Creo que nunca antes habíamos estado todos, en general, más necesitados de esperanzas, de optimismo, de amor y positividad.
Los seres humanos somos como somos y nos solemos cargar de miserias, de reproches, de ira y problemas que creamos al son de unos intereses que poco tienen que ver con lo importante. Hacemos todo lo contrario de lo que realmente necesitamos.
Y ¿qué es lo importante, diremos?
Lo importante, al fin y al cabo, suele ser lo simple. Lo importante es la solidaridad, la compasión, el perdón, el estrechar lazos entre todos y, sobre todo, entre los nuestros, los cercanos.
Solo cuando no se tiene ni lo uno y ni lo otro, se es capaz de valorar lo importante. Y lo importante, según los que no tienen ni posesiones materiales, ni la cercanía de lo humano, es el calor de las relaciones humanas: la compasión, el amor.
Enjuiciamos, juzgamos, sin preguntar el por qué.
Reprochamos sin agradecer, faltaría más, el cómo.
Utilizamos las palabras de tal manera que se convierten en la peor arma contra el otro, sin miramientos, con el único objetivo de dañar.
Es posible que, tal vez, los primeros que estén promoviendo la separación de las personas sean los que nos dirigen, desde los gobiernos, generando diferencias y resquemores; pero la verdadera responsabilidad de que así sea la tenemos nosotros mismos.
Todos, absolutamente todos, llevamos una mochila a cuestas llena de lo bien o mal hecho, de la culpa o el fracaso; unos más y otros menos. Cada uno con su vida; de mejores o peores decisiones, de equivocaciones y errores, pero también de alguno que otro acierto.
Posiblemente lo que más pese, siempre, es la sensación de culpa. Ese sentimiento personal, «soy culpable de…», es el que más cuesta descargar.
Para seguir caminando, para volver a decidir, para volverse a equivocar, es necesario descargar esa puñetera mochila. De lo contrario la mochila podrá con nosotros, nos paralizará, nos frenará y nos arrastrará.
¿Quién es perfecto? No hay trabajadores perfectos, ni padres, ni hijos, ni amigos, ni hermanos, ni parejas perfectas. Lo perfecto no existe, si existiera esto sería un aburrimiento y nunca descubriríamos lo auténtico. Lo auténtico se encuentra en la imperfección. Cada día hablo con algunos que parecen sentirse perfectos. No les juzgo. Viven en su definición. El mero hecho de sentirse perfecto es ya, de por sí, una imperfección.
Las imperfecciones que vemos en el otro normalmente son las nuestras.
El mayor arrepentimiento que puede haber en una vida, es el de no haber dedicado más tiempo y amor a las personas que están cerca de ti, que quieres, que te importan. Normalmente ese arrepentimiento llega con la edad, demasiado tarde.
Dedicar tiempo, expresar emociones, hablar, sentir a esas personas que de una u otra manera son importantes para nosotros: padres, hijos, hermanos, primos, pareja, amigos, a veces es tan sencillo como descolgar el teléfono, o mandar un mensaje para que te sientan cerca. También hay que ganar tiempo para verlos, para compartir momentos de presencia con ellos.
El tiempo no se recupera jamás
Si nos falta lo importante, de nada sirve tener posesiones, títulos o dinero en las cuentas del banco. ¿Para qué acumulamos? ¿Para morirnos teniendo posesiones?
Hay una pregunta que siempre me acompaña ¿por qué aquellos que lo tienen todo en el ámbito material, que no necesitan nada más para vivir holgadamente, siguen deseando tener más? ¿Para qué? ¿Realmente lo tienen todo? ¿Tener más, vivir preocupados por mantenerlo, para dejar más que nadie, en la muerte? ¿Qué sentido tiene?
En la vida se pasa por diferentes etapas y tal vez la etapa en la que nos damos cuenta de todo esto, de todo lo que merece la pena, sea la más tardía.
Por eso, tener la oportunidad de darse cuenta antes, es un paso para no dejar pasar un día más sin hacer sentir a los tuyos que estás ahí.
Pensamos que nuestros seres queridos no nos van a faltar nunca. Olvidamos que de un día para otro todo puede cambiar.
Ese abrazo que dejamos de dar porque no creíamos no tener tiempo, ese perdón que no pedimos o no quisimos ofrecer, ese «te quiero» que no dijimos. Mañana puede ser nunca. Somos seres orgullosos. En ocasiones nos puede el orgullo. Nos quedamos atrapados en esas creencias que nos limitan a expresar sentimientos o emociones.
¿Qué somos los humanos si no esas huellas que dejamos en nuestro recorrido personal, que es nuestra historia?
Todos somos presente, pero también pasado. La lectura del pasado de cada uno depende de los ojos que lo leen. Pasa lo mismo que con la historia de la humanidad. Qué diferentes o distintos puntos de vista sobre los mismos hechos.
La percepción
Nuestros pensamientos, nuestras creencias, nuestras ideas; así memos, así miramos y así percibimos.
Solo el tiempo nos hace ver que ciertos acontecimientos del pasado hoy los contemplamos de otro modo, muy distinto, de aquel entonces.
Cada uno de nosotros, desde dentro, tiene clara esa huella que va dejando. Pero, ¿y en el exterior?
Es muy difícil seguir el rastro de lo que pensamos y el por qué actuamos de determinadas maneras desde un punto de vista externo. Todo son interpretaciones y las interpretaciones son percepciones que, volviendo al inicio, dependen de cada uno.
Pocos, como yo, suelen abrirse en canal públicamente, como hago por aquí, con estos escritos que, compartidos o rechazados, van dejando en vida el rastro de mis pensamientos y, por ende, de mis acciones.
Nadie más que uno mismo para saber cómo piensa y por qué lo piensa; cómo sufre y por qué sufre, cómo vive y por qué vive.
De pensar surge la equivocación, de la equivocación el error, pero, también, la corrección.
UCDM nos dice que el amor es nuestra «herencia natural» como personas. Conseguir desplazar de nuestra mente todo aquello que nos impide reconocer esta herencia, debería ser el reto de cada uno.
Para conocer qué es el amor, para cambiar, debemos renunciar poco a poco a las creencias que han ido alimentando esa especie de locura que nos habita.
No trates, por lo tanto, de cambiar el mundo, sino elige más bien cambiar de mentalidad acerca de él.
(Capítulo 21 1-7 UCDM)