Los hechos políticos y religiosos, siempre cambiantes en Afganistán, han vuelto y de manera sumamente rápida. Esta vez, con la reconquista de casi tres cuartas partes del territorio y el 90 % de las fronteras del ahora autodenominado Emirato Islámico de Afganistán, vale decir, nuevamente en manos del Movimiento Talibán, nacido alrededor de 1978 como combatientes desorganizados; seguido por su organización formal a partir de 1994; la toma del Gobierno entre 1996 y 2001. Luego, sacado del poder militarmente, derivó en poder insurgente el 2002; y tenemos el avance actual ya mencionado, desde que Estados Unidos comenzara el retiro de sus tropas, que la Administración de Biden ha completado. Todo lo cual augura más enfrentamientos, una posible guerra civil, y un período de confrontaciones violentas, atentados, imposiciones islámicas radicales, con una paulatina retirada del actual Gobierno sumamente débil, y una vuelta a la desestabilización en la región. En síntesis, Afganistán sigue siendo un país en conflicto, y tal vez, uno de los más difíciles de solucionar. Para algunos, está en riesgo en devenir en un estado fallido.
Si Afganistán tiene una característica dominante es que, hasta ahora, ni interna ni externamente ha podido ser sometido. No solo por su intrincada y hostil geografía, sino principalmente, por la ferocidad con que su población dividida en etnias irreconciliables, y sumamente combativas, impiden cualquier arreglo, y si alguno se alcanza, es de muy corta duración. Tampoco lo han logrado invasiones, como la Soviética, al inicio de la década de los años 80, o los intentos norteamericanos de organizarlos en torno a regímenes a la manera occidental. Generosamente apoyados e invariablemente fracasados. Las rivalidades entre clanes y pashtunes ancestrales, presionados por diferencias religiosas y tribales, no han cesado y mantienen al país fatalmente confrontado en la búsqueda del poder de unos a otros. El movimiento Talibán y sus reglas islámicas fundamentalistas, han terminado por hacer imposible cualquier asomo de gobernabilidad duradera para cualquier autoridad. La actual administración del presidente Ashraf Ghan, no lo ha logrado y tambalea. Ciudad tras ciudad, ya están en manos talibanas, y crean un mosaico que amenaza controlarlo todo.
en Afganistán podrían resurgir movimientos como Al Qaeda. Ya no opera de la misma manera que hasta hace unos años lo hacía el movimiento ISIS, del Estado Islámico que dominó buena parte de Irak o Siria. No se obedece a una única organización jerárquica unificada, sino una creencia dogmática talibana común, que ha penetrado el sistema tribal afgano, con sus propias particularidades, las que son aprovechadas para la unificación religiosa.
Sin embargo, en Afganistán podrían resurgir movimientos como Al Qaeda, que largamente amparó a Bin Laden hasta su refugio y muerte en Pakistán. Un país vecino de enorme influencia en sectores de Afganistán, y que muchos analistas indican como responsable de la nueva ofensiva talibán. En todo caso, no sería extraño que todo radicalismo islámico, pueda encontrar algún tipo de acuerdo anti-occidental, expreso o tácito. Eso sí, hasta que vuelvan a combatirse entre sí, como ha sido habitual; sin descartar la posibilidad de nuevas acciones terroristas en cualquier parte del mundo. Se suma a esta dramática situación, una pobreza endémica y una corrupción generalizada, sobre todo, representada por el comercio de sustancias alucinógenas, fuente de grandes riquezas para algunos clanes que no están dispuestos a ningún control, ni interno ni externo. De la actual pandemia, tampoco hay noticias confiables y mucho menos, si existe algún plan sanitario o de vacunación. Igualmente el problema humanitario aumenta y se agrava con más de trescientos mil desplazados que huyen del dominio de los talibanes.
La imposición de un islamismo ortodoxo, fundado en la «enseñanza» (el significado de talibán), deriva en la más estricta sumisión islámica, tanto en la exclusión de la ilustración como en cualquier liberación de la mujer, relegada solo a sus labores domésticas, con un machismo extremo practicado de manera histórica y demostrado en el uso generalizado de la burqa, y el control de sus desplazamientos, siempre acompañadas de un hombre.
Todos estos hechos han atraído la preocupación de la comunidad internacional. Sin embargo, no hay ningún acuerdo importante reflejado en alguna medida práctica por parte de Naciones Unidas. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, recientemente, el 3 de agosto, se ha limitado a un Comunicado de Prensa de su Presidente por el mes de agosto, TS Tirumurti (India). En él, condena en los términos más enérgicos el deplorable ataque contra el Complejo de las Naciones Unidas en Herat (30 de julio), donde murió un guardia. Asimismo, expresa la profunda preocupación por los altos niveles de violencia por los Talibanes, y pidieron su reducción. Denuncia igualmente, las violaciones graves de los Derechos Humanos en las zonas afectadas por el conflicto, los casos de terrorismo selectivo y deliberado contra civiles, urge al respeto del derecho internacional humanitario, lo que podría constituir crímenes de guerra, y el compromiso de ser llevados ante la justicia. Reiteró el apoyo a la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Afganistán (UNAMA). Cumplir la Resolución 2513 (2020), y alcanzar un arreglo político y una cesación del fuego permanente y general, para una solución inclusiva, justa y realista para poner fin al conflicto, con una participación igualitaria y significativa de la mujer. Finalmente, no apoya la instalación de un Emirato Islámico.
Una importante declaración de prensa, muy acorde con el lenguaje multilateral y plena de exigencias muy atendibles, pero que por desgracia, revela más por lo que no contiene que por lo que expresa. Evidencia el que no existe ningún acuerdo o resolución obligatoria del Consejo, y menos alguna decisión para tomar acciones respecto a Afganistán. Es cierto que cada palabra del comunicado, seguramente fue cuidadosa y extensamente negociada. Pero no pasó de ahí, y es revelador de que el Consejo de Seguridad, y por ende sus cinco Miembros Permanentes, no han alcanzado el consenso necesario sobre la situación en Afganistán. En definitiva, refleja la gravedad de lo que ocurre, y lo advierte de manera enfática, pero no hay una acción vinculante, por ahora. La esperanza se ha centrado en las negociaciones previstas en Doha, Qatar, donde se espera conversen los Talibanes con el Gobierno actual, acompañados por Rusia y Estados Unidos. Pese a las grandes dificultades que se avizoran, no hay otra instancia prevista por el momento. Si fracasan o sus logros no perduran, Afganistán podría continuar tan irreductible como hasta ahora.