La suya, desde luego, no es una obra complaciente. Ni con su tiempo ni, menos aún, con sus lectores. De estos exige no solo atención sino, ante todo, compromiso. La construcción del texto se halla en las antípodas de los dos elementos que nos atenazan en la actualidad como una especie de nuevo imperativo categórico comercial: ensueño y evasión. Leer a Camus, hoy, es ante todo un ejercicio crítico y autocrítico, es decir, lo contrario de cuanto practican, como línea editorial, los grandes consorcios de la industria del libro. Aquí y ahora interesa aquello que vende y contribuye a reproducir la masa de capital. La calidad o el sentido de cuanto se publica queda en un lugar menor, cuando no en último plano. Aunque siempre hay excepciones.
Una de ellas la constituye la edición, por parte de editorial Debate, en Barcelona, del volumen La noche de la verdad, una recopilación de los artículos publicados por Albert Camus en el periódico Combat. Una parte de esos trabajos fueron editados clandestinamente, cuando dicho órgano formaba parte de la Resistencia que se oponía a la hegemonía del nazismo en Europa. De ahí la resonancia española del título. Porque en noches como las que Camus vivió bajo la Ocupación, en tanto que redactor jefe de Combat, escribir suponía jugarse la vida a cara o cruz; no era otra cosa que afrontar «la hora de la verdad», como ocurre en el interior del drama taurino.
Hemos de agradecer a este sello editorial —integrado en el grupo Penguin Random House— la brillante traducción realizada por María Teresa Gallego Urrutia, así como el prólogo de Manuel Arias Maldonado, muy útil para situar estos textos en el conjunto de la producción camusiana. Textos que, si en determinados momentos alcanzan el cénit del entusiasmo, más pronto de lo deseado, ante el giro de los acontecimientos tras la liberación de París y del resto del territorio francés, caen en el declive de la decepción. Fiel siempre a la verdad de los hechos, a su cruel desnudez, Albert Camus aprende muy pronto una lección difícil de asumir: nunca hay que tomar los deseos por realidades. Es algo que la izquierda emergente, después de esos años terribles, fue olvidando progresivamente hasta caer en la caricatura de sus propias ilusiones. Sobre todo para aquellas formaciones de carácter comunista que, si bien pretendían asaltar los cielos, nunca repararon en que la naturaleza de los medios sumía a los fines perseguidos en los cienos del infierno.
En su polémica con marxistas de corte estaliniano, siempre, invariablemente, tomó partido por la construcción de un socialismo en libertad. Sin libertad, semejante empeño deviene una suerte de pesadilla claustrofóbica. Así lo transmitió más de una vez entre los círculos de los republicanos españoles, con uno de los cuales, Wilebaldo Solano Alonso, cultivó una larga relación de amistad.
Precisamente España, su larga guerra y posterior derrota a manos del fascismo internacional, resulta uno de los temas más caros a lo largo de las páginas de este libro.
Uno no puede sino recordar con dolor estas palabras: «Fue en España donde los hombres aprendieron que es posible tener razón y, aun así, sufrir la derrota, que la fuerza puede vencer al espíritu, y que hay momentos en que el coraje no tiene recompensa». Frase que, con relación al genocidio acaecido en nuestra patria, todavía ilumina una de las advertencias más duras que podamos recibir acerca de la condición humana. Condición que, para Albert Camus, resulta menos poderosa que su voluntad transformadora; voluntad preñada, además, de rebeldía.
Así, siguiendo la senda de este razonamiento, escribe:
A los hombres no se les regala nada, y lo poco que pueden conquistar se paga con muertes injustas. Pero no es ahí donde reside la grandeza del hombre. Reside en su decisión de ser más fuerte que su condición. Y si su condición es injusta, solo tiene una forma de ir más allá: ser justo él.1
Está claro, pues, que la vida se construye y mantiene luchando contra potencias que no ansían sino la destrucción de nuestra frágil humanidad. Esta es la fuerza que irradia de la obra de Camus: su canto radical a la libertad y su compromiso activo en pos de la verdad, por penosa que resulte. Una verdad que no todo el mundo estaba dispuesto a defender en su tiempo.
Cómo olvidar, en este sentido, su polémica con Jean-Paul Sartre y su famosa revista, Les Temps Modernes. Para el autor de La náusea, la verdad no podía desligarse de su carácter instrumental, pretendidamente revolucionario; para el autor de El extranjero, en cambio, la verdad en sí misma es revolucionaria, y no admite componendas extrañas a su propia raíz. Así, Albert Camus tuvo el valor de denunciar la gran patraña que se ocultaba tras el telón de acero, desenmascarando la falacia de un «socialismo» construido a la sombra de los campos de concentración, de los procesos contra toda disidencia, del monolitismo en el pensamiento y en la acción; de la mentira, en suma.
Proféticas resultaron sus palabras, escritas el primero de octubre del año 1944: «La mentira, incluso bien intencionada, es la que separa a los hombres, la que los arroja a la más inútil de las soledades».2
Hoy, cuando la soledad más desolada se instala en el corazón de toda vida humana, la única revolución posible es aquella que perseguía el carácter inconformista de Camus y que, en su momento, formuló Thomas Edward Lawrence, más conocido como «Lawrence de Arabia»: «...deseamos una revolución que dé no tanto el poder a una clase cuanto una oportunidad a la vida de los hombres».3
De este y otros temas, tanto o más apasionantes, el libro que hoy es objeto de estos comentarios nos da un reflejo lejano, pero fiel, de aquel tiempo que aún condiciona el presente que habitamos. El lector contemporáneo, aquel que ame el espíritu heterodoxo de Camus, hallará en las páginas de este volumen, además de un texto extraordinario, la libertad y el compromiso de un alma invencible.
Notas
1 Albert Camus, (2021). La noche de la verdad. Barcelona: Editorial Debate. pp. 44-45.
2 Ibidem. p. 91.
3 Ibidem. p. 115.