«La violencia es estructural en la cultura colombiana y las armas han trazado en gran parte la historia de nuestros territorios. Tristemente», dice Jorge Jiménez, de 28 años, voluntario del Nodo Italia en apoyo a la Comisión de la Verdad.
Tristemente. En Colombia, en los últimos sesenta años se han conformado varios grupos armados ilegales, procesos inestables de fortalecimiento de la democracia que han llevado a numerosos acuerdos sin una pacificación total del territorio. No es que la gente viviera en paz antes del 1960: la violencia siempre ha sido endémica en el país, que se independizó de España el 20 de julio de 1810. Los abuelos y el padre de Jiménez, por ejemplo, fueron desplazados en la década del 1950, del campo a la ciudad.
Según el Registro Único de Victimas (RUV) del gobierno colombiano, desde el 1985 hasta finales del 2019, hubo 8 millones de personas desplazadas y según el Centro Nacional de Memoria Histórica, entre el 1958 y el 2018 murieron 261,619 colombianos, la mayoría de ellos miembros de la sociedad civil. En el mismo período, el número de desaparecidos llegó a 80,472. Al cuadro aterrador hay que sumar que en 2020 se produjeron numerosas masacres y, especialmente, ataques a los líderes que defienden el acuerdo de paz firmado en el 2016.
«Ciudades destruidas como si fuera la Segunda Guerra Mundial, sufrimiento terrible para la población urbana, los campesinos, los negros, los indígenas, mujeres, personas LGTBIQ+. Pero desde el 2016 ha habido un verdadero punto de inflexión, con el ambicioso sueño de construir la paz. El presidente Juan Manuel Santos, premio Nobel de la Paz, muy criticado por los opositores del acuerdo de paz, tuvo el coraje de optar por una paz dialogada con la guerrilla de las Farc (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). Un acuerdo tan difícil de lograr porque el anterior presidente, Álvaro Uribe Vélez, con un enfoque militarista había generado una polarización extrema en la nación», prosigue Jiménez.
El acuerdo de 2016 recupera la ilusión en Colombia y, agrega Jorge Jiménez: «hemos empezado a trabajar mucho con la pedagogía, el arte, el juego, el teatro, la terapia Gestalt, entre muchas otras, en diferentes contextos para intentar sanar heridas profundas, tratando de mostrarle otros caminos a los violentos considerando que todos son hermanos; incluso en nuestras familias, de hecho, hay personas que se oponen al acuerdo de paz, que quieren que la guerrilla o los enemigos políticos sean exterminados. En Colombia siempre se crea la figura del enemigo interno. La Comisión de la Verdad, en cambio, nos invita a mirar a todos los actores involucrados en el conflicto como seres humanos, con el objetivo de la reconciliación y la reconstrucción de una verdad a partir de las víctimas. Esta entidad no tiene carácter judicial y no da lugar a juicio ante una autoridad penal, sino que hace parte del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición que involucra muchos instrumentos de justicia restaurativa interactuando con instrumentos de la justicia penal, sin condenar a toda la guerrilla a cadena perpetua como quisiera la extrema derecha».
Felizmente, entonces, la paz ahora es posible con la reconstrucción de la memoria, con el reconocimiento de las víctimas y el sufrimiento de grupos e individuos, con la búsqueda de los desaparecidos.
MemorArte Fest 2020, es el primer festival digital internacional de la memoria en homenaje a las víctimas de la guerra en Colombia (realizado del 14 de septiembre al 31 de octubre), organizado por el nodo Italia de la Comisión de la verdad y por la asociación de promoción social Migras. «En cuarenta días ofreció una serie de encuentros creativos y artísticos, eventos y acciones para el reconocimiento de las voces y testimonios de las víctimas», cuenta Jiménez. «Representa una iniciativa de artivismo (activismo a través del arte) con el objetivo de difundir el trabajo de la CEV, estimular la reflexión sobre lo ocurrido durante el conflicto, tejer nuevas narrativas y transformar las cargas de la violencia a través de los lenguajes del arte. Las actividades tuvieron como objetivo sensibilizar a la ciudadanía sobre la importancia de la reconciliación en Colombia, la consolidación del proceso de paz, el reconocimiento del exilio y la protección de la memoria histórica como perspectiva fundamental para la construcción del futuro». Jiménez forma parte junto con Alessandra Ciurlo, Gloria Mendiola, Yolanda Zuluaga, Juan Camilo Zuluaga, Mónica Marín, Stella Malagón, Alejandra Poveda, Patricia Díaz, Mónica Valdez, María Cristina Alvarado, Flavia Famà, Billy Sánchez, Milagros Quiroz, Paloma Martínez, como equipo creador y organizador del evento.
¿Qué hace exactamente la Comisión de la Verdad?
Se encarga de abrir un amplio diálogo social para reconstruir la historia de la guerra a través del testimonio de las víctimas-campesinos, miembros de la sociedad civil que se encontraron en medio de enfrentamientos armados entre guerrilla, ejército y paramilitares —y no el de especialistas o de los militares. Incluso los verdugos fueron en parte víctimas, a menudo mutilados. Todos pierden en la guerra. La Comisión está en el ojo del huracán porque busca la verdad escondida sobre todo por los gobiernos pasados, hay que decirlo, y por la extrema derecha que la están deslegitimando, diciendo que tiene vínculos con la guerrilla.
La Comisión tiene un enfoque diferencial: étnico, social, económico, de género. A las mujeres se les escucha mucho, sobre todo considerando que está la mujer indígena, la negra, la rica bogotana, la exiliada, la que perdió a sus hijos y que cada historia requiere de una metodología diferente para emprender el camino correcto del acompañamiento psicosocial.
Colombia es montañosa, fragmentada y el conflicto ha hecho inalcanzables determinadas zonas, por lo que la Comisión recoge los testimonios en veintidós «casas de la memoria» esparcidas por todo el territorio. La novedad es que ahora la Comisión de la Verdad está trabajando en varios países del mundo para reconocer el exilio colombiano, un exilio poco considerado internacionalmente incluso por aquellos Estados que acogen a exiliados colombianos, como España y Alemania. En los nodos de la Comisión se formaron personas para entrevistar a las víctimas, profundizar en sus vivencias, para que cada historia personal sea parte de un amplio documento sobre la historia del conflicto.
Yo estoy coordinando el nodo Florencia desde enero. En la ciudad hay dos asociaciones que agrupan a una gran comunidad de colombianos y es difícil, muy difícil hacerlos hablar, porque no se ven a sí mismos como víctimas: lo quieren esconder. El silencio de los que huyen es quizás la forma de afrontar el exilio, de olvidar la identidad que se tenía en Colombia. Tal vez trabajas en algo completamente distinto de lo que hacías en Colombia y te sientes como una persona nueva, pero con el silencio el dolor se congela.
¿Hay miedo?
Mucho. Muchas personas han vivido hechos terribles como la pérdida de hijos y amigos en la guerra de los horrores. Huyeron, pero tal vez todavía tienen hijos en Colombia, a quienes envían dinero, y al dar su testimonio piensan que los pondrían en peligro a pesar de que la Comisión mantiene absoluta confidencialidad para la seguridad de las personas y para garantizar su confianza. Fuimos a Trieste, por ejemplo, donde conocimos víctimas pertenecientes a un grupo en particular que no quisieron hablar.
¿Tienen resultados importantes?
Sí. Por ejemplo, Juan Camilo Zuluaga, el protagonista del documental Memorias Colombianas de Flavia Montini, estrenado en MemorArte Fest, es una víctima porque su madre Amparo desapareció cuando era un niño, pero él, no obstante, siendo un exiliado, ayudó a estructurar el nodo Italia de la Comisión y demostró que ser víctima no implica pasividad, sino al contrario, una reapropiación de la historia, y la conciencia de lo mucho que puede contribuir a Colombia.
Además, todo el diálogo con las asociaciones colombianas es una riqueza que no teníamos. En las comunidades se bailaba, se tocaba música, pero no con ese enfoque psicosocial, no con la perspectiva de construir la paz en Colombia.
A la pregunta: ¿cuál fue el tesoro que encontraste aquí en Italia? Todos responden: paz, tranquilidad.
¿Y el tesoro dejado en casa?
La familia, muy importante. Dibujan a su madre, a sus amigos, a su habitación, pero también a los aspectos folclóricos arraigados en Colombia: la danza, la música. A menudo hay una suspensión cuando tienen que cambiar drásticamente su identidad. Quienes tienen la oportunidad de regresar a Colombia experimentan una explosión de recuerdos, que han desaparecido de la vida cotidiana en Italia.
Entre los colombianos que viven en Florencia, Roma y Trieste encontramos mucho interés, pero también indiferencia, una aparente falta de empatía. Después de todo, también hay polaridades en Italia: los que ni siquiera quieren oír hablar de los inmigrantes y los que luchan por la integración.
¿Cómo interpretas la indiferencia?
Todo está mezclado, ¿sabes? Algunos provienen de áreas donde el conflicto ha sido muy fuerte y han visto morir a un familiar o a su mejor amigo. También hay quienes tienen que trabajar mucho para ganar algo de dinero que puedan enviar a sus seres queridos, y están cansados. Además, en Colombia si no tomas partido te estigmatizan: «¿Estás con este partido o con aquél? ¿Estás con nosotros o contra nosotros?» Tantos colombianos llegan a Italia, se declaran apolíticos y no quieren saber más. Se necesita empatía para entender por qué evitan el debate político, ya que muchas de estas personas están comprometidas activamente con ayudar a la comunidad.
¿Y es aquí donde entra el MemorArte Fest?
Sí. Cuando se trata de bailar y cantar, los colombianos siempre están ahí. Colombia es muy festiva. MemorArte nació pensando en las comunidades que no estaban tan convencidas de hablar de la guerra y del acuerdo de paz, un tema bastante espinoso, porque quizás su familia estaba en contra, pero aman su tierra, sus hermanos colombianos y, al son de los tambores y cantos del Pacífico, se sienten atraídos a hablar sobre ciertos temas en un ambiente alegre. Una forma de escapar del dolor que algunos tienen por dentro.
La palabra «reconocimiento» es el núcleo de la Comisión de la Verdad y el MemorArte es un espacio para reconocer las vivencias de las víctimas; con el arte llegamos a quienes no quieren, o no pueden, hablar directamente sobre el conflicto. El objetivo es también apoyar a los exiliados en su proceso de integración personal para superar la fractura existencial y temporal provocada por el exilio, quedando con una identidad dividida.
¿Están satisfechos de cómo salió el MemorArte?
¡Un episodio al día! Fue intenso y exigente para los voluntarios; un reto trabajar en equipo, cuidar nuestras relaciones.
Estamos satisfechos porque ha crecido la conciencia de cómo caminar junto con los demás, incluso con los de otras naciones que comparten una historia de guerra o simpatizan profundamente. Hay académicos y artistas de diversas nacionalidades que trabajan en el campo social, y han estudiado el caso de Colombia durante muchos años, que no habían tenido la oportunidad de hacer un trabajo tan directo, y personas que han vivido aquí durante una década en Europa y hasta ahora no habían enfrentado de esta manera el tema del exilio. Vemos en el MemorArte el inicio de un nuevo camino en el que podríamos hacer más pedagogía con las comunidades y vencer la indiferencia a través del capital de nuestra historia. Tenemos películas, conversaciones con artistas, con intelectuales, con poetas.
MemorArte: donde el arte no es solo celebración sino expresión de un sufrimiento que, como en el documental sobre Juan Camilo, se transforma en una gran riqueza humana. Pero es un camino muy complejo y largo.
¿Quieres agregar una nota personal?
Yo, Jorge, un joven latino inmigrante en Italia, vivo el peso de una cultura que desde hace un tiempo se está abriendo a la inmigración y sufro las tensiones que se sienten por todas partes. En la dificultad, sin embargo, también encontré la posibilidad de una mirada renovada: ahora sé que como colombiano tengo la tarea de enriquecer el país que me acoge a través de procesos de sanación y transformación de la indiferencia hacia aquello que parece diferente. Debemos ofrecer nuestra experiencia vital para que otros puedan comprender la profundidad que hay en nosotros. Somos un universo inexplorado que da miedo y Colombia es identificada usualmente solo con la guerra y el narcotráfico.
Me convencí de comprometerme porque conocí a Juan Camilo y a muchas otras personas que mostraron una historia muy complicada en la que, de alguna manera, vi algo de mí. Me pregunté: ¿y yo? ¿Qué hay en mi historia, en mi pasado, en mi futuro? ¿Cómo puedo contribuir en esta vida?
(Traducción del italiano realizada por el staff de MemorArte Fest.)