Cumbres van y cumbres vienen. Y no hablamos de las nevadas cumbres del Mont Blanc ni del Himalaya, o de las hermosas cordilleras chilenas, sino de reuniones políticas entre jefes de Estado. La que ahora ha cobrado relevancia, como una alternativa real a la desfalleciente Organización de Estados Americanos (OEA) es la de la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) celebrada este mes de septiembre de 2021 en la capital mexicana. Ya antes de esas fechas las Cumbres Iberoamericanas, propiciadas por la Corona Española, se habían hecho famosas por su legendaria inutilidad e ineficacia. Pero hay excepciones, desde luego, en otras latitudes y para fines diversos. Por ejemplo, las de la OPEP para fijar cuotas de producción y precios del petróleo; o las de «los 7» o «los 21», de los países más ricos, para seguir empobreciendo al resto del mundo. En este caso, bien lo ha escrito Carlos Fazio, periodista de talla mundial, «la Celac resurgió como actor contrahegemónico» (La Jornada, 20/09/21).
¿Cómo valorar la importancia de esos acontecimientos mediáticos y políticos? ¿Qué se obtiene de ellos? ¿Sirven para algo realmente? Hay percepciones diversas, incluso las de quienes han analizado los «Desafíos estratégicos del regionalismo contemporáneo CELAC e Iberoamérica» (Bonilla Soria, A. y Álvarez Echandi, I. edits. 2013. 1ª. ed. San José, C.R.: FLACSO,); o bien los «Desafíos contemporáneos estratégicos de las Diplomacias de Cumbres» en seminarios llevados a cabo en La Habana, Cuba, desde junio de 2013.
En situaciones de crisis graves sin duda las reuniones de «alto nivel» pueden ser útiles y oportunas, en el marco o al margen del sistema de la ONU. Pero hay casos en que la rutina y la parafernalia solo sirvieron para registrar algunos exabruptos como el incidente en que el Rey Juan Carlos (gestor de contratos y matador de elefantes) pretendió acallar a Hugo Chávez, sin conseguirlo. O en otras latitudes las cumbres del Mundo Árabe, que debieron suspenderse por sus elevados costos y nulos resultados. Pues bien, ahora vamos a una nueva etapa, que esperamos sea útil y eficaz, en la que jefes de Estado latinoamericanos y caribeños buscan generar políticas propias y replantear sus relaciones con EE. UU. Y es que la pregunta que está por responderse es si sobrevive la OEA o está ya siendo reemplazada en la real politik por la CELAC.
En la «Declaración de la Ciudad de México», emitida luego de la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) celebrada este mes de septiembre, el organismo se posiciona en 44 puntos sobre una amplia diversidad de temas, que incluyen un orden internacional más justo, la consolidación de la democracia, el fortalecimiento de la educación y de la igualdad de género, la lucha contra la corrupción y la pobreza, el respeto a los derechos humanos y a los derechos de las minorías, los grupos vulnerables, los pueblos originarios, indígenas y afrodescendientes, entre otros asuntos.
Lo que bien resume los propósitos y objetivos de la reciente cumbre latinoamericana es la presentación inicial del presidente mexicano:
La CELAC, en estos tiempos —afirmó el presidente Andrés Manuel López Obrador— puede convertirse en el principal instrumento para consolidar las relaciones entre nuestros países de América Latina y el Caribe, y alcanzar el ideal de una integración económica con Estados Unidos y Canadá en un marco de respeto a nuestras soberanías; es decir, construir en el continente americano algo parecido a lo que fue la Comunidad Económica que dio origen a la actual Unión Europea.
En el terreno político podemos comprometernos a respetar las decisiones internas de los pueblos y que ningún gobierno se arrogue la facultad de someter a otro país bajo ningún motivo, causa o pretexto, o mediante la utilización del dinero, la propaganda, las sanciones económicas y diplomáticas o el uso de la fuerza.
Que las controversias sobre democracia y derechos humanos se diriman a petición de las partes en instancias verdaderamente neutrales creadas por los países de América y que la última palabra la tengan las agencias especializadas de la Organización de las Naciones Unidas.
En cuanto a lo económico y comercial, propongo que junto con Estados Unidos y Canadá construyamos un acuerdo y firmemos un Tratado para fortalecer el mercado interno en nuestro continente, que en la actualidad es deficitario en relación con Europa y, sobre todo, con respecto a Asia.
Pienso, pues, que es el momento de terminar con el letargo y plantear una nueva y vigorosa relación entre los pueblos de América. Me parece que es tiempo de sustituir la política de bloqueos y de malos tratos por la opción de respetarnos, caminar juntos y asociarnos por el bien de América, sin vulnerar nuestras soberanías.
¿Acaso no tendría el presidente Biden el apoyo del congreso de Estados Unidos para destinar recursos en beneficio de los pueblos de nuestra América y reducir la desigualdad y la violencia en la región, causas principales de desasosiegos sociales y de flujos migratorios?
Parece oportuno recordar, en el ámbito geopolítico de las Américas, que desde mediados del siglo pasado —luego de terminada la Segunda Guerra Mundial y al calor de la Guerra Fría— se creó por decisión de los EE. UU. primero el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR,1947) y unos meses después la Carta de la Organización de Estados Americanos (OEA,1948). El primero, de carácter militar, preveía la acción colectiva de defensa en caso de amenaza o agresión a alguno de sus miembros; y el segundo para para promover la paz, la democracia y la cooperación entre todos los países americanos. Sin embargo, el primero, que fue invocado cuando la Thatcher decidió enviar una flota de guerra para recuperar las «Falkland Islands» (1982), no solo no obtuvo un apoyo de Estados Unidos, sino que Reagan se alineó abiertamente con Inglaterra y contra Argentina. Y al segundo, además de un hermoso edificio, irónicamente se le reconoce como el «Departamento de Colonias» en Washington.
Para evaluar la acción de la OEA a lo largo de más de ocho décadas se requiere un afán de objetividad no particularmente «ideologizado», pero sí riguroso. Los asuntos económicos siempre estuvieron fuera de su alcance. En lo político y en lo jurídico, en cambio, la actuación de la OEA ha sido bien calificada como «perversa» o «siniestra». La lista de atropellos que allí fueron fraguados o avalados para promover y proteger los intereses y la seguridad de los EE. UU. es larga. Algunos «campeones» de la democracia, como los Foster Dulles (Departamento de Estado y CIA) descuellan por su recurrente uso y abuso de los mecanismos de intervención para derrocar gobiernos, cometer asesinatos políticos o descalificar procesos electorales, que van desde la «caída» de Castillo Armas en Guatemala (1954) hasta la de Evo Morales (2019). Ah, pero se encontraron con algunos obstáculos insalvables en el camino, por las posiciones irreductibles de países independentistas como México, Cuba, Venezuela, Bolivia o Nicaragua, que a lo largo de los años fueron expulsados o llegaron inclusive a abandonar por propia iniciativa ese organismo regional interamericano.
Del texto aprobado por consenso, cabría destacar algunos de los puntos más significativos:
La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), consciente de la importancia que tiene este mecanismo de concertación, unidad y diálogo político que incluye a los treinta y tres países de América Latina y el Caribe, sobre la base de los lazos históricos, los principios y valores compartidos de nuestros pueblos, la confianza recíproca entre nuestros gobiernos, el respeto a las diferencias, la necesidad de afrontar los retos comunes y avanzar en la unidad en la diversidad a partir del consenso regional, se reúne en la Ciudad de México, el 18 de septiembre de 2021.
Por conducto de su presidencia pro témpore (gobierno mexicano), la CELAC reitera el compromiso con la unidad e integración política, económica, social y cultural, y la decisión de continuar trabajando conjuntamente para hacer frente a la crisis sanitaria, social, económica y ambiental, ocasionada por la pandemia de COVID-19, el cambio climático, desastres naturales y la degradación de la biodiversidad del planeta, entre otros.
Reitera su compromiso con la construcción de un orden internacional más justo, inclusivo, equitativo y armónico, basado en el respeto al Derecho Internacional y en los principios de la Carta de las Naciones Unidas, entre ellos la igualdad soberana de los Estados, la solución pacífica de controversias, la cooperación internacional para el desarrollo, el respeto a la integridad territorial y la no intervención en los asuntos internos de los Estados.
Reafirma su compromiso con la defensa de la soberanía y del derecho de todo Estado a construir su propio sistema político, libre de amenazas, agresiones y medidas coercitivas unilaterales en un ambiente de paz, estabilidad, justicia, democracia y respeto de los derechos humanos.
Reafirma que el proceso histórico de consolidación, preservación y el ejercicio pleno de la democracia en nuestra región es irreversible, no admite interrupciones ni retrocesos y seguirá estando marcado por el respeto a los valores esenciales de la democracia; el acceso al poder y su ejercicio con sujeción al Estado de Derecho; y el respeto a las facultades constitucionales de los distintos poderes del Estado y el diálogo constructivo entre los mismos; la celebración de elecciones libres, periódicas, transparentes, informadas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo, la participación ciudadana, la justicia social y la igualdad, la lucha contra la corrupción, así como el respeto a todas las libertades públicas reconocidas en los instrumentos internacionales.
Reitera su llamado a la comunidad internacional y al sector farmacéutico mundial a sumarse a los esfuerzos de los gobiernos y de los organismos multilaterales, incluyendo las discusiones en diversos foros encaminadas a incrementar la cooperación para asegurar una distribución pronta, equitativa, solidaria y a precios asequibles, de vacunas, insumos y equipamientos médicos, además de otros tratamientos contra la COVID-19.
Afirma su compromiso para avanzar en la erradicación de la pobreza en todas sus formas, especialmente la pobreza extrema, así como la desigualdad en todas sus dimensiones, ambas circunstancias agravadas por la pandemia de Covid-19, como un requisito indispensable para el desarrollo sostenible y garantizar una recuperación económica y social, justa e inclusiva, frente a la actual crisis ocasionada por las consecuencias adversas de la pandemia.
Reitera su rechazo a la aplicación de medidas coercitivas unilaterales, contrarias al derecho internacional, y reafirma su compromiso con la plena vigencia del Derecho Internacional, la solución pacífica de controversias y el principio de no intervención en los asuntos internos de los Estados.
Reitera que la trata transatlántica de esclavos y el genocidio indígena en la región fueron crímenes atroces contra la humanidad y reconoce los esfuerzos realizados hasta el momento para buscar establecer recursos y medidas compensatorias y reparadoras efectivas a nivel nacional, regional e internacional, incluyendo los esfuerzos de la Comisión de Reparaciones de CARICOM, de conformidad con la Declaración de Durban.
Ratifica su más alto compromiso político en la lucha contra el cambio climático, la desertificación, la contaminación, la defaunación y la pérdida de biodiversidad, como urgentes desafíos que enfrenta la humanidad, para lograr un equilibrio entre las necesidades económicas, sociales y ambientales de las generaciones presentes y futuras.
Reitera su profundo rechazo a todo acto de terrorismo en todas sus formas y manifestaciones, sin importar sus motivaciones, financiamiento, lugar y persona que lo haya cometido. Reitera su preocupación por el extremismo violento que pueda conducir al terrorismo. Destaca su compromiso para fortalecer la cooperación internacional, sobre la base de asistencia judicial recíproca, y robustecer los mecanismos regionales para combatir la financiación al terrorismo incluido el lavado de activos que tienen una relación directa con la Delincuencia Organizada Transnacional.
Se ha comentado que el «as bajo la manga» de López Obrador fue que, por invitación de México, el presidente de China, Xi Jinping, fue el único jefe de Estado extrarregional que pronunció un discurso por video a la cumbre: «En julio de 2014, los dirigentes de los países regionales y yo declaramos juntos el establecimiento del Foro China-Celac, abriendo así una nueva vía para la cooperación entre China y ALC en su conjunto», dijo Xi.
Añadió que, a lo largo de estos siete años, en pujante desarrollo, el foro se ha convertido en la plataforma principal para aglutinar fuerzas amistosas de los diversos sectores de China y ALC, y ha hecho relevantes contribuciones a la profundización de los lazos entre China y ALC.
Xi subrayó que, habiendo superado la prueba de las vicisitudes internacionales, «los vínculos entre China y ALC han entrado en una nueva era caracterizada por la igualdad, el beneficio mutuo, la innovación, la apertura y el bienestar para los pueblos».
Nadie puede ocultarse el hecho de que los tiempos han cambiado. Con OEA o sin OEA, frente al triste papel de un pequeño lacayo como el secretario general Almagro, con las nuevas iniciativas diplomáticas mexicanas se acredita y se hace evidente que otra era está en marcha; como bien lo señaló el presidente Maduro: «‘Bolivarismo’ frente a ‘monroismo’ significa simple y llanamente más soberanía, independencia y justicia social para nuestros pueblos». Los objetivos y proyectos de renovación y de cambio de las estructuras políticas y económicas de la región abren paso a nuevos esfuerzos de interacción y mayor intercambio entre los países del Sur frente a los países del Norte en América y en el mundo. En efecto, el juego de fuerzas a escala mundial hace cada vez más difícil, si no ya imposible, dar marcha atrás a los avances de las corrientes liberadoras y progresistas latinas que, por lo demás, cuentan ahora con efectivas dirigencias políticas y sociales.
El nuevo o bien el último continente «descubierto» por los europeos, América ¿era un espacio de reconocimiento o de conquista? Reconocimiento de límites previos y de espacios abiertos a la ampliación de poderes establecidos y confrontados, o campo de experiencias nuevas y de utopías, mundos ajenos y diversos, distintos a los propios, apareciendo en horizontes impensados, inimaginados. En realidad, todo parecía dispuesto para la desposesión y la rapiña o para la creación de un Nuevo Mundo que aún no acaba de nacer. Pero avanza y se construye día con día.