Este proyecto cinematográfico fue mi segundo filme realizado en Mozambique. El primero fue sobre el acuerdo de paz de Nkomati, suscrito entre Mozambique y Sudáfrica. Este proyecto fue financiado con dineros suecos y la producción del Instituto de Cine de Mozambique. La coproducción me permitió contar con un gran equipo humano, muy profesional, y con la mejor tecnología disponible: una cámara Arriflex SR 16mm, un grabador de sonido Nagra, y un fantástico Dolly. El trabajo de laboratorio a color lo realizamos en Zimbabue. O sea, no necesitaba más. Era como estar filmando en un pequeño Hollywood.
Pintores mozambicanos es un abrazo entre las artes, por el cual, a través de la pintura, enfatizada con el aprovechamiento profundo de la extraordinaria música mozambicana, va pintando, con otros colores, elementos y matices, la obra artística. Esta conjunción aporta una nota lírica muy atractiva en el relato de la historia de la joven nación, que logró su independencia de los portugueses recién en 1975. A través de un trabajo minucioso de selección de las obras pictóricas realizadas por los más grandes artistas mozambicanos, nos enteramos del sufrimiento que padeció la población negra durante la época colonial, como también de su lucha por lograr la tan ansiada independencia.
Un elemento relevante con el que pude contar para la realización del filme, fue el crear una banda sonora que fuera complemento de la imagen pictórica de cada obra. Realizamos un acabado estudio y recolección de una gran variedad de material musical grabado in situ, en diferentes aldeas y regiones del país. El propósito era que cada sonido, o acorde, de una infinidad de instrumentos musicales, tuviera correspondencia con la obra. Que fuese un elemento que colaborara con el espectador mozambicano, para que este pudiera comprender e identificarse en las escenas descritas por cada pintura.
En el momento que realicé este filme, 1986, no existía aún la televisión, los dos únicos periódicos circulaban solo por la capital, la radio era el medio más masivo y, con mucha dificultad, se hacía oír a unos cuantos kilómetros a la redonda. Era muy importante que este filme entregara imágenes quizás nunca antes vistas por la gente; que reflejara la rica y diversa identidad cultural de un país con más de quince lenguas nativas, que luchaba por lograr su unidad, por generar un espíritu de nación entre gente muy diversa, pero conscientes del peligro que representaba la existencia de diferentes etnias.
La información que fui recabando sobre el movimiento artístico durante el colonialismo y la presencia de la población negra en la cultura, no eran muy alentadoras. Me quedó claro que la tarea no sería fácil. Al momento de la independencia, en 1975, el 95% de la población era analfabeta. Muy pocos mozambicanos habían tenido acceso a la educación. Los pocos que lograron cursar estudios básicos, lo habían realizado en escuelas de misiones religiosas, y, si sumamos la cruda realidad que padeció el país, donde la expectativa de vida no sobrepasaba los 55 años de edad, se hacía aún más difícil poder contar con algún personaje que estuviera vivo para entrevistar y filmar. Conocida esta realidad, la posibilidad de contar con material audiovisual de esa época, era muy escasa.
Después de largas conversaciones con los expertos en arte Eugenio Lemos y Paolo Soares, logré ir armando un plan de rodaje con los diferentes artistas seleccionados. De estas conversaciones surgió el nombre de Jacobo Estevâo Macambaco, que, según Paolo, habría realizado una exposición en el periodo colonial. Este dato me alentó a solicitar permiso en el Instituto de Cine para visionar en una moviola los noticieros cinematográficos realizados por los portugueses durante décadas de colonialismo. Realizar este trabajo fue como entrar en un túnel del tiempo. Sentado, horas y días, mirando kilómetros de película en la pequeña pantalla de la maravillosa moviola, me introdujeron a ese mundo en blanco y negro, no solo por el color del celuloide, sino por la sociedad de apartheid reinante en Mozambique, Sudáfrica, y Rhodesia. Sistema inhumano que gobernaba esa parte del continente, sin que al resto del mundo le importara, sino todo lo contrario, pues Occidente continuaba usufructuando de él. Lentamente, fueron apareciendo imágenes que me sorprendieron, escenas terribles de la construcción de líneas férreas. Eran cientos de esclavos semidesnudos, engrillados, unos por sus pies, otros de sus cuellos, todos deslizándose al ritmo del azote de un látigo. Era una autentica escena de ballet ensayada miles de veces, frente a un enorme espejo que reflejaba esa triste realidad. Se inclinaban y tomaban el largo y pesado riel, como si fuera su propia carga mortuoria, en una silenciosa procesión rumbo a la que, con toda seguridad, sería su última estación. Así, el país Mozambique colonizado lograba construir miles de kilómetros de línea férrea desde el mar Índico a Rhodesia (hoy Zimbabue), y a Zambia, para exportar sus ricas materias primas y sus mejores ciudadanos como esclavos para sus patrones europeos.
Estas imágenes, capturadas desde los noticieros portugueses, me permiten hoy realizar un nuevo pequeño filme titulado Grito Negro Euro-Apartheid, que no solo habla de ese millón de esclavos que partieron desde Mozambique, sino que da cuenta también del sufrimiento que hoy padece gran parte del continente africano, donde millones viven en condiciones infrahumanas, y arriesgan su vida en el Mediterráneo con la esperanza de despertarse con una vida mejor.
Mi búsqueda minuciosa tras la huella del pintor Jacobo Estevâo prosiguió durante varios días. Fue observando estos kilómetros de película que me enteré de que, durante el año de transición, desde la revolución de los claveles que derrotó al dictador Salazar, en 1974, después de 40 años en el poder, y hasta junio de 1975, día de la independencia de Mozambique, los portugueses realizaron una feroz campaña de terror mediante la cual alertaban a la población blanca acerca de la inminente amenaza de que tanques y submarinos soviéticos ocuparían el país. La imagen de uno de esos noticieros mostraba escenas del pánico que provocó esa noticia en la propia población blanca de Mozambique. Esto precipitó la huida de miles de portugueses, quienes, con lo puesto, y llenando sus coches con lo esencial, escaparon en caravana interminable por la autopista rumbo a Sudáfrica.
La noticia de los tanques soviéticos ocupando Mozambique, me hizo recordar que en Chile también se usó la misma estrategia. Campaña del terror montada previa a la elección de Salvador Allende. También se me gatilló otro momento similar de cuando viví en Suecia. Durante varios años trabajé en un correo sueco, sorteando cartas todos los sábados desde las 6 de la mañana. Allí compartí amistad con Christopher quien era de Ghana y había llegado a Estocolmo desde la Unión Soviética, después de haber estudiado ciencias matemáticas en la Universidad Patricio Lumumba. Aprovechábamos para conversar y compartir nuestras historias de vida durante el sagrado Kaffepaus sueco. Fue en uno de esos gratos momentos que me comentó que, en su país, para asustar a la población y así restarle apoyo al movimiento de liberación, en el cual mi amigo jugaba un papel importante, el gobierno, instruido por agentes norteamericanos, había realizado una campaña de terror diciendo que llegarían tanques soviéticos si triunfaba el movimiento de liberación. Esto hoy no es más que una anécdota de lo que fue en su momento la famosa Guerra Fría. Guerra Fría que terminó, pero no se firmó la paz.
Finalmente, logré localizar el noticiero portugués en el cual se mostraba la inauguración de una exposición de pintura en la galería del Núcleo de Arte de la otrora capital Lourenço Marques, hoy Maputo. El relato del locutor portugués del noticiero presentaba así la nota periodística:
Inaugurada por el señor encargado del gobierno general, se realizó en Lourenço Marques una exposición de tres artistas indígenas de Mozambique, discípulos del pintor Rodrigo Alves. Elías Estevâo, el más joven de los tres alumnos pintores, con escasos años de convivencia en su atelier, mostró un ingenuo primitivismo escolar. Jacob Estevâo demostró, con sus 26 telas, ser un alumno de personalidad más afirmativa y sumisa. Vasco Campira es el más dócil de los discípulos del maestro Alves, de más suave sensibilidad, el más receptivo ante el espectáculo del paisaje. Esta exposición constituye una notable demostración del interés por la cultura artística de este pueblo mozambicano.
Feliz por haber encontrado aquellas imágenes, partí para el barrio Xipamanine en busca del pintor Jacob Estevâo. El viejo artista, muy emocionado por ser parte del futuro film, sin ningún pudor declaró que él era el primer pintor mozambicano, que Malangatana (el más importante artista del país, con reconocimiento internacional) era el segundo. Al contarle que yo había rescatado las imágenes de aquella exposición, sus ojos brillaron. Me comentó que aquel noticiero solo pudo verlo mucho tiempo después, ya que ellos, los negros, no podían entrar a los cines de la ciudad de cemento, debían esperar que fuera exhibido en los suburbios. Como parte del filme, organizamos en ese mismo Núcleo de Arte una gran exposición colectiva con los más destacados pintores. Al cóctel de inauguración llegaron todos los artistas, miembros del cuerpo diplomático, familiares y gente de la cultura. Fue una buena solución para poder filmar todo el espectro de artistas jóvenes y viejos de este país naciente.
En el mismo barrio de Xipamanine, aún vive uno de los más destacados pintores. Me refiero a Mankeo. Elegí visitarlo cerca de la puesta del sol ya que a medida que uno se acerca al barrio empieza a escuchar los tambores, las marimbas y el canto coral de las mujeres. El escenario o locación, es la enorme feria de frutas y verduras de Xipamanine.
Al atardecer y al cierre de la jornada laboral, resuenan los instrumentos y las mujeres comienzan a bailar, luciendo toda su sensualidad al son de los atléticos tumbadores que, con destreza y ritmo impresionante, van marcando el frenético movimiento de las torneadas caderas de bellas mujeres vestidas con sus coloridas capulanas representando una bella coreografía. A poca distancia de allí, escuchando la frecuencia de aquella hermosa emisión musical, está Mankeo, con el torso desnudo bajo la sombra de un frondoso mango, pintando aquellas mismas escenas pletóricas de color y ritmo. Siempre está rodeado de múltiples nietos, perros y gatos que dan vida a ese atelier natural.
Otro momento pleno de la filmación fue el encuentro con el destacado pintor Roberto Chichorro, quien deambula su vida entre Lisboa y Maputo. Con Chichorro, no solo conversamos en su taller de Av. Julius Nyerere, barrio acomodado de la ciudad, sino que recorrimos diversos suburbios y sus bares abarrotados de sedientos machos. La pintura de Chichorro se caracteriza por describir escenas suburbanas con mujeres que, cada atardecer, vagan por estrechas calles de tierra y cercos de zinc, en busca de un amor fugaz. La melodía proveniente de múltiples gaiolas (jaulas) que encierran pájaros cantores, acompañan el paseo sinfín de esas bellas mujeres que buscan sobrevivir y resolver su triste realidad circundante. Son los personajes fundamentales en la obra pictórica de Chichorro, artista que le imprime calidez, y nostalgia, a través de su maravillosa técnica, logrando una verdadera transparencia en los colores que permiten al espectador introducirse en el mundo interior de cada uno de los protagonistas de sus obras.
Malangatana Ngwenya, el más importante artista en la historia de Mozambique, fallecido hace unos años en Lisboa, a quien pude traer a Chile en 1994, para exponer en el Museo de Bellas Artes fue una verdadera institución. Realizó una destacada carrera internacional, exponiendo en Portugal, España, Francia, EE. UU., Suecia, Alemania entre muchos otros países. Hoy existe una fundación y un museo con su obra. Fueron incontables veces que visité su enorme atelier museo de cuatro pisos, con personalidades que visitaban Mozambique como, por ejemplo, Don Francisco Coloane y el escritor sueco Henning Mankell, entre muchos otros.
Malangatana fue poeta, músico, actor, diputado, pero, principalmente, un gran ciudadano, consciente del rol que debía jugar el artista en un país que recién estaba naciendo. Su pintura refleja las diversas etapas vividas por su patria, desde la época colonial, en la cual él fue víctima, y la posterior a la independencia.
Su clara y aguda reflexión sobre la realidad existente en su país, lo hizo ser un personaje incómodo para quienes ostentaban el poder. Su mayor legado, junto con su obra, fue su relación con la gente, principalmente con los niños. En su barrio del Aeropuerto, cada mañana de sábado, reunía cientos de niños, en su mayoría hijos de familias muy humildes. La idea era trabajar con ellos pintando una calle sin salida, de tierra; con restos de objetos, desperdicios, y tierras de color, iban construyendo un enorme mural, fiel reflejo de los sueños de cientos de niños africanos que día a día duermen a oscuras, no sueñan y menos sospechan si habrá un mañana.
Naguib es otro destacado pintor, que ha ido cimentado su carrera hasta ser hoy considerado probablemente el más importante en su oficio. Tuve el honor de conocerlo en sus inicios, lo que dio paso a una amistad. Esto permitió que pudiera usar una de sus pinturas como afiche de mi primer filme en Mozambique: Nkomati, o direito de viver em paz. Hace un par de años, viajé a Mozambique y pude comprobar cómo su obra lo llevó a ser hoy el más destacado pintor. Fue durante el homenaje que se le rindió al cineasta Rui Guerra, en el Festival de Cine Dockanema, cuando fue declarado hijo ilustre de Mozambique. Rui nació en Mozambique, hijo de portugueses, pero contrario al poder colonial, tuvo que partir al exilio a Francia, para luego radicarse en Brasil, donde fue uno de los fundadores del Cinema Novo. Se le hizo entrega de una pintura de Naguib al cineasta autor de filmes como Os Fuzis, Opera do Malandro, Eréndida, Aos Pedaços, y Quase Memória, entre otros. El festival abrió con un video con saludos de Patricio Guzmán que yo grabé en Chile, ya que su filme Nostalgia de la Luz, abría el festival.