Los humanos tenemos una habilidad innata para decodificar emociones a través de lo que nos revelan las posturas, los movimientos y las expresiones. Sin embargo, hasta no hace tanto tiempo, la idea de que las personas pudiéramos interpretar contenido emocional mediante el tacto resultaba extraña. Culturalmente hemos experimentado una especie de «fobia al tacto», no estamos acostumbrados a tocar a extraños, incluso a nuestros amigos y familia. Pese a esto, algunos estudios, como la investigación realizada por el psicólogo Matthew Hertenstein de la Universidad DePauw, han venido a demostrar que tenemos la capacidad para emitir y recibir señales emocionales mediante acciones relacionadas con el tacto.
El tacto es un lenguaje que sabemos utilizar instintivamente. En realidad, es como el primer idioma que empezamos a hablar y que somos capaces de entender. Sin embargo, hemos subestimado nuestra capacidad para comunicarnos con el tacto, lo hemos reducido a un medio con el que mejorar los mensajes hablados o el lenguaje corporal. Pero el tacto, interviene en la comunicación humana en su nivel más fundamental. En numerosas ocasiones, el tacto es una forma más versátil que la expresión facial, los movimientos corporales e, incluso, la voz para expresar emociones. Con el tacto somos capaces de comunicar con un gran nivel de matización y precisión, la alegría, el amor, la gratitud o la simpatía.
Bajo nuestra piel se reparten más de 5 millones de receptores, que no solo nos hacen receptivos a infinidad de sensaciones provocadas por los estímulos exteriores, sino que, también y, además, el contacto y la cercanía aumentan la confianza y nos fortalecen emocionalmente. «A través del tacto experimentamos una evaluación social de quien nos toca. Nos sentimos más conectados con alguien si nos toca», escribe Laura Guerrero en su libro Encuentros Cercanos, que recoge varias investigaciones en relación con la comunicación verbal y no verbal.
En realidad, el tacto es un modo básico y primitivo de comunicación; la comunicación y la confianza comienzan con el simple gesto de tocar. No obstante, el tacto posee una gran variabilidad en la expresión y la comprensión de las emociones.
Aprender el lenguaje del tacto
Científicos de la Universidad DePauw, (ya lo hemos mencionado más arriba) reclutaron estudiantes, para que sean tocados o toquen a un desconocido. No podían ver quien los tocaba y transmitir alguna emoción en silencio. «Descubrimos que hay muchas maneras diferentes de indicar una emoción dada a través del tacto», señaló Hertenstein al finalizar sus experimentos. Se registró un complejo vocabulario del lenguaje del tacto: el apretón, la palmada, los cambios de presión, las variaciones en la velocidad de contacto, los diferentes lugares y duración del contacto, una sacudida, un masaje.
No hay una manual, al menos aún, para el lenguaje del tacto y, aunque hay diferentes formas de manifestar una emoción a través del tacto que nos pueden confundir, cada vez vamos adquiriendo más y mejores habilidades en la comunicación a través del tacto con nuestras manos o con el resto del cuerpo. La mano humana es un maravilloso instrumento, capaz de realizar unos 300 millones de posiciones potencialmente útiles con solamente sus cinco dedos. Las yemas de los dedos son casi tan sensibles y capaces de transmitir sensaciones emocionales como la punta de la lengua.
Los dedos, las manos, son un excelente medio para obtener información, basta con pensar la cantidad de cosas que tocamos a lo largo del día. Cuando tocamos algo o a alguien con las manos, estimulamos procesos mentales y cognitivos muy relevantes, que nos ayudarían a gestionar mejor nuestras emociones si fuésemos capaces de ampliar nuestro vocabulario de toques, abrazos y caricias. Ocurre, sin embargo, que al dejar de tocarnos como lo hacíamos cuando éramos niños, perdemos proxemia, es decir, capacidad para usar nuestro espacio personal en la interacción diaria, en la proximidad o alejamiento de los demás, debido a la ausencia de contacto físico.
Existe gran variabilidad cultural con relación a las manifestaciones emocionales a través del tacto. En algunas existe un mejor lenguaje del tacto. La hospitalidad que propicia el roce, la amabilidad de la temperatura ambiental que aumenta la disponibilidad de la piel o el efecto de la luz solar en el estado de ánimo, son factores potenciadores del aprendizaje de habilidades personales y sociales que enriquecen el lenguaje táctil y nos sitúa ante la evidencia de que el dicho lenguaje es predominantemente aprendido. El tipo de educación que recibimos en nuestras casas también juega un papel esencial en la cantidad de «vocabulario» de que disponemos a la hora de tocar.
Tócame que me gusta
El tacto afecta a todos los dominios de nuestra vida, desde la alimentación, el comportamiento sexual hasta las relaciones sociales. Y no solo el tacto como forma de comunicación saludable con los demás, sino también con nosotros mismos. Existe evidencia de que el automasaje reduce la frecuencia cardiaca y el nivel del estrés cortisol, por lo que conviene, también, mejorar la relación táctil con nosotros mismos.
Una singularidad muy interesante del tacto es su naturaleza recíproca. ¡No se puede tocar sin ser tocado! Un masaje estimula la segregación de oxitocina, disminuye la frecuencia cardiaca y produce momentos de enorme placer para quien lo recibe. Muchas de esas mismas consecuencias beneficiosas se pueden producir en la persona que da el masaje. A casi nadie se le escapa que la persona que da un abrazo obtiene tanto beneficio como la persona que es abrazada.
El tacto nos proporciona importante información sobre los estados mentales —señala Hertenstein. El sentido del tacto y el contacto emocional afectivo constituyen elementos fundamentales en la prevención de la salud mental. A través del tacto revelamos nuestro grado de dominio y nuestro grado de intimidad. La intensidad, la duración, la calidez y las circunstancias del tacto indican estados de ánimo y revelan mucho de nuestros estados emocionales. En consecuencia, interesarnos por desarrollar consciencia del tacto y una buena comunicación a través mismo, hará que nuestras experiencias sean más reales y más emocionalmente adaptadas y atractivas.
No obviamos que, mediante el contacto, también expresamos emociones y conductas negativas, actitudes y comportamientos disruptivos, incluso agresivos. Un apretón en el brazo puede ser signo de simpatía y apoyo, si lo prolongamos en exceso y lo acompañamos de un contacto visual intenso, puede resultar agresivo e intimidatorio. Una palmadita en el trasero a un compañero de futbol cuando consigue un gol suele resultar una buena conexión psíquica de complicidad y motivación; este gesto se interpretaría muy diferente en la oficina después de un trabajo bien hecho por el compañero.
Contactos con tacto
Si hay un momento en el que nos comunicamos más a través tacto es cuando alguien necesita consuelo. El tacto es una buena manera de confortar. Durante el dolor intenso, cuando pasamos miedo, cuando la tristeza nos invade, el tacto puede expresar plenamente lo que sentimos. Ocurre de igual manera en los momentos de alegría y amor. Los abrazos, las caricias, los besos, los achuchones construyen una memoria muy valiosa que nos relaja y genera paz interior muy beneficiosa en los malos y en los buenos momentos. El toque de la piel también complementa y ratifica los mismos, las miradas y las palabras. Así, el todo resultante supera la suma de las partes.
Los momentos más intensos se viven con el cuerpo, que es la única manera de estar físicamente con otra u otras personas. Tocar es vivir conscientemente el entorno, facilita enormemente la interacción social, garantiza la existencia. Tenemos las mejores experiencias ambientales y relacionales cuando desarrollamos nuestra conversación, nuestra capacidad para escuchar y nuestra manera de mirar reforzadas, incluso apoyadas, en el tacto, de tal manera que finalmente convertirnos la percepción en acto. Conviene tener en cuenta que, nuestra memoria recobra más del 90% de lo que hacemos, y apenas un 5% de lo que oímos o un 20% de lo que vemos.
Hoy, que las tecnologías nos alejan del contacto, que a la persona que tenemos enfrente, al otro lado de una pantalla, no la podemos tocar, el lenguaje del tacto se antoja más necesario que nunca, para acercarnos, para liberar nuestro mundo interior. Volver a dedicarnos más al cuerpo a cuerpo será la manera de aliviarnos del estrés psicológico y físico de una sociedad cada vez más alienada donde el tacto genera miedo y su lenguaje ha sido olvidado.
Yo no sé ustedes, pero, en lo que a mí respecta, reclamo esa inteligencia arcaica y profunda que desarrolla mi alfabeto comunicativo y emocional, que me permitirá satisfacer mis necesidades de encuentro, de interacción con los demás. El tacto estimula las endorfinas que nos permiten soportar mejor el dolor, pero también nos proporcionan profundas sensaciones de bienestar. Mejorar nuestra comunicación no verbal y, en particular, el lenguaje del tacto está en nuestras manos.