La exposición en el Museo de Roma del Palacio Braschi, que se une a las iniciativas para celebrar los 150 años de la proclamación de Roma capital de Italia, comisariada por Federica Pirani, Gloria Raimondi y Flavia Pesci, rememora —junto con los más importantes eventos que han marcado la historia de la nueva capitalidad, desde 1870 hasta los años del primer conflicto mundial—, las profundas transformaciones físicas de la anatomía de la ciudad, en sus calles, plazas, palacetes así como las de sus aspectos sociales.
El contenido se vale de un núcleo de 600 obras de arte, entre pinturas, esculturas, fotografías o materiales documentales y de sistemas multimedia de soporte, para ofrecer un capítulo narrativo que da cuenta al visitante de las vicisitudes más o menos conocidas de la capital, renovando experiencias compartidas que aportan un broche a la memoria colectiva.
A esta significativa selección se añade una serie de documentos mostrados a lo largo de un recorrido histórico, urbanístico-arquitectónico, político y social, ilustrando la cronología de la Roma ya capital y de sus protagonistas. Así pues, a partir del acontecimiento traumático de la llamada «Brecha de la Porta Pía», registrado el 20 de septiembre de 1870, las excavaciones arqueológicas, las demoliciones y reconstrucciones irán delineando la nueva imagen de la recién nacida capital del Reino así como, del mismo nivel significativo, los cambios socio-culturales generados por la política, el arte, el comercio, el turismo, las actividades deportivas y los nuevos sistemas de ocio, que le darán una flamante fisionomía de ciudad moderna, hasta llegar a la dramática interrupción ocasionada por la Primera Guerra Mundial.
Acompaña al visitante a lo largo del itinerario la presencia significativa del conde Giuseppe Primoli, que ofrece un excelente reportaje fotográfico entre 1888 y 1903. Aparatos didácticos, instalaciones inmersivas, soportes multimedia y vídeo, completados por citaciones de escritores italianos y extranjeros, ilustran los diversos aspectos relativos a la política, arte, comercio, industria, turismo, deporte y vida social, que constituyeron el andamio para la construcción de una ciudad encaminada hacia la modernidad.
La simbólica pintura de Michele Cammarano con la «Brecha de Porta Pía» abre la galería expositiva, ladeada por algunos fotogramas de la película La toma de Roma de Filoteo Alberini. La importancia de tal acontecimiento y el éxito de su iconografía quedan bien representados por pinturas de Bartolena, Ademollo y Tranzi, así como por fotografías originales que reviven el momento histórico. Mientras los retratos de los protagonistas (Cavour, Garibaldi, Mazzini, Víctor Manuel) se alternan con numerosas pinturas celebrativas del Plebiscito (2-10-1870, que ratificaba la anexión al Reino de Italia del territorio de Roma) de carácter oficial y popular, testimonios que miden la resonancia del evento en Roma y en el Reino de Italia.
Por su lado, la representación del territorio urbano al igual que el dramático impacto de la neocapital con el azote de la pobreza y de la malaria, queda perfectamente expuesto en la pintura de Federico Zandomeneghi, Los pobres en los escalones de la iglesia de San Gregorio en el Celio.
Un relevante espacio ilustra el estrecho vínculo que existe entre Roma y el Tíber a través de la maqueta del Puerto de Ripetta y diversas pinturas, fotografías y planimetrías, que dan cuenta del cauce del río como canal de comunicación, de intercambios comerciales y de ocio, al tiempo que constante amenaza por las frecuentes y desastrosas inundaciones.
El repaso a las transformaciones urbanísticas de la capital se basa en maquetas, proyectos arquitectónicos y bocetos decorativos de los edificios más significativos, levantados por aquellos años, con una conspicua documentación. Grandes cambios que abrieron el horizonte a las nuevas temáticas sociales y políticas: nacieron nuevos barrios y se fue transformado el gueto, con la realización de la nueva sinagoga, documentados con maquetas y bocetos del Museo Hebraico de Roma, que a su vez inaugurará, en el próximo otoño, una exposición dedicada a las celebraciones de Roma capital, titulada «1848-1871. Los judíos de Roma entre segregación y emancipación».
En el gran salón del Museo, completa la exposición un paseo ideal a través de Roma, donde cuelgan variados carteles procedentes de la Colección Salce de Treviso y una selección de 70 imágenes, en su mayor parte inéditas, de la actividad fotográfica del conde Giuseppe Primoli.
Tras la elección del alcalde de Roma, Ernesto Nathan, se disfruta de una modernización sin precedentes de la capital (difusión de la instrucción, sanidad pública, planificación urbana, infraestructuras, transportes, iluminación) y se lleva a cabo una promoción de la imagen internacional de Roma con la exposición del Cincuentenario de la Unificación de Italia en 1911.
El recuerdo continúa con el apartado del estallido de la guerra, que marcará un antes y un después en la historia del siglo XX. La reviven proyecciones de algunos fragmentos de la película Gloria con imágenes del conflicto bélico y de algunas fotografías. Y se concluye con algunas pinturas interventistas de Giacomo Balla, mientras La última vigilia de Edoardo Gioja representa simbólicamente una síntesis del final de la Gran Guerra.
Roma, capital de Italia desde siempre...
Sabida es la importancia del patrimonio arqueológico-histórico-artístico, único en Italia de esta relevante concentración italiana, un patrimonio que documenta una historia milenaria, caput mundi de uno de los más potentes imperios, sede del sucesor de San Pedro y centro de la religión católica en la ciudad del Vaticano, abrazada por la ciudad de Roma.
La Unificación de Italia se concluyó en 1870 —que este año celebra 160 años— gracias al impulso del Reino de Cerdeña, que conquistó y anexionó diversos territorios reuniendo a los voluntarios, sobre todo «garibaldinos», que organizaban expediciones y revueltas por diversos lugares de la península itálica. Decisivo fue el innegable papel de Camillo Benso, Conde de Cavour (Turín 1810-1861), político y patriota, aunque sin el apoyo del movimiento cultural del Resurgimiento —que aunaba sobre todo a intelectuales, burgueses y estudiantes— la concluida unidad no habría sido posible.
Quedaba por designar la capital del país unificado, que podía recaer en Turín, ya capital del Reino de Cerdeña (este comprendía además de Cerdeña, Piamonte y Niza) tal y como fue proclamada inicialmente. Una elección que así se explica: el Reino de Cerdeña resultó abolido tras el nacimiento del nuevo Reino de Italia, que dominaba no solo los antiguos territorios del reino saboyano sino también todos los neoconquistados durante la Segunda Guerra de Independencia y tras la célebre «Expedición de los Mil», capitaneada por Giuseppe Garibaldi, el apodado «Héroe de los dos mundos». Estos nuevos dominios del flamante Reino di Italia no podían contar con Roma, pues la ciudad eterna pertenecía aún al Estado Pontificio.
Por consiguiente, esta era la situación que indujo a asignar a Turín (la actual capital de la región de Piamonte) la primera capitalidad del país, si bien la inminente y determinada intención, que invocaba Roma para asumir la centralidad de Italia, se expuso claramente a través de los diversos discursos de Cavour, ya ministro del desaparecido Reino de Cerdeña y presidente del Consejo de Ministros durante varias legislaturas:
La elección de la capital queda determinada por grandes razones morales. Es el sentimiento de los pueblos el que decide las cuestiones relativas a esta. Ahora, señores, en Roma concurren todas las circunstancias históricas, intelectuales, morales, que deben determinar las condiciones de la capital de un grande Estado. Roma es la única ciudad de Italia, que no tenga memorias exclusivamente municipales; toda la historia de Roma desde la época de los Césares hasta el día de hoy es la historia de una ciudad cuya importancia se extiende infinitamente más allá de su territorio, es decir, de una ciudad destinada a ser la capital de un grande Estado …convencido de esta verdad, me creo obligado a proclamarlo en el modo más solemne ante ustedes, ante la nación, y me siento obligado a hacer en esta circunstancia el patriotismo de todos los ciudadanos de Italia y de los representantes de las más ilustres de sus ciudades, a fin de que cese cualquier discusión a este propósito, a fin de que podamos declarar a Europa, a fin de que quien tiene el honor de representar este país frente a las extranjeras potencias pueda decir: la necesidad de tener Roma por capital está reconocida y proclamada por toda la Nación …He dicho, señores, y afirmo una vez más que Roma, solo Roma debe ser la capital de Italia...
Y así fue, en la sesión del 27 de marzo de 1861, la Cámara aprobó casi por unanimidad: «Que Roma, capital aclamada por la opinión nacional, sea añadida a Italia».
Cabe recordar que, durante todo el período del citado Resurgimiento, Roma fue considerada por los principales exponentes de este movimiento patriótico —con el decisivo objetivo de hacer de Italia un único Estado— la capital natural del nuevo país, merecidamente en directa sucesión del glorioso Imperio Romano.
Mas, allá por 1861, no se veía factible la posibilidad de trasladar la capital a Roma. Entre otros motivos, porque el Estado Pontificio contaba con la protección de la Francia de Napoleón III y en 1864, con la Convención de Septiembre, el Estado Italiano se propuso no tratar de ocupar Roma, firmando un apropiado tratado con Napoleón III. Por ello, al año siguiente la capital de Italia fue transferida a Florencia, una decisión de doble significado: por una parte, demostraba la voluntad de querer convertir Roma en capital de Italia, acercando esta sede geográficamente hacia la ciudad eterna; pero, por otra, dejaba entrever que la anexión de Roma al Reino de Italia no habría podido constituir probablemente una operación rápida. De todas formas, el traslado de la capital a Florencia no se demostró un paso solo simbólico, que por las expectativas de aquellos tiempos no aparecía como un hecho particularmente provisional: de hecho, se encargó al arquitecto Giuseppe Poggi el proyecto de un gran plan para el resaneamiento de la ciudad, el «Plan Poggi», para convertirla en una ciudad capaz de satisfacer las nuevas exigencias de la capital de Italia.
Hasta que, en 1870, Francia se vio en aprietos debido a la guerra Franco-Prusiana y así Napoleón III tuvo que llamar a sus tropas de Roma: el Reino de Italia aprovechó esta oportunidad y el 20 de septiembre de 1870 entró en la ciudad de Roma a través de la citada Brecha de Porta Pía, anexionando Roma al Reino de Italia y proclamándola como su capital al año siguiente, el 21 de enero de 1871. Una capitalidad cuyo nacimiento acaba de cumplir 150 años.