El 12 de diciembre del 2008, la policía de Tromso, gélida ciudad de Noruega, recibió un aviso de un hotel local, dando cuenta del fallecimiento de un huésped conocido, que usualmente en los últimos inviernos se alojaba en el mismo y, cuando llegaba el verano, se marchaba a Holanda, para unos meses más tarde, volver a su reducto invernal. Extraña conducta, de por sí, preferir estar en medio del frío más espantoso y en uno de los lugares más obscuros del mundo. Lo contrario hubiera sido más lo más lógico, pero para gustos, no hay nada escrito.

El fallecido tenía 85 años y era muy corpulento, de hecho, obeso. Los empleados del hotel informaron a las autoridades policiales que tenía problemas cardiovasculares, tanto así, que caminar unos pocos pasos, le causaba mucha disnea. Igualmente dieron cuenta que se trataba de un científico, invitado por los directivos de la facultad de ciencias de la salud de la universidad de Tromso.

La causa de muerte del investigador no resultó ningún problema para el oficial médico legal de la ciudad. Se trató de complicaciones severas de una cardiopatía coronaria, asociada a hipertensión arterial, insuficiencia renal, exacerbados todos estos graves problemas de salud, por una hemorragia intestinal aguda y una grave caída. El médico que iba a firmar el certificado de defunción se extrañó más bien, por la avanzada edad a la que había llegado aquel hombre obeso, que debía haber estado muy mal de salud, desde hacía varias décadas.

Al saberse el nombre del fallecido, la noticia recorrió el mundo, ya que se trataba de un premio Nobel de medicina, famoso no solamente por sus contribuciones al conocimiento de la epidemiología de las enfermedades infecciosas, sino también de la medicina geográfica, de la antropología, de la lingüística e incluso del arte de algunas zonas del pacífico. Daniel Gajdusek había fallecido exiliado de su patria, los Estados Unidos, para muchos víctima de la envidia y la maldad de algunos, que esperaban la ocasión para hacerle daño. Para otros, su conducta ultraliberal y deslindada de cualquier prejuicio, era la responsable de su ostracismo académico y sanciones que había recibido.

Sus primeros años

El futuro laureado con el premio Nobel de medicina nació el 9 de septiembre de 1923 en Yonkers, Nueva York. Su padre, un inmigrante proveniente del medio rural eslovaco de nombre Karl Gajdusek, había tenido éxito como carnicero. Su madre, Ottilia Dobrocski, por su parte era hija de una familia culta que había llegado a Estados Unidos, originaria de Debrecen, Hungría (David M. Asher y Michel B. A. Oldstone).

Tuvo una niñez tranquila y su avidez por la naturaleza y la ciencia fue incentivada por la cercanía de una tía materna que era entomóloga, quien por su trabajo conocía bastante de virología de los insectos, introduciéndole de esa manera en el campo de las enfermedades infecciosas, así como también en la asociación entre entomología y variables geográficas y económicas, especialmente en algunas regiones del pacífico. Estas conversaciones serían fundamentales para el camino que seguiría ese niño, especialmente con su futuro profesional y con ese amor por las tierras exóticas, que no le abandonaría jamás, y en general, con su visión global de la ciencia.

Después de terminar sus estudios secundarios, Gajdusek ingresó a la universidad de Rochester, para estudiar química y matemáticas, pero siempre con la mira de estudiar medicina. Años atrás, había sido cautivado con la lectura del libro de Paul de Kruiff, Cazadores de microbios, y estaba seguro de que él sería uno de esos héroes científicos. Luego de concluir esos estudios, en 1943, entró a la escuela de medicina de Harvard, graduándose de médico cuatro años después. En el ínterin, estableció contacto y asesoría con grandes investigadores, como lo seguiría haciendo en los siguientes años.

A continuación, realizó una residencia pediátrica en el hospital presbiteriano de Columbia, seguida por otro año en el hospital de niños de Cincinnati. Luego, obtuvo una beca postdoctoral para investigar en el Instituto de Tecnología de California por un año, en donde tuvo la oportunidad de trabajar con el famoso investigador Linus Pauling, así como con otros reputados científicos. Sin descanso continuó sus estudios de posgrado, esta vez durante dos años de investigación clínica en el Hospital de niños de Boston, que fueron seguidos por otro periodo igual como investigador en el laboratorio de John Enders, quien por ese entonces lograba con éxito el cultivo de poliovirus. Todos estos años de estudio, aprendizaje clínico, de laboratorio y de epidemiología, le permitieron a Carleton Gajdusek, tener una formidable preparación para su futura carrera en enfermedades infecciosas. En 1952, fue llamado por el ejército para prestar servicio en el Instituto de Investigación del Ejército Walter Reed, hecho que le fue sumamente útil, ya que el director de este, J. Smadel, apreció sus grandes cualidades y cuando tiempo después, fue nombrado director de los Institutos Nacionales de Salud, llamó a Carleton para trabajar con él (David M. Asher y Michael B. A. Oldstone).

Sus años de gloria

Con sólida formación ya lograda, Gajdusek inicia su carrera formal de investigador. Siguiendo su inclinación por la epidemiología y la medicina geográfica, viaja al instituto Pasteur de Teherán, para estudiar las fiebres hemorrágicas, la peste y la rabia. Como es advertido durante su estancia en la capital de Persia que la tercera parte de los mordidos en la cabeza por un animal rabioso, fallecen a pesar de haber recibido la vacuna antirrábica, propone que esta sea complementada con suero que contiene anticuerpos contra dicha enfermedad, logrando obtener éxito. Fruto de esa estadía, filma un documental que llama La rabia en el hombre, recordando su vieja pasión por el cine, que compartió con su hermano Robert, y que nunca olvidaría. A continuación, viaja a Afganistán y Turquía, en su empeño investigativo, así como a la Unión Soviética, en donde traba conocimiento con una poco conocida encefalitis crónica progresiva en los habitantes de una remota república autónoma, cuya etiología permanece aún siendo desconocida.

Posteriormente viaja a Australia, para estar en el laboratorio de investigación médica, «Walter y Eliza Hall», dirigido por el ya famoso Mac Farland Burnet, quién poco tiempo después, en 1960 recibiría el premio Nobel de medicina. Estando allí en Melbourne, oye hablar de una misteriosa enfermedad neurológica que ocurría en Nueva Guinea. Allí, un médico oficial australiano de nombre Vincent Zigas, envía sueros y muestras de cerebros de nativos de una tribu Fore, asentadas en las tierras altas, que habían fallecido a consecuencias de un padecimiento caracterizado por temblores y trastornos del lenguaje, dolores articulares y musculares, cefalea, fiebre, bamboleo al caminar. Los síntomas progresaban hasta lograr una completa incapacitación que terminaba en la muerte, por lo regular al cabo de un año. Se advertía también que afectaba más a niños y mujeres. Los nativos la denominaban kuru, que significa «temblores». Gajdusek logró que fuese incluido en una comisión enviada por el gobierno australiano para investigar en el terreno tan extraño mal (Nature).

Al llegar, comenzó a estudiar la enfermedad junto con Zigas y fruto de esa colaboración fue la primera publicación de ese padecimiento que apareció en la prensa médica. Al principio, Gajdusek llegó a pensar que se trataba de una enfermedad infecciosa previamente desconocida. Por tal razón intentaron tratarla con diferentes medicamentos, incluyendo antibióticos, sin éxito alguno. Pero no había duda de la asociación con la práctica de canibalismo, que era común en esas tribus aisladas. Ello explicaba la predilección de la enfermedad por los niños y las mujeres. Eran quienes precisamente consumían los órganos (incluyendo el cerebro) y tejidos blandos, mientras los hombres comían los músculos y tejidos magros. En los años sesenta, con la llegada de los misioneros y las autoridades australianas a las tierras altas de Nueva Guinea, la antropofagia desapareció y lo mismo sucedió con el kuru.

El mismo Gajdusek consideró que la idea de asociar el kuru con una encefalopatía espongiforme (en este caso, el «scrapie») partió del trabajo publicado por William Hadlow, un patólogo veterinario norteamericano, en 1959. Otras encefalopatías espongiformes son la enfermedad de Creutsfeldt-Jacob (ECJ), que es la variante humana de la llamada «enfermedad de las vacas locas y la enfermedad de Gerstmann Strausser (López Tricas J.M.).

Posteriormente en 1966, Gajdusek y Gibbs, lograron demostrar que un grupo de chimpancés inoculados con extractos cerebrales de fallecidos por kuru, desarrollaron una enfermedad semejante a la humana. En el NIH. Gibbs, un experto en virus trasmitidos por insectos, trabajó bajo la dirección de Gajdusek y juntos lograron establecer el concepto de «encefalopatías trasmisibles espongiformes» (TSE, siglas en inglés), al lograr la trasmisión de la enfermedad de C-J a monos en 1968 y del «scrapie» a primates en 1972. Además, Gajdusek y sus colaboradores, demostraron en 1980 que la enfermedad de Alzheimer no pertenecía a este grupo, al no ser trasmisible. Por esa época, Gajdusek ya tenía su laboratorio en los Institutos Nacionales de Estados Unidos y contaba con los medios para continuar estudiando este tipo de enfermedades neurológicas. Gozaba en ese momento de una fama muy bien cimentada. El premio Nobel llegó para ser justicia, al que la revista Nature denominó «el más inconvencional e itinerante de los cazadores de microbios».

El agente causal de las TSE resultó no ser un virus lento, sino lo que su descubridor, Stanley Prusiner denominó «priones». Se trata de proteínas defectuosas, resistentes a enzimas, formol, calor o radiaciones ionizantes, capaces de autorreplicarse sin requerir intermediación de ácidos nucleicos. Por estos estudios, Prusiner obtuvo el premio Nobel de medicina en el año 1977.

El ocaso

Después del Nobel, Gajdusek continuó dirigiendo investigaciones en su cargo del NHI, especialmente en el campo de las fiebres hemorrágicas y las enfermedades retrovirales, pero nunca con el ahínco y dedicación que tuvo para las TSE. Más bien, se dedicó a viajar y dar conferencias por todo el mundo, disfrutando de su fama. Recibió innumerables títulos y grados de honor, de más de veinte países. Tal cambio de vida, del que disfrutaba, deterioró su salud, tornándose obeso y cardiópata.

Ninguna biografía de este gran científico puede dejar de lado aspectos de su vida familiar y del drama final de sus últimos años. Durante sus numerosas visitas a Nueva Guinea (Papúa) y otras islas de la polinesia, comenzó a adoptar niños, llevándolos a vivir consigo en los Estados Unidos, brindándoles educación y abrigo. Llegó a conformar una familia de 29 niños y 2 niñas, además de otros a quienes ayudó a distancia. Evidentemente gozaba de tener una familia tan ampliamente extendida y de prestarles ayuda. Pero la tragedia se extendió sobre él.

En abril de 1996 fue acusado de abusar sexualmente de uno de los adolescentes que había adoptado y por tal razón encarcelado. Llevado a juicio, prefirió declararse culpable, siendo entonces condenado a un año en prisión. Nunca más volvió a su trabajo en el NIH después de 35 años de servicios. Solamente uno de sus adoptados, un micronesio de 20 años, decidió declarar contra él. Parece ser que uno de los miembros de su equipo leyó en su diario algunos comentarios sobre las costumbres sexuales que tenían en algunas de las islas visitadas por Gajdusek y lo acusó ante el senado (Álvarez, C.). De acuerdo con su hermano Robert Gajdusek, también un reputado académico, se trataba de «un personaje movido por los celos que todos en el NHI conocían». Cumplida la sentencia, Gajdusek tomó un avión rumbo a París, y ya nunca retornó a su patria.

La mayoría de sus hijos adoptados, varios de ellos con títulos universitarios, continuaron mostrándole afecto y consideración. Muchos de los cuales, años después se reunieron con él, junto a varios de sus amigos, en Europa cuando cumplió 80 años. Durante esos años de exilio, continuó dando conferencias y fue profesor visitante de varias reputadas universidades, pero en especial dividió su tiempo entre París, Ámsterdam y Tromso. En ese tiempo visitó 15 países.

A través de toda su vida, Daniel Carleton Gajdusek fue un voraz lector de la literatura mundial y un escritor muy prolífico. Era políglota y se dice que podía leer alrededor de 10 idiomas. Además, era un conversador compulsivo que podía estar charlando por horas. Pese a estar muy enfermo mucho antes de su muerte, no rehusaba una buena conversación o la invitación a dar una conferencia.

Notas

Asher D. M. y Oldstone M. B. A. (2013). A Biographical Memoir. National Academy of Sciences.
Álvarez, C. (1997). «La caída de un dios». Salud y medicina. Neurología. Marzo, 13.
López Tricas J. M. (2021). «Carleton Gajdusek. Morir en el paraíso». Inforfarmacia.com.
Nature. (2009). «Obituary. Daniel Carleton Gajdusek». Vol. 457/22.