Qué cierto es que cuando los días se cargan o te recuerdan los problemas, qué negativo vemos todo.
En 1830, el escritor Víctor Hugo había firmado un acuerdo con su editor de escribir un nuevo libro que titularía El Jorobado de Notre Dame. Pasó el tiempo y, en lugar de dedicarse a su compromiso, escribir el libro, se dedicó a otros temas y proyectos. El editor, como es lógico, le increpó por demorarse y, nuestro autor, decidió tomar las riendas del asunto y obligarse a vencer su akrasia.
Guardó su ropa bajo llave y, simplemente, se quedó con una manta para taparse, evitando así la tentación de salir por ahí y entretenerse. Permaneció en su estudio cada día, escribiendo furiosamente. Seis meses después había escrito la obra mencionada, que fue publicada en 1931, el 14 de enero para ser más exactos.
Akrasia: el otro día, me llamó la atención esta bellísima palabreja. No recuerdo haberla escuchado antes, tampoco leído, pero mira por dónde, en mis estudios filosóficos, me encontré con ella y me sedujo totalmente, como ese puñado de otras ellas que guardo en mis cuadernos.
La palabra akrasia procede del griego kratos, poder, que, por la «a» privativa, puede significar literalmente «falta de poder» o «falta de dominio». Actuar en contra de los propios intereses. Debilidad de voluntad.
Ya los filósofos griegos, amigos míos, Sócrates y Aristóteles, quisieron describir con esta palabra a la falta de disciplina personal, de orden para hacer lo que es importante, vital y esencial para nosotros.
Podemos confundir la akrasia con la procrastinación. No es lo mismo. Tienen algo de relación, sí, y de ahí la confusión. Procrastinar es dejar algo para más adelante, mientras que la akrasia, sería pensar que uno «debiera» hacer algo sin hacerlo, aunque signifique algo beneficioso.
Por ejemplo. Esas veces que sabemos deberíamos llegar a casa antes para, entre otras cosas, hacer deporte y bajar de peso, pero, a la hora de la verdad, el presente, quedamos tomando esa cerveza fría que no solo no nos hace bajar de peso, sino que lo sube. Pongo este ejemplo por no poner otro.
Es el poder de nuestra voluntad.
Al día siguiente, por la mañana, nos arrepentimos mil veces, sobre todo cuando nos ponemos frente al espejo y volvemos a contemplar ese excesivo michelín. Nos prometemos otras mil veces que no volverá a ocurrir, que se acabó, que a partir de esta misma tarde dices no a la caña after work, vas a casa pronto, te calzas las zapatillas y sales a quemar los excesos.
Cuando intentamos cambiar, nos encontramos de frente con un presente que no está tan dispuesto a hacerlo. Es una resistencia natural. Lo planeamos una y mil veces, pero en el momento de la verdad, no damos el paso.
¿Por qué no hacemos lo que es mejor para nosotros? ¿Por qué no tomamos buenas decisiones en favor de las malas? ¿Por qué abandonamos demasiado pronto nuestros planes e ideas aunque luego, con el tiempo, volvamos a ellas?
¿Pereza? Akrasia.
La akrasia es lo que nos impide terminar lo que nos hemos propuesto hacer.
Solemos planificar, pero no hacer.
Para vencer la akrasia es fundamental fijarse metas y, por supuesto, analizar la gratificación que conlleva cada una de ellas para así encontrar esa motivación suficiente que venza a nuestro enemigo.
Víctor Hugo hizo lo que creía debía hacer para vencer esas tentaciones que el presente, el ego, provocan y disminuyó sus opciones de escapar. Su recompensa fue terminar ese fantástico libro en seis meses.
Haz planes y establece recompensas.
Si quieres mejorar tu alimentación, por ejemplo, no tengas en la nevera, ni en los armarios de la cocina, comidas poco saludables.
Cambia esos hábitos. Los hábitos son nuestros. Sé que es complicado cambiarlos, pero no imposible. El cambiar un hábito puede provocar la mayor satisfacción del mundo como, por ejemplo, dormir mejor. Yo, en estos últimos meses, trato de no ver la televisión por la noche y sí ponerme a leer hasta que me viene el sueño. Pues duermo mejor. No me acuesto con la ansiedad que generan las noticias o esa serie que te deja siempre pensando en el próximo capítulo, Vuelvo a dormir bien.
Definir nuestras intenciones en un tiempo y espacio determinados. Diseña tus acciones futuras.
Fija metas importantes para ti, según tus prioridades. Acuérdate: metas smart.
Busca ese equilibrio que te permite estar mejor, entre tu vida de hoy y los cambios que quieres sumar.
Los proyectos se cumplen venciendo la akrasia, poniendo en práctica la enkrateia que, según Aristóteles, es el antónimo de la akrasia y sería la tendencia a tener dominio propio.
Y también es akrasia decir que sí a algo cuando deberías decir que no. Decir que sí a sabiendas que lo mejor para ti sería que no. Nos pasa en muchos proyectos; por no quedarnos fuera seguimos la corriente sabiendo que lo mejor es no estar. Luego nos encontramos con los problemas.
El filósofo estadounidense David Donaldson tenía una explicación sencilla a todo esto. Argumentó que la «akrasia es un proceso natural que ocurre cuando la mente decide intercambiar una meta a largo plazo por un placer inmediato. Lo queremos todo y para ya».
Debemos ser los arquitectos de nuestras futuras acciones y no la víctima de ellas.
Antepongamos las decisiones correctas a la inmediatez.
Una decisión para satisfacer un deseo hoy, puede ser un error a largo plazo.