El 01 de septiembre de 1939 es una fecha que todos conocemos y recordamos porque dio inicio a la Segunda Guerra Mundial. La Alemania nazi atacó por tierra, mar y aire a Polonia. Lo que no todos recuerdan es que pocos días después, el 17 de septiembre del mismo año, la Unión Soviética invadió por el este al país, que fue víctima del acuerdo secreto pactado por Hitler y Stalin para hacerlo desaparecer por segunda vez en su historia y repartírselo entre ambas potencias.
Poco duró la heroica resistencia de los patriotas polacos defendiendo su independencia y territorio de sus voraces vecinos. Y también fue breve el tiempo que transcurrió para que el pacto de no agresión que había sido firmado por los cancilleres de Alemania y la Unión Soviética el 23 de agosto de 1939 -conocido como el Pacto Ribbentrop-Molotov- quedara en nada con el ataque e invasión alemana al suelo soviético en la llamada Operación Barbarroja, iniciada el domingo 22 de junio de 1941. Alemania terminó gobernando Polonia hasta la liberación en 1945 por el Ejército Rojo.
Para la historia quedan las imágenes de Hitler desfilando por las calles de Varsovia y luego el horror, el horror más grande de que se tenga memoria en los campos de concentración y exterminio abiertos por los alemanes. Si bien volvió a nacer Polonia como Estado en 1945, quedó bajo la zona de influencia soviética en la división pactada de Europa en Yalta entre el 04 y 11 de febrero de 1945. Tuvieron que transcurrir 44 años hasta que, con la caída del Muro de Berlín, Polonia volviera a ser un país independiente, pero el profundo resentimiento contra alemanes y rusos perdurará por mucho tiempo más. Cultivar la memoria es la mejor educación para las nuevas generaciones y el Estado polaco lo ha hecho muy bien con los monumentos nacionales, las placas recordatorias en las calles y los espectaculares museos que cada día son visitados por estudiantes acompañados de sus profesores.
Además de los campos de Auschwitz y Birkenau, cercanos a Cracovia, que sobrecogen y parten el alma, en la ciudad de Gdansk se encuentran el museo de la Segunda Guerra Mundial inaugurado en 2017 y el del movimiento Solidaridad, abierto en 2014. En 2004, conmemorando 60 años, en la capital se inauguró el museo del Levantamiento de Varsovia. Todos ellos son de una belleza, riqueza histórica y dramatismo impresionantes que permiten recorrer los años de sufrimiento y valentía que ayudan a comprender el carácter nacional de ese país. Varsovia fue arrasada hasta sus cimientos, millones de seres humanos -ancianos mujeres, hombres y niños- asesinados por gases, balas, hambre y luego incinerados en los campos de muerte. Nunca olvidarán los polacos a los millones de víctimas, ni tampoco a quienes dirigieron el exterminio: el régimen de la Alemania nazi.
Dos levantamientos hubo en la capital contra la ocupación alemana: en 1941, cuando el gueto de mayoría judía se alzó en armas en un acto máximo de heroísmo y que llevó a su total destrucción, y el de 1944, cuando el principal frente de resistencia de Polonia, conocido como AK (Armia Krajowa) o Ejército Nacional, formado por patriotas sin distinción de ideología o religión, se levantaron en armas para recuperar el territorio y la independencia ante la derrota alemana en territorio soviético y el rápido avance del Ejército Rojo hacia el oeste. Fueron 63 días de lucha, destrucción y muerte donde la Unión Soviética observó sin dar apoyo a las fuerzas patrióticas polacas mientras que los aliados occidentales negaron la ayuda militar para no enemistarse con Stalin. El 65% de la ciudad fue destruida, miles de muertos, fusilados, asesinados incluyendo niños y miles de mujeres violadas por la soldadesca alemana. El AK no pudo liberar a su país, lo que le habría dado fuerza para mantener su independencia, pero ello no ocurrió. Las raíces del nacionalismo polaco tienen su origen en episodios como los descritos, donde debieron enfrentar solos a dos poderosos enemigos que no tuvieron piedad con su pueblo.
Según sus datos macroeconómicos, Polonia tiene una extensión de 312.690 kilómetros2 y una población de casi 40 millones de habitantes. Su ingreso por habitante ascendió en 2020 a 15.656 dólares, con una deuda pública, como porcentaje del PIB de 57,40%. Su balanza comercial, ese mismo año, alcanzó un superávit de 12.028 millones de euros -equivalente a un 2,3% del PIB- correspondientes a exportaciones por €236.841,7 e importaciones por €224.813,7, ubicándose en el lugar 21 en el mundo en términos de PIB. Polonia formalizó su ingreso a la OTAN en 1999, es miembro pleno de la Unión Europea (UE) desde el 01 de mayo de 2004 y un importante aliado de Estados Unidos.
Por el tamaño de su población, Polonia cuenta con un alto número de votos y representación en los órganos comunitarios. Tiene una fuerte presencia en Europa producto de su trágica historia, de la influencia de la Iglesia Católica y de la postura conservadora y autoritaria de su gobierno. Especial relevancia tuvo la elección de Karol Woytila como el papa Juan Pablo II, quien gobernó la Iglesia entre 1978 y 2005, fecha de su muerte. La Iglesia se convirtió en uno de los baluartes para afirmar su identidad nacional en los años del socialismo real, canalizar la protesta política a partir de los movimientos de trabajadores que se iniciaron tempranamente contra el sistema de partido único y que se cristalizó con la formación del sindicato de trabajadores de los astilleros de Gdansk, Solidaridad, cuyo líder, Lech Walesa, obtuvo primero el premio Nobel de la paz, en 1983, y luego ocupó la presidencia de la república entre 1990 y 1995. El papa Woytilia, la ex primera ministra británica, Margareth Thacher y el expresidente estadounidense, Ronald Reagan, fueron la troika que pudieron hacer lo que parecía imposible: que cayera el Muro de Berlín, el Pacto de Varsovia y la desintegración de la Unión Soviética y demás países socialistas de Europa.
Hoy Polonia, junto a Hungría, son cuestionados dentro de la Unión Europea (UE) por sus políticas ultraconservadoras y por el creciente autoritarismo de sus gobernantes. El caso polaco está fuertemente influenciado por los gemelos Kaczynski, Lech y Jaroslaw, ambos conservadores y líderes del partido Ley y Justicia. El primero sucedió a Lech Walesa en 2005 y gobernó hasta su fallecimiento en 2010, con la caída del avión en territorio ruso, cuando se dirigía a participar en un homenaje a las víctimas de Katyn, asesinadas por orden de Stalin. Las investigaciones descartaron totalmente la participación de Moscú en el hecho. Su hermano Jaroslaw fue primer ministro entre 2006-07, mientras su gemelo era presidente del país. No logró sucederlo al perder la segunda vuelta electoral en 2010, y hoy, pese a no tener ningún cargo político, es el personaje más influyente en las decisiones políticas. Declaradamente conservador en temas valóricos como el aborto, el matrimonio homosexual o la eutanasia, es un crítico a las políticas de la UE.
El actual jefe de gobierno, Mateusz Morawieski, también del partido Ley y Justicia, tiene un destacado currículo profesional y ha ejercido cargos gubernamentales incluyendo el de viceprimer ministro, ministro de desarrollo económico y ministro de finanzas. Sin embargo, es comentario general, que el gobierno está siendo manejado desde las sombras por la influencia que ejerce Kacyzinski. Sus divergencias con las políticas de la UE son cada día más serias a raíz de intentar que la ley polaca se imponga por sobre la comunitaria -lo que es contrario al derecho europeo- y ha llevado a esta última a amenazar con cortar las ayudas económicas o castigar con multas millonarias a Polonia. Más grave es que pone en jaque todo lo que ha costado levantar la súper estructura jurídica de 27 países. Para los gobiernos más liberales de la UE, Polonia se ha transformado en un socio incómodo, provocador, que amenaza la estabilidad, pero al que no se puede abandonar.
Con el gobierno húngaro que encabeza Viktor Orban, existe una gran afinidad y sintonía en temas valóricos y en las críticas a Bruselas, a la que acusan de pretender monopolizar el poder. Además, los une el rechazo decidido a la inmigración. El parlamento polaco acaba de aprobar la construcción de un muro en su frontera oriental con Bielorrusia, de 100 kilómetros de largo, con un costo de algo más de 400 millones de dólares. Es claro que las autoridades, con apoyo significativo de la población, no desean el multiculturalismo como ocurre en las grandes ciudades occidentales. Buscan mantener una sociedad «homogénea», lo que parece ser compartido por otros países de la Europa del este donde tampoco están dispuestos a abrir sus fronteras a los inmigrantes de Afganistán, África o el Magreb.
Resulta curioso que Polonia, con millones de emigrantes en Estados Unidos, Alemania y otros países, no quiera abrir controladamente el país a quienes lo necesitan. Es un tema que seguirá tensionando políticamente la agenda de la UE. Los mismos polacos saben muy bien que no hay posibilidad alguna de abandonar la casa común -como lo hizo el Reino Unido- que tantos beneficios políticos y económicos les ha entregado. El éxito y apoyo popular del actual gobierno de Polonia, junto con leer correctamente los sentimientos nacionales de identidad de los votantes, se debe a las políticas económicas, ayudas oportunas y generosas entregadas sobre todo en los sectores rurales. Las nuevas generaciones son las que impulsarán un futuro cambio en el país. De partida ya no existe el fervor religioso como lo demostrará el actual censo que está en curso y cuyos primeros resultados parecieran mostrar un alejamiento de la iglesia católica y del conservadurismo valórico. En definitiva, la sociedad polaca y los nuevos votantes indicarán el rumbo político, fuertemente influido por lo que ocurre en países vecinos, los desafíos del cambio climático y las ventajas que entrega ser un socio importante dentro de la UE.