Como psicólogo, contemplo el fenómeno de la exclusión, cualquier exclusión, como una manera de alteridad. Es decir, con la perspectiva de la división de un «yo» y un «otro», o de un «nosotros» y un «ellos». El victimismo es una forma de exclusión amparada en una demanda de atención, cuidado, apoyo y afecto donde la alteridad no se contempla, donde ponerse en lugar del otro alternando la perspectiva propia con la ajena no es una opción.
Naturalmente, existe un victimismo justificado, como ocurre con los eventos traumáticos experimentados en situaciones de abuso, de maltrato o de secuelas de vivencias que podemos comprender como situaciones objetivas de victimización, y en las que es necesario atender las demandas de atención, cuidado, apoyo y afecto que necesitan estas personas para salir de su estado de conmoción y vulnerabilidad. Esto no tiene ninguna discusión.
El victimismo que aquí abordamos es una forma tóxica de estar el mundo, por la cual no aceptamos la responsabilidad de nuestras acciones o actitudes y vivimos en una queja constante.
Hay personas que funcionan en «modo de queja»
De niño, aún, veía una serie de dibujos animados que tenía por protagonista a Calimero, un pollito antropomorfizado, de plumaje negro y ojos azules, rodeado de pollitos amarillos, que llevaba siempre en la cabeza medio cascarón de su huevo a modo de casco. El héroe de la serie de TV es un personaje típicamente ingenuo e inocente que alcanzó gran popularidad a finales de los años 60 del siglo pasado, a pesar de su tendencia a lamentarse permanentemente de que la vida era injusta con él, a pesar de mostrarse generoso y resuelto, intentando ayudar a quien se encuentre en problemas.
Un pollito que se quejaba de injusticias que solo estaban en cómo percibía el mundo que le rodeaba. A nivel psicológico, aquella animación, se quejaba de cosas con escasa carga emocional y con escasas consecuencias personales y sociales. En 2018, un psicoanalista italiano, Saverio Tomasella (como buen psicodinámico aficionado a los síndromes), definió la conducta y la actitud de una persona que se queja por todo como síndrome de Calimero, y lo calificó como «un fenómeno contemporáneo producto de una sociedad al borde de la implosión», ya que establece que, por lo general, quien se queja mucho es porque ha experimentado injusticias reales.
Bien, no me voy a detener más sobre la teoría de Tomasella. La realidad es que hace tiempo que la neurociencia sabe que todos nos quejamos en algún momento. Y algunas veces, nos quejamos mucho más. De hecho, probablemente todo necesitemos quejarnos, como una válvula de escape en una determinada situación. La queja es también una expresión de desahogo. Pero, quejarse permanentemente puede convertirse, también, en una forma de relación. En este sentido, la teoría de Tomasella resulta inconsistente.
Hay personas que se quejan por todo y viven en un estado de angustia permanente. De ellas son de las que hablo en este artículo. De quienes se sienten afectados y perjudicados por casi todo lo que les ocurre y utilizan su victimismo para ejercer control sobre otras personas. El victimismo es un trastorno de la afectividad al que subyace un riesgo de exclusión capaz de derivar en una conducta paranoide. Es decir, el desarrollo de una afección mental, no psicótica por completo, basada en un patrón de comportamiento de desconfianza y recelos de los demás de manera prolongada.
Esta forma de afrontar el mundo conduce a una visión pesimista de la realidad en la que predomina la culpabilización de los demás. Desde el punto de vista de la persona victimista, siempre es la otra persona la que tiene el problema y es él/ella quien sufre las consecuencias. El victimismo alimenta sentimientos negativos como el resentimiento, la ira, la intolerancia o el desprecio. Pero, también, y paradójicamente, obtiene beneficios secundarios de sus quejas y sus manifestaciones de dolor e impotencia; principalmente el de eximirse de responsabilidades y conseguir que sean otras personas las que resuelven sus conflictos y tomen decisiones. La persona que usa el victimismo como una forma de relación suele tener una baja autoestima y un sentido crítico interno muy estricto, por eso busca protección y no duda en utilizar la manipulación emocional para conseguirla.
Radiografía de la persona victimista y manipuladora
Deforman la realidad. Hallan consuelo en el lamento. Buscan culpables en el entorno o en los demás. Les cuesta una barbaridad o sencillamente son incapaces de realizar autocrítica sincera. No asumen responsabilidades. Y así podríamos escribir la lista del nunca jamás del victimismo.
El victimismo manipulador lo encontramos en diferentes tipos de personalidades. Así, es común que aparezca en personas narcisistas, quienes desarrollan con habilidad el chantaje emocional. También resulta una práctica común entre quienes hacen uso de esta conducta para obtener algún tipo de beneficio particular. En especial, este tipo de perfil busca encontrar la compasión y la comprensión de las personas, de tal manera que la crítica ajena hacia ellas se vea cuestionada por insensible. El victimismo es una estrategia que puede proporcionar más beneficios que problemas.
Las personas que utilizan el victimismo, como una forma de obtener algún beneficio, no carecen de «talentos» para conseguir lo que pretenden. Si bien, un rasgo de personalidad y también de conducta de quien se victimiza es la inseguridad, no solo son capaces de reconocer los tipos emocionales que se producen en los demás, sino utilizar los puntos débiles que encuentran en ellos para utilizarlos a su favor, es decir, para conseguir, finalmente, que una o más personas acaben haciendo lo que ellos o ellas quieren. Como todo chantajista emocional, las «victimas» manipuladoras tienen un nivel bajo de empatía y escasa o nula consciencia hacia la asertividad de los demás. Básicamente, no sostienen una interacción humana afectiva y socialmente constructiva.
El victimismo, se utilice con mayor o menor grado de intención manipuladora, no resulta inocuo para quien lo utiliza como estrategia de control de personas y situaciones. La repercusión negativa más inmediata de quien sostiene este tipo de conducta es, paradójicamente, la pérdida del control sobre su propia vida. Al final, su vivencia personal es de tristeza e insatisfacción. Quienes creían en su relato, donde todo parecía ser verdad, donde todo lo demandado parecía bienintencionado, donde todo lo que pensaban parecía legítimo. Todo cambia cuando se comprende que el victimismo suele asentarse sobre algunas mentiras, algunas muy bien construidas para soportar la «credibilidad» de las quejas.
Reconocer el victimismo manipulador
No es tan difícil, como podría parecer, reconocer a quien utiliza el victimismo como estrategia para conseguir objetivos y beneficios personales. Hay algunas señales que, si estamos atentos, nos pueden poner sobre la sospecha de que alguien que no para de quejarse lo hace con una intención manipuladora. Por ejemplo: el victimista manipulador no exige directamente lo que desea, suele utilizar los mensajes imprecisos en forma de queja o lamento, ya lo hemos comentado. Cabría añadir que, en este sentido, el victimismo se presenta como una posición existencial, de que un hecho traumático, a veces leve o exagerado, se convierta en una especie de carta de presentación eterna. Y no precisamente para dar testimonio de un hecho execrable, sino para ganar privilegios difíciles de obtener de otra manera. Es el tipo de personas que hacen de sus sufrimientos, cuidadosamente expuestos, un currículum vitae.
Suele ocurrir que algunas de las personas del círculo más cercano a quien está desarrollando ese victimismo manipulador tienen sentimientos de culpa. Cada interacción que se mantiene con la persona autovictimizada deja en algunos de sus parientes y amigos una impresión de ser responsables de algo, que no atina a definir. Hay un malestar, una tristeza imprecisa consigo mismos.
El victimista es de por sí bastante desconfiado y receloso. Estos sentimientos alimentan lo que el doctor Richard J. NcNally, de la Universidad de Swansea denominó (en sus estudios sobre el narcisismo y del victimismo abusador) el «imperio del trauma», destinado a obtener ganancias de la actitud de víctima. La desconfianza es una señal de miedo y, en base a este conocimiento, podemos ser capaces de detectar los embustes de quien se ha propuesto desarrollar el rol de víctima, especialmente cuando su recelo le lleva a acusaciones de insensibilidad o desidia por parte de quien le rodea.
Como buenos amantes de los artificios, los manipuladores emocionales, las personas que se hacen las víctimas para atraer la atención de otras personas y encontrar en esta acción seguridad, son capaces de llegar a hacer grandes sacrificios por otros, como ocurre, sin ir más lejos, en las situaciones de dependencia emocional en las que, sin duda, hay mucho de victimismo. Toda acción de este tipo de personalidades debemos enmarcarlas en su intención de obtener algo a cambio, principalmente en forma de atención y dedicación extrema.
¿Cómo actuar frente al victimismo manipulador?
Quizá lo mejor, pero sin duda lo primero que debemos hacer ante una persona que utiliza ese rol de víctima y que, de alguna manera o diferente forma, trata de manipularnos para su beneficio, es resistir sus embates y no dejar que nos enrede en su juego de quejas y recompensas. Lo más sensato es dejar claro desde que sepamos a qué obedece el comportamiento de esa persona, que no vamos a dedicarle tiempo a sus lamentaciones, ni a gastar energía en su atención.
Recuerden que lo más importante es que estas personas no nos arruinen la vida descargando en nosotros su negatividad; haciéndonos, además, culpables de esta. Eso sí, es preciso el respeto. Se trata, en realidad de personas infelices en las que está muy marcada la huella de la baja autoestima. No actuemos hacia ellas o ellos con desprecio por sentirnos manipulados. Ofrezcamos ayuda para el cambio de modo que adquieran compromiso con su terapia y soliciten ayuda profesional. Si prefieren seguir lamentándose y exigiendo atención, deberá ser nuestra la decisión de alejarnos y evitar que condicionen también nuestras vidas.