de la película. Años después y para mi sorpresa, descubrí que en el reverso de la fotocopia de esa misma foto que me había dejado en la famosa carpeta de documentos, existía una nota pegada con cinta adhesiva y mecanografiada en la que Gerda me escribía: «Querido Iván, gracias por tu llamada, pero para ser honesta contigo, no estoy interesada en que me entrevistes. Sinceramente no tengo nada que contarte de mí. Todo lo que ahora recuerdo de mi padre o gustes saber, se encuentra en internet».
Días después de mi encuentro con ella en el Instituto de Estudios Hispánicos, la había llamado para solicitarle una entrevista grabada con una cámara de video con la intención de documentar su testimonio de vida. Por desgracia ella se negó amablemente. Me contó que en 2002 había tenido una mala experiencia con una entrevista que concedió a un diario local de Tenerife en el que el joven periodista que la entrevistó había cometido algunos errores sobre su biografía que no le gustaron y que a partir de ese episodio había tomado la decisión de no ofrecer ninguna más. Aunque le insistí en el valor que aquello podía tener, mi gozo motivador acabó en un pozo. Gerda me entregó un recorte del artículo del diario local en el que aparecía su fotografía junto a otra anotación pegada con adhesivo y mecanografiada, donde desglosaba en detalle los «errores» de aquella entrevista.
No fue la única anécdota de la que me dejó constancia. Ese mismo año, en 2002, el crítico cinematográfico Colin Covert, del Minneapolis Star Tribune había escrito un artículo a raíz del estreno mundial de la versión restaurada de Metrópolis que llevaba por título: Restoration gives new life to Metropolis.
En los documentos de la carpeta encontré una carta de Gerda dirigiéndose de forma tajante al crítico por lo que ella estimaba que constituía una infamia: «Estimado Colin Covert. Mi nombre es Gerda Martel Freund y mi padre fue el cinematógrafo Karl Freund. Aunque tenía esta copia de tu reseña desde hace algún tiempo, es ahora cuando me animo a escribirte para expresarte mi asombro por no haber hecho ninguna mención al trabajo de cámara de mi padre. Definitivamente eres el único culpable de tal omisión». El documento se acompañaba con una instrucción en la que Gerda animaba a ponerme en contacto con este señor ya que no había tenido «la cortesía» de responderle a su carta.
Gerda no iba por mal camino al exigir aquella fatal omisión de su padre. Años más tarde en diciembre de 2018, y tras treinta años de trabajo en el periódico de Minneapolis, Covert, tuvo que dimitir después de que se demostrara que durante su carrera había plagiado frases de autores del The New York Times, Paste Magazine, Vulture, The Wall Street Journal o IndieWire para añadirlas a sus artículos.
Un robo de Óscar
Pero si algo me llamó la atención de la charla que tuve con Gerda fue la historia que me contó sobre la desaparición del Óscar que su padre había ganado en 1937. Karl Freund había muerto en 1969 y el premio se lo había quedado el hijo que Gerda tuvo con Ernest Egon, del que se había divorciado tras veinte años de matrimonio. En 1975 su hijo le comentó que la estatuilla había sido robada de su casa misteriosamente. Tras denunciar la desaparición, el exmarido de Gerda, pagó trescientos dólares a la Academia para que le enviarán una réplica.
Quince años después apareció un curioso anuncio en Los Ángeles Times en el que se ofertaba la venta del Óscar de Karl Freund por veinte mil dólares. Según informó el Chicago Tribune, la policía de Chicago recuperó la estatuilla el 13 de septiembre de 1990 y los investigadores dieron con una mujer de Chicago a través del número telefónico que aparecía en el anuncio. La mujer explicó a los agentes que había recibido el Óscar como garantía por el préstamo a un amigo hacía algunos años, pero que no tenía ni idea de quién lo había robado. Los detectives concluyeron que tras quince años era poco probable que se pudiera averiguar quién había sustraído el premio. Caso cerrado, el Óscar volvía a casa. Recuerdo que Gerda me comentó que su hija menor era la que finalmente custodiaba el tesoro de su padre.
Gerda a través del tiempo
Dos días más tarde de mi encuentro con ella, llegó el momento de la proyección de Metrópolis en la sala del Instituto de Estudios Hispánicos. Gerda Martel, fue la invitada de honor, nada más y nada menos. Todo un lujo que pudimos disfrutar las apenas treinta personas que allí nos encontrábamos.
A mediados de los ochenta, Gerda se había instalado en un apartamento del Puerto de la Cruz después de visitar la isla con unos amigos alemanes. Se enamoró del lugar y del mar y se quedó a vivir allí durante casi veinte años. Al año siguiente de conocerla se fue a vivir a Estados Unidos, concretamente a Minneapolis, donde permaneció los doce últimos años de su vida. Su hijo Rod Martel, decía que en esa época se pasaba horas y horas viendo la clásica serie de televisión I love Lucy que se convirtió en la teleserie más vista en los Estados Unidos durante el primer lustro de los años cincuenta y en la que Karl Freud participó como director de fotografía. Según su hijo, Gerda, siempre esperaba a los créditos finales para ver el nombre de su padre.
En 2021 el aclamado guionista y director Aaron Sorkin, plasmó en Being the Ricardos con Javier Barden y Nicole Kidman los entresijos de la producción del exitoso programa. La película se centra precisamente en una semana concreta de la grabación de la serie.
Con los años, el hijo de Gerda, Rodney Martel, se convirtió en documentalista. En 2013 produjo y dirigió un corto documental titulado: La historia de Susette, el corazón de una madre. Con la ayuda de dos investigadores Rod, su esposa y en particular, Gerda, vuelven a Berlín para reencontrarse con la memoria y la fatal verdad del fallecimiento de su madre. Siete años más tarde, en 2020, produce y dirige Lost in Berlín, donde documenta y explora la historia de su familia y cuya protagonista es Gerda. El documental realiza un viaje completo por su vida desde la Alemania Nazi, pasando por su estancia en Canarias y sus últimos días en Minneapolis.
Despedida y últimos días
A los pocos días de la proyección de Metrópolis, Gerda, volvió para despedirse de mí. Me comentó que tenía pensado realizar un crucero con su hija por el mar Báltico y que posiblemente no la vería más. Le di dos grandes besos y me despedí hasta siempre de ella con un gran abrazo.
Gerda Martel Freund murió el 14 de noviembre de 2017 en Minneapolis a la longeva edad de 101 años. Aunque solo coincidí con ella en tres ocasiones, su carisma y sus historias me cautivaron e hicieron que me sintiera un auténtico privilegiado por haberla conocido. Su carácter era el de una mujer crítica, honesta, firme, muy segura de sí misma pero sobre todo entrañable. Y aunque ella humildemente nunca quiso ser la protagonista en pro y honor al nombre de su padre, para mí fue uno de esos encuentros mágicos que jamás olvidaré en mi vida. Descanse en paz.