Con el socialismo utópico francés, particularmente, se constituyó una de las fuentes integrantes más importantes del socialismo científico, que influirá decididamente en el desarrollo del movimiento obrero europeo durante todo el siglo XIX y en la sociedad contemporánea del siglo XX. Tanto el utopismo de Saint Simón como el de Fourier nació de la propia Revolución francesa, de su observación durante los períodos de la Revolución, el Imperio y la Restauración Monárquica.
Durante este proceso la burguesía sustituyó la aristocracia feudal y las clases sociales a los estamentos del antiguo régimen, situación que se profundizó con el desarrollo industrial.
Para Saint Simón los regímenes sociales son una aplicación de un determinado sistema filosófico por lo que para implantar un sistema social nuevo debe establecerse el correspondiente sistema filosófico que lo justifique. Observó la división en clases de la sociedad y estableció el análisis de la misma por medio de leyes sociales y destacó la política como la ciencia de la producción.
Entre sus principales discípulos durante el siglo XIX están Bazard, Bucher, Bathélemy Prosper Enfantin, Benjamín Olinde Rodríguez, Chevalier, F. de Lesseps, quien construyó el Canal de Suez e intentó el de Panamá, Carnot y Leroux. Los sansimonianos criticaron fuertemente la propiedad y procuraron una evolución pacífica al nuevo orden social.
Fourier impulsó la idea que la sociedad que vivía era transitoria y que los valores de la Revolución francesa, «igualdad, libertad y fraternidad», solo tenían significado para un momento histórico determinado; también señaló que la sociedad humana se transformaba por los cambios que se sucedían en su economía y destacó que en las sociedades humanas había contradicciones insuperables pero posibles de armonizarse. Estableció incluso etapas de evolución de la sociedad humana en cuya última fase, la de la civilización, una de sus características era la de la «dominación del gobierno por los ricos y las rebeliones y revoluciones de los pobres».
Entre sus preocupaciones la mujer ocupó un lugar igual al hombre y vinculó su liberación e igualdad con la del hombre.
En Francia las ideas de Fourier trataron de plasmarse, con la escuela societaria, desde 1830 hasta 1850 y, en 1833, se había tratado de fundar un falansterio en Condé sur Vesgres.
Entre sus discípulos decimonónicos está Víctor Considérant. También a Emilio Zolá se le ha considerado como uno de sus más acérrimos seguidores. Algunas experiencias como esta trataron de desarrollarse en Estados Unidos, Bélgica, Argelia, Brasil. En Costa Rica en las primeras décadas del siglo XX, George Vidal, trató de impulsar una experiencia falansterial semejante, en la región de Puriscal, y, cuando se constituyó el Centro de Estudios Sociales Germinal, en 1909, en Costa Rica, tenían en su local una imagen de Zolá.
Los utopistas franceses junto con los ingleses constituyeron una fuerte corriente de opinión en el movimiento obrero y en los movimientos sociales europeos e internacionales, incluidos los movimientos cooperativistas y las vinculaciones que se impulsaron entre los intelectuales y el movimiento obrero, especialmente por la presencia de Roberto Owen en el movimiento utopista inglés.
Con el desarrollo de la Revolución industrial también surgieron las primeras organizaciones obreras y las primeras experiencias de lucha del proletariado y de los obreros fabriles.
Tuvieron como marco, desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta la primera mitad del XIX, a la Revolución francesa y el desarrollo de las distintas corrientes socialistas que, con ella, y resultado también del enciclopedismo, surgieron. Así, entre las primeras expresiones de luchas sucedieron las destrucciones de las máquinas, el ludismo, los incendios de fábricas, muy semejantes fueron los incendios de principios de siglo XX en el agro costarricense, el cartismo y la participación en movimientos políticos dirigidos por la burguesía.
El cartismo también promovió luchas políticas junto con las mejoras que solicitaban en las condiciones de trabajo. Entre las demandas políticas exigían el sufragio universal y secreto, igualdad de los distritos electorales, eliminación de los censos electorales y sueldo para los diputados. En esta lucha política incluso llegaron a plantear la lucha armada. Lograron algunas leyes importantes regulando el trabajo de niños y de mujeres.
A finales del siglo XIX en Costa Rica florecieron los Clubes Políticos de artesanos, trabajadores y obreros en los partidos oligárquicos, como una alternativa organizativa frente al Partido Independiente Demócrata de Félix Arcadio Montero, que en sus propósitos organizativos y lenguaje de tribuna evocaba planteamientos radicales y populistas, con hondo contenido clasista y muy cercano a los socialistas, llamando a organizarse en su partido a los «chaquetas, descalzos y descamisados», contra el «Olimpo y los levitas».
Los movimientos revolucionarios de principios de siglo XIX en los Balcanes; los de 1830 en Francia y el centro europeo, como los de 1848 son reflejo importante de las repercusiones de la Revolución francesa en Europa, en general, y del establecimiento de repúblicas burguesas.
En el caso concreto de Francia se evoca nuevamente el espíritu de 1789 y de 1793, que provocan la huida de Carlos X y el pronunciamiento de la Comisión Municipal de París, que reclama la abolición de la monarquía, un gobierno ejercido por mandatarios electos por la nación, la libertad de cultos, el establecimiento de una Guardia Nacional y que el Poder Ejecutivo lo ejerciera un presidente.
Estos movimientos en 1830 en Francia como en 1832 en Inglaterra enseñaron a los obreros la reivindicación de sus propias demandas.
En 1848 la Revolución Industrial se había desarrollado en Francia, Inglaterra, Bélgica, Suiza, en diversas regiones de Alemania (en la Renania, Westfalia, Berlín, Silesia y Bohemia). En este período se plantea alternativo al Tercer Estado en el Parlamento, el Cuarto Estado, compuesto por los asalariados que se nutría de una rica experiencia de lucha economicista por salarios y algunas por jornadas y mejores condiciones de trabajo.
La Revolución de 1848 en Francia hizo surgir organizaciones secretas de obreros socialistas y de burgueses liberales. En estas luchas destacan dirigentes como Alphonse Lamartine, Louis Blanc, Auguste Blanqui, Vidal, Etienne Cabet, Pedro José Proudhon, Lamennais y escritores como Víctor Hugo, Charles Baudelaire, George Sand, Michelet y Eugenio Sue, todos ellos conocidos en Costa Rica a finales del siglo XIX.
El 25 de febrero de 1848, con presión del Cuarto Estado, se proclamó la Segunda República francesa, que dio origen a una nueva jornada revolucionaria, que estableció el derecho al trabajo.
En el resto de Europa se habían producido movimientos y niveles organizativos significativos. Las luchas de la Asociación Patriótica Alemana, transformada en 1834 en la Liga de los Proscritos y, en 1836, luego de una escisión, hace surgir la Liga de los Justos, que en 1847 se pasó a denominar Liga de los Comunistas, para diferenciarse de la gran cantidad de organizaciones socialistas existentes; esta dirigida entre otros por Carlos Marx y Federico Engels, quienes redactaron su manifiesto inicial, conocido como El Manifiesto Comunista.
A partir de 1840 se dieron importantes movimientos organizativos y de lucha de la clase obrera en España e Italia.
Los acontecimientos de 1848 repercutieron en toda Europa: sublevaciones en Italia, Viena, en Hungría y Praga. A pesar de las derrotas políticas la clase obrera, en estos acontecimientos, había ganado en conciencia y en su fuerza organizativa. También se fortaleció el sentimiento de nación y se liquidó el feudalismo en Europa. Además del socialismo científico se desarrollaron en Europa, y luego en el resto del mundo, corrientes como el anarquismo o el comunismo libertario y el llamado socialismo cristiano.
Las revoluciones de 1847-1848 permitieron, finalmente sintetizar la experiencia de lucha del movimiento obrero y confirmó la necesidad del desarrollo de la teoría del socialismo científico.
La nueva Revolución social se afirmó como inevitable y se elaboraron las premisas objetivas y subjetivas de la Revolución. Se afirmó la necesidad de resolver por la vía revolucionaria las contradicciones clasistas de la sociedad, y se puso en evidencia la necesidad de construir un partido revolucionario para la clase obrera. Su ausencia se valoró como una de las causas que influyeron en las derrotas sufridas.
Otro elemento que se desarrolló en la teoría revolucionaria fue el estudio de períodos revolucionarios, de la base económica de la sociedad y del arte militar.
Los procesos revolucionarios de 1848 permitieron visualizar la victoria histórica de la clase obrera en un solo período revolucionario, sobrevalorándose el grado de madurez de la sociedad capitalista y minusvalorándose la complejidad del proceso revolucionario, que dependía de la especificidad del mismo.
En esta lucha de 1848 el movimiento obrero inició la lucha por la legislación del trabajo que entre otras demandas pedía reconocimiento del derecho a trabajar, creación de un Ministerio que atendiera los asuntos laborales, apertura de los Talleres nacionales para garantizar el derecho al trabajo.
El 26 de febrero de 1848 se lograron estas demandas como resultado de la acción obrera y, se ordenó, el 28 de febrero integrar una comisión para redactar la legislación social. De ella nacieron los Conseils de Prud'hommes, embriones de las actuales Juntas de Conciliación y Arbitraje, la contratación directa, la jornada de diez horas en París y de once en las Provincias, el reconocimiento del derecho de coalición, la libertad de asociación y de huelga, y el sufragio universal.
La reacción a estas conquistas no se hizo esperar: se cancelaron los Talleres Nacionales y el gobierno dictatorial de Louis Eugene Cavignac preparó el ascenso de Luis Bonaparte el 10 de diciembre, de este año, 1848, y se suprimieron las conquistas obreras; se elevó la jornada, se prohibió el derecho a la organización profesional y en sustitución del derecho al trabajo se impulsó un programa de asistencia y previsión social.
Organizativamente surgió la Asociación Internacional de Trabajadores, impulsada por Carlos Marx, conocida como Primera Internacional, en 1864, y a partir de allí un notable impulso a la organización internacional y local de los trabajadores.
Entre 1847 y 1900 se celebraron dos Congresos de la Liga de los Justos; dos Conferencias preparatorias de la Primera Internacional y siete Congresos de esta; seis Congresos y dos Conferencias de la fracción escisionista de la Internacional; dos Congresos internacionales socialistas; cinco Congresos de la Segunda Internacional y cinco Congresos de obreros de tipo corporativo.
La Revolución francesa y algunas de sus repercusiones en el movimiento feminista y sufragista
La sociedad que emergió con la Revolución francesa y con la Revolución industrial repercutió de modo notable en las relaciones familiares existentes.
De hecho, redujo la familia a unidades de padres e hijos. En estas se acentuó la exclusión de la mujer del trabajo, se fortaleció su dependencia del marido, se sometió a un trabajo servil, invisible, no remunerado y se le fortaleció el papel de reproductora de la fuerza de trabajo y se le disolvió socialmente.
De este modo, la revolución industrial facilitó la asociación de la mujer a la lucha social y la Revolución francesa lo hizo en su toma de conciencia. En este último aspecto con la enseñanza pública masiva se incorporó la mujer a la educación. La preocupación de la educación de la mujer en Costa Rica, prácticamente, se dio desde los primeros días de la vida independiente, en los gobiernos de nuestro primer jefe de Estado, de paso, educador, Juan Mora Fernández.
Entre 1789 y 1794 se fortalecieron los clubes femeninos que actuaron en el movimiento revolucionario y, se llegó a afirmar, cuando se promulgó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que como la mujer tenía derecho al cadalso también tenía derecho a la tribuna.
En la toma de la familia real, en el asalto al Ayuntamiento de París, y en la marcha sobre Versalles, tuvieron significativa participación las mujeres. En los días inmediatos al 15 de septiembre de 1821, bajo la presión de la independencia declarada en Chiapas, Ciudad Real y Tuxtla hubo movilizaciones de mujeres presionando en Guatemala por la Independencia.
En 1789 en Inglaterra Mary Wallstonecraft publicó la Vindicación de los derechos de la mujer. En los Estados Unidos entre 1775 y 1781 se dieron movimientos sufragistas. En la misma Francia, en 1791, Olympe de Gouges, redactó la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, que se presentó a la Asamblea Nacional el 28 de octubre de 1791.
Los movimientos revolucionarios de 1848 también revitalizaron el movimiento femenino. En julio de 1848, en Seneca Falls, en Estados Unidos, se logra la «declaración de sentimientos» en que las mujeres reclaman el derecho a administrar ganancias, tener bienes personales, el acceso a la enseñanza, el derecho al divorcio, la custodia de niños y el derecho al voto. En Costa Rica el derecho al divorcio se estableció en 1888, no como un resultado de luchas sociales, sino por iniciativa de los liberales que participaron en la Comisión Codificadora, que desde 1882 hasta 1888, revolucionaron y modernizaron la legislación nacional.
Por su parte, La Liga de los Justos resaltó el papel de la mujer y, en 1866, Carlos Marx pidió en el Congreso Internacional de Ginebra, de la Asociación Internacional de Trabajadores, que se abordara el problema de la mujer.
En 1869 en varios Estados de los Estados Unidos se logró el voto femenino. En Alemania la lucha de las mujeres había adquirido gran fuerza. En 1869 John Stuart Mills reclama el voto femenino y publica La subordinación de la mujer, al mismo tiempo que en Londres, Edimburgo y Manchester se creó la Unión Nacional y Social para el Sufragio Femenino.
Durante los días de la Comuna de París las mujeres jugaron relevante papel en las barricadas. En 1888 Auguste Bebel publica su libro La mujer y el socialismo, y en el II Congreso de la Internacional Clara Zetkin y Emma Iherer proclaman el derecho de la mujer a la igualdad en el trabajo.
La Comuna de París de 1871
La guerra franco prusiana de 1870 y la Comuna de París de 1871 marcan el inicio de un período histórico que se prolonga hasta la Revolución rusa de 1917.
Como resultado de la Batalla de Sedán, Luis Bonaparte, el emperador francés, fue hecho prisionero, y el 4 de septiembre de 1870 el pueblo parisino exigió la proclamación de la República.
El 17 de septiembre el ejército prusiano avanzó sobre París, por lo que el Gobierno Provisional integró batallones compuestos por obreros, artesanos y pequeños empleados.
El 26 de febrero de 1871 el gobierno de Thiers, por temor a los sectores populares y sus demandas firmó un tratado de paz con Alemania. Como resultado de este Tratado, Francia cedió la Alsacia y la Lorena a Alemania, además de pagarle 5 mil millones de francos. Esta situación provocó un gran malestar popular. Los problemas sociales se agudizaron y se fortalecieron ciertas políticas coercitivas que restringían derechos ciudadanos.
El 13 de marzo de 1871 se constituyó la Federación de la Guardia Nacional, muy ligada al movimiento obrero, y se eligió su Comité Central.
El 18 de marzo el gobierno de Louis Adolphe Thiers trató de desarmar la Guardia Nacional, lo cual provocó un estallido revolucionario en París, ciudad que rápidamente pasó a control del Comité Central, que hizo ondear la bandera roja en el Ayuntamiento. Así se constituyó el primer gobierno obrero en la historia y se intentó organizar un Estado de nuevo tipo.
El 26 de marzo se realizaron las elecciones universales al Consejo de la Comuna, la cual se proclamó el 28 de marzo. El 2 de abril la burguesía y los versalleses desataron la guerra civil.
La Comuna, entre las medidas más significativas que tomó, suprimió el Ejército regular y armó a los comuneros. El Consejo de la Comuna asumió tareas ejecutivas y legislativas, creó nuevas instituciones estatales entre ellas nuevos tribunales judiciales, sustituyó los representantes electos por sufragio universal y separó la Iglesia y el Estado.
Con la Comuna de París se proyecta al siglo XX una tradición de organización y lucha revolucionaria, heredada, fundamentalmente, en los partidos comunistas. El himno de los comuneros, conocido como «La Internacional», se asumió luego como himno del movimiento comunista internacional. El propio Vladimir Maiakovski, poeta y escritor ruso, en su largo poema a Lenin, recuerda a los comuneros como parte del proceso revolucionario ruso.
La Revolución francesa y el Primero de mayo
Como resultado de la lucha de los obreros norteamericanos de 1886, en la cual se paralizaron cerca de 5,000 establecimientos y entraron en huelga 340,000 trabajadores se logró la jornada de 8 horas, ese mismo día, para 125,000 huelguistas.
Este movimiento se realizó el 1º de mayo, día en que se discutían los contratos de trabajo. El 3 de mayo se produjo un acto terrorista por el cual culparon a varios dirigentes obreros y ocho de ellos fueron condenados a muerte. Su lucha y muerte no fue olvidada.
El propio movimiento obrero norteamericano reanudó la lucha por la jornada de ocho horas; así la Federación Americana del Trabajo en el Congreso de San Luis, de 1888, replanteó nuevamente la lucha por esta jornada y convocó a la preparación de nuevas huelgas para el día 1º de mayo de 1890.
En agosto de este mismo año, 1888, la Conferencia Internacional Corporativa de París exigió a los gobiernos firmar tratados y convenios sobre las condiciones de trabajo. También convocó a la realización de un Congreso Obrero Internacional en 1889, para lo cual se encargó al Partido Obrero Socialista Francés.
El Tercer Congreso de la Federación Nacional de Sindicatos y Grupos Corporativos, reunido en Bordeaux-Le Bouscat, el 28 de noviembre de 1888, también se sumó a la convocatoria de un Congreso Internacional en 1889.
Estas resoluciones se confirmaron en el Congreso de Troyes, en diciembre de 1888, lo cual se acompañó de manifestaciones en 60 ciudades de Francia.
La falta de entendimiento entre las organizaciones obreras hizo que se realizaran dos Congresos Obreros Internacionales en París: el primero, el de Burdeos, se llamó «allemanista» y se realizó en la calle Lancry del 15 al 20 de julio y; el segundo, se llevó a cabo en la Sala Petrelle, calle Rochechouart, el cual se llamó «marxista», con una representación internacional más amplia.
Ambos Congresos se pronunciaron sobre los mismos tópicos, pero el de la Sala Petrelle concretó la convocatoria y declaración de la huelga el 1º de mayo de 1890 para continuar la lucha por la jornada de ocho horas de trabajo; además estableció que debía declararse esta fecha perpetua, y celebrarse cada año, para lo cual la clase obrera internacional, en cada uno de los países, haría un balance de las luchas realizadas en el año transcurrido y elaboraría un plan de luchas para el año venidero.
Así el 1º de mayo surgió como un día internacional de lucha de la clase obrera internacional. Además, se asoció en la memoria de esta celebración el recuerdo permanente de quienes cayeron en la lucha de 1886, los llamados Mártires de Chicago.
En el caso de Costa Rica cuando se inició en 1913 la celebración de esta jornada de lucha, por parte del movimiento obrero costarricense, se asoció no solo a ese espíritu internacionalista, de organización y lucha, sino que también se unió, tal celebración, a la fecha patriótica de la rendición de William Walker, jefe de los filibusteros norteamericanos durante la guerra de 1856-1857.
En este sentido habría que mencionar también a don Pedro Bariller, ilustre ciudadano francés que prestó valiosos servicios militares a la Patria durante esta guerra.
Algunas repercusiones de la Revolución francesa en la educación y la cultura, y en Costa Rica
Otro elemento por el cual debe valorarse la Revolución francesa es por la trascendencia del movimiento iluminista y sus repercusiones en América.
Juan Jacobo Rousseau era conocido por los grandes dirigentes de la Revolución americana. De manera particular, en México, Miguel Hidalgo y José María Morelos le conocían. Y, en Costa Rica, el Pacto Social fundamental Interino de Costa Rica o Pacto de Concordia, de 1º de diciembre de 1821, nuestra primera Constitución, evoca el espíritu roussoniano del pacto social.
El iluminismo francés repercutió en nuestras primeras letras en la Casa de Enseñanza de Santo Tomás y en la propia Universidad de Santo Tomás. Dos de sus rectores el Dr. Nazario Toledo y el Lic. Nicolás Gallegos eran profundamente admiradores de este movimiento intelectual, así como del liberalismo y progresismo que ello produjo. Además, propulsaron el culto por la ilustración. Con ellos se estudió a René Descartes, Voltaire, Diderot, D'Alambert, Cabanis, Condillac, Desttut de Tracy, Montesquieu, Lacroix, Letronne, Constant, Tocqueville y muchos más. El inicio de los estudios filosóficos en Costa Rica, del empirismo y el racionalismo como el positivismo de Littré y Comte, en cierto modo a ellos se les debe. También se conoció a Ernest Renán y a Hipólito Taine, que procuraron fundir el pensamiento científico y filosófico. Así, la Universidad de Santo Tomás, afirmó Abelardo Bonilla, consolidó el civilismo sobre el militarismo.
No menos trascendente es el impulso a la educación popular que se nos trasmite desde la Asamblea Nacional de 1792, con la presencia de Condorcet, hasta Bayona; de esta a Cádiz y, de Cádiz a las Casas de Enseñanza en América, que como la de Santo Tomás en Costa Rica, impulsan el proceso de la educación del pueblo. Por ello en 1824 el Estado costarricense apoya decididamente esta institución y la educación de primeras letras se verá estimulada, así como los primeros pasos en la estructuración del proceso educativo.
El proyecto organizativo y educativo de Juan Antonio Condorcet proponía como una obligación del Estado la educación del pueblo, para todos sus ciudadanos. Señalaba que la educación debía ser general y gratuita en todos los niveles escolares, laica y para ambos sexos. Estableció la escuela primaria con 4 grados, obligados, las cuales debían construirse en poblaciones de 400 habitantes. En este nivel propició el aprendizaje de la escritura, la lectura, la gramática, la aritmética, la geometría; los oficios relacionados con la producción del país, nociones de cívica y de base moral y social del régimen. La escuela secundaria la concibió de tres grados orientada al estudio de matemáticas, ciencias naturales, comercio, ética y estudios sociales. En ellas señaló la necesidad de bibliotecas y las colecciones naturales como instrumentos artesanales y científicos del aprendizaje. También concibió los Institutos de enseñanza media en cinco grados especializados por profesiones como la mecánica, la agricultura, la milicia, la obstetricia y la veterinaria y los Liceos como centros de educación superior en lugar de las universidades escolásticas.
Más tarde repercutirán en el desarrollo de la educación las leyes francesas que en este campo responden, además de Condorcet, a los nombres de Guizot, Fortoul, Duruy, Simón y Ferry las cuales reencarnan en nuestros grandes educadores como Mauro Fernández y Miguel Obregón Lizano.
En el campo educativo la reforma de 1886 fue el resultado del impacto de Francia. Dijo don Luis Felipe González Flores, que como España fue Francia, de las naciones europeas, la que más influyó en la cultura nacional, llegando a afirmar que Francia realizó durante el siglo XIX, una verdadera conquista intelectual.
La presencia de franceses en el país como Adolfo Marie, durante la década que inició en 1850, con la presencia de científicos, como Lucien Platt, quien enseñó las ciencias físicas y, de Eugenio Durrewelle, físico y químico. También habría que considerar aquellos que iniciaron la enseñanza del idioma francés en nuestro medio como Antonino de Barruel, Esteban Huard, Annete Sicre.
Más tarde, también bajo influjo de la escuela francesa, se impulsaron, en Costa Rica, instituciones de apoyo material y social a los escolares, bajo el nombre de Instituciones Circunescolares, a las cuales pertenecieron «El Abrigo de los Niños», «La copa de leche», «El pedazo de pan» y las «Ligas de Bondad», como refiere González Flores.
También se llevó a cabo la fundación de bibliotecas escolares, por el impulso de don Miguel Obregón al estilo de las que en Francia llevó a cabo el ministro Rouland. Igual iniciativa impulsó don Miguel Obregón con el Museo Pedagógico y las Cajas de Ahorro Escolar, que más tarde, con la Escuela Normal también recibieron el apoyo de don Joaquín García Monge. Otra influencia educativa francesa fue la educación de adultos, las bibliotecas populares, la instrucción gratuita, obligatoria y laica, lo cual repercutió en la Ley General de Enseñanza de 1886.
También se nota su repercusión en la organización de los establecimientos de enseñanza secundaria: el Instituto Nacional, el Instituto Universitario, el Liceo de Costa Rica y el Colegio de Señoritas.
La penetración de libros, en Costa Rica, inmediatamente después de la Independencia como El Contrato Social de Rousseau, El Espíritu de las Leyes de Montesquieu, La Lógica de Condillac, El Libro del Pueblo de Lamennais, La Inteligencia y la filosofía del Arte, de Taine, El Porvenir de la Ciencia y Estudios de Historia Religiosa de Renan, Curso de Filosofía Positiva y Sistema de Política Positiva de Comte; más tarde otros como los de Fustel de Coulanges y Fouillé, muestran, el influjo libertario y republicano de los nuevos tiempos y los aires frescos de la Revolución francesa y el impacto de sus primeros embajadores ideológicos y culturales en el curso de la formación idiosincrática costarricense.
La Universidad de Santo Tomás fue adalid de este espíritu liberal. Máximo Jerez y Antonio Zambrana, fueron agitadores de estas nuevas ideas, en la formación de importantes generaciones de jóvenes y hombres que durante la segunda mitad del siglo pasado empezaron a destacar en el orden público costarricense, los cuales se formaron bajo su ala protectora y sus aulas.
Con la penetración de libros también habría que mencionar el desarrollo de las bibliotecas. Tampoco casualmente se asocia a este esfuerzo la distinguida figura del educador Miguel Obregón Lizano, a quien se le deben la Biblioteca Nacional, la de Alajuela, la de Cartago y la de Heredia, quien además fue el primer bibliotecario de la Universidad de Santo Tomás, inaugurada esta Biblioteca un quince de septiembre de 1884, día que se celebraba la Independencia de Centroamérica. Más aún, cuando fundó la Biblioteca de Alajuela lo hizo el 14 de julio de 1889, el día del centenario de la toma de la Bastilla.
La creación de la Universidad de Costa Rica, por el Dr. Rafael Ángel Calderón Guardia se hizo justamente un 26 de agosto, coincidente con la fecha de la Promulgación de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
La bandera nacional actual, nuestro símbolo patrio mayor, se hizo en 1848 tomando por referencia a la bandera de Francia, nosotros con los colores colocados en franjas horizontales y la de Francia en verticales.
Cuando se inauguró la Biblioteca de la Universidad de Santo Tomás, el entonces ministro de Instrucción Pública, el Benemérito Dr. José María Castro Madriz, lanzó «el grito que se arrancaba de su pecho de gran patriota: ‘Viva la Republica’».
Y, agregó: «Sí, la República iba a vivir en las universidades silenciosas que son las buenas bibliotecas, focos de luz y cultura, maestras de los hombres y de los pueblos» y, como agregó, don Miguel Obregón, «termómetros que miden el mayor o menor adelanto de los pueblos».
Por ello dos fechas para inaugurar bibliotecas, la de Independencia patria y la toma de la Bastilla.
Tampoco de modo casual el libro de don Miguel Obregón sobre Nociones de Geografía de Costa Rica, se editó en París en 1889 y se agregó luego a la Geografía de Henry Lemonier y Franz Schrader.
No menos significativa ha sido la repercusión del llamado Código Napoleónico, el Código Civil de 1804, en la formación del pensamiento jurídico y de las instituciones legales costarricenses, como en su mentalidad jurisprudencial.
Usualmente se piensa en la legislación civil napoleónica, sin embargo, hay que considerar también la legislación comercial y penal como la respectiva de procedimientos, tanto civiles como penales.
La codificación napoleónica unificó legislativamente y consolidó las conquistas de la Revolución y estableció las nuevas bases jurídicas de las relaciones privadas de la moderna sociedad capitalista.
La codificación napoleónica se proyectó a los países de la Europa central como a todos los países del continente americano, donde la llegaron casi a copiar textualmente, al Quebec canadiense y a la Luisiana estadounidense, donde hoy continúa teniendo vigencia.
Paralelismo histórico con Napoleón, en esta magna obra codificadora, la podemos encontrar en el jefe de Estado Braulio Carrillo Colina, con la promulgación, en 1841, de su Código General, que marcó no solo el sello de la definitiva independencia de España sino la estructuración del Estado costarricense.
La «dictadura» que procuró desarrollar cuando impulsó su continuidad en el poder no es menos comparable que con el bonapartismo que condujo al Imperio Napoleónico.
La influencia francesa en este Código de Carrillo quizá se aprecia mejor en la parte del Derecho Civil y no será sino hasta el último tercio del siglo XIX cuando penetra con fuerza el influjo del Derecho Penal francés en nuestro medio y se fortalece más aún en el Derecho Civil.
Ya en el siglo XX será el Dr. Guillermo Padilla Castro quien marque este influjo en el derecho penal costarricense.
Finalmente, la Escuela de Derecho, de la Universidad de Costa Rica, desde 1969 ha logrado la capacitación de gran cantidad de profesionales destacados en las diversas ramas del Derecho en Francia.
Cuando en 1943 se preparó la promulgación del Código de Trabajo, Enrique Benavides Chaverri, en una serie de artículos de comentarios sobre el Código de Trabajo, dedicó uno al «Derecho del Trabajo y la Revolución francesa». En él destacó que la Revolución francesa acabó con el trabajo de las ciudades medievales, las antiguas corporaciones y su minuciosa legislación. Destacó, también, que la Revolución «liberó» al trabajador para disponer sobre sí mismo como persona y estableció la libertad para fijar con el patrono las condiciones de su trabajo. Indicó, además, que el Estado en esta relación se abstuvo de intervenir limitándose a garantizar a cada individuo el ejercicio de los derechos consagrados en la Constitución y las Leyes. Luego recordó la Ley de Chapelier, los artículos del Código Civil sobre el arrendamiento de mano de obra, la ley de policía y las prohibiciones penales relativas a la asociación como parte del derecho obrero francés.
Las libertades que, particularmente, desde la Constitución de 1824 se consagraron en los textos constitucionales fueron el acicate fundamental para desarrollar el país por los cauces de la reforma y el pensamiento liberal; del progreso material, cultural y social, así como para exaltar las virtudes ciudadanas y las libertades fundamentales del hombre costarricense, lo cual culminó con la obra de don Ricardo Jiménez, en 1888, llamada Curso de Instrucción Cívica para uso de las Escuelas de Costa Rica, así como con el despliegue de la República Liberal a partir de estos años y del movimiento codificador que acababa de cerrarse en 1888.
Con ánimo de fortalecer el espíritu cívico nacional propuso, don Miguel Obregón Lizano, en una ocasión, imitar la experiencia francesa de premiar a los niños escolares con estampas de nuestros prohombres públicos e «insignes patriotas centroamericanos».
También habría que decir que en otras manifestaciones de nuestra cultura se aprecia el influjo de la Revolución y la cultura francesa que ella generó.
En la literatura y el dramatismo literario de finales del siglo XIX, en las obras de Alejandro Alvarado Quirós, Rafael Ángel Troyo, José Fabio Garnier y Francisco Soler, se aprecia este influjo. No de modo tan casual en 1869, se reprodujo en la Imprenta Nacional la novela Dannae, de Adolfo Gramnier de Cassagnac, dedicada a Chateaubriand; se reprodujeron cuentos de Maupassant y del Grupo de Medan, por Baudrit y Alvarado Quirós.
En el caso de Alejandro Alvarado Quirós, Primer Rector de la Universidad de Costa Rica, destacado hombre público y antiimperialista, con su ensayo sobre La Democracia expone el sentido del progreso generado por el espíritu.
El caso extremo de nuestros literatos quizá lo fue Alfredo Castro quien sus obras dramáticas las escribía primero en francés y luego las traducía, por cuanto encontraba en el idioma francés mayor expresión y libertad literaria.
En el campo científico se encuentran, por citar dos destacados intelectuales costarricenses con profunda huella francesa, a Elías Jiménez Rojas y a nuestro gran sabio Clorito Picado; Jiménez Rojas con vínculo y simpatía importante con el socialismo francés de Jean Jaurez y también con el pensamiento anarquista de Kropotkin, con quien llegó a tener correspondencia.
Tampoco, casualmente, en Costa Rica, el Centro de Estudios Germinal, en los primeros años del siglo XX, alimentó el culto y admiración por los hermanos Eliseo y Elie Reclus, teniendo en su salón principal la foto de Eliseo, el gran geógrafo, del mismo modo que en las sociedades teosóficas y sectores cultos se leía a Camille Flammarión. También tenía el Centro Germinal una foto de Emilio Zolá, furierista connotado y cuya literatura pesaba en el mundo intelectual costarricense.
La propia denominación de Germinal evoca a la Revolución francesa, que asocia, dicho nombre, con las insurrecciones de la primavera de 1795, de Germinal y Pradial, las cuales se consideran las últimas acciones de las masas obreras de las barriadas populares de París, cuando carecían de apoyo de la burguesía e incluso de la pequeña burguesía, insurrecciones que se expresaron como un movimiento contra «los ricos», los comerciantes, los acaparadores, los especuladores y en cierto modo contra la misma Convención Nacional. Fue un esfuerzo final de la clase obrera por influir decididamente en el camino ulterior de la Revolución francesa, para acabar, además, con los termidorianos, tras la caída de Robespierre, desde el 28 de julio de 1794 hasta el 26 de octubre de 1795, y servir a los intereses de los montañeses, desde 1792 hasta 1795, cuando también fueron sacados de la Convención Nacional, por lo que tuvo un carácter de lucha de desposeídos contra poseedores.
En el Germinal francés tuvieron importante papel las mujeres y en el Germinal costarricense lo tuvo Carmen Lyra, quien también se nutrió de la educación francesa y se incorporaba decididamente a las luchas populares de esos años, a principios del siglo XX.
También se podría decir que la Revolución francesa repercutió en los primeros comunistas del país. En las primeras lecturas y estudios de quienes llegaron a fundar este Partido Comunista estaban los escritos de Babeuf y su Manifiesto de los Iguales, las enseñanzas de Germinal y Pradial del francés revolucionario de 1795, La Guerra Civil en Francia de Marx, sobre las jornadas revolucionarias de 1848, las experiencias de la Comuna de París. Llegaron a considerar, según ha contado Arnoldo Ferreto, uno de sus dirigentes históricos, que la dictadura jacobina, para ellos, fue el momento más importante de la Revolución francesa.
Finalmente hay un influjo significativo en nuestros símbolos patrios. Sobre los colores de nuestra bandera y pabellón nacional, cuando se elaboró, se refiere que expresamente se inspiraron en los colores de la bandera francesa.
La primera impresión de la música del himno nacional se realizó en Francia, dedicada esa primera edición al francés G. Lafond, quien también hizo estudios sobre diversas regiones de nuestro país con un marcado interés de realizar una obra canalera, especialmente en la región transístmica fronteriza de Costa rica y Panamá, a mediados del siglo XIX.
También hay influencia en la elaboración de los monumentos patrióticos de Juan Santamaría y el Monumento Nacional, conmemorativos de la Campaña de 1856 que se encargaron a artistas franceses, quienes vincularon en ellos parte de la tradición popular y libertaria francesa: el gorro frigio, símbolo de la libertad, el combatiente popular, las mujeres republicanas.
Reflexionar sobre la Revolución francesa es entonces pensar en nuestra realidad histórica, social y concreta, desde la lucha por la Independencia, no solo en lo que la Revolución se proyectó a nuestro medio sino también en cuanto a lo que aún falte por revolucionar.
Hacer un alto en el camino para retomar la gesta independentista, de hace 200 años, nos obliga a pensar en la revolución de hoy, en valorar si el proceso independentista está acabado o sigue inacabado, por las demandas de los pueblos del continente, con las cadenas del atraso social, de la marginación y exclusión, con la brecha social cada vez más amplia, con la acumulación de riqueza en cada vez menos manos y la de pobreza de manera más amplia, que coloca a las mayorías sociales bajo formas opresivas de dominación y alejadas de la democracia real y efectiva, alejadas de la felicidad del pueblo que se procuraba con los movimientos revolucionarios independentistas, por lo que aún es necesario seguir luchando por profundizar la verdadera independencia, la liberación nacional y el progreso social; por la más y mejor democracia, por el respeto, fortalecimiento y ampliación de los Derechos Humanos fundamentales y las Libertades del Hombre y el Ciudadano.
En cada una de estas luchas está presente lo mejor de la tradición revolucionaria francesa y el porvenir de la humanidad.
Si la Revolución francesa marcó el fin de la aristocracia feudal y el inicio del sistema burgués capitalista contemporáneo, también produjo los embriones de las nuevas exigencias sociales, por cuanto la Libertad por sí sola no restablece el equilibrio social.
Los fundamentos de la Revolución se asentaron en los principios educativos del nuevo orden, en la instrucción pública y en la difusión del conocimiento necesario para la formación de un espíritu cívico.
Hija de la Ilustración la Revolución francesa produce la igualdad, la libertad y la soberanía popular e «hija del entusiasmo popular, produce la fraternidad y la esperanza en la regeneración de la humanidad».
1789 fue un momento de la lucha por la liberación del hombre. Posibilitó la razón para continuar la emancipación de todos los hombres. Por ello siempre la Revolución está viva como lo es temida.
Siguen siendo válidas las palabras del revolucionario norteamericano Tomás Paine, cuando afirmó, con el triunfo de la Independencia de las colonias británicas: «Puesto que las Revoluciones han comenzado, han de continuar».
(Segunda parte de la conferencia dada el jueves 29 de julio del 2021 en el ciclo de actividades y conferencias «Camino a la Celebración de la Independencia de Centroamérica», organizadas por la Biblioteca Nacional, la Cátedra Enrique Macaya, de la Escuela de Estudios Generales de la Universidad de Costa Rica, y el Instituto de Estudios en Democracia del Tribunal Supremo de Elecciones).