Querido Don Victor:
Han pasado dos meses desde la última vez que le escribí, porque la idea es intercalar sus cartas con una semblanza de la gente sencilla que aporta a la construcción del Bien. Ahora le comentaré su Diario del año 1938, el de la anexión de Austria y los Sudetes (frontera con Checoeslovaquia) por Alemania y de la Noche de los cristales rotos, pero antes quiero decirle que ya es parte de mis memorias personales por un detalle que puede parecer simple. Cada vez que las labores de limpieza, entre otras, me alejan de la actividad académica y la escritura en general, recuerdo todas las veces que en sus entradas se angustiaba porque dicho trabajo cotidiano le quitaba tiempo. Y en este 1938 tendrá más interrupciones de este tipo porque entre las nuevas prohibiciones para los judíos estará la de no tener doméstica y de esa forma se despiden de la señora que tenía 11 años ayudándolos. Pero ¡No, querido amigo, no le recuerdo solo por eso! ¡Usted me ha enseñado mucho!
Ahora quiero hablarle de algo que menciona y que observo en esos países donde el Estado se dedica a destruir la dignidad de la persona humana. Paradójicamente lo hace supuestamente en nombre de la identidad nacional y al final termina destruyéndola. «Venga lo que venga, nunca volveré a confiar; nunca volveré a sentirme parte integrante de una nación. Eso me lo han quitado» y al morir ese sentir comunitario es inevitable que se llegue a una: «Vida perfectamente solitaria, cada vez más reducida a nosotros mismos» (18 de enero de 1938). La reducción de la vida pública avanza a pasos acelerados por su simplificación a actos mecánicos como partes de una colmena. Es posible que en su siguiente reflexión se encuentre la respuesta:
Y día tras día, cada día más, me preocupa esta trivial antítesis: se crean cosas tan impresionantes, radio, aviones, películas, sonoras, y no hay manera de eliminar la estupidez, el primitivismo y la bestialidad más demenciales. Todos los inventos acaban en muerte y guerra (31 de enero).
¿Cómo es esto posible en un mundo cada vez más tecnológico y con rápidos avances de la ciencia que no dejan de asombrarnos? ¿La Ilustración, la que tanto admiramos los dos, nos ha engañado? La existencia de los totalitarismos en el siglo XX y especialmente en Alemania siempre nos lleva a la misma pregunta: ¿cómo pudo pasar? Leerlo es saltar las distancias temporales y pensar que poco más de 80 años no son nada. Y la respuesta se la da usted mismo el 30 de junio: «Hitler y el nacionalsocialismo desprecian la ‘inteligencia’, la ciencia, en la medida que esta no comporta utilidad técnica». Ciencia, técnica y espíritu fueron separados en algún momento, y muy probablemente los totalitarismos son su peor consecuencia.
Otro tema es el Anschluss (anexión «pacífica» de Austria por parte del Reich alemán el 11 de marzo de 1938), el cual le impactó tanto que no hay entradas desde el 2 al 19 de marzo, y el 20 comenta los hechos: «Las semanas pasadas son las más desoladoras de nuestra vida. El monstruoso acto de violencia de la anexión, el monstruoso aumento del poder dentro y fuera, Inglaterra y Francia indefensas y temblando de miedo». Y después otro referendo para validar ese acto, porque una de las tantas cosas buenas de su Diario es que nos recuerda la práctica recurrente del fascismo en lo relativo a las «consultas electorales». Es algo que no resaltan los documentales e historias del régimen. Para mí es la evidencia de su gran manejo de las formalidades democráticas con la intención de vaciarlas de todo contenido real. Se vota, pero no se elige. Hay campañas electorales pero el pueblo no decide; porque como dice: «han idiotizado a la mitad de la población, nadie cree en el secreto del sufragio y todos están muertos de miedo» (10 de abril). No teníamos que esperar a los populismos autoritarios del siglo XXI para confirmar estas verdades.
Al revisar su Diario temo repetir los temas que ya he tratado en las anteriores cartas; por ejemplo, el de la primera que le envié por allá en diciembre del año pasado. Me refiero a lo que han hecho todos los seres humanos que lograron sobrevivir a los peores momentos de la historia. ¿Cómo hizo, querido amigo, para ser judío y sobrevivir en la Alemania nazi? En especial, ¿cómo se daba ánimos para no ser devorado por la desesperación y el miedo? Encuentro una respuesta la noche del miércoles 30 de marzo: «A veces, la misma terrible y desoladora situación me procura un cierto consuelo. Esto es el tope; ni lo malo ni lo bueno, suelen durar en grado superlativo». Y da en el clavo al señalar que «las injurias y las amenazas al extranjero adquieren formas tan demenciales que alguna vez tiene que venir el contragolpe» ¡Y qué contragolpe vendría cuando los pueblos del mundo ya no soporten más los crímenes de los nazis! ¿Pero tiene que venir una guerra para que los regímenes perversos caigan? ¿No se puede sufrir a cuenta gotas bajo las tiranías y hacer de ellas algo casi eterno? Eso, querido amigo, es lo que más temo y podría darle tantos ejemplos.
Un pequeño detalle: me encanta cuando manda la gente «al Valhalla» sin ningún desparpajo. No me gustan esos diarios personales asépticos donde sus autores no parecen tener sangre en las venas. Pero volvamos al tema anterior y le pregunto: ¿cuándo lo malo llega a lo «superlativo»? ¿no le parece que a veces la maldad o el deterioro de una situación no tiene límites? De esa forma le leo: «Uno siempre piensa que esta comedia ha llegado a su cima, pero luego aparece otra cima más alta» (5 de abril). Muy probablemente el que padece el autoritarismo no pueda saberlo porque como bien dice: «asunto importante para la tiranía de cualquier tipo es la represión del afán de preguntar» (10 de abril). Y esa nueva «cima» fue un sinfín de nuevos controles: el 29 de junio deben hacer «la declaración de bienes de los judíos», después vienen tarjetas para tomar agua en lugares públicos. En octubre se les prohíbe ejercer a los médicos hebreos, también una tarjeta de identificación que les impedirá usar cualquier hotel, agregar al nombre propio «Israel» o «Sara». En diciembre restricciones a la circulación, a conducir vehículos y el establecimiento de guetos; y lo más triste para usted: la prohibición de ir a la biblioteca pública.
En general se desarrolla todo un movimiento «cultural» para justificar la segregación. Era el camino para la Noche de los Cristales Rotos (09-10 de noviembre) del cual esperaba que dijera más, pero de todas formas me alegro que no haya sido víctima del mayor pogromo del Tercer Reich. El 11 registraron su casa «buscando armas» y lo obligaron a ir al cuartel de policía por tener una bayoneta que era un «recuerdo de guerra».
¡Estoy horrorizado! Comencé señalando que el año 1938 era el tiempo de tres hechos importantes, pero no había tomado en cuenta este cúmulo de prohibiciones crecientes que nos ha descrito. Intenta emigrar, pero lamentablemente no ha tenido la oportunidad. En Noche Buena, busca la forma de hacer algo distinto y queda una vez horrorizado ante la primera descristianización oficial de esta fiesta. Al menos, amigo, comienza a escribir sus memorias, su llamada Vita. Una vez más le agradezco por su ejemplo de seguir en medio de las peores condiciones, y lo entiendo cuando afirma que «nunca, ni siquiera en la guerra, hemos pasado tal infierno» (3 de diciembre).