El 7 de septiembre de 1991 tuvo lugar en el Instituto Chileno-francés de Santiago de Chile un original lanzamiento de la novela Haceldama, campo de sangre. Original, porque como informó el diario La Nación no estuvieron presentes ni el autor de la obra, ni quien escribió el prólogo. En cambio, el auditórium congregó a importantes figuras de la política, la diplomacia y las letras. Estuvieron Hortensia Bussi, viuda del presidente Salvador Allende; el entonces embajador de Francia, Daniel Lequertier, y sus colegas de Noruega, Bélgica y Suecia, además del diputado Andrés Aylwin y el escritor Armando Uribe.
Aylwin, destacado defensor de los derechos humanos, y Uribe, Premio Nacional de Literatura 2004, fueron los presentadores del libro. Su autor, Guillermo Rodríguez Morales, no pudo asistir porque aún se encontraba encarcelado. La distancia, a su vez, impidió la presencia de Danielle Mitterrand, la viuda del expresidente François Mitterrand, cuya carta de saludo a Rodríguez Morales se incluyó como prólogo de la novela.
¿Por qué recordar este relato a más de treinta años de su lanzamiento? Por varias razones. La primera, porque se trata tal vez del testimonio más fiel y descarnado, aún en clave de ficción, de las duras condiciones de reclusión de los presos políticos de la dictadura de Augusto Pinochet, que vivían en la Penitenciaria de Santiago en una compleja relación con delincuentes comunes, sometidos igualmente al maltrato, la extorsión y la violencia de otros reos y de los gendarmes carcelarios.
Por eso es también un relato sobre la prisión política y nadie mejor para transmitirlo que su autor, protagonista de la resistencia armada contra el golpe de septiembre de 1973, preso, exiliado y retornado clandestinamente a Chile para seguir luchando y ser nuevamente encarcelado y sobrevivir con graves secuelas al intento de agentes de la dictadura de asesinarlo por envenenamiento en 1981.
La obra, publicada por LOM Ediciones cuando era una naciente empresa editorial, es igualmente una interesante propuesta literaria, donde el relato se desliza por personajes y situaciones que van estructurando el argumento y en que están también las intervenciones en primera persona de un singular reo primerizo y anciano, que trasunta una ingenua bondad desquiciada, y de un preso político que escribe/habla a la distancia a su amor.
El nombre de Guillermo Rodríguez Morales comenzó a hacerse conocido en la oposición a la dictadura de Pinochet, sobre todo en el exilio, cuando el periódico El Rebelde y la Agencia Informativa de la Resistencia (AIR), órganos del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), difundieron el texto de su defensa ante el Consejo de Guerra en que un tribunal militar de la dictadura lo sentenció a prisión perpetua.
Los jueces castrenses le impidieron dar lectura a su defensa, y el texto fue sacado clandestinamente de la Penitenciaría para su difusión. Fue arrestado en agosto de 1981, cuando era jefe de operaciones en Santiago de las Milicias de la Resistencia Popular. Los agentes de la Central Nacional de Informaciones (CNI) que participaron en el operativo dieron muerte a su pareja de entonces, la joven estudiante de periodismo Arcadia Flores.
En diciembre de ese mismo año, estuvo nuevamente en las noticias, cuando trascendió la información de que seis reclusos en la Penitenciaría habían sufrido un envenenamiento con botulina, una sustancia altamente tóxica que agentes de la CNI con la complicidad de las autoridades carcelarias les inyectaron en su comida.
Los envenenados fueron Guillermo Rodríguez y los simpatizantes del MIR Adalberto Muñoz y los hermanos Ricardo y Elizardo Aguilera, además de los reos comunes Víctor Corvalán y Héctor Pacheco. Estos dos últimos fallecieron en el traslado al hospital, donde a los otros cuatro envenenados se les diagnosticó una gastritis, desconociendo la gravedad de las lesiones causadas por la botulina, una bacteria que la CNI importó desde Brasil y que fue usada en otros asesinatos de opositores.
Rodríguez Morales fue el más afectado de los sobrevivientes. Se puso en marcha una campaña de solidaridad internacional para salvarle la vida. Fue Danielle Mitterrand quien consiguió que se enviara a Chile el respirador artificial indispensable para su recuperación. El militante del MIR fue salvado, pero la botulina le dejó secuelas cancerosas y un daño irreversible en sus cuerdas vocales. Desde entonces, pasó a ser apodado en la cárcel como Ronco, personaje que aparece fugazmente en Haceldama.
…Y fue notorio a todos los habitantes de Jerusalén, de tal manera que aquel campo se llama en su propia lengua Haceldama, que quiere decir Campo de Sangre.
(Hechos, 18, 19)
La cita bíblica que da el título a la novela remite a la Penitenciaría. Un tradicional recinto penal de Santiago, donde el hacinamiento y la convivencia forzada de homicidas, ladrones, violadores, estafadores de poca monta y otros reos comunes con los presos políticos, obligó a estos últimos a impregnarse de toda una cultura carcelaria, desde el aprendizaje del lenguaje en coa hasta los códigos de honor, venganza y sometimiento de los grupos delictuales.
En ese ambiente, la novela ilustra acerca de la prisión política. Miristas, comunistas, socialistas y militantes de otros partidos compartían la prisión, en relaciones solidarias, pero también de disciplina con sus organizaciones, compartimentando a veces información, aislando a posibles infiltrados o «traidores», junto a prácticas de autodefensa que a veces implicaron alianzas o entendimientos con grupos de delincuentes comunes y caciques carcelarios.
La información y las líneas políticas de sus partidos les llegaban por diversos canales, a menudo en los días de visita de sus familiares y amigos. Días de visita que en más de una ocasión sirvieron para protestas relámpagos contra la dictadura. Del mismo modo, la cancha de fútbol, los talleres de trabajo y las rondas para compartir el mate eran instancias de convivencia e intercambio de información, además de preparativos para planes de fuga.
Es imposible agotar aquí las referencias a toda la riqueza de esta novela. Más allá de lo que pueda opinar algún puntilloso crítico literario, Haceldama, campo de sangre, es un relato que no deja indiferente. Escrito con el profundo conocimiento del horror de la cárcel, es también un testimonio de humanidad, de lucha y amor.
Imposible no conmoverse con el personaje de Adrián Barahona, uno de los principales hablantes de la novela. Un empleado de imprenta condenado por el homicidio de su esposa, a quien asesinó para librarla de los padecimientos de un cáncer incurable. Como recluso, dará riendas a sus afanes de servir a todos como encargado del bienestar, mientras su mente se desquicia al personificar la cárcel como un monstruo al que cree que podrá derrotar con su bondad.
Guillermo Rodríguez Morales fue liberado de la cárcel en 1993. De familia humilde, se vinculó desde temprano al MIR hacia fines de la década de los 60, como seguidor del líder sindical Clotario Blest, uno de los fundadores de ese partido. Entregó su vida a la organización, hasta que en 1989, desde la prisión renunció a ella, cuando se fraccionó en tres grupos. Hoy se define como un militante revolucionario, fiel al marxismo-leninismo.
LOM Ediciones reeditó Haceldama en el año 2004 y publicó en 2007 su segunda novela, Hacia el final de la partida. A través de Internet, se conocen otros escritos de Rodríguez Morales: De la Brigada Secundaria al Cordón Cerrillos (2006) y Destacamento miliciano José Bordaz (2008).
Danielle Mitterrand viajó por primera vez a Chile en diciembre de 1990, para las exequias oficiales de Salvador Allende. En esa ocasión visitó en la cárcel a Guillermo Rodríguez. El 1 de diciembre de 2011, el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, rindió en Santiago homenaje a Danielle, fallecida a los 87 años en París el 22 de noviembre. Uno de los principales oradores del acto fue el Ronco.