La mágica llama de los candiles vuelve a iluminar callejones y callejuelas del Borgo Casamale, en Somma Vesuviana de la provincia de Nápoles, transmitiendo unos ritos ancestrales en honor a la Virgen de la Nieve, que sale en procesión cada cuatro años en su puntual recorrido el 5 de agosto.
Con intensa participación local, forastera y extranjera, la fiesta se ha demostrado de lo más especial, por su celebración en el día que le dedica la Iglesia a la Virgen de la Nieve. Se trata de una fiesta densa de simbolismos, que conllevan una gran identidad popular.
Recordemos que el candil -un término quizas anacrónico por su empleo actual-, esa minúscula fuente de luz, evoca un retorno al pasado y protagoniza este presente. Una lamparita de uso doméstico, con una función litúrgica y votiva: en las catacumbas se utilizaba por los primeros cristianos para dar luz a los lugares de culto y rendir honores a la suprema divinidad. Y entre otros usos y significados, el candil constituye la lucecita cementerial, que en la cultura popular crea un ligamen entre la vida y la muerte. Es la vuelta de los muertos a la vida a través del rito de la inseminación, el transmitido por los antiguos Romanos o por los Etruscos, que embellecían las tumbas de sus difuntos con penes, para que pudiesen mantener la potencia sexual en la vida del más allá. En definitiva, el candil simboliza la vida misma del individuo.
En tiempos atrás, la Fiesta de los Candiles se desarrollaba probablemente en el arco de un solo día, ya que una comunidad campesina no podía concederse el lujo de sustraer valiosas horas a su duro trabajo en la tierra, considerada madre y madrastra, o al cuidado de los animales.
En el transcurso de los años, tras una momentánea cancelación del acontecimiento festivo, debido a las preocupaciones y a los lutos causados por las múltiples ocupaciones extranjeras y por las numerosas guerras, los candiles se reencendieron y se regalaron una celebración más larga, de la duración de dos o tres noches. En 1990, el párroco de la iglesia de San Pietro en Casamale, aportó un valioso testimonio: «La fiesta de los candiles, a causa de la Segunda Guerra Mundial, fue dejada de lado .../... En 1951, tomé contacto con las maestranzas de fiesta e hice todo lo posible por restablecerla .../... la fiesta tuvo un gran éxito por sus características y por su manifestación popular».
Posteriormente, la Fiesta de los Candiles se quedó en letargo, hasta cuando en los años setenta, después de dos decenios aproximadamente de interrupción, se volvió a celebrar, por voluntad del club del Arci local que la repropuso con sus formas más auténticas... corría el año 1998.
Y a partir del último encendido en los últimos años del segundo milenio, los candiles se convirtieron en una atracción turística, una curiosidad, una investigación antropológica, una ocasión de sueño para visitantes encantados de descubrir algo especial, para etnomusicólogos, enfín para el pueblo de una antigua villa abrazada por una muralla aragonesa.
De hecho, el espacio de la celebración del rito de los candiles está comprendido en el interior de la muralla de Casamale, lugar donde miles de llamitas iluminan los antiguos callejones que ostentan una sugestiva toponomástica, inconfundible herencia del apellido de una antigua familia, de un triste capítulo de la historia o de una colonia de judíos con largo asentamiento.
En conclusión, la veterana y fascinante Fiesta de los Candiles -cuyo origen se pierde en tiempos remotos y cuya memoria se transmite con el énfasis y el entusiasmo de la fábula, de la poesía y de las vicisitudes de la historia local- por consiguiente, representa el testimonio y el legado de una lejanísima comunidad agrícola.
Pero, ¿existe una continuidad entre el paganismo y el cristianismo? Por supuesto, la leyenda que atribuye al papa Liberio (352-366) la fundación, en Roma, de la Basílica Liberiana o de Santa María ad Nives (de la Nieve en latín), en el lugar donde exactamente una insólita nevada de agosto trazó el perímetro de la iglesia, queda lejana de la realidad sommesa. Resulta más verosímil la fiesta pagana de los candiles, que se celebraba desde siempre en el mes de agosto, pero que necesitaba una continuidad en el calendario católico. No por nada, todos los ritos paganos entre finales de julio y principios de agosto nacieron como agradecimiento por la cosecha y propiciatorios para el arado y la siembra. Y no es por casualidad que la Iglesia Católica el 5 de agosto haya querido celebrar a San Osvaldo, protector de los segadores, si bien no tan famoso como para prestar el nombre a una fiesta popular. La discriminación estriba en la fuerza milagrosa de la Virgen, en este caso, en un agosto paradójicamente caluroso, de la Nieve.
Pero, ¿cómo lo vive Somma Vesubiana en Casamale, tierras con el privilegio de soñar en las noches del primer cuarto de luna de agosto? Pues en la oscuridad más absoluta, como por encanto, con el más puro aceite de oliva se da fuego a los candiles de terracota, que colocados en estructuras de madera con las formas geométricas de triángulos, circunferencias, cuadrados, espirales, diseñan una decoración urbana tan sugestiva como fantasmagórica. Y así, cuando se iluminan los candiles se enciende el entusiasmo y la veneración de su gente a la Virgen de la Nieve, por las calles, en sus patios o en las terrazas desde donde se levanta un coro celestial.
Somma Vesubiana es una localidad, que refleja la historia de las dominaciones del pasado. Imperdibles son sus monumentos como el Santuario Mariano de Santa María en Castello, el museo de la gente de Campania en el mismo Santuario, las antiguas iglesias, el Castillo de Lucrecia D’Alagno, el sitio arqueológico de la Villa Romana, el Conjunto Monumental de Santa María del Pozo cuya riqueza de pinturas murales en la Colegiata no deja de deslumbrar al visitante (en curso de restauración), la imponente muralla aragonesa además de numerosos palacios de la nobleza y mojones de época romana. Entre sus fiestas, además de la de los Candiles, se demuestran muy seguidos los ritos pascuales con sus solemnes procesiones (una de las reminiscencias de la dominación española) entre los principales del territorio que ocupaba el sureño Reino de Nápoles, que sigue manteniendo vivo el conjunto de sus recuerdos y testimonios, transmitido de generación en generación.