Estamos todos, de diferentes maneras empantanados en medio de la invasión de Ucrania por parte de Rusia. El paseo militar que planificó el alto mando de Moscú, duró unos pocos días, ahora las ilusiones se han desvanecido y la resistencia ha cobrado miles de vidas, de heridos y de grandes destrucciones que nadie podría evaluar en este momento. Y pérdidas militares rusas muy importantes.
Del otro lado EE.UU. y una parte fundamental de Europa en una danza que solo se concentra en una mirada hemipléjica concentrada en echar fuego a la hoguera y sin la menor capacidad de iniciativa que no sean sanciones y espectaculares operaciones de propaganda.
No hay duda que a los Estados Unidos esta guerra le viene como anillo al dedo, para construir la dependencia energética, política y militar de Europa de Washington.
Lo cierto es que hace varias semanas la situación está empantanada, las fuerzas armadas rusas con sus casi 200 mil efectivos, el dominio absoluto del mar y una gran superioridad aérea, no se ha expresado en las conquistas territoriales anunciadas o previsibles al inicio.
No voy a intentar hacer un análisis militar, porque carezco de la información necesaria y la que llega de las diversas fuentes permiten solamente aproximarse a la situación. Está claro que para conquistar la capital, Kiev, Odessa y eventualmente grandes extensiones del territorio ucraniano, Rusia tendrá que hacer intervenir nuevas y potentes formaciones, además de las que ya tiene en el terreno y que no lo han logrado y que sería muy difícil que lo logren y más difícil que los mantengan. Las pérdidas humanas y materiales serán mucho más elevadas. Ya están llegando torrentes de ayuda militar desde Occidente, cada día más sofisticada y abundante, en material antitanque y anti blindados, antiaéreos, anti nave e incluso artillería activa y reactiva.
La interrogante principal es: ¿Qué quiere Putin a esta altura? Y en definitiva, ¿Quién es Putin?. Las simplezas echadas a rodar por occidente sobre Putin son parte de la tragedia de esta guerra.
La acusación lanzada propagandísticamente por Occidente y en particular por los Estados Unidos de que lo que pretende el presidente de Rusia es recrear el Estado soviético, no resiste el menor análisis. Ni militar, ni político.
Vladímir Vladímirovich Putin no tiene una brizna de comunista, si alguna vez la tuvo. No hay duda que hizo toda su carrera en el corazón del poder soviético, en la KGB, actuó como oficial de inteligencia exterior durante 16 años hasta 1991, renunció a la agencia con el rango de teniente coronel. Su estrecha relación con los servicios de inteligencia lo confirma cuando dirigió el Servicio Federal de Seguridad (FSB), el que sustituyó a la KGB durante el gobierno de Boris Yeltsin y la caída de la URSS.
Tuvo un destacado papel en la reestructura política, económica, social, militar y religiosa de la Federación Rusa y en la total desaparición del socialismo y por lo tanto de la URSS, y toda su actividad política desde 1991 junto a Yeltsin se enfrentó duramente con los restos del Partido Comunista.
Se movió con gran inteligencia en la labor de demolición de la URSS, manteniendo siempre el recuerdo del papel jugado por los soviéticos en la Segunda Guerra Mundial y en la derrota de Hitler. Estuve en Moscú después de 30 años en el 2015, en el 60 aniversario del fin de la guerra y el personaje principal de la enorme iconografía presente en la capital rusa y en San Petesrburgo era sin duda el mariscal Gueorgi Zhúkov.
El rearme, la modernización de las Fuerzas Armadas rusas, no solo tuvo un papel militar para mantener su condición de una de las dos potencias militares mundiales, sino de hacer de la presencia militar y de su historia, un factor fundamental de la propia identidad rusa, incluso desde antes de la revolución bolchevique, y con la «Gran guerra patria», como distintivo fundamental.
Putin se propuso y logró un salto tecnológico muy importante a nivel militar, con un costo muy alto y con una industria militar de primer nivel a escala mundial, proveedora de materiales a China, la India, a Venezuela y a muchos otros países. A Venezuela le vendió 4.000 millones de dólares de todo tipo de equipos militares.
Su prestigio innegable también se lo ganó haciendo intervenir a las unidades especiales, las Spenatsnaz GRU (Inteligencia militar) en el combate a la mafia rusa que tenía un enorme poder y a las unidades terroristas chechenas. Y las destruyó.
Esa relación aparentemente contradictoria con la URSS, el líder ruso la sintetizó en una frase célebre: «el que no quiere volver a la URSS no tiene corazón, el que quiera volver a la URSS no tiene cabeza»; y si algo no le falta a Putin es cabeza y visión estratégica.
Putin es el segundo mandatario europeo con más años en el poder, superado solamente por el presidente de Bielorrusia, su aliado Aleksandr Lukashenko, que está en el cargo desde el año 1994.
Las sanciones aplicadas por EE.UU., Europa, Japón y otras naciones, no fueron solo contra Rusia y Putin, sino contra los «oligarcas rusos», la potente casta de multimillonarios que se enriquecieron y amasaron fortunas inmensas durante los gobiernos de Yelsin y Putin. Ya no se trata de la burocracia soviética disponiendo de algunos privilegios, sino de un reducidísimo sector social, vinculado directamente al poder de Putin. En un país gobernado por la mano de hierro desde el Kremlin nadie alcanza esos niveles de poder económico y con una creciente potencia en la economía occidental, sin el aval, el apoyo y la complicidad del líder supremo.
Lo que nadie ha podido demostrar es que nivel tiene la participación del presidente ruso en las grandes empresas y fortunas de los multimillonarios rusos, pero lo que todos saben es que el aparato estatal al servicio de Putin es enorme (aviones, autos, mansiones, personal y lo que se le ocurra muy por encima de su sueldo nominal y casi simbólico).
Desde el punto de vista de la estructura socio-política de la Rusia actual no hay nada que tenga algo que ver con la Unión Soviética.
El Patriarca de Moscú y toda Rusia, título del máximo representante de la Iglesia ortodoxa rusa, también conocida como Patriarcado de Moscú, Cirilo I, es un aliado fundamental de Putin y lo sigue siendo en medio de esta guerra. No se trata solo de un apoyo institucional sino la contraparte del papel que Putin le ha conferido a la Iglesia en la vida de la nación y el apoyo pleno a su expansión en todos los planos.
Nadie podrá afirmar que durante la existencia del poder soviético hubo una relación estrecha con la Iglesia, aún con momentos de grandes tensiones y otros de convivencia, el combate ideológico contra la religión y la asociación entre la ortodoxia religiosa y el pasado zarista fue uno de los ejes ideológicos y culturales del Partido Comunista. Entre 1918 hasta 1941 la persecución fue tan dura que la Iglesia estuvo por desaparecer.
Es cierto que en las repúblicas separatistas pro rusas de Donetsk y Lugansk, en la cuenca del Donbass existe una fuerte influencia del pasado soviético, diferente a la situación en Rusia, pero la posibilidad que esas posiciones influyan en la Federación Rusa, es más que remota. Lo más probable es que los rusos terminen por asimilar las dos repúblicas rebeldes de Ucrania a su influencia económica, política, naturalmente militar e incluso religiosa.
Las relaciones con China son otra prueba muy clara de que una cosa son los intereses globales geopolíticos y otra cosa los modelos políticos y económicos de ambos países, totalmente diferentes.
Un gesto reciente muestra cuales son las relaciones privilegiadas de Putin, al felicitar calurosamente el triunfo en Hungría de Viktor Orbán, reconocido en toda Europa por sus posiciones de extrema derecha nacionalista que lo han hecho chocar con otros líderes de la Unión Europea. No es por cierto una colaboración reciente. O en América la simpatía de Donld Trump y de Jair Bolsonaro.
En el plano político interno, la característica dominante ha sido una degradación permanente de la democracia en Rusia, con la persecución de sus opositores, de los medios de prensa independientes y de la connivencia con formas de corrupción entre el poder estatal y los grandes grupos financieros y económicos.
Putin invadió Ucrania con diversos objetivos, ninguno relacionado con la vuelta a la Unión Soviética.
La más grande operación militar de Rusia desde el fin de la Segunda Guerra Mundial se propuso postrar militarmente a Ucrania, impedir que ingrese a la OTAN y se instalen bases militares de esta alianza en su territorio, incluyendo bases de misiles y laboratorios dedicados a la investigación y producción para la guerra bacteriológica, y para frenar la expansión militar norteamericana a través de la OTAN hacia las fronteras rusas.
Putin se propone transformar a Ucrania en una república dependiente de Rusia, rompiendo el actual proceso de acercamiento cada día más estrecho con la Unión Europea y con los Estados Unidos. Incluyendo la destrucción de la mayor parte de su infraestructura militar.
Asegurar los territorios de Crimea y de las dos repúblicas del Donbass como parte de la Federación Rusa o al menos como países independientes de Ucrania y dependientes de Rusia.
Liquidar las bandas filo fascistas con cien mil hombres armados que sin duda existen en Ucrania y que han ido tomando un papel importante en las agresiones contra las poblaciones de origen ruso de Ucrania.
A nivel global quiere mostrar que Rusia sigue siendo una gran potencia militar, no solo por la acción de sus tropas, sino por la paralización de todas las respuestas militares directas de EE.UU., la OTAN y Europa, ante la paridad de fuerzas nucleares.
Reforzar el poder absoluto de Putin a nivel interno.
Para todo ello hay que seguir con atención y sutileza como se desarrolla la guerra, su precio tanto en Ucrania como en Rusia, y el costo del desgaste de Putin si esta situación de estancamiento se prolonga.
Esta guerra ha desnudado también la hipocresía global. Toda la atención y sensibilidad ante el pueblo ucraniano, y por otro lado la insensibilidad frente a las decenas de conflictos en Asía, en África, en los Balcanes, con muchas más víctimas, pero con la cobertura de los EE.UU. y la OTAN.
No se puede ni se debe justificar la agresión rusa a Ucrania, pero no se puede olvidar las otras guerras, los millones de muertos y refugiados de las otros conflictos y si Rusia pretende reconquistar su rol imperial, Estados Unidos hace décadas que lo ejerce con absoluta impunidad y complicidad de la ONU y de la participación de la Unión Europea.