Lo siento. No existe una receta mágica para alcanzar la felicidad, así que tendrás que automedicarte. Lo que sí podemos hacer es averiguar cómo encontrar una fórmula, un secreto que solo servirá para ti a menos que también recibas, como un bono extra, el don de contagiarla.
Muchas veces me han preguntado si tengo alguna recomendación para ser feliz y mi respuesta es muy simple: «Define qué te hace feliz y haz lo necesario para conseguirlo». Es una recomendación simple, que puede ser muy poderosa, pero también inútil si no te dedicas con entusiasmo y perseverancia a esas dos acciones. Pero antes, veamos qué dicen otros acerca de la felicidad.
Para algunos, escépticos, la felicidad no existe y no vale la pena buscarla porque no es posible alcanzarla. Igual piensan quienes ejercen el pesimismo como profesión. Ambos se encuentran en un extremo y me pregunto si pensar de esa manera los hace felices.
Para otros, la felicidad es efímera, no es un estado permanente, sino que se logra solo por instantes, o es una utopía que solo unos pocos elegidos pueden alcanzar. Quienes así piensan al menos le dan una oportunidad a la felicidad, pero también le colocan unos límites que ahuyentan a muchos de quienes quisieran alcanzarla y crean paradigmas, barreras, que no son fáciles de derribar.
Hay quienes afirman que el ser humano, o el cerebro del ser humano para ser más específico, no fue diseñado para la felicidad. Yo me pregunto si fuimos diseñados para tocar piano de forma magistral o para correr cien metros en menos de 11 segundos o para escribir poesía, por citar solo algunos ejemplos. Esos logros son producto del esfuerzo de seres humanos normales y no veo por qué no meter a la felicidad en esa lista. Milton Erickson nos deja una posibilidad cuando afirma que «la vida te traerá dolor por si sola. Tu responsabilidad es crear alegría» y Jonathan Benito, apoyado en el creciente campo de la neurociencia, asevera que «nuestro cerebro no está diseñado para cosas sofisticadas de autorrealización. Esas hay que introducírselas; si no se las introduces, se pierden». Podemos inferir, entonces, que la felicidad es una decisión, no es natural, debemos inducirla.
Hasta aquí, hemos comentado el concepto de que la felicidad, o bien no existe, o no es natural, considerando la posibilidad de que algunos seres humanos podamos conseguirla. Por otra parte, existen los que piensan que todos tenemos el derecho y la posibilidad de ser felices. De este lado, también encontraremos muchas definiciones y formas de lograrla.
La felicidad ha sido equiparada con el placer, tanto físico como intelectual. Esta noción lleva a pensar que solo se obtiene por ratos, dado que el placer es temporal, es un regalo que se nos da mientras estamos disfrutando de algo que nos agrada. En esta misma línea hay quienes consideran que la felicidad es el producto de un estado de flujo durante el cual nos mantenemos absortos, con un alto grado de motivación que nos puede llevar incluso a perder la noción del tiempo.
El optimismo también ha sido comparado con la felicidad. Esta noción va más allá del placer ya que el optimismo no es temporal. Es una actitud que se conserva aún en los momentos difíciles. En lo particular, me defino como un «militante del optimismo», lo cual he constatado que no es del agrado de todos. Eso me lleva a echar mano con frecuencia a la frase de Napoleón Hill: «El optimista se equivoca con tanta frecuencia como el pesimista, pero es incomparablemente más feliz». Al equiparar al optimismo con la felicidad vamos más allá de lo temporal y nos lleva a concluir que el optimista puede conservar cierto grado de felicidad aún ante las situaciones adversas. Es bueno anotar que el optimismo no es contrario a la conciencia de la realidad. Ambos se complementan.
Un punto de vista interesante es el de quienes afirman que la felicidad no es un destino sino un camino. Me identifico bastante con este concepto y recuerdo haberlo aplicado hace unos cuantos años. Mi esposa y yo programamos un viaje para visitar a una de nuestras hijas que había emigrado en la ocasión de un evento importante de nuestro nieto mayor. Decidimos que nuestra llegada, al cabo de unos cuantos meses, sería una sorpresa para él. Sin embargo, un buen día me acordé de este concepto y cambiamos la estrategia. Le comunicamos a nuestro nieto nuestra fecha de llegada y eso produjo, durante los meses previos al viaje, bastantes momentos de «felicidad», ya que fuimos llevando una cuenta regresiva y todos los días cruzábamos mensajes. Total, en lugar de la «felicidad» de una sorpresa, que por lo demás hubiera sido muy corta en duración, logramos provocar muchos momentos felices durante varios meses.
Otro punto de vista, que he incluido en mis talleres de gestión del tiempo, consiste en asimilar la felicidad con el equilibrio en las diferentes áreas de nuestra vida. Este concepto se aleja de elementos circunstanciales y promueve la integridad de las dimensiones que componen la vida de una persona. Estas dimensiones, existen varias versiones, no son otras que el cuerpo, la mente, la vida interior y las relaciones. La felicidad tendría entonces que ver con el balance entre estas cuatro dimensiones y deberíamos ocuparnos de ellas para lograr el bienestar integral que conduce a la felicidad.
Hemos visto hasta ahora a la felicidad como un asunto que corresponde a cada individuo. Cada uno es responsable de generar su propia felicidad. No podemos olvidar, sin embargo, que vivimos en un mundo interconectado y que somos seres interdependientes. Eso nos lleva a pensar que cada ser humano, con sus acciones, puede influir en la felicidad de otras personas y esto va desde una relación de pareja donde cada uno de sus miembros busca la felicidad del otro, hasta aquellos que, a través del arte, del altruismo, de la vocación de servicio, trabajan para hacer felices a sus semejantes, bien de forma individual o colectiva. Me inclino por una visión mixta: La felicidad, opino, tiene que ver con la actitud y todos tenemos la posibilidad de influir en la felicidad de otros. Solo la actitud correcta nos llevará a buscarla, a dejarnos influir por otros y a influir sobre los demás.
Yendo más allá, hay organizaciones que se ocupan de promover, e incluso de medir, la felicidad de un colectivo. La Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible de la ONU midió en 2019 el índice de felicidad de 156 países, con base en una encuesta que clasifica a esos países según lo felices que se sienten sus ciudadanos. Este estudio asigna una gran responsabilidad a los gobiernos y una de sus conclusiones es que ellos deben permitir que las personas disfruten de la libertad personal como factor para lograr la felicidad.
No puedo dejar de mencionar el estudio, que ya lleva 75 años, acerca del desarrollo de adultos, conducido por la Universidad de Harvard. Este estudio nos proporciona datos sin precedentes acerca de la felicidad y satisfacción de las personas. Recomiendo escuchar la charla TED: What makes a good life? Lessons from the longest study on happiness, la cual está subtitulada al español. Después de explicar los detalles del estudio y afirmar que la mayoría de las personas equiparan a la felicidad con la fama y el dinero, el director actual del proyecto sorprende a la audiencia al revelar que la felicidad y la salud de las personas dependen, en mayor grado, de la cantidad y calidad de las relaciones a lo largo de su vida. Le concedo un gran valor a este estudio y me llama la atención que el cultivo de las relaciones impacta a las otras dimensiones que mencionamos con anterioridad.
De lo que no parece haber duda es de que el cuerpo humano posee ciertos mecanismos para inducir momentos alegres, placenteros, felices. Bajo ciertas circunstancias, nuestro cuerpo libera sustancias que inducen estos estados de ánimo. La buena noticia es que podemos provocar, con nuestro cuerpo o nuestra mente, la liberación de estas sustancias. ¿Cómo? Con pensamientos, recuerdos, evocaciones, que nos provoquen alegría; meditando, ejercitándonos, compartiendo con seres queridos, escuchando música o leyendo algo que nos agrada, sonriendo aun sin motivo; en fin, estimulando momentos de «buen humor» cada vez que podamos. Ya lo decía Sigmund Freud: «El humor es la manifestación más elevada de los mecanismos de adaptación del individuo».
No es fácil sacar conclusiones definitivas acerca de lo que significa la felicidad, ya que ella depende en gran medida del concepto que cada persona le asigna. Me inclino por opinar que la felicidad tiene que ver con la actitud y es, hasta cierto punto, una decisión individual. El optimismo y el buen humor forman parte del paquete. Creo que una persona «puede ser feliz» aun cuando pase por momentos muy difíciles, ya que la actitud correcta facilitará la superación de esos momentos. Promover «momentos felices», sobre todo en compañía, es una gran estrategia. También creo que no basta con considerarse feliz, ya que es una responsabilidad transmitirla y contagiarla a nuestro entorno, lo cual a su vez aumenta la propia felicidad. Por último, es imprescindible que bajemos las defensas y permitamos la entrada a aquellos elementos que nos acercan a la felicidad.