El niño John Franklin Enders, que había nacido en cuna de oro, tenía predilección por la lectura. Ya adolescente pensó que su futuro debía estar en la enseñanza del idioma inglés. Habló con su padre, un acaudalado banquero de Connecticut, y no tuvo problemas con su aprobación, pese a que su progenitor hubiese deseado que emprendiera estudios que lo condujesen después a la actividad financiera. Pero no insistió. Respetó la decisión de su hijo.
El muchacho había estudiado primaria en la escuela de Noah Webster, en Hartford, y luego asistió a la secundaria en el Colegio de San Pablo, en Concord, Nuevo Hampshire. Al terminar esta etapa de estudios, ingresó a la universidad de Yale, en 1915, pero poco tiempo después, al entrar Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, abandonó la universidad para convertirse en piloto cadete de la fuerza aérea, en el año 1918, y luego llegó a ser teniente, sirviendo como piloto instructor de vuelo en la base de Pensacola, Florida.
Al terminar el conflicto bélico, a fines de ese mismo año, no tuvo ocasión de ser trasladado a Europa para ser combatiente, y volvió a Yale con el fin de terminar sus estudios, cosa que consiguió al año siguiente con mucho éxito (cum laude), obteniendo el bachelor of arts en literatura inglesa y germánica y lenguas celtas.
No obstante el hecho de que su padre aceptara sus estudios humanistas, para no llevarle del todo la contraria a su respetado progenitor, decidió, en ese momento, ingresar al campo de los negocios, especialmente en el de bienes raíces, en donde trabajó por espacio de dos años, pero el intento se frustró muy rápidamente. Encontró ese mundo soberanamente aburrido y terminó por convencerse de que ese no era el camino de la vida que deseaba para sí y se lo participó a su padre.
Con el objeto de obtener la maestría en literatura inglesa, ingresó a la universidad de Harvard, la cual logró conseguirla en 1922. Acto seguido, quiso como siguiente paso obtener el doctorado, pero se retiró desilusionado al tener tropiezos durante una disertación. Entre sus amigos, varios estudiaban bacteriología y biología, por lo que comenzaron a gustarle esas materias. En ese entonces, tenía como compañero de cuarto a Hugh Kingsley Ward, que estudiaba biología y más adelante se convertiría en profesor de bacteriología de la Universidad de Sídney. Ward le presentó al Dr. Hans Zinsser, jefe del Departamento de Bacteriología e Inmunología de Harvard, con quien trabajaba. Encantado al escuchar unas clases de Zinsser y después de pasar muchas tardes con Ward en el laboratorio, quedó fascinado con lo que veía y se hacía, de modo tal que decidió estudiar con ese maestro, abandonando así sus estudios avanzados de literatura inglesa.
Culminó sus nuevos estudios en 1930, al obtener el PhD. Su tesis de grado trató sobre la presentación de evidencias de que los fenómenos de anafilaxia bacteriana y de la hipersensibilidad tipo tuberculina eran totalmente distintos. Quizás era el último estímulo que requería para convertirse en bacteriólogo e inmunólogo, y esta vez no tuvo dudas. Ya nadie ni nada lo apartarían de ese camino. Por vez primera en su vida, estaba plenamente convencido de lo que quería ser y para ello dedicaría sus esfuerzos máximos por el resto de sus días. John Franklin Enders había dado así fin a sus numerosas dubitaciones sobre su futuro y el tipo de vida que iba a seguir.
Sus primeros años
Nació el 10 de febrero de 1897 en West Hartford, siendo hijo de Ostrom Enders y de Harriet Goulden Whitmore. Fue el mayor de los cuatro hijos que tuvo el matrimonio. Creció en el seno de una familia acomodada, sin tener ninguna influencia de lo biológico o lo científico en general, dado que su padre era de profesión banquero y por supuesto su interés estaba centrado en los negocios, las finanzas y el comercio. Si acaso, como dicen sus biógrafos y compañeros de equipo de trabajo (Weller y Robbins), visitaba su casa un tío médico retirado, que le hablaba de medicina, pero su influencia nunca fue determinante. Más bien, el joven John Franklin recordaba haber conocido figuras de la literatura norteamericana, como Mark Twain, quien acudía a menudo a su casa para conversar con su padre, que estaba encargado de sus asuntos financieros.
En 1927, antes de terminar su doctorado y cuando tenía treinta años, se casó con Frances Sarah Bennet, de Brookline, Massachusetts. Ella moriría sorpresivamente en 1943, como consecuencia de una miocarditis aguda. Después de ocho años de viudez, Enders volvió a casarse, esta vez con Carolyn B. Keane, de Newton Center, Massachusetts. John tuvo un hijo de nombre John Ostrom Enders y una hija llamada Sarah Enders, quien se casó con William Edmund Keane (The Nobel Prize).
Primeros éxitos
Nombrado instructor en 1930, inició su carrera de investigador en el laboratorio de Zinsser, encontrando de inmediato un ambiente muy favorable y peculiar, ya que el viejo sabio también era un gran humanista que sabía de historia, política, ciencias sociales y literatura. El tiempo para comer la merienda se iba muy rápido en medio de las improvisadas disertaciones del maestro, que el alumno respondía con conocimiento y elegancia. Ambos hubiesen deseado que la charla se extendiera hasta la tarde para continuar hablando con propiedad sobre temas que no cualquier biólogo, médico o bacteriólogo podía abordar comúnmente. Hans Zinsser debió preguntarse cómo ese novel investigador tenía tanto saber humanístico y, más aún, como había escorado en un laboratorio de investigación biológica. Pensó con cierta tristeza que no le quedaba mucho tiempo para seguir disfrutando de la amistad, y sobre todo de la conversación, de ese intelectual joven pero inmensamente maduro.
John Enders siguió escalando la cima de su actividad y luego de cinco años ascendió a profesor asistente. Por esa época, los recursos eran limitados y no contaba con asistentes. Pero comenzaron a llegar alumnos en sus últimos años de carrera, entre los cuales estaba Thomas H. Weller y el Dr. Alto Feller. En 1940 recibió con mucho pesar la noticia de la muerte de Hans Zinsser. Se tuvo que hacer cargo del departamento de manera transitoria, lo cual lo recargó de trabajo administrativo, que no le gustaba en absoluto, no obstante tener que seguir atendiendo su labor docente. En 1942 lo nombraron profesor asociado y la situación mejoró al nombrársele un escaso personal que le ayudara en sus tareas de investigación. Por ese entonces comenzaba a trabajar sobre el virus del sarampión, y nombraron al Dr. Mueller para que se encargara de forma permanente del departamento, lo que le quitó a Enders un gran peso de encima. Sin embargo, el nuevo jefe trajo consigo una manera de trabajar muy diferente a la que había en el laboratorio, razón por la cual comenzó a sentir malestar en el trabajo.
Ya para esos años, él era conocido en los círculos científicos, tanto así que en una edición de Time de 1961, que presentaba a Enders en la portada, los editores escribieron que él era:
[…] en virtud de su temperamento y sus calificaciones académicas, uno de los pensadores más profundos en virología. Un filósofo de las ciencias naturales, sus contribuciones han sido deducciones de largo alcance cuyas intuiciones constituyen una guía para la investigación de otros hombres, hipótesis que pasan por alto mil experimentos.
Referencias
Perspectivas de salud. La vacuna contra la polio. Vol. 10, No 2, 2005. OPS.
Britannica. John Franklyn Enders.
Ramírez, Mike. Premios Nobel de medicina. John Franklin Enders.
Enders, John F. (2024). NobelPrize.org. Biographical.
Enders, John F. American Association of Inmunologists. Brief bio.
Weller, Thomas H. y Robbins, Frederick F. John Franklin Enders 1897-1985. A biographical memoir.
Freire, Hugo G. “Psicosis: El derecho de autor”. Milenio.