El buen vivir es una filosofía que propone un modo de vida con un enfoque tan distinto al que nos hemos acostumbrado a vivir, que se considera un paradigma alternativo al modelo predominante. Esta propuesta que se ha convertido en una salida al laberinto que atravesamos como humanidad no es nueva, por el contrario, se basa en el pensamiento ancestral que se sustenta en la convivencia armónica del ser humano con la naturaleza, con el entorno y con sus propios congéneres.
El origen del Buen Vivir se ubica en Sudamérica, en donde, desde las cumbres de la cordillera andina hasta las profundas selvas amazónicas, este modo de vida se preservó durante siglos de resistencia superando incluso a la colonización para llegar a convertirse en dos palabras que resuenan armónicamente con la búsqueda de alternativas al caos producido por el desarrollismo extractivista que amenaza con devastar la vida en el planeta. Desde el propio nombre de Buen Vivir esta propuesta pone en cuestión el Mal Vivir, como denominó el sociólogo José María Tortosa al modelo de vida «occidental», que propone un mal desarrollo que genera pobreza y violencia a escala mundial.
Si bien Buen Vivir es como se denomina a este paradigma, que emergió como una alternativa a finales del siglo XX, su significado se acerca más a la búsqueda de la Vida Plena o la plenitud de la vida. Y aunque pareciera que el Buen Vivir se gestó hace unas pocas décadas, la realidad es que sus raíces subyacen en el saber que pervive en los pobladores originarios del continente del Abya Yala o Amarukan, como se denomina ancestralmente a la tierra viva del territorio de pueblos, naciones, culturas y civilizaciones antiguas que se habían auto-reconocido desde su habitar milenario del espacio tiempo que definen como la pacha y que se vive en la Pachamama (madre tierra). Los antiguos, como se les llama a los pobladores originarios, guardaron sus conocimientos en las nubes, las piedras, los símbolos, las prácticas y costumbres que configuran la propuesta que se constituye en una alternativa de vida viable para la sin salida del laberinto aparentemente irreconciliable entre el ser humano y la naturaleza que habitamos y que realmente es la tierra, la madre tierra.
Desde el desencuentro civilizatorio de 1492 se gestó la rebeldía ante la dominación e imposición de un pensamiento único y un modo de vida ajeno a la tradición de cada nación originaria. Siglos de colonización fueron acompañados por silenciosas resistencias y también por intensas luchas que se mantienen en la actualidad en países calificados como Estados fallidos, dada la ingobernabilidad de las sociedades por la constante pugna entre la realidad del poder y el poder real de pueblos inconformes con la precariedad de la vida dictada desde las sillas vacías de un contenido territorial acorde con los códigos locales de las comunidades que claman por la coherencia entre lo que llaman democracia y que debería ser la voluntad del pueblo reflejada en las políticas estatales.
Sería a mediados del siglo XX cuando brotaron las semillas de las organizaciones sociales que después de décadas de movilizaciones y búsquedas discursivas, llegaron a los años noventa (1990) con el germen de las propuestas que se aliñaron al ritmo de candentes marchas, revueltas y convulsiones de pueblos que derrocaron presidentes; mientras el cóctel de la corrupción, pobreza y los modelos económicos fracasados aumentaron la necesidad de encontrar alternativas a la sin salida del caos en los débiles Estados nacionales. Es así como poco a poco se dieron las pinceladas para que se plasmara la propuesta paradigmática del Sumak Kawsay, que en quechua de Ecuador se tradujo como el Buen Vivir, y del Suma Qamaña del aymara que en Bolivia significa Vivir Bien pero no mejor a costa de otros.
Tras la protesta y movilización de originarios o indígenas, afrodescendientes, campesinos, mineros, mestizos, ecologistas, mujeres y en general pueblos arraigados a la tierra que reivindican sus modos de vida, se hizo posible la introducción del Buen Vivir en las constituciones políticas de dos países convulsos: Ecuador (2008) y Bolivia (2009). Complejo sería resumir como se logró la inclusión del Sumak Kawsay y el Suma Qamaña en las constituciones políticas de estos países, pero lo cierto es que los movimientos sociales, la ciudadanía rebelde y los líderes identificados con la búsqueda de alternativas a las recetas neoliberales, hicieron posible que el Buen Vivir/ Vivir Mejor fuera el principal referente normativo estatal de estas naciones.
En Ecuador parte de lo más relevante del Buen Vivir constitucional fue el reconocimiento de la naturaleza como sujeto de derechos, un vuelco en el enfoque respecto a la tierra como recurso; mientras que en Bolivia la plurinacionalidad fue el hito que se incluyó desde el Vivir Bien en el nuevo pacto social estatal. Además, estas propuestas lograron el reconocimiento de la diversidad cultural y social de países en donde el racismo se instaló como la norma excluyente de sociedades estratificadas por pensamientos ajenos a su propia realidad. Son muchos los aspectos novedosos del Buen Vivir en términos de nuevos acuerdos normativos que intentan poner en el foco de las políticas públicas en la vida, en vez del crecimiento económico con sus indicadores muchas veces alejados de la realidad vital y existencial de los seres humanos y de la naturaleza como parte del todo que conforma la convivencia en el planeta.
Si bien se lograron grandes avances en cuanto al reconocimiento del Buen Vivir con una concepción amplia de derechos, su aplicación ha sido fallida en cuanto a generar los profundos cambios que un giro civilizatorio de tal envergadura requiere. Aún queda mucho por considerar para cambiar los paradigmas que estructuran las sociedades, desde los propios Estados cuya institucionalidad y dirigencia carece de la visión para reconsiderar los modelos que se trazan desde las esferas más altas de poder, hasta la academia o intelectualidad que define las propuestas de cambio sin llegar a aplicarlas en sus prácticas personales y de vida.
No obstante, la dificultad para concretar los planes y programas para el Buen Vivir a escala nacional y regional, esta propuesta no solo se sigue incluyendo en los discursos políticos y académicos, sino que aumenta su promoción como la vía alternativa para el cambio paradigmático. De hecho, el Buen Vivir estuvo presente en el proceso constituyente chileno, como referente para la construcción de la nueva Carta Magna, y en Colombia se coló en las propuestas del nuevo gobierno a través de las palabras de la vicepresidenta Francia Márquez, quien aludió al vivir sabroso como una referencia a la paz desde el pensamiento ancestral afrodescendiente que fue omitido desde el esclavismo colonial.
Precisamente en África el Buen Vivir se manifiesta en el Ubuntu, un modo de vida basado en la armonía en las relaciones sociales y naturales expresadas en la solidaridad, la lealtad y el gozo de la vida plena. Y es que esta propuesta no es exclusiva del lugar en que emergió como alternativa, pues muchos pueblos arraigados a la tierra y con profundas raíces en los conocimientos ancestrales tienen sus prácticas armónicas con la naturaleza y con la vida misma.
Mucho queda por tejer en torno al Buen Vivir, más aún por aprender sobre los principios filosóficos y prácticos que implica la posibilidad de alcanzar la vida plena o la plenitud de la vida. Por ejemplo, es clave comprender las bases de una vida equilibrio con la comunidad, en armonía con todo cuanto nos rodea, o aprender a practicar la reciprocidad del dar y recibir (y viceversa), o vivir desde la relacionalidad que reconoce que todo está integrado con todo y, por tanto, lo que hacemos tiene efectos cuyo alcance difícilmente comprendemos.
Mientras seguimos caminando en este aprendizaje, lo cierto es que la propuesta del Buen Vivir poco a poco ha ido conquistando escenarios políticos, académicos, culturales, comunitarios y sociales en diversa índole de espacios de debate, reflexión y construcción de un mundo basado en otras miradas sobre la vida. Su significado y propósito comprende todas las escalas posibles, que van desde lo personal hasta lo colectivo y de lo local a lo global. Lo maravilloso es que sabemos que tenemos alternativas, que en cada pueblo y lugar pueden existir las pistas de los conocimientos que nos pueden llevar a construir distintos buenos vivires, todos orientados a vivir por fin la vida plena. Por lo pronto lo que tenemos a mano es nuestro cambio, el personal y el local, para que desde adentro y desde abajo podamos aprender a vivir en plenitud.