Este escrito no va a ser académico o conceptual, sino un largo artículo. He pensado que mi mejor aporte es dar un testimonio vivido en el triple proceso: de descolonización, del Movimiento de No Alineados y del Grupo de los 77, en los cuales he participado activamente. Creo ser hoy uno de los pocos sobrevivientes de la conferencia de Bandung (1955) y que comunicar la vivencia del proceso de la creación y desarrollo del tercer mundo, su visión y sus valores, puede ser lo más útil que yo pueda hacer.
El mundo que emergió de la Segunda Guerra Mundial tenía una gran parte del Sur en estadio de colonias. Basta mirar a la creación de las Naciones Unidas que, hay que recordar, es un término acuñado por el presidente Roosevelt, al convocar en enero de 1942 una conferencia de 26 naciones, para reafirmar el compromiso de luchar en contra del Eje Alemania, Italia, Japón hasta al final.
Los Países Aliados (Estados Unidos, Unión Soviética, Reino Unido y China), se juntaron en 1944, desde agosto hasta octubre, en Dumberton Oaks, Estados Unidos, para preparar los estatutos y el diseño de las futuras Naciones Unidas, que se presentaron en una Conferencia en San Francisco en 1945, con 50 países participantes, que aprobaron la Carta de las Naciones Unidas. La organización entró formalmente en vigor el 24 de octubre de 1945, una vez que Francia, Estados Unidos, Reino Unido, Unión Soviética y China ratificaron el tratado.
Es importante subrayar que solo los vencedores de la Guerra Mundial fueron miembros fundadores. Y que los Cinco Grandes retuvieron un poder de veto, como súper vencedores.
También es relevante señalar que Asia tuvo apenas dos países participantes: China e India (que en realidad ganaría su independencia el 15 de agosto del 1947). África, dos: África del Sur y Etiopía. Mientras América Latina 19 países, obviamente aliados con Estados Unidos y por lo tanto considerados ganadores.
América Latina había ganado su independencia al comienzo del siglo XIX. Pero casi toda África y Asia habían quedado al margen de la creación de Naciones Unidas. Las colonias habían formado unidades militares para los ejércitos de la «madre patria», cuyos hombres, terminado el conflicto, volvían a ser ciudadanos de segunda clase. En las colonias, todas las posiciones de poder en la economía, en la enseñanza, en la sanidad, en la administración, eran ocupadas por hombres blancos que venían de la potencia colonial.
Pero algo nuevo se iba desarrollando, especialmente en las elites nacionales, buena parte de las cuales habían tenido acceso a estudios superiores, frecuentemente en la metrópoli: un creciente sentido de dignidad, de frustración y de injusticia. El colonialismo había evitado invertir en la educación, sobre todo la superior. Se calcula que cuando Libia obtuvo su independencia de Italia, el total de personas con nivel universitario era de 28 hombres y ninguna mujer. Los estudios, además, eran una repetición de los en uso en la metrópoli, sin ningún esfuerzo para incluir elementos de la identidad cultural de la colonia, de su geografía o de su entorno natural. El senegalés Leopold Senghor, que con el martiniqués Aimé Cesar y el guyanés Léon Cartron Damas creó en 1934 la revista L’Etudiant Noir, se mofaba de que los maestros franceses enseñaban a los niños que «nuestros ancestros, los galos, tenían ojos azules, eran rubios y bien altos», en contra de toda evidencia.
Creo que en América Latina no se ha entendido lo traumático que fue el proceso de descolonización. Si no se entiende el sentimiento de frustración y de rebelión de las elites de las colonias, no se puede entender el nacimiento de los no alineados. Antes que la dimensión de no alineamiento, fue fundamental la dimensión Norte-Sur, que fue la que creó un sentido de identidad y destino común en pueblos que no habían tenido ninguna relación entre ellos, de realidades tan diferentes como África y Asia y, cabe recalcar, profundamente divididos en el mismo continente, según el sistema colonial en el cual se encontraban. No había ninguna comunicación entre África francófona, anglófona o portuguesa. Las comunicaciones eran verticales con la metrópoli. América Latina vivió esta experiencia hasta las guerras de independencia, ya que los varios virreinatos y capitanías no podían intercambiar entre ellos y todo comercio se tenía que desarrollar a través de España.
El primer vuelo entre una ciudad francófona, Dakar, y una anglófona, Nairobi, fue con Air France en 1956, o sea casi en tiempos contemporáneos. Fue en la metrópoli que se formaron y se encontraron los artífices de la independencia colonial. Recuerdo con qué emoción Lyndey Pindling (que obtuvo la independencia de Las Bahamas en 1973) narraba sus días de estudiante en Oxford, con muchos de los padres de la independencia de las colonias inglesas. Entre ellos hablaban de sus países como un mundo fantástico para los demás, que nunca habían salido de su colonia. Y que se empeñaban, con un gran sentido de solidaridad, en ganar debates y competiciones con los ingleses, que los trataban con un gran sentido de superioridad: «Éramos pocos, pero descubrimos que no éramos inferiores. Y allá todos juramos que, a la vuelta, llevaríamos nuestros pueblos a la misma libertad que veíamos en Inglaterra».
Pero la descolonización fue un proceso largo, conflictivo y muchas veces sangriento. Varios de sus líderes fueron asesinados. De hecho, la pérdida de la India y su división con el Pakistán, en 1947, fue el acontecimiento que dio a Inglaterra la conciencia de que el proceso era inevitable. Francia tuvo conflictos muy dramáticos, como los de Indochina (1954) y Argelia (1962). Portugal se resistió hasta la caída del régimen de Oliveira Salazar (1974). El proceso descolonizador en Asia y África duró desde 1956 hasta la década de los 70, con el Caribe en los 80.
La conferencia de Bandung, que abrió un cambio fundamental en las relaciones internacionales, se realizó en abril del 1955, cuando el proceso de colonización estaba lejos de terminar. A Bandung acudieron 29 países, la mayoría de nueva independencia: el 54% de la población mundial, en ese momento (1,500 millones). La conferencia fue de solidaridad afro-asiática y de lucha en contra del dominio colonial. En Bandung no se habló de la creación del no alineamiento. El tema era la denuncia del sistema colonial y establecer cómo, por primera vez una alianza de países que hasta hace poco no existían, podían trabajar juntos: algo totalmente nuevo en la historia. Había conciencia de representar a la mayoría de la humanidad y de que este era solo el comienzo de un proceso de dignidad y de libertad que, durara lo que durara, cambiaría al mundo para siempre.
Yo llegué a Bandung el 10 de abril, ocho días antes de la apertura de la conferencia. Estaba registrado como periodista, a mis 21 años, para la revista de la Unión Nacional de Estudiantes (UNURI). Mi contacto era la Unión de Estudiantes de Indonesia, que miraba a la conferencia con orgullo, como una afirmación del papel internacional que su país asumía, a los diez años de independencia. En realidad, casi nadie sabía algo sobre países africanos participantes, como la Costa de Oro, Liberia o Sudán. Tal como ellos no tenían idea de Indonesia, Nepal o Camboya...
En la conferencia había escasas medidas de seguridad y el debate entre todos era muy fluido. Iraq y Arabia Saudí presentaron una resolución para condenar a la Unión Soviética, por su opresión con sus poblaciones musulmanas, pero este debate se evitó, sobre todo por la intervención de China, que hasta 1960 mantuvo una alianza con la URSS. Lo que pasó finalmente fue una resolución que «condenaba al colonialismo en todas sus manifestaciones», que muchos consideran como el comienzo del movimiento de no alineados. En realidad, Bandung fue una reunión sobre el colonialismo. La ausencia de delegaciones de América Latina seguramente imposibilitó una visión más global. Estaban presentes también personalidades como Tito, Ho Chi Minh, Sihanouk y U Thant, pero en sus discursos también se concentraron sobre el tema del colonialismo y del imperialismo.
Pero Bandung fue fundamental para el nacimiento del Movimiento de los No Alineados (MNOAL), porque permitió el encuentro de líderes que tenían una visión que iba más allá de la descolonización. Zhou Enlai, en una conferencia de prensa que dio a los periodistas presentes, juntó el colonialismo con el imperialismo y la necesidad de luchar contra los dos, obligando a Nehru a hacer lo mismo. Entre los dos había una competencia abierta. Nehru tenía desconfianza hacia el comunismo y se consideraba el símbolo de la descolonización, por el tamaño de India y su primacía en el proceso. Zhou Enlai fue mucho más modesto y había una gran simpatía hacia él. Estaba vivo solo porque había cambiado de vuelo al último minuto, probablemente por compromisos de trabajo. El avión en que estaba oficialmente anunciado explotó en el aire por un sabotaje de la CIA. En el vuelo murió un periodista austriaco con el cual teníamos planeado dividir gastos para visitar el país después de la conferencia.
Lo que en realidad conecta Bandung con todo el proceso posterior es que se adoptó por unanimidad una declaración para la paz y la cooperación, de diez puntos, la Dasasila. Esta declaración, basada en la Carta de las Naciones Unidas, fue adoptada después por el MNOAL, y sigue siendo un documento de identidad hasta hoy. Allí se habla por primera vez de la Cooperación Sur-Sur, que sería uno de los puntos estratégicos del Grupo de los 77.
Dos años después hubo en Beijing, durante el Gran Salto Adelante, una conferencia de la Unión Internacional de Estudiantes, que reunía las organizaciones estudiantiles del bloque socialista y aliados. Algunos países europeos decidimos participar. Cuando terminé mi intervención, Zhou Enlai me mandó a llamar. No sé si me había reconocido. Me preguntó qué pensaban los estudiantes italianos de China. Le dije que no se sabía nada, ya que el país no estaba abierto a visitantes. Entonces él me ofreció un viaje a lo largo de su país, para contar lo que había visto de vuelta en Italia. Esta es la razón por la cual estoy vivo. Todos los demás dirigentes tomaron un vuelo para Nom Pen, que se estrelló al salir del espacio aéreo chino.
Al volver a Beijing después de un mes de viaje, pedí agradecer al compañero canciller. Me recibió y me pidió decir en muy pocas palabras mi impresión. Un enorme país de hormigas trabajadoras, todas vestidas igual, de 600 millones de personas, no era para pocas palabras. Respondí que era una experiencia transformadora venir de tan lejos y ver una revolución como la china.
Zhou Enlai me fijó su mirada, con sus ojos laser, bajo sus espesas cejas, sin decir nada por un periodo interminable. Y finalmente me dijo: «¿Tan lejos de dónde?». Esto destruyó para siempre todos mis etnocentrismos. Gracias a él soy lo que soy hoy: un ciudadano global.
Es cierto que de Bandung vino la creación del Movimiento de No Alineados. Pero, a mi entender, en realidad esto fue el año después (1956), en la isla de Brioni, en la costa dálmata, donde Tito tenía su casa. El convidó a Nehru y Nasser a una reunión de dos días, donde por primera vez se pasó del tema del colonialismo y del imperialismo al amplio diseño de crear un movimiento que abarcara a todo el tercer mundo, incluida América Latina. La reunión tuvo un carácter muy personal. Los pocos periodistas que estábamos teníamos una carpa en el jardín, y al final de sus reuniones los tres líderes venían para una conversación más que una conferencia de prensa. Tito era el más enfático, Nehru el más conceptual y cauteloso y Nasser el más radical. Pero el mensaje era: no hay paz sin seguridad global, y esto significa el fin de la dominación de un país sobre los otros.
Tito había roto con la URSS en 1948 y un colega de la agencia Tanjug me comentó, muy en privado, que en Yugoslavia se veía el activismo de Tito con el tercer mundo (había hecho un largo viaje en India y Birmania en 1954), como una manera de salir del aislamiento en que lo había colocado su expulsión del Comintern. Su insistencia para equiparar Moscú y Washington fue muy explícita, mientras Nehru fue mucho más cauto. Lo máximo que pudimos sacarle, entre muchas generalidades diplomáticas, fue cuando Claude Julien, de Le Monde Diplomatique, le preguntó si eran iguales de peligrosos para la paz, y Nehru contestó: «quien quiere dominar, se mete en la misma categoría».
Nasser era muy directo y el más duro con la crítica a la dominación del mundo y dio el ejemplo del Canal de Suez, parte del territorio egipcio explotado por Francia e Inglaterra. No se podía intuir que iba a nacionalizarlo el año siguiente... La reunión terminó sin un documento y a causa de ello la cobertura periodística fue de poca profundidad. La Declaración de Brioni salió poco después y representa, a mi entender, el verdadero momento del nacimiento de los No Alineados, aunque se suele colocarlo en la conferencia de Belgrado, en 1961.
Belgrado fue el acto formal del nacimiento de los NOAL. Participaron 24 países y las presencias de una excolonia europea, como Chipre, y un país de América Latina, Cuba, dieron una dimensión global al movimiento. Tito hizo todos los esfuerzos posibles para que la conferencia tuviera apoyo logístico, protocolar y de seguridad para el máximo éxito. En todos los que estábamos en Belgrado había la conciencia de participar a un momento histórico de la marcha de la humanidad, para un camino de paz, de reducción del peligro nuclear y de un mundo más justo y más libre.
Desde allí, el MNOAL tomó su largo camino hasta el día de hoy. A pesar de haber participado en varias de sus conferencias, en las cuales se iban incorporando más países de América Latina, creo que para la región vale recordar el ascenso y el declive de Cuba en el Movimiento. Castro se había convertido en una de las principales figuras de los No Alineados, gracias a su papel en la defensa de la independencia de Angola contra la invasión de África del Sur. En la cumbre del MNOAL de La Habana, en septiembre de 1979, Castro había eclipsado a todos los otros líderes. Las figuras históricas ya no estaban: Nehru había muerto en 1964 y Nasser en 1970. Tito no pudo participar por estar seriamente enfermo (moriría en 1980). Castro no era considerado por muchos, un alineado con Moscú. Pero, poco después de la Conferencia de La Habana, la URSS invadió Afganistán, que era un país miembro del movimiento. La Asamblea General de las Naciones Unidas condenó la invasión. Una gran mayoría, 59 países no alineados, votaron en contra de la URSS y solo nueve a favor (con 29 abstenciones). Entre los nueve estaba Cuba. A partir de entonces Castro perdió mucho de su prestigio y en el movimiento nunca reapareció una figura catalizadora. Y, cabe destacar, el NOAL no fue un camino particularmente movilizador en América Latina. La componente afroasiática fue siempre su columna histórica.
El Grupo de los 77 (G77) tuvo una identidad mucho más latinoamericana. No solo porque las delegaciones de esos países jugaron un papel fundador en Ginebra, en 1964, sino porque Raúl Prébisch tomó a la organización en sus manos, después de su gran experiencia en la CEPAL. Recuerdo que los países que no querían seguir juntándose con el grupo occidental o con el campo soviético se contaron: y eran 77.
En esa reunión tampoco había muchos que pensaban que participaban en un momento histórico. Yo, por mi parte, salí convencido de que era hora que todo este mundo que nacía tuviese su propia voz, ya que el sistema informativo internacional estaba concentrado en las manos del Norte, que no tenía ni interés ni comprensión del desarrollo del tercer mundo. Cuatro agencias de prensa, las dos estadounidenses, UPI y AP, la francesa AFP y la inglesa Reuters, controlaban el 92% del tráfico internacional de noticias. Así nació Inter Press Service, como una cooperativa internacional de periodistas sin finalidades de lucro, donde por estatuto los socios tenían que ser en dos terceras partes del Sur, y los del Norte no podían trabajar fuera del Norte. IPS fue creciendo progresivamente, pasó a ser el carrier del grupo de agencias de los No Alineados. Fue la secretaría de ASIN, el sistema regional de intercambio de los países de América Latina y el Caribe, con servicios en siete idiomas, casi tres mil usuarios, y la creación de un servicio analítico que las otras agencias no tenían, ya que competían sobre noticias. Su mensaje era dar la voz a los que no la tenían y los esfuerzos del sistema transnacional para acallarla no tuvieron éxito.
Se debe al G77 que se materializara una vieja aspiración que venía del proceso de descolonización: la idea de rebalancear el sistema económico internacional, que era totalmente vertical entre el Norte y el Sur, para tener por primera vez una dimensión horizontal: la idea de un Nuevo Orden Económico, basado en una mayor justicia internacional, la paz, la cooperación y el respeto de los derechos de los países en desarrollo. Este proyecto visionario de un plan de gobernabilidad mundial fue aprobado en la Asamblea General de la ONU de 1974. Por un tiempo, los países industrializados aceptaron los compromisos económicos y políticos que el NEOI significaba. Este momento fue el más alto de la historia de Naciones Unidas y del multilateralismo.
Todo este mundo vio el inicio de su desaparición en la Cumbre Norte-Sur de Cancún, de 1981. Yo había sido llamado para cooperar en la parte informativa por el presidente de México, José López Portillo, copresidente de la cumbre con el canadiense, Pierre Trudeau. Entre los 22 jefes de estados participantes estaba Ronald Reagan, recién elegido presidente de Estados Unidos.
Reagan, con el entusiasta apoyo de la premier británica, Margaret Thatcher, pasó a enunciar que: 1) el sistema de democracia en que se basaba Naciones Unidas se había convertido en una camisa de fuerza para Estados Unidos, que tenía que aceptar decisiones tomadas por una serie de países que no eran mínimamente comparables al peso económico, militar y demográfico de su país; 2) el comercio y la iniciativa privada tenían que ser la base de las relaciones internacionales y que él consideraba la ayuda al desarrollo un derroche económico y una mala costumbre para los receptores: «Trade, not Aid»; 3) eran los ciudadanos los que tenían que actuar, y no los Estados que él consideraba un obstáculo para la iniciativa privada, la única que funcionaba de verdad; 4) estaba en contra de la adopción de cualquier plan de acción, ya que no reconocía a nadie tomar decisiones por cuenta de su país, que era el único capaz de determinar cuáles eran los intereses norteamericanos.
De todo esto se hizo eco todavía más radical Margaret Thatcher y el silencio de un Kurt Waldheim, que no sabía cómo reaccionar, no ayudó a François Mitterrand en la defensa de la Cumbre. Así, las intervenciones de los presidentes del tercer mundo fueron totalmente ignoradas. En un coffee break, un indignado Julius Nyerere dijo en altísima voz a una muy molesta Indira Gandhi: «Aquí se ha reunido lo peor del colonialismo con lo peor del imperialismo, y la historia vuelve atrás...».
En realidad, no era solo la historia que volvía atrás. Tres jinetes del Apocalipsis se lanzaron casi simultáneamente a cambiar el mundo. Uno fue la caída del Muro de Berlín, que autorizó a los vencedores a considerar que el mundo sería solo y definitivamente capitalista y se podían desmantelar todas las trabas a su libre desarrollo, impuestas por la existencia de un campo «socialista». En una conferencia en Milán, en 1995, el director general de la Organización Mundial del Comercio, Renato Ruggiero, afirmó que, con la desaparición del comunismo, el mundo se reuniría progresivamente en un único mercado común; que habría una sola moneda, el dólar, y se eliminarían para siempre las guerras.
El otro jinete fue el Consenso de Washington, entre el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que traspasaba todas las responsabilidades económicas y sociales al mercado, con dramáticas consecuencias en los campos de la educación, la salud y todo gasto público.
El tercero fue la teoría de la Tercera Vía, lanzada por Tony Blair, apoyada por Bill Clinton y recibida por todos los líderes socialdemócratas de la época. Ya que la globalización neoliberal era imparable (TINA, there is no altenative), la función de la izquierda era aceptar la teoría económica neoliberal, pero darle una cara humana, manteniendo medidas de carácter social. A partir de allí, empieza la deserción progresiva de los trabajadores desempleados y de los menos favorecidos que, afectados por la globalización, emigran hacia una derecha que se presenta como la verdadera fuerza antielites, que rechaza a los inmigrantes que roban los puestos de trabajo, a los acuerdos y los organismos internacionales que han sido creados por las elites, utilizando la xenofobia, el nacionalismo y el populismo.
Durante este periodo terminó la Guerra Fría, y es significativo que los famosos «dividendos de la paz», de los cuales tanto se había hablado por el movimiento pacifista, no aparecieron en ningún lado. La reducción de los gastos militares (muy inferior a lo esperado), en lugar de ir a la cooperación internacional para la paz y el desarrollo, fue integralmente a ajustes presupuestarios.
Llegamos así al nuevo siglo, con un cambio en la cultura política fundamental. Los valores que acompañaron al mundo desde el fin de la Guerra Mundial, que habían llevado a la creación de Naciones Unidas, de la Unión Europea; los valores de la cooperación internacional, de la paz, de la solidaridad, de la justicia internacional, de la búsqueda de un pacto social inclusivo y participativo se van esfumando, para dar vida a un nuevo conjunto de valores: los valores del individualismo, de la codicia, de un capitalismo sin límites. El mercado pasa a ser el valor sobre el cual fundar la sociedad. «La codicia es buena, porque ayuda a conseguir la riqueza» (Reagan). «La sociedad no existe, existen solo individuos» (Thatcher). «Son los árboles los que contaminan, no las industrias» (Reagan). «La riqueza lleva riqueza, la pobreza lleva pobreza, no hay que tasar a los ricos» (Reagan).
Los valores del desarrollo son substituidos por los del crecimiento y de la globalización. Solo que el objetivo del proceso de desarrollo era permitir a un hombre ser más de lo que era. El de la globalización es para que tenga más. Es un cambio de paradigma.
La crisis del 2008, aunque vivida como un asunto del sector de la banca, en realidad es el punto de inflexión de este cambio de paradigma. Ya hay suficientes datos para saber que una globalización neoliberal sin límites ha aumentado el desempleo, las desigualdades sociales. Lo público ha sido cortado con un hacha a favor de lo privado. Todo lo que no da rédito es improductivo. El recorte en los presupuestos de educación, sanidad e investigación es continuo. Como demuestran muchos economistas, el capital aumenta a cuesta del trabajo. Y el miedo sobre un futuro incierto, utilizado por políticos populistas, cambia radicalmente la percepción de los ciudadanos, especialmente de los jóvenes.
Antes de la crisis del 2008, en toda Europa había un solo partido de extrema derecha con cierta vigencia: El Frente Nacional de Le Pen en Francia. Pocos años después irrumpen en todos los parlamentos partidos de extrema derecha. Emblemático es el caso de los Países Nórdicos y Holanda: eran los llamados like minded countries, los más solidarios con los países en desarrollo; los únicos en haber volcado el 0.7% de su Producto Nacional Bruto a la cooperación internacional, un compromiso adoptado por todos los países de la OCDE y nunca cumplido. En pocos años, partidos de extrema derecha entran al gobierno o se convierten en una fuerza decisiva. Dinamarca, un modelo de civismo, llega a confiscar todas las joyas de los inmigrantes. Holanda, refugio de perseguidos religiosos en la historia, aprueba una ley para quitar la nacionalidad a 82 niños nacidos en el Califato islámico, porque han crecido en una atmósfera de terrorismo.
Una fuerte corriente de historiadores sostiene que la codicia y el miedo son dos importantes motores de cambio de la historia. La codicia parte con la caída del muro de Berlín, y dos décadas después llega el miedo, con la crisis del 2008, y estamos en la segunda década...
Todo este cambio de paradigma está acompañado por varios fenómenos que están fuera de control. Las finanzas, por ejemplo, ya no son parte de la economía como en el pasado. Han tomado vida propia. Hoy, el total de un día de transacciones financieras es 40 veces el total de la producción de bienes y servicios, o sea del trabajo del hombre. No hay ningún instrumento de regulación de las finanzas. El uso comercial de Internet ha creado gigantescas redes sociales, también sin ninguna regla. Los logaritmos que las rigen buscan mantener la atención del lector, privilegiando todo lo que es excepcional y llamativo, muchas veces fake news. Y empujan a los lectores a colocarse en sitios virtuales donde reagrupan a personas con los mismos gustos y costumbres. El diálogo e intercambio de ideas se van reduciendo siempre más, aumenta el sectarismo y la red es un espacio de insultos, de las teorías y rumores más inverosímiles. Los usuarios han pasado de ciudadanos a consumidores, y ahora de consumidores a objetos: datos que se venden a empresas y partidos políticos. Es dramático leer los estudios que demuestran como los jóvenes tienen un espacio de atención siempre más reducido, leen siempre menos y registran un nivel de cultura general cada año más bajo. Estamos entrando en una era de barbarie.
En todo esto, la llegada de nuevas tecnologías, desde la inteligencia artificial a la infotecnología y la nanotecnología, va a crear enormes cambios en la producción y el empleo. Todo esto en una amenaza existencial, que es la amenaza climática.
Se puede, con mucha lógica, argumentar que problemas paradigmáticos solo tienen soluciones globales. Pero la experiencia de la pandemia nos indica todo lo contrario. A la mitad del segundo año, los países ricos han asegurado el 86% de las vacunas, mientras los países pobres el 2.1%. Y es obvio para todos que una pandemia no se vence hasta cuando todos, ricos o pobres, estén vacunados.
Vivimos en un mundo cada día más fragmentado, sea a nivel político que cultural. Es lo que el Papa Francisco llama «una Tercera Guerra Mundial fragmentada». La nunca superada raíz de superioridad del Occidente ha llevado a la patética idea de que, eliminando un régimen, llegaba automáticamente la democracia de estilo occidental. La lección de Afganistán no ha frenado a los fracasos de Iraq, Libia, Siria: todos estos conflictos se internacionalizan por el número de aspirantes a poder local, regional y global. En este momento, hay en Siria ocho potencias extranjeras que están dispuestas a luchar hasta el último sirio. Lejos están los tiempos en que Kissinger declaraba: «La globalización es el nuevo término para la hegemonía americana».
En este mundo fragmentado, barbarizado, que ha perdido valores internacionales y códigos de comunicación, vuelven con fuerza tres antiguas trampas que la historia había depositado en el trastero: en Nombre de Dios, en Nombre de la Nación y en Nombre del Dinero. Estos son los nuevos motores de las relaciones internacionales. Y emergen los hombres fuertes, los Salvadores de la Patria. Los Erdogan, los Al Sisi, los Orban, los Kacynski, los Modi, los Duterte... todos quieren jugar un rol internacional. Desde las confrontaciones del siglo pasado, Estados Unidos continúa con sus pretensiones hegemónicas. Rusia no se resigna a su declive económico y militar, y sigue actuando con una política de gran potencia. Pero, en tan poco tiempo, ha surgido un nuevo actor que ya está acercándose al nivel de Estados Unidos: China. Su llegada ha cambiado el tablero internacional.
China tiene un modelo político propio, que por décadas el Occidente miró como primitivo, que con el crecimiento habría inevitablemente evolucionado al modelo del capitalismo occidental. En unas décadas, China ha logrado sacar de la pobreza a 700 millones de campesinos y tener una tasa de crecimiento económico varias veces superior a la del Occidente. Se calcula que en pocos años superará per cápita, sobre la base al valor del poder adquisitivo, a Estados Unidos. Su tamaño hace imposible una guerra con los Estados Unidos. En general pocos conocen su historia milenaria, como Mao supo identificar al secretario del Partido Comunista con la memoria histórica de los emperadores chinos, y reparar la dignidad ofendida de un gran pueblo, tras las invasiones extranjeras. La humillación de la primera Guerra del Opio (1838), que llevó los ingleses al control del país para obligarlo a comprar la droga, que ellos vendían para subsanar el gran déficit comercial que tenían con la China, está todavía grabada en la psiquis nacional. Yo vi, en 1957, un jardín en el centro de Beijing, con un cartel que decía: «No dogs and Chinaman admitted». Mao fue el liberador de la despiadada ocupación japonesa. Y el Partido Comunista ha asegurado, desde Deng, el ingreso a la prosperidad cada año a millones de personas. Es un pacto social que ningún país ha podido realizar.
La segunda Guerra Fría, de que tanto se habla en los medios, no tiene nada que ver con la primera. Es una competición política, económica, tecnológica, no ideológica. El mundo no está dividido en dos bloques, sino cada día más fragmentado. Estados Unidos ya no se puede presentar como un modelo, ya que antes de todo debe solucionar muchos problemas internos, con extremos como Trump, que siguen vigentes. La lógica es que China y Estados Unidos vayan compitiendo todo lo que puedan, pero tendrán un límite insuperable: el uso de la fuerza. Y tendrán que cooperar en asuntos planetarios, como la tragedia del clima.
Obviamente, en esta competición, se buscarán alianzas, para tener más poder. No serán por afinidades ideológicas, como pasó en el siglo pasado. Será por conveniencias económicas o militares. Y en este sentido, Estados Unidos parte con la ventaja de todo un sistema creado por él, desde la OTAN hasta el USMCA (o TLCAN 2.0). China está rápidamente construyendo otro, desde la Ruta de la Seda al Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, creado como alternativa al sistema de Bretton Wood. No es lejano el momento en que China libere el yuan como moneda internacional, reduciendo los privilegios del dólar como divisa de reserva internacional.
¿En esta situación, como se coloca América Latina? Está firmemente en los mecanismos interamericanos, o sea con la tutela de Estados Unidos, desde la Organización de Estados Americanos al Banco Interamericano de Desarrollo (donde Trump colocó un halcón de su confianza), pasando por la Organización Panamericana de la Salud, a un sin fin de acuerdos regionales, muchos de tipo militar. Es de prever que, con el aumento de la confrontación con China, Estados Unidos apriete la tuerca, para asegurarse el control de la región.
De aquí nace una pregunta fundamental: ¿le conviene a América Latina quedar en esta camisa de fuerza de la tutela de Estados Unidos? Lógico sería que la región se mantenga lo más alejada de la disputa y atenta a defender sus propios intereses, para el bien de sus pueblos, en una nueva fórmula de no alineamiento.
El problema es que América Latina no está todavía en un real progreso de integración, y no funciona con una lógica regional. Los intentos de crear organismos de integración son numerosos, y todos han fracasado en una cambiante relación de fuerzas políticas. El golpe de Estado en Chile, 1973, condujo al abortamiento del Pacto Andino, nacido de la inspiración del canciller Gabriel Valdés en 1969, y rechazado por el naciente neoliberalismo por el tratamiento a la inversión extranjera. El péndulo también ha oscilado en sentido contrario. Así, el 2005, en la Conferencia de Mar del Plata, la presencia de líderes latinoamericanos progresistas puso una virtual lápida al Área de Libre Comercio de las Américas, el asimétrico tratado que impulsaba Washington.
Emblemático es que hoy los presidentes de las dos mayores economías, Brasil y Argentina, no tienen diálogo. El tema de la unidad de América Latina está ausente en las preocupaciones de sus ciudadanos. En el Foro Social Mundial, desde 2001, se han juntado más de un millón de activistas de la región. Se han tenido centenares y centenares de paneles, sobre los temas más variados. No recuerdo ni uno sobre la integración regional. Mientras que, en los foros de África y Asia, este tema era frecuente, siendo América Latina inmensamente más homogénea como región...
El camino pasa por una educación que asuma una visión identitaria regional. Estamos muy lejos de esto. Es tiempo de que el mundo académico e intelectual asuma este reto.
(Este artículo corresponde a un capítulo del libro editado por el académico y diplomático Jorge Heine, y Carlos Fortin, director general de UNCTAD. El libro, redactado por importantes personalidades políticas y académicas de la región, llama al no alineamiento activo de América Latina en una eventual nueva guerra fría)