Una biografía no autorizada de Aretha Franklin, y que sirvió para encolerizar al icono del pop, desvela todas las intimidades y tragedias que la diva, fallecida en 2018, quiso ocultar. David Ritz, autor de esas memorias desgarradas que siempre rodearon a la artista, no solo descubre unos problemas familiares e íntimos atroces, sino la postura de la reina del soul ante la vida y el dolor: la negación absoluta.

Hija de una madre que huyó del hogar cuando Aretha tenía seis años, ante un marido predicador baptista, mujeriego y maltratador; la desdichada y supuesta infancia de la artista acabó de manera definitiva con su primer embarazo. A los doce años.

Pero la niña prodigio no dijo nada, ni de su primer hijo ni del segundo, al que tuvo a los catorce años. Ni de la sombra de incesto que rodeaba a su padre, Clarence LeVaughn Franklin, quien dirigía todos los movimientos de la estrella del góspel, desde los cantos religiosos en la iglesia con los que todos los feligreses quedaban atónitos.

Incapaz de afrontar el dolor, Aretha solo sabía engañarse a sí misma creando su propia realidad, incluso cuando mantuvo relaciones con Sam Cooke, siendo menor de edad. Aunque a su padre, lejos de molestarle, solo le interesaba el dominio de una carrera artística que podría beneficiarle como nunca se habría podido imaginar; con sopapos incorporados.

Ávida por escapar del control férreo paterno y de las muchas equivocaciones del predicador con respecto a su trayectoria como cantante, Aretha decidió casarse con Ted White para acabar, muy a su pesar, de mal en mucho peor.

Según Ritz, en Aretha Franklin. Apología y martirologio de la reina del soul (Libros del Kultrum), White, que se convirtió al poco tiempo en manager de su recién estrenada esposa, no solo siguió la senda del maltrato marcada por el patriarca, sino que, dando una vuelta más de tuerca, llevó a su mujer al alcoholismo y a una hilera de fracasos profesionales consecutivos.

Uno de los más sonados, a juzgar por el libro, fue dejar escapar «Let It Be», canción que, según el productor Jerry Wexler, habían compuesto para ella los Beatles. «McCartney y Lennon habían escrito 'Let It Be' para Aretha. No obstante, cuando le puse la maqueta unos meses antes, no sabía si grabarla por su educación baptista, ya que creía que lo de ‘Mother Mary’ de la letra quedaría un pelín católico. Prefirió no grabarla. Paul y John sabían que iba a ser un éxito, se cansaron de esperar y la grabaron primero», apunta Wexler. Otro «error garrafal» fue el que cometió un par de años antes, cuando rechazó «Son of a Preacher Man» y Dusty Springfield la transformó en oro.

Sin embargo, 1967 fue el año que encumbró a la afroamericana al definir, de una vez por todas, lo que se conoce como soul. De la mano de Wexler, Aretha Franklin logró convertirse en una leyenda en vida, admirada por todos; en la reina de un escenario donde se olvidaba del dolor.

El sufrimiento provocado tanto por sus problemas familiares, como por sus erróneas decisiones artísticas, le sirvió de caldo de cultivo para fomentar su alcoholismo, sus depresiones periódicas, su ansiedad con la comida y su volatilidad emocional. «Tenía miedo de no ser lo suficientemente buena como cantante, lo suficientemente bonita como mujer o lo suficientemente devota como madre. No sé cómo llamarlo, pero profunda, profunda inseguridad», señala su hermana Carolyn.

Con todo, Ruth Bowen, quien fuera su representante, ha sabido recordar que «daba igual el número de caídas, de multas y de los malos conciertos por culpa del alcohol. Se sentía protegida por su talento: incluso borracha, cantaba mejor que el 99% de cantantes».

Notas

Navarro, F. (2020). Más allá del mito: el mundo de martirios, maltratos e inseguridades de Aretha Franklin. El País. Noviembre, 21.
Pietro, D. (2020). Aretha Franklin: Alcohol, sexo y (mucha) comida tras los servicios religiosos. El Mundo. Noviembre, 1.