Provengo de una tierra donde la música se conjuga con el quehacer diario. Donde una mujer años atrás, se adentró en los campos buscando tradiciones y rescatando voces, con cuadernos de hojas arrugadas y estropeadas por el abuso del olvido y el silencio. Una mujer que con su «jardinera» nos enseñó a curar nuestros males de amor.
Inquieta, curiosa, sin filtros ni diplomacia, con canciones dirigidas a personas con nombre y apellido, que hoy suenan actuales a pesar de haber sido escritas varios decenios atrás. «¿Qué dirá el Santo Padre?», «Arauco tiene una pena», «Miren cómo sonríen», «Me gustan los estudiantes» y tantas otras.
La misma mujer que, con porfía y perseverancia, logró exponer sus arpilleras en uno de los museos más famosos del mundo, el Louvre de París.
Violeta Parra, «la Viola» para los que la recuerdan con afecto, ese cariño tan esquivo para las mujeres independientes y luchadoras, nos dejó su canto a la vida como el testimonio de su incomprendida sensibilidad. Cuántas veces nos hemos sorprendido luchando contra ese sentir, que vemos como un desmedro humano, como una vergonzosa debilidad.
Tormenta que nos ahoga y sacude el alma dejándonos exhaustos, renaciendo con el alma descompuesta. Tal vez eso fue lo que te ocurrió Viola, quizás tus «pies cansados» se negaron a seguir cargando tus luchas, tus atrevimientos, tus fatigas. Un cinco de febrero de 1967 acallaste tus pensamientos con un ruido sordo y fulminante. Con cuarenta y nueve años te convertiste en leyenda.
En esos años, otras voces femeninas se levantaban haciendo eco entre Los Andes. Chabuca Granda desde Perú nos encantaba con La Flor de la Canela, su Fina Estampa. Después de su divorcio, su carrera, comenzada a temprana edad, despega, y solo encuentra freno al momento de su sorpresiva muerte en Miami, «perfumada de magnolias». A sus sesenta y tres años, su corazón detiene su paso el ocho de marzo de 1983. No obstante, su presencia fue tan imponente, que en el año 2017 el gobierno peruano declara su obra musical Patrimonio Cultural de la Nación.
Mientras tanto, desde México ya se hacía escuchar Chavela Vargas, nacida en Costa Rica y nacionalizada mexicana por propia voluntad, gesto que revela su desacuerdo con las tradicionales costumbres de su país natal, que imponía rígidas reglas, prohibiéndole cosas tan simples como el derecho a usar pantalones, sin haber valorado lo verdaderamente importante, su talento.
El ímpetu del éxito, el roce con grandes artistas de la altura de Diego Rivera y la gran Frida Kahlo, junto con su irreverencia, la llevan a provocar cambios tremendos en lo musical. Prescinde de los mariachis, ocupando con su presencia completamente los escenarios.
Sin embargo, la fama tiene alto costo y la insolencia la lleva a trasgredir sus propios límites, ahogando sus miedos y soledad en el tequila: «Salí de los infiernos, pero lo hice cantando», diría años después al relatar este episodio de su vida. Solo en sus últimos años reconocería su orientación sexual con esa naturalidad que dan los años en el cuerpo, cuando los prejuicios propios y los ajenos dejan de importar.
«Tápame con tu rebozo, llorona/porque me muero de frío». Un cinco de agosto del año 2012, ese hielo le congeló los pulmones y, finalmente, le entibió su descompuesta alma, noventa y tres veces zurcida.
En tanto, allende Los Andes, había una negra que se preguntaba «¿será posible el sur?» nacida en Tucumán, Argentina, recorre Europa y es reconocida por ser la voz de los acallados, de los desprotegidos, de los golpeados. La gran madre, que a fines del 78 fue obligada a dejar su cuna y a radicarse en París, pues se le quiso quitar también a ella la voz.
Mercedes Sosa, madre, amiga, mentora, maestra, con una generosidad que solo los grandes tienen, pues no hay luz que los opaque, ya que, el esplendor de los demás solo intensifica su gloria. Su último álbum Cantora, es la muestra de esto, pues está compuesto de treinta y cuatro canciones en dúo con importantes cantantes iberoamericanos.
A los setenta y cuatro años, el cuatro de octubre del año 2009, emprende su viaje con la reserva que la caracterizaba. Regresa a la tierra y su promesa se hace realidad: «Cuando tenga la tierra/Formaré con los grillos/Una orquesta donde canten los que piensan…»
Cuatro voces que nos siguen invitando a dejar atrás los tradicionales fantasmas de roles creados por conveniencia, enseñándonos solo a sonreír y a seguir estereotipos de belleza inalcanzables y fatigosos. Seguirán estando, tal vez, por mucho tiempo más, solo tenemos que aprender a convivir con ellos y hacernos sus aliadas.
Estaremos listas para juntar «todas las voces todas, todas las manos todas…» con una sola invitación: «canta conmigo hermano, hermano americano» hermana americana, canta conmigo…