La antigua ciudad de los papas se enorgullece, y con razón, de auspiciar uno de los festivales de teatro más reconocidos en Europa y, tal vez, en el mundo entero. Desde que Jean Vilar fundara el Festival de Aviñón en 1947, mucha agua ha corrido a lo largo del Ródano. Tanta, que su fundador no reconocería ciertas expresiones del arte que alentara la pasión de su vida. Así, hemos detectado, en las últimas ediciones de este festival, cierta decadencia en algunas de sus propuestas. Ha habido directores que, de tan «originales», han olvidado la esencia del arte que pretenden representar, y este, en no pocas ocasiones, se ha refugiado, no en los grandes fastos del espacio In, sino más bien en el muy modesto pero íntimo y entrañable del festival Off.
Este año, por ejemplo, y a pesar de la pandemia que aún nos amenaza, alrededor de mil piezas han tenido la oportunidad de ser representadas en los pequeños teatros y locales dispuestos en los más variopintos lugares de la ciudad. Todo un éxito dadas las condiciones en que las compañías han tenido que trabajar.
Muchas de estas representaciones son adaptaciones de grandes obras literarias o de otras que, no tan célebres, proceden del campo de la literatura o de la poesía. Así, la correspondencia sostenida entre María Casares y Albert Camus, ha sido objeto de dos creaciones que, procedentes de dos compañías diferentes, dan vida y movimiento a los sentimientos que iluminasen el alma de ese encuentro apasionado y apasionante: Correspondance Albert Camus, Maria Casarès. Entre Passion et Création, del grupo DPA, y Camus-Casarès, une géographie amoureuse, de Jean-Marie Galey y Teresa Ovidio. Dos piezas teatrales que han cosechado el favor del público y han sido objeto de críticas elogiosas y muy merecidas.
En el apartado de la poesía celebrada en este festival han destacado dos puestas en escena: la elaborada por la Compagnie L'Evénement Théâtre y que rinde homenaje a dos de los más grandes poetas de Francia bajo el título de Verlaine Rimbaud, les poètes maudits; y Méditations poétiques, espectáculo concebido a partir de los grandes poemas de la lengua francesa y cuyo autor no es otro que el ya veterano Eric Pichet.
Otros realizadores han puesto en escena obras ya clásicas y tan conocidas como son Lettre d'une inconnue, de Stefan Zweig; Mémoires d'Hadrien # 3, de Marguerite Yourcenar; Fragments, de Hannah Arendt; La vie matérielle, de Marguerite Duras; y también una nueva versión de la obra de Victor Hugo, Les travailleurs de la mer. Nouvelle traversée. Todas ellas pequeños prodigios prodigados por gentes que, además de amar el teatro con el entusiasmo propio de su larga experiencia, han construido en su quehacer un tanto febril «piezas menores de un arte mayor»: el teatro; al que rinden tributo con talento más que probado y un encanto que —inspirándome en la película de Luis Buñuel— podría calificarse, por su gracia, belleza y ternura, de «discreto». Sin las pretensiones y alharacas de otros directores, actores o compañías, francamente insoportables en sus demostraciones más que afectadas de potencial progresivo.
Otras obras, de carácter independiente y producidas con medios muy modestos, pero con gran proyección y futuro entre el público, han sido estas que voy a reseñar muy brevemente y que en próximas ediciones quizá tengamos ocasión de ver:
Danton et Robespierre. Les racines de la Liberté, de Hugues Leforestier. Se trata de un cara a cara, de un duelo mortal entre Danton y Robespierre, las dos figuras centrales de la revolución francesa que encarnan en la escena de la Historia dos concepciones distintas del porvenir, tanto en Francia como en el resto del mundo. Texto, como bien reza el programa de mano distribuido profusamente entre el público aviñonés, «de una actualidad turbadora, donde todo históricamente resulta verdadero... o verosímil. Un diálogo entre pasado y presente, viejo y nuevo mundo. Encarnados en dos cuerpos, dos identidades, femenina y masculina; el choque inevitable de dos inteligencias en el momento de concebir las raíces de nuestra libertad». El papel de Robespierre lo interpreta una actriz de amplio registro interpretativo, Nathalie Mann; y el de Danton, el autor de esta pieza, es decir, el ya citado Hugues Leforestier. Curiosamente, el mismo nombre que el protagonista de la fabulosa novela de Alejo Carpentier, El siglo de las luces.
Vienne, 1913. Les prémiSSes du pire. Adaptación teatral de la obra de Alain Didier-Weill. Un retrato de la Europa de entreguerras con las figuras de Freud y Jung como trasfondo de un drama que se desarrolla ante la atónita mirada del espectador. El personaje de un joven pintor que firma sus cuadros con el nombre de Adolf, y que ha sido rechazado por la Escuela de Bellas Artes, se ve confrontado al de un joven aristócrata antisemita, Hugo, el cual ha dado comienzo a una relación transferencial con Sigmund Freud. Ambos personajes se plantearán las grandes cuestiones de su tiempo y cada uno de ellos tomará un camino distinto: mientras Hugo logra un final de análisis satisfactorio que le permitirá sortear sus fantasmas más temibles, Adolf, pintor absolutamente fracasado, cae en la pendiente del fanatismo y muy pronto será conocido en todo el mundo con el nombre de Hitler. Otro drama, que discurre en paralelo, tendrá lugar en la escena: la ruptura entre Freud y Jung.
Crépuscule Rouge, de Serge Sarkissian. Tras la caída del Muro de Berlín, cerca de Novosibirsk, en Siberia, un grupo de amigos celebra el acontecimiento mediante una comida en la que el vodka corre generosamente entre los comensales. Las lenguas, sometidas durante mucho tiempo al severo régimen de un silencio cargado de aprensiones y temores, se sueltan. Los protagonistas liberan su palabra más íntima, secreta y escondida y enfrentan por vez primera la verdad de sus vidas. Una obra que, como el lector bien podrá imaginar, pone en escena uno de los hechos más trascendentales del siglo XX: el hundimiento del imperio soviético; la revelación dolorosa de lo que no fue sino una horrible mentira.
¡Ay, Carmela!, de José Sanchis Sinisterra. Una de las obras más aclamadas en otras ediciones de este festival. El público español, más que la obra de teatro en sí, conoce perfectamente la adaptación cinematográfica llevada a la gran pantalla por Carlos Saura. Obra de gran intensidad dramática y de largo alcance poético cuyo autor, maestro de actores, ha sabido transmitir con la lucidez propia de un texto intachable. Obra de obligada referencia, así para intérpretes como escenógrafos. Jordi Dauder, uno de los actores más completos de la escena española, me habló muchas veces de la importancia histórica de esta pieza impagable. En su recuerdo, así lo transmito y comento.
Paralelamente al dispositivo desplegado en el marco de este otro festival alternativo, obras de gran valor que no figuran en el catálogo oficial se han desarrollado en teatros u otros ámbitos. Así, especial mención merece el Théâtre du Balcon, cuyo director y propietario, Serge Barbuscia, ha puesto en escena una pieza más que meritoria: Tango Neruda. Homenaje al genio universal del poeta chileno, que el propio Barbuscia recrea con la precisión y competencia propios de un actor consumado. La música del argentino Astor Piazzolla puntúa el texto que dos bailarines enaltecen con su danza; danza que es una suma de embrujo, lejanía y nostalgia. Asimismo, ciertos cuadros de Picasso, adecuadamente proyectados, contribuyen a darle más relieve a la inspirada profundidad del conjunto.
De Astor Piazzolla, de su universo musical y mágico, nos habla el espectáculo concebido por Catherine Alías y Daniel Giunta; voz y canto, respectivamente, de un dúo magníficamente acompañado por Fernando Maguna al piano y bandoneón y Martina Pintos al contrabajo. Homenaje al temperamento que supo dar un giro copernicano al género que tanta añoranza despertó entre distintas generaciones de amantes incondicionales del tango. Firme y brillante en su voz, Catherine Alías nos brindó la emoción limpia propia de un destello de plata; y Daniel Giunta, seguro y seductor, el generoso caudal de un canto que, como los grandes ríos de América, termina allí donde el océano proyecta la armonía del poema en un espacio que nos devuelve, por un instante, el final del infinito. Espectáculo entrañable en un medio muy apropiado: el jardín de la Maison des Fogasses, situada en el corazón del viejo Aviñón; un lugar emblemático donde hospedarse y degustar las delicias más deseadas de la cocina francesa.
El Festival Off, una vez más, ha sabido reunir esas piezas esenciales, particularmente dinámicas, del mejor teatro concebido para espacios de pequeño o mediano formato. Un éxito que, a buen seguro, seguiremos celebrando en próximas ediciones.