Esa mañana fresca y radiante del 21 de mayo de 1798, un joven lombardo de veinticinco años se preparaba para recibir su título de abogado, en la vieja y renombrada universidad de Pavía. Pensó en su padre, que desde niño lo había incitado a estudiar leyes y, seguramente, estaría orgulloso de su vástago, que lo había complacido. Pero el que en pocos minutos estaría facultado para ejercer de abogado, no se sentía feliz por el éxito alcanzado. Desde niño, había deseado ser médico, pero no pudo o no quiso desafiar a su progenitor. Lo amaba mucho como para disgustarlo y llevarle la contraria. Había culminado sus estudios y, ahora, le tocaba ejercer su profesión en su región natal.
Mientras estuvo como estudiante en la universidad de Pavía, disfrutó de pertenecer a un centro de formación profesional que había sido fundado en 1361. Estaba entre las primeras universidades organizadas en Europa y, para el momento en que entró como alumno, era la única existente en Lombardía. Grandes profesores habían enseñado en ella y, ahora, en la carrera de medicina, se encontraban catedráticos de reconocida fama. Con varios de ellos, el joven había logrado amistad sincera. Uno de ellos, Giovanni Rasori, era profesor de patología y había sido nombrado rector de la universidad. Era un médico de ideas avanzadas, que creía en la teoría del contagio, por medio de agentes vivos microscópicos y, por lo tanto, se oponía a la generación espontánea. Además, Se consideraba un ferviente seguidor de la revolución francesa. La amistad del joven con Rasori se prolongaría hasta la muerte de éste y juntos realizarían varios trabajos científicos.
Entre otros profesores famosos que enseñaban en la universidad de Pavía al ingreso del joven graduando, estaban Lazzaro Spallanzani, el más fiero opositor a la teoría de la generación espontánea y uno de los padres de la biología experimental. También figuraba un profesor de medicina, cuyo nombre reconocen todos los médicos, Antonio Scarpa (triángulo de Scarpa, ganglio de Scarpa), anatomista y cirujano muy reconocido. Precisamente, el título que iba a recibir el joven de nuestro relato venía firmado por Scarpa, ya que hacía muy poco había sido nombrado rector, en sustitución de Rasori. Igualmente, figuraba entre el profesorado una personalidad ya muy conocida en el mundo de la física por sus estudios sobre la electricidad: Alejandro Volta. En fin, ese novel abogado venía de un centro académico notable para ese entonces, por sus investigadores en ciencias biológicas y fisicomatemáticas. Debió sentirse algo frustrado por tener que empezar una carrera para la que no tenía vocación, pero desechó los pensamientos negativistas y, más bien, pensó que quizás más adelante sentiría entusiasmo por el mundo de las leyes. Agostino Bassi, que tal era el nombre del joven abogado, apretó con fuerza su diploma y, decidido, caminó erguido para enfrenar su destino.
Los primeros años
Agostino María Bassi nació en el poblado de Mairago, muy cerca de Lodi, un 25 de septiembre de 1773, siendo hijo de Onorato Bassi, un propietario agrícola y de Rosa Somarriba, una dama aristocrática. De su hermano gemelo, Giovanni Francesco, poco se sabe. Tampoco se conoce mucho de la primera infancia de Agostino, salvo que estudió en la escuela local y, luego de terminar sus estudios en el colegio, partió a estudiar leyes en la Universidad de Pavía.
Mientras se preparaba para ser abogado, en su tiempo libre acudía a las conferencias que daban los excelentes profesores de medicina, adquiriendo así, buenos conocimientos en biología, química, patología y matemáticas. Las teorías de Spallanzani despertaban mucho interés y una muy vívida polémica en el ambiente académico, y, sin duda, Bassi las compartió plenamente e iban a influir en las investigaciones científicas que realizaría posteriormente. Aparte de Rastori, quién también era un firme defensor de la teoría del contagium vivum, hizo amistad con muchos de los profesores de medicina, entre ellos, el profesor Scarpa.
Luego de recibir su título, Bassi regresó a Lodi en donde ocupó importantes cargos administrativos y, de haberlo querido, hubiese seguido una brillante carrera oficial, ya que se le ofrecieron cargos de mayor categoría en la ciudad de Ravena, que desechó por no querer separarse de su familia. Por esa época comenzaron sus problemas con la vista, razón por la cual renunció a todo cargo administrativo y decidió refugiarse en el campo. Se dedicó a la agricultura y a la cría de ovejas. El éxito económico no lo acompañó, debido al colapso del precio de la lana, pero el gusanillo científico que nunca le abandonó, le permitió realizar cruces de ovejas para mejorar la raza y adquirir mucha experiencia en el cuido de esos animales. Pudo entonces escribir el libro Instrucciones para el buen pastor, que fue muy bien recibido por la gente que estaba en el negocio.
Fue uno de los que introdujo la siembra de la papa en Lombardía y aplicó sus conocimientos científicos para mejorar la producción de dicho alimento. Escribió un libro que tituló La utilidad de la papa y las mejores maneras para cultivarla, que también mereció la aprobación de los lectores, especialmente, los agricultores. Estudió a continuación la fabricación de quesos y, por supuesto, sus conocimientos los puso a la orden de los interesados, publicando un folleto que apareció en Milán y en Lodi, dando consejos sobre la preparación, manejo y almacenamiento del producto lácteo. Los productores que siguieron sus consejos, al decir de muchos, llegaron a ofertar el mejor queso de Lombardía.
El incansable Agostino Bassi de igual manera incursionó en la industria del vino, redactando un folleto que tituló Comentarios sobre nuevos métodos para fabricar vino que, nuevamente, recibió comentarios muy favorables, tanto que hasta fue citado en la enciclopedia Biblioteca Italiana. Incluso escribió sobre vino, no de uvas, sino de otras frutas.
Los años de investigador
En vista de que la seda era un producto en alza económicamente hablando, había un interés inusitado en los gusanos de seda y los árboles de morera, pero nadie, ni en Italia ni en Francia, conocía la manera de detener las grandes pérdidas que causaba una enfermedad que llamaban calcinaccio, calcinetto, calcina (por el polvo blanco que cubría a los gusanos muertos, muy semejante también a copos de nieve), o moscardina, como la denominaban los franceses. Por espacio de treinta años, Bassi realizó innumerables estudios controlados, observaciones microscópicas de gusanos sanos y enfermos, estudios de campo sobre los árboles de moreras, así como ensayos terapéuticos y preventivos para resolver el problema de la enfermedad que mataba a los gusanos.
Después de experimentar muchos fracasos, desechando varias líneas de investigación, llegó a la conclusión de que el único factor causal tenía que ser un «agente vivo vegetativo asesino» externo que liquidaba a los gusanos. Logró así, demostrar que la trasmisión de la enfermedad se podía lograr mediante la inoculación directa de ese polvo blanco que aparecía en los gusanos antes de morir o una vez estando aniquilados, así como también a través de alimentos contaminados, las ropas de los agricultores o sus manos, también por moscas del ambiente cercano. Pudo demostrar que la enfermedad nunca aparecía espontáneamente en los gusanos de seda ni en otros insectos, sino que siempre lo hacía por ese agente externo, que atacaba y destruía internamente a los gusanos. «Por vez primera se demostraba así, que un parásito microscópico era perfectamente distinto de la enfermedad que producía» (Mazzarello, P., Garbarino, C., Cani, V., 2013).
Bassi pudo observar bajo el microscopio el ciclo evolutivo y la proliferación de filamentos del agente causal. El agente infeccioso era un hongo similar al Botrytis paradoxa. «Por primera vez, un ser humano formulaba la teoría parasitaria de una enfermedad» (Porter, J. R., 1973). No escapó a su indagatoria la dinámica de la transmisión de la enfermedad, dándose cuenta de que la infección pasaba de un criadero a otro y también de una granja a otra, hasta extenderse por diversas regiones del país. La infección siempre tenía las mismas características, aunque afectase a gusanos de otras especies. Llegó a observar que la muerte del gusano se producía por bloqueo de la circulación de la linfa. Intuyó y comprobó las características contagiosas del mal y pensó que las mismas podían aplicarse a otras enfermedades, siendo entonces sus descubrimientos de mucho interés para el campo de la medicina y, en general, para las ciencias naturales.
Bassi recomendó una serie de medidas para prevenir la infección. Los huevos del gusano de seda deberían ser desinfectados con una solución diluida de cloruro de calcio, alcohol o ácido nítrico. Incluso cuando eran trasportados, las cestas deberían ser desinfectadas o quemadas. Para alimentarse tenían que utilizarse hojas de morera no contaminadas. Llegó a indicar que todos los instrumentos que se manejaban en los criaderos tenían que limpiarse con agua hirviendo. Y, por supuesto, si la enfermedad se encontraba en gusanos, estos tenían que ser eliminados y desinfectado todo lo que hubiera tenido contacto con los animales enfermos. En fin, no había dejado nada sin contestar, pues como decía su motto preferido, «los hechos hablan por la razón».
Como es de suponer, recibió críticas de los que defendían con ardor la teoría de la generación espontánea. Para defender sus ideas y experimentos, solicitó a la universidad de Pavía que nombraran una comisión integrada por miembros de la facultad de medicina y de filosofía, para que determinaran la validez de sus descubrimientos. Realizado el experimento, fue aprobado por el jurado. Luego, Bassi cedió a la universidad todos sus derechos sobre la investigación que había realizado.
El primer trabajo que hizo sobre la transmisibilidad de «la enfermedad del signo», como también se conocía al calcino, apareció en un artículo publicado en Lodi en 1826. Después de su presentación ante los profesores de la universidad de Lodi, y su reconocimiento académico, se animó a presentar una monografía en 1835 en la que describía sus meticulosos experimentos. Doce meses después, publicó otra versión más práctica, enfocada principalmente a los aspectos de prevención de la enfermedad. En los siguientes años, a pesar del recrudecimiento de sus problemas oculares, Bassi continuó escribiendo, aplicando sus conocimientos a enfermedades humanas como la viruela, el tifo, la peste, la rabia, enfermedades venéreas, el cólera y la gangrena.
Los años finales
En el año de 1838, recibió de herencia una fortuna dejada por un primo aristócrata, que alivió su estrechez económica, ya que en vida nunca tuvo apego por el dinero. Siempre fue un hombre generoso, que ayudaba a los menesterosos, dándoles dinero y medicinas. Se dice de él que, en una ocasión, llegó a fundir sus condecoraciones para comprar alimentos para los pobres.
En sus últimos años Agostino Bassi recibió múltiples reconocimientos de sus paisanos y del extranjero. Fue nombrado por Francia Caballero de la Real Orden de la Legión de Honor y perteneció a varias sociedades científicas europeas, siendo sus obras traducidas al francés, alemán y húngaro.
Cuando Agostino Bassi comprobaba, a través de meticulosos experimentos, careciendo de recursos y medios académicos para ayudarle en su favor, que una enfermedad podía ser producidas por microorganismos que crecían dentro de un huésped, Pasteur apenas contaba con trece años, Semmelweis diecisiete, Lister ocho y, a Robert Koch (Mayor, R. H., 1944), le faltaban ocho para nacer. Les tocaría a estos grandes hombres plantear y comprobar la teoría microbiana, obteniendo la gloria y el reconocimiento mundial, pero hubo un precursor de todos ellos que se llamó Agostino Bassi, quien, sin duda, influenció sus carreras. Así lo reconoció el mismo Pasteur, que tenía un retrato suyo y de Spallanzani en su escritorio. Bassi falleció el 8 de febrero de 1856 a la edad de ochenta y tres años. Ya prácticamente ciego, continuó publicando artículos hasta tres años antes de fallecer.
Notas
Mazzarello, P., Garbarino, C. y Cani, V. (2013). Bassi Agostino. En: Wiley Online Library. Chichester: John Wiley & Sons.
Porter J. R. (1973) Agostino Bassi Bicentennial (1773-1973). Bacteriologic Reviews, vol. 37, no. 3, 284-288.
Mayor R. H. (1944). Agostino Bassi and the parasitic theory of disease. Bulletin of the History of Medicine, vol. XVI, no. 2, p. 97.