Me decía un amigo mientras dialogábamos acerca del bien común: «De esa expresión me surgen diversas dudas, diversas interrogantes. Días atrás un conocido político señalaba que la propiedad privada no puede prevalecer sobre el bien común; ¿Qué significa eso?, ¿Si una persona es dueña de una casa donde habita y tiene otra para disfrutar sus vacaciones ha de ser expropiado? ¿El dueño de Amazon en virtud del bien común ha de ser expropiado de esa empresa porque representa mucho valor en el mercado? ¿Dónde está el límite de la 'desigualdad' o de desear niveles de 'igualdad' en una sociedad o en el planeta?»

Sin duda, fueron muy fructíferas las inquietudes de mi querido amigo. Comparto en este artículo algunas reflexiones que surgieron de las estas.

Lo que interesa no es la propiedad de bienes y recursos sino el fruto final de los mismos

Uno de los aspectos que nos limita al pensar en el bien común es que, al estar insertos en el paradigma de los opuestos, estamos acostumbrados a un lenguaje cuya significación suele entenderse de un modo polarizado. Este lenguaje tiende a generar conflictos innecesarios, ya que su interpretación nos aleja de la esencia de lo que anhelamos trasmitir. Esto nos impone la necesidad de tratar de responder las preguntas que me hacía mi amigo y aclarar sus significados.

Cuando nos referimos al bien común, la propiedad de los bienes o de los recursos termina perdiendo importancia. Lo que realmente importa es el fruto último de esos bienes y recursos, el resultado de su administración, lo que resulta de su gestión; los bienes o servicios que la actividad genera, el uso de estos y lo que reporta, lo que tributa en beneficio de la sociedad. Pero ese fruto hay que evaluarlo dentro del contexto de las posibilidades que tiene la humanidad y de la realidad a la que nos enfrentamos.

La expresión de que «la propiedad no puede prevalecer sobre el bien común» no me parece feliz. La expresión tendría que hacer referencia a cómo, a veces, el elemental nivel de conciencia existente, el paradigma del egoísmo y la indiferencia dentro del que vivimos, el convivir en sociedades donde abundan los privilegios para algunos y donde las instituciones están deslegitimadas por la ciudadanía, y el uso de lo privado suelen no tener una contrapartida de control en sus efectos. Las consecuencias de ello atentan contra el bien común ciudadano, que incluye a los propios dueños de esa propiedad, dado que finalmente todos terminan «pagando» por los daños, sea por contaminación, por generación de desigualdades graves, de estafas sociales o por inseguridad social que se expresa o «explota» muchas veces de maneras que jamás habríamos deseado.

No es la «propiedad» de las empresas lo que importa, ni la de las riquezas; es su gestión y su fruto último. Se trata del «resultado» que acontece respecto a la sociedad, como conjunto de seres humanos que convivimos en cierto marco institucional. Lo importante no depende de la propiedad de los medios o de las organizaciones, sino de la manera como nos hemos relacionado en la historia conocida de la humanidad hasta los tiempos presentes; cuál es el resultado que hemos generado, con los modos de producción y de distribución, en lo social, ya que esto se traduce en la forma de vida de las personas, en sus relaciones mutuas, en la satisfacción de sus necesidades fundamentales y en las posibilidades que tenemos de mejorar dicho resultado.

Lo importante son las prioridades que, en la práctica, hemos tenido en cuanto «conjunto social»: la relación mutua entre los diversos grupos, organizaciones y sociedades humanas; el trato que le damos a nuestro entorno, desde su menor al más amplio sentido, (desde el núcleo familiar cuando este existe, a lo vecinal, a lo regional, a lo nacional, a lo planetario); lo que hacemos y el cómo lo hacemos con nuestros recursos.

El resultado global de todo lo señalado según los diversos indicadores sociales, económicos, culturales, emocionales, es lo que nos muestra como estamos y hacia dónde vamos.

Si una o más personas determinadas son dueñas de una corporación y esa empresa tiene excelentes resultados, una alta rentabilidad, y si esa corporación forma parte de un planeta —o más acotado a una determinada sociedad (o país)—, donde lo que existe como organización social generadora de bienes y servicios que apunta al bien común, el producto final de esa corporación estará alineado a aportar a dicho bien común. Esa empresa, sus dueños, sus trabajadores, sus beneficiarios participarán de lo que el bien común significa para todos ellos. La tributación, las diversas maneras de aportar al bien común, según se diseñe, no generarán polarización ni conflictos, ya que se compartirán similares valores fundamentales de relación y de vida. La comparación y la envidia no son parte de una sociedad del bien común. Los seres humanos tendrán su sentido de la vida basado en su creatividad, en su aporte, en sus vivencias, en vivir con plenitud y armonía; en vivir en el «ser» en lugar de en el «tener», como lo señala Erich Fromm en su obra.

El bien común, culturalmente, pasa a ser parte del interés de todos y de cada uno

Otra de las preguntas que me hacia mi amigo: «Si uno hace aquello que estima de su interés, ¿está en oposición al bien común en una actitud egoísta?»; otra similarmente relacionada, «Cuando Einstein investigó en las ciencias físicas ¿lo hizo porque pensó en el bien común o porque se dejó llevar por sus propios intereses?»

Las respuestas a estas preguntas están relacionadas. El bien común no se opone a que cada uno de nosotros, con base en su libertad y el respeto al prójimo, haga aquello que le hace sentido; aquello que son «sus intereses». Vivir en sociedades que priorizan el bien común se traduce en que mi familia y yo estemos bien y, al mismo tiempo, que mis vecinos y los ciudadanos de la sociedad de la que formo parte también lo estén. No da igual lo que pasa con el otro. La sociedad en la que vivo, si está orientada hacia el bien común, ha de tener los mecanismos que aseguren que todos los ciudadanos tengan a lo menos «un piso base» para la satisfacción de sus necesidades y una cultura general solidaria.

Durante la dictadura chilena escuchábamos a varios ministros y al general Pinochet convertido en presidente del país diciendo: «Usted preocúpese solo de usted y su familia. No es problema suyo lo que pasa con los demás». Ese modo de generar la «cultura de la indiferencia» es la esencia misma del modelo social y cultural que se generó en Chile; que se mantuvo hasta la actualidad y que «estalló en una gran protesta masiva» en octubre de 2019. Es una excelente ilustración de lo que es una sociedad a la que no le importa el bien común. Sus resultados están a la vista.

Por otra parte, en cuanto ser humano, si pienso en el bienestar de mi familia, en una sociedad que tiene las herramientas a fin de que la riqueza no se concentre y que todos tengan una «base fundamental de satisfactores», ya estoy trabajando por el bien común. Si pienso y trabajo en mi barrio también. La idea es que «mi familia», «mi barrio», forma parte de la «gran familia» que es el entorno que me rodea y del entorno que trasciende lo que me rodea.

Hacer o buscar el bien de «mi familia» se complementa, no es opuesto, al bien común de toda la familia humana. Mas, para que eso realmente sea efectivo, es necesario generar una nueva cultura de tipo «macro» complementaria a las infinidades de culturas de nuestros países y de nuestro planeta, las que han de seguir expresando su riqueza creativa en todas sus manifestaciones. No se trata de «homogeneizar» culturalmente, sino de aprender de la diversidad de expresiones culturales, de su enorme riqueza interior y exterior, gracias a una cultura global incluyente que, mentalmente, nos hace respetar, estar abiertos y aprender de lo diverso.

Sin embargo, desde el paradigma de los opuestos, hacer el bien a «mi familia» se aparece como un egoísmo, una indiferencia con las demás familias. Esa manera de pensar y actuar es la que hemos de superar gracias a una educación global, a una formación, a un trabajo interior/exterior de ampliar y de expandir nuestra consciencia. Tenemos que generar una especie de «macro cultura del respeto a lo diverso y a la satisfacción de las necesidades fundamentales que les dan dignidad a los seres humanos».

El bien común se relaciona con el efecto que tienen nuestras acciones. La primera y más cercana expresión del bien común es desear y buscar lo mejor para quienes están cerca de nosotros. Esa es la base del bien común…. Cuando las familias están bien, cuando reina el amor y el respeto, se alimenta el bien común. El conocimiento científico relacionado con el desarrollo de la energía atómica se ha podido usar para la destrucción, por la vía de aplicarla en elaboración de armamento, o bien para beneficio del ser humano al utilizarla, por ejemplo, en medicina.

No se trata de igualar, ni de comparar, sino de garantizar determinados «pisos» como sociedad, en procesos que se dan en la existencia social misma; una cultura en la que los demás efectivamente nos importan. Es algo tan elemental como el comprender que, si vivo en una sociedad demasiado desigual, donde grandes porcentajes de la población viven en la angustia, al conocerse los privilegios de algunos, debido a la concentración de los recursos y de los bienes disponibles, esto generará un ambiente explosivo en lo social. El resultado es una inseguridad para todos: para quienes tienen el poder y para quienes sufren la angustia de vivir al borde de sus requerimientos.

Generar una cultura de sabernos en una sociedad armónica con alto nivel de seguridad en lo social para todos, implica una necesaria educación y un trabajo interior/exterior que hemos denominado «Escuela de expansión de la conciencia» que, a su vez, se complementa con la educación de los diferentes lugares, de manera descentralizada, que habrá que aplicarse en el planeta respetando las características propias de las micro y macro zonas que en el futuro se lleguen a organizar.

No estamos en condiciones de estipular detalles al respecto. Hay mucho que ignoramos, que tendrá que ser producto de la creatividad y diversidad humanas. Seguramente la participación ciudadana en los diversos lugares tendrá mucho que decir. Pero se puede comenzar desde ya invitando a crear, con total libertad, alternativas de trabajo interior/exterior en materias tales como desarrollar el silencio que invita a atender y a darle valor a la palabra, escuchar con empatía, (escuchar con el corazón), tratar de ser inclusivo, superar prejuicios, reflexionar, dialogar, meditar según cualquiera de las técnicas existentes, creer en aquello que nos hace sentido, pero también respetar a quienes tengan otras creencias diferentes y, así, entre tantos otros aspectos. El objetivo es respetarnos mutuamente a través del respeto a las normas sociales que hemos acordado.

Las instituciones han de funcionar adecuadamente con personas probas, honestas, éticas y capaces, de manera que estén legitimadas socialmente. Los mismos valores esenciales del humanismo, los principios relacionados con el respeto al entorno, la formación integral valórica de no dañar, de amar, de hacer el bien, es parte sustancial de un paradigma diferente al actual. Se puede llegar a este cambio de paradigma a través de un respeto a la diversidad, de aprender de lo diverso en lugar de considerarlo «un riesgo o un peligro», a través de la cooperación y respetando la libertad del ser humano en sus capacidades, en sus pensamientos, en sus sentires y creencias y en sus acciones. Esa libertad va «de la mano» con la responsabilidad, así como los derechos humanos no son solo para algunos, sino para todos los seres que existen.

Respecto a Einstein, como mi amigo me preguntaba, supongo que, si se dedicó a la «investigación pura», era porque ese tema le interesaba y se había involucrado a fondo en este. Pienso que el tema que nos ocupa no es la investigación y sus conclusiones. El tema básico no es si la investigación tiene o no aplicación en determinadas áreas o tecnologías, sino en cómo se aplican las conclusiones de las investigaciones si es que tienen aplicación. A veces las investigaciones se realizan con la idea de conocer más del mundo y del universo, sin ninguna intención de tipo aplicativo. Es lo que se conoce como «ciencias puras». Todo eso es parte del bien común, ya que amplía la conciencia, el conocimiento acerca del conjunto humano y del Universo manifestado. Lo trascendente es también una «necesidad del ser humano».

Por otra parte, destaquemos que Einstein era un científico notable. Sus expresiones acerca de las religiones y del judaísmo lo muestran en el respeto, en la humildad y sencillez que le dan grandeza como ser humano. Esa actitud alimenta una cultura de bien común. Pero es necesario que esa manera de pensar, sentir y actuar llegue a ser parte de la humanidad en algún momento.

Una sociedad que priorice el bien común se podrá notar por sus resultados; por los efectos en sus ciudadanos; por el grado de libertad, de creatividad, de desenvolvimiento cultural y humano; por las relaciones armónicas que se generen; por la existencia de creencias y doctrinas de cualquier tipo que respetarán la existencia del resto, sin pretender violentarlas para sumar prosélitos. Posiblemente, al modo que señala Einstein en el libro Mi panorama mundial (1946), se desarrollará una especie de «fe simple» nacida de la ignorancia ante el misterio de lo manifestado y, a su vez, del respeto a los esfuerzos que genera la curiosidad humana a través de la razón y la intuición.

En un nuevo paradigma, con sociedades humanas apuntando hacia el bien común, la religiosidad en cualquiera de sus manifestaciones, credos, religiones y doctrinas ha de priorizar el respeto a las demás rechazando, de plano, explícitamente, los fundamentalismos violentos y excluyentes que procuran imponer por la violencia sus maneras de creer, de sentir y de actuar.

Referencia

Einstein, A. (1946). Mi panorama mundial. Buenos Aires: Santiago Rueda.