Tendremos bosques: habrá planeta. Tendremos igualdad: habrá evolución cultural.

Al 50% de las personas; que los abusos de los cavernícolas del otro 50% nos permitan a todas salir de esta esclavitud…

En las Islas del Maíz (Nicaragua) surge una pequeña pirámide de un socavón en la tierra. La exuberante vegetación tropical contrasta con el marrón pálido de las caras del triedro y la humedad se asienta en las oscuras grietas que resquebrajan el monumento.

La potencia del lugar pone a palpitar nuestras pupilas que oscilan como los cocos de las circundantes palmeras. Así debió haber sido el Sahara una vez, mucho tiempo antes de los faraones y sus tumbas, así será mucho tiempo después de nosotros, necrópolis incluidas, pero, ¿qué es este sitio?

Esta pirámide desenterrada se encuadra en el marco de la, quizás, obra más grande del planeta: El Alma del Mundo, del español Rafael Trénor. Ocho vértices de un cubo abstracto que atraviesa el mundo e incorpora a la Tierra en su colosal creación.

El sentido de la obra es un homenaje a la divinidad Madre, la cual históricamente ha obtenido culto de absolutamente todas las civilizaciones mundiales. El alma del mundo es la idea filosófica que confiere a la Tierra su propia alma, lo que hace del planeta un ser vivo de escala universal.

Actualmente, de las ocho pirámides se han construido seis: son las de la Isla Molokai’i en Hawái, Estados Unidos; Kalahari, Botsuana; Arahura, Nueva Zelanda; Tierra de Fuego en Argentina; Badgarin en Siberia, Rusia y en Great Corn Island, Nicaragua.

Todavía faltan dos más por construir y cerrar finalmente el cubo inscrito en la esfera hogar. Los símbolos del cielo y la tierra unidos en un mismo espacio y tiempo en cuanto se concluyan los trabajos escultóricos de las islas Cocos, Australia y Galicia, Europa.

Cada uno de los vértices descubiertos mantiene la personalidad adscrita al lugar donde se erigen y, si es cierto que cada uno de estos lugares es, en sí mismo, un vórtice donde fluye la energía cósmica, la realidad es que, en Galicia, sus gentes (y otro tipo de gentes y gentuza) se empeñan en hacer desaparecer todo rastro de ella.

Este territorio siempre ha sido uno de los más poblados de la tierra desde la edad de hierro. Darles patadas a las piedras es una actividad que se debe hacer con especial cautela aquí: existen restos de lugares de habitación, culto y enterramiento dondequiera que uno pise.

Los castros eran aldeas o villas celtas, pre-celtas u oestrimnios (todavía no está del todo claro cuántos pueblos habitaron el lugar, ni sus épocas de asentamiento). Sus extensiones varían desde unas pocas casas a poblaciones más grandes, con calles y avenidas principales.

También varía el nivel de fortificación de éstas: pueden estar rodeados de una, ninguna o varias murallas. Las casas fueron circulares hasta la cuadratura de la romanización y no muy lejos construían sus megalíticas necrópolis donde enterraban a sus muertos generación tras generación.

Sus dioses, representados siempre de tres formas, demandaron respeto por la naturaleza que los abrazaba: el ubérrimo bosque templado húmedo atlántico, los más de diez mil ríos que enumeró Cunqueiro y las vetustas piedras graníticas que salpican de mineral al pequeño país.

Las divinidades más importantes eran Lugh, el dios sol, Larouco, el dios guerrero padre, representado con una maza y sus genitales muy exagerados y Anu, la madre tierra, en sus formas de vieja, joven y adulta.

Sus templos eran naturales, en cimas de montañas (A Franqueira, A Caniza); en lugares con formaciones pétreas extraña e inquietantemente dispuestas (penas de Rodas, Outeiro de rei o Portalén, Barcia do Seixo); criptas subterráneas (Santa Eulalia de Bóveda ou Santa Mariña de Augas Santas).

Ocasionalmente, se levantaban menhires y crómlech orientados según la posición del sol en determinados momentos del año. También tallaron petroglifos en rocas de esos que refulgen con algunos ocasos.

El radar de comercio del pueblo identifica dos ejes principales: las islas británicas y otros pueblos celtas y el de los pueblos mediterráneos, ambos usando la vía marítima. Hay que destacar las pequeñas embarcaciones celtas construidas con ramas flexibles y forradas de cuero animal con las que conseguían sortear las olas y tormentas del fiero Atlántico para llegar a los destinos más septentrionales.

La extracción de minerales como el oro y, principalmente, el estaño, además de otros minerales debió de haber sido importante como demuestra la red de intercambio con estos pueblos lejanos. Pero la auténtica depredación extractivista de los mal llamados «recursos naturales» comienza en la época de la romanización del territorio. El oro y otros minerales fueron arrancados de la tierra, desviando cauces de ríos y deshaciendo montañas enteras mediante el uso combinado del fuego y el agua (Médulas, Montefurado…).

Durante la época de los emperadores de la dinastía Flavia: Vespasiano, Tito y Domiciano, entre los años 69 y 92, la provincia de la Gallaecia llegó a aportar el 7% de los recursos de todo el imperio pese al pequeño tamaño de la región.

Años después, en el 409, con la congelación del Rin,1 algunos pueblos bárbaros atraviesan la frontera (limes) del imperio y uno de ellos, el pueblo suevo, termina por asentarse en la parte occidental de la provincia de la Gallaecia, mediante acuerdo (foedus) con el emperador Honorio. Los suevos fundan el primer reino europeo «post» Imperio Romano en el año 411, ¡antes de que éste caiga en el 476!

Los suevos eran fundamentalmente un pueblo agricultor. En la planificación territorial del nuevo reino se reordena el espacio y es así como aparecen nuevos terrenos destinados a pastizales para la ganadería y, sobre todo, aquellos destinados a la plantación de alimento. Es en ese entonces cuando el frondoso bosque templado húmedo se cercena, tala y confina en emplazamientos reducidos que se utilizan únicamente para su aprovechamiento.

Primero paganos y después arrianos; finalmente se convierten al catolicismo con el rey Teodomiro y la figura de San Martín de Dumio a mediados del siglo V. Los arrianos visigodos terminan por controlar el reino a finales de siglo tras el apoyo de Teodomiro al hijo del rey visigodo Leovigildo, quien pretendía convertir al catolicismo al reino hispano.

Los visigodos reinan en Hispania y dominan Galécia hasta la invasión musulmana quienes, en las tierras del noroeste peninsular nunca se llegan a asentar, pero sí saquean. Los visigodos caen, sí, pero la religión católica más ortodoxa importada en época del Imperio y asentada en tiempos de Martín Dumiense y de los últimos reyes suevos persiste.

Los diferentes reinos católicos del noroeste peninsular (Galiza, León, Asturias, Castilla) dan sus primeros pasos políticos en el medioevo con sus relaciones de amor-guerra entre ellos y con sus semejantes de las otras religiones. Etapa en la que cabe destacar el apogeo cultural del reino de Galiza en el terreno del arte y la literatura, siendo el principal reino enemigo de los musulmanes.

Las propiedades inmobiliarias en la baja edad media son repartidas entre nobles e iglesia y trabajadas por campesinos quienes en determinado momento alcanzan contratos del tipo fuero2 donde se cede la propiedad de las tierras a éstos últimos por períodos de tiempo extremadamente largos a cambio del pago de impuestos como décimas, quintas, trabucos y préstamos.

El minifundio se establece en el territorio y consiste en la explotación de tierras agrícolas pequeñas, fragmentadas y dispersas a manos de las familias de campesinos locales.

Entre nobleza y clero existe una lucha de poder y como en toda lucha de este tipo siempre hay un vencedor. En el caso de la propiedad en Galicia, el estamento eclesiástico finalmente se hace con la mayor parte de las tierras en el país debido a sucesivos fracasos de la nobleza gallega apoyando a este o aquel candidato a rey o candidata a reina (lucha entre Isabel y Juana).

Un hecho a destacar de la realidad actual de Galicia y que no ocurre en otros sitios de Europa y América (al menos) es el acceso casi universal de la propiedad de la tierra. Una gran parte de las familias del rural mantiene propiedades más o menos cercanas al núcleo poblacional. Los campesinos locales obtienen la propiedad de sus tierras en tiempos de una desamortización eclesiástica ocurrida en el siglo XIX.

Si bien la mayor parte de las tierras en el país pertenecían a la iglesia, esta las explotaba mediante fueros o similares con los locales. Con la desamortización, se promueve la enajenación de las tierras y se elimina la temporalidad del contrato por lo que los campesinos pueden acceder a la propiedad de las tierras.

Lo que sucedió entonces fue una sacudida de la economía tradicional ya que los impuestos que se pagaban al clero se vieron incrementados cuando hubo que pagarlos al Estado, implicando el comienzo de un fuerte éxodo del pueblo gallego.

Y entonces comienza el siglo XX: la Guerra Civil en el 36 y, sobre todo, los años de posguerra atan la población con la miseria durante varias décadas. Debido a la pobreza se acentúa la emigración fuera del país a mediados de siglo. El gran éxodo del rural a la ciudad que vino aconteciendo durante todo el siglo, se desboca a finales.

Las pequeñas tierras de cultivo se comienzan a dejar. La población masculina campesina se ve muy mermada. El envejecimiento de la población comienza a batir su peculiar récord año tras año. Son las mujeres (principalmente ellas), las niñas y niños, los ancianos y los pocos hombres que no se fueron los que se hacen cargo de las tierras más cercanas al hogar y que sirven de sustento a las familias.

Y es que sucedió del siguiente modo: primero se abandonaron las fincas más alejadas de la casa. Es así como los montes y montañas continúan cicatrizados con los balados (muros) de piedras seculares pero la naturaleza se hace ahora cargo de ellas.

Paulatinamente, la agricultura se fue reduciendo cada vez más a las cercanías de villas, pueblos y aldeas hasta finalmente morir en la puerta de las casas. Es así como en algún punto de este oscuro período, que muchos propietarios buscan obtener algún tipo de rédito en sus terrenos mediante la plantación de especies exóticas como son los pinos, a mediados de siglo, y los eucaliptos a finales.

La industria de la celulosa, con su principal sede en una de las Rías Baixas 3 comienza a aumentar su producción. Los vertidos asolan con metales pesados a la exuberante fauna de estos oxigenados y fríos pseudofiordos. El olor en kilómetros a la redonda hace del aire irrespirable y, tierra adentro, los paisanos acrecientan los cultivos en aquellas fincas largamente dejadas atrás. Aquellas tierras que fueron mimadas por sus abuelos y padres y donde ahora no crece ni un triste hongo.

Y para finalizar este cuento de lareira (hogar), que es sino un breve repaso histórico de la historia del lugar enfocado en la pérdida de la biodiversidad y del bosque atlántico, sólo queda realizar la gran pregunta a los oriundos del lugar donde muere el sol: a los que se quedaron, a los que se fueron y a los que están por llegar:

¿Cómo luce Galicia en el año 2021, después de deforestaciones primigenias, fragmentación de las tierras, esplendor y posterior abandono de la agricultura y ganadería, lágrimas transoceánicas y transancáricas4 e inoperancias políticas encadenadas?

Notas

Carballo: Quercus Robur. Árbol druídico, nacional y emblemático de Galicia.
1 Algunos autores establecen que en este año la congelación del Rin permitió cruzar a los pueblos bárbaros asentados del otro lado de la frontera imperial y ocupar espacios romanos. Otros creen que esto se trata de una exageración que permite explicar las invasiones desde una perspectiva mítica.
2 Contrato medieval agrario de muy larga duración, en ocasiones perpetuo, por el cual el dueño de la tierra se la cede a otra persona a cambio de unas condiciones que a menudo se traducían en la entrega de una parte de la producción, además de una renta.
3 Valle fluvial anegado por el mar debido al aumento de su nivel, la erosión de los ríos y los movimientos tectónicos.
4 Sierra oriental que fija la frontera actual de Galicia con España en ese punto.