El presente siglo debe ser el de la liberación definitiva de la mujer en las sociedades donde aún son subvaloradas y discriminadas, es decir en la mayoría de los países del mundo con la excepción, quizás, del norte de Europa. Es cierto que los grados de exclusión no son iguales en todos los países e incluso dentro de un mismo país, dependiendo de factores culturales, educacionales o religiosos. Lo que sí es uniforme es la conducta machista atávica, que ha predominado y continúa controlando los centros del poder familiar, cultural y político en todo el planeta. ¿Es natural que los hombres se hayan apropiado de todos los espacios salvo el de la maternidad, por razones obvias? A estas alturas del desarrollo humano, no tiene justificación alguna, pero revertir esa situación es una tarea titánica y que dependerá de la voluntad de mujeres y hombres conscientes de que no es tolerable la desigualdad como la hemos conocido hasta ahora.
Desde una perspectiva de género, ninguna de las grandes revoluciones que ha conocido la humanidad y que han predicado la justicia, la libertad, la emancipación de clase o la igualdad, se han preocupado de la situación de la mujer y de otorgarle los mismos derechos de los que los hombres han tenido hasta hoy el monopolio. En la filosofía, pensadores como Hegel proclamaron que a las mujeres correspondía la familia y el hogar y a los hombres el Estado, es decir gobernar y hacer política. Nietzsche fue famoso por su conocida misoginia que dejó registrada en sus libros. Marx, en su extensa obra, tampoco concedió muchas páginas a la contribución del trabajo femenino en el desarrollo del capitalismo, es decir, la reproducción, crianza y labores domésticas de las mujeres de los asalariados.
El movimiento feminista, definido como la lucha política contra el patriarcado, tomó fuerza por el derecho a voto en el siglo XIX y se materializó en el XX, donde logró una de las primeras grandes victorias: el derecho de igualdad en el voto que finalmente fue aceptado y hoy es prácticamente universal. Varios siglos antes, algunas pocas mujeres habían logrado el ingreso a las universidades, tierra exclusiva de hombres. No existe una simetría entre desarrollo y derechos políticos de las mujeres. Mientras en países como Chile, el voto femenino fue aprobado por ley en 1934 para votar en elecciones municipales y en 1949, para presidenciales, en la desarrollada y democrática Suiza recién fue posible a nivel nacional en 1971, luego de un segundo referéndum. El último cantón en aprobar el derecho a voto de las mujeres lo hizo recién en 1990 y no por voluntad de sus habitantes, sino del tribunal supremo federal.
La batalla por la ampliación de derechos se expandió después de la Segunda Guerra Mundial, en especial en las décadas de los 60 y 70, donde se incluyó la libertad de decidir sobre su cuerpo, como lo fue el tema del aborto en las sociedades más desarrolladas. Queda aún un largo camino en muchos países para lograr una legislación que les respete el derecho a decidir. Como nunca, el tema del acoso sexual se ha instalado en la agenda pública gracias a la valentía de mujeres y de la prensa en general que ha contribuido a su difusión. En el plano laboral, igualdad de ingresos para las mismas tareas será otro paso para poner fin a la discriminación.
Esta lucha ha sido liderada por el movimiento feminista, extendiéndose por el planeta con diferente fuerza por la brutalidad del patriarcado como ocurre en las sociedades más conservadoras donde también la religión es una forma de gobierno directa o indirecta. Siempre han existido mujeres conscientes de que por el hecho de su sexo han sido marginadas no solo del poder, sino también sometidas a una división del trabajo como una suerte de orden natural: la casa, los hijos, atender al hombre y ante una catástrofe, cuidar a los heridos. Muy caro lo han pagado aquellas que han osado rebelarse o enfrentar el poder masculino.
La escritora chilena, Isabel Allende, en su último libro titulado Mujeres del Alma Mía, hace un emotivo relato de su viaje personal por el feminismo, describiendo su propia historia y la de muchas otras que no han tenido la suerte de ella, narrando casos dramáticos que le ha tocado conocer. Relata que su madre, ante sus primeras quejas por la discriminación de género, le decía, «es que el mundo es así, ha sido siempre igual», intentando convencerla de la inutilidad de su protesta. Se refiere a su alejamiento de la iglesia católica que se produjo al observar la total exclusión de las mujeres en la misa y en la jerarquía eclesiástica.
Considera que la expresión máxima de la vanidad machista y del patriarcado está en el boato militar, el uso de uniformes, condecoraciones y naturalmente el monopolio de las armas. A lo largo de la historia, la guerra y el triunfo militar han sido la expresión máxima del poder masculino, siendo la violación de mujeres el primer trofeo del que se apoderan los vencedores, sin importar si son mayores, jóvenes o niñas. A partir de la creación de las Naciones Unidas, luego de la Segunda Guerra Mundial, cinco países han monopolizado el poder de la paz y la guerra controlando la instancia máxima a nivel del planeta, como es el Consejo de Seguridad, compuesto por Estados Unidos, Rusia, China el Reino Unido y Francia. Esos países han estado siempre gobernados por hombres con la excepción del Reino Unido en los años de Margaret Thatcher. De los nueve secretarios generales que ha tenido Naciones Unidas, todos han sido de género masculino. Va siendo hora de que una mujer dirija ese organismo, el cual, en teoría, representa la gobernanza mundial.
En 2019, cuatro mujeres chilenas conocidas como Las Tesis, que conforman un colectivo transdisciplinario en la ciudad de Valparaíso, lanzaron «Un violador en tu camino», una performance de 10 minutos que denuncia al Estado patriarcal y la connivencia del sistema que lo protege y reproduce. Su trabajo está basado en el estudio de teóricas de la violencia de género, como la argentina Rita Segato y la italiana Silvia Federici, de la corriente del feminismo marxista. Debutaron en noviembre de 2019 transmitiendo un mensaje universal que rápidamente se viralizó por las redes sociales llegando a decenas de países, incluyendo algunos donde fue duramente reprimido por la policía, como en Turquía. Ahí las mujeres parlamentarias, haciendo uso de su fuero, lo presentaron en el hemiciclo ante el estupor de los señores diputados. Este año Las Tesis esperan lanzar, cuando la peste lo permita, una nueva performance con 80 mujeres en el escenario, también tomando trabajos de feministas como Judith Butler, Paul B. Preciados y María Lugones, según señalaron en una de las pocas entrevistas que han concedido donde entregan la visión de su trabajo.
La actual ola de denuncias de la discriminación y abuso de la mujer en todos los planos debe mantenerse para que pueda producirse un avance definitivo hacia la igualdad total de derechos. Ello requiere de leyes que sean cumplidas y respetadas para que no pase a ser algo pasajero, como lo que se vivió en los años 60 y 70 del siglo pasado, que logró importantes avances. Para ello se requiere el compromiso decidido de la clase política, es decir de los partidos, de los gobiernos, de la sociedad civil y, naturalmente, de los organismos internacionales, en especial de Naciones Unidas, que en 1945 declararon la «igualdad de derechos para hombres y mujeres».
Apelar a las tradiciones culturales no es un argumento para continuar humillándolas, como ocurre en muchas sociedades, bajo la explicación de la religión o de las costumbres. En el pasado, entre muchos otros ejemplos, existió el llamado «derecho de pernada» como parte de la cultura agraria, feudal y tradicional en muchísimos países. Hoy, al parecer, prácticamente ha desaparecido. No lo ha sido en cambio, la entrega de niñas preadolescentes en matrimonio.
Promover un día internacional sin la obligación de usar el pañuelo cubriendo la cabeza en el mundo islámico, sería una señal potente de solidaridad con las mujeres que son obligadas diariamente a aquello. En definitiva, ya no se trata solo de la discriminación a la que han sido sometidas, sino que se debe buscar la igualdad absoluta de derechos y deberes entre ambos sexos. Ni más ni menos.