Esta tarde acudí a la presentación de una novela de un escritor de la isla canaria en la que vivo. Le he leído con frecuencia e interés, diría que es un buen escritor de novelas. Vive de dar cursos y de sus artículos en medios de comunicación. Desde hace algunos años, él y otras y otros escritores de mi localidad presentan novelas y poemarios, la mayoría autopublicados o integrados en algún tipo de subvención pública. Lógico, se lee cada vez menos.
Muchos coincidimos en estos eventos. Nos hemos ido conociendo en estas coincidencias. Algunos, incluso, hemos trabado amistad. La realidad es que apenas pasamos de cinco o seis decenas de personas que nos relacionamos aleatoriamente en estos eventos y que también nos solemos encontrar en las distintas ferias del libro que organizan distintos municipios de mi isla. Luego, nos relacionamos por redes sociales con más likes que palabras, hasta que llegue el nuevo evento literario que tenga lugar.
Me alegra ver el talento creador de algunas o algunos de esos escritores y sus esfuerzos por publicar nuevas novelas, cuentos, relatos y poemas. Me saca de quicio el tipo que anda aún buscando su notoriedad con su única novela, escrita hace ya algunos años. Y son más de uno y de una. Afortunadamente la alegría de disfrutar de la lectura de los primeros compensa el hastío y la pereza que me provoca la majadería de los segundos. Lamentablemente, tanto unos como otros están lejos, a pesar de los intentos por promocionar el consumo de libros y la lectura, de ser aceptablemente leídos. Algunas de las causas de esta realidad, la ha analizado la neurociencia y les hablo de ellas un poco más abajo.
En mi ciudad, en mi región y en mi país, sí que venimos observando un aumento de la lectura de novela negra. Por estas fechas, hace un año, que participé en un congreso internacional de novela negra en el que moderé una mesa virtual con varios autores de reconocido prestigio en este género, sobre perfiles psicológicos relacionados con este tipo de literatura. Personalmente disfruté enormemente de este evento, porque soy psicólogo y porque soy lector de novela negra desde la adolescencia, desde las novelas de Dashiell Hammett o Chester Himes de mediados del siglo pasado, hasta, más recientemente, la obra de Vázquez Montalbán, lo que escribe Dolores Redondo, César Pérez o las extraordinarias tramas de mi conciudadano Alexis Ravelo.
Pero, tampoco está la lectura de novela negra para echar cohetes. Cada día somos un poco más viejos los que leemos libros con asiduidad. Cada vez son más a los que les cuesta abandonar la red social para leer. Cada día aumenta esa forma de comunicación sintética, escasa en matices con la que nos estamos acostumbrando a interactuar en una sociedad en red (como bien la ha definido el sociólogo Manuel Castells), que no solo está definiendo nuestra esfera pública actual, sino también, nuestro espacio personal, intelectual y psicológico.
¿Que leer un libro se esté convirtiendo en una acción de resistencia, que cada vez sean menos y más mayores los que leen literatura, nos está acercando peligrosamente a la muerte de la lectura?
La pérdida de la paciencia cognitiva
Procesamos el mundo a toda prisa. Nos cuesta relajar la mirada, vemos aumentar el empobrecimiento de nuestra atención, cada vez nos cuesta más focalizarnos en una tarea. Nos cuesta inhibir estímulos o distractores externos a la hora de culminar una actividad en otros tiempos tan normal y extendida como leer un libro comprensivamente. Muchos, demasiados, lectores actuales son incapaces de leer una hora seguida sin consultar varias veces su teléfono móvil. Estoy convencido de que esta realidad no les resulta ajena.
Nos hemos vuelto impacientes, sin duda más de lo que lo éramos. Perdemos habilidades de concentración. Buscamos la manera de que abordar las cosas con un esfuerzo mínimo. No hace mucho, Stephen King habló de la posibilidad de explotar el fenómeno del audiolibro, un formato de recurso fácil y accesible, ante la situación provocada por la caída de lectores de sus extensas novelas. La idea de cambio de formato de King está directamente relacionada con lo que Maryanne Wolf, una neurocientífica cognitiva y psicolingüista define en su libro Lector, vuelve a casa como paciencia cognitiva —que es el arte de leer textos largos y complejos, y comprender niveles más profundos— y, particularmente, con el hecho cada vez más común de perder la paciencia cognitiva en una realidad en la que la información que nos llega a partir del auge y globalización de las redes sociales, la cual integramos de forma rápida y sin contrastar.
Cada vez somos más impacientes cognitivos, lo que acarrea como consecuencia más inmediata una actitud, una forma de proceder consistente en que observamos el mundo con menor capacidad para entender sus secretos, o lo que es lo mismo, al dejar de utilizar consecuentemente nuestra capacidad para analizar, para reflexionar y para ejercer crítica, lo que supone la condición de base idónea para acabar asumiendo falsedades. En un mundo obsesionado por las prisas, que nos exige pasar de tarea en tarea, como quien salta de piedra en piedra para evitar mojarse los zapatos, no cumpliendo casi nunca ninguna, perder la paciencia cognitiva nos hace más vulnerables a la demagogia.
Leemos menos, mucho menos y en muchas ocasiones, cuando leemos lo hacemos como quien lee el menú en un mesón a sabiendas de lo que va a pedir antes de sentarse a la mesa. El fenómeno del skimming, esa lectura veloz en la que atendemos al inicio o al final de la información, ya se ha instalado en nuestras lecturas y viene de la mano de la ansiedad tecnológica; leemos como rastreamos las redes sociales, por lo que tal vez cabe que nos preguntemos si…
¿Está Internet haciéndonos cada vez más estúpidos?
La neurociencia nos dice claramente que no tiene porqué volvernos más estúpidos, incluso puede mejorarnos notablemente si hacemos un uso adaptado de sus recursos. El problema tiene que ver con la plasticidad cerebral y cómo le afecta la manera en que procesamos la información. La neuroplasticidad es la responsable de que seamos capaces de cambiar y de mejorar, dota al cerebro de su inmensa capacidad para filtrar y seleccionar la información. Si, como está ocurriendo, la persona se queda con las partes más superficiales de aquello que tenemos delante, principalmente como resultado de la vorágine de la realidad digitalizada, no es difícil que se vuelva más cretina.
Hoy se lee, mayoritariamente, a través de las aplicaciones de Internet: mensajes recibidos, redes sociales ojeadas o trozos de noticias que consumimos aceleradamente. Es como si surfeáramos a través de las pantallas de los dispositivos y artilugios electrónicos inteligentes. Si nos acostumbramos a leer así, nuestro cerebro se acostumbra a la información sesgada, se vuelve más perezoso. Nada que ver con lo que ocurre cuando leemos material impreso, que nos permite una interacción sosegada que facilita la comprensión a niveles más profundos. El problema que nos está alarmando es que, incluso los lectores más acostumbrados a la lectura de libros en papel empiezan a confesar estar experimentando cada vez menos paciencia cognitiva, también son víctimas de la tentación de mirar con mayor frecuencia su mundo digital. Cada vez dedicamos menos tiempo a una lectura reposada y el reto intelectual que esto supone.
Afortunadamente, la paciencia cognitiva se recicla.
La paciencia cognitiva es sabiduría
Entrenar el poder de la paciencia no es fácil. Ya vemos como el propio ritmo que nos imponen las sociedades actuales lo complica. Si adquirimos consciencia de que con tanta prisa nos estamos perdiendo importantes matices de la realidad, cuando no una buena parte de la verdad, tal vez nos encontremos en la necesidad de llevar a cabo ese entrenamiento, de recuperar la paciencia perdida, de aportar a nuestras vidas serenidad y sosiego con los que afrontar los desafíos de la vida.
No está claro, no hay al menos acuerdo generalizado, sobre si la impaciencia responde a un patrón de conducta adquirido o a un rasgo innato del carácter. Lo que sí sabemos con certezas es que este contexto social en el que se impone la inmediatez de la comunicación favorece que busquemos satisfacciones más rápidas, lo que nos hace menos tolerantes a la espera. Recuperar la paciencia y la paciencia cognitiva en particular nos devuelve el interés por nosotros mismos, por nuestros detalles.
La principal característica de la paciencia cognitiva es que es dinámica y que se activa fácilmente con nuestra curiosidad. Es relativamente frecuente que, cuando la recuperamos en base a su práctica, nuestra mente se abra de par en par y, con ella, se despliegue nuevamente toda nuestra capacidad para el pensamiento libre y la toma de buenas decisiones. Empezar por volver a coger un libro de una estantería y dedicarle tiempo, serenidad y comprensión a su lectura es una manera eficaz, y diría que brillante, de recuperar esa paciencia cognitiva y la sabiduría que nos puede proporcionar. La lectura no morirá jamás, si ustedes quieren.