En estos momentos, la estrofa del tango clásico «Gira», inmortalizado por el gran cantante Carlos Gardel, refleja la triste situación que se impone como consecuencia —probablemente no deseada— de la llamada revolución tecnológica en las comunicaciones. En lenguaje popular, podemos englobarlo en el término de las redes sociales.
Inicialmente, las redes sociales implicaron la apertura de todo un universo de oportunidades para la comunicación entre las personas de todo el mundo, sin consideración de edad, raza, ideología, creencias religiosas o demás. Era una forma de apoyar la globalización, no solo en el área del intercambio comercial y de las transacciones financieras, sino también en el campo cultural con el intercambio, a nivel mundial, de las diversas expresiones del mundo artístico. Además, sirve como un instrumento privilegiado para coadyuvar en la expansión universal de la educación, facilitándole el llegar a las aulas de estudio en los rincones más recónditos del mundo y así poder cumplir con uno de los Objetivos del Milenio propuestos por la Organización de las Naciones Unidas.
La universalidad de la educación permite lograr la erradicación real del analfabetismo que agobia a muchos países y que condena a millones de seres humanos a una existencia de segunda clase, con la única perspectiva de heredar a sus hijos y nietos una condición humana de pobreza. Esta pobreza no es solo material, por terrible que parezca, también es una pobreza de espíritu: desperdicia el talento, las habilidades, las capacidades con que todo ser humano viene dotado y bendecido: inteligencia, libertad e imaginación. Es lo que hace que seamos todos y cada uno diferentes a los demás, manteniendo la igualdad por naturaleza y por los derechos inherentes e inalienables que nos corresponden.
Volviendo al tema de las redes sociales, cabe señalar cómo en los últimos años estas se han venido desviando de sus propósitos u objetivos generales; el motor que impera sobre ellas en estos momentos es el de las fake news o noticias falsas.
Las noticias falsas se entronizan a consecuencia de un fenómeno de primordial incidencia en el país abanderado de la democracia y de la libertades públicas y privadas; es decir, en los Estados Unidos de América. En este país, hasta hace varias décadas, existía una prensa libre, caracterizada por su objetividad, imparcialidad y profesionalismo. Así, el New York Times, el Washington Post, Los Angeles Times y otros eran reconocidos como íconos de la libre expresión. Estaban comprometidos con la verdad de los hechos y su pronta denuncia o simple información para conocimiento de la opinión publica de su país y de otros. La opinión pública resultaba influenciada por los reportajes aparecidos en tales medios de comunicación.
Con la explosión comunicacional provocada por la aparición de los medios denominados redes sociales, se produjo, incluso, la idea de la posible desaparición de los medios tradicionales de comunicación, en especial el de la prensa escrita. Se llegó también a suponer que la edición de libros sufriría un golpe mortal.
Esto último no ha ocurrido en su totalidad. Si algunos medios vieron disminuir su audiencia y, probablemente, incluso desaparecieron, los medios escritos de mayor nivel económico se adaptaron y han incorporado en su quehacer secciones virtuales que atraen antiguos suscriptores que también pagan por tales servicios. Pero la gran tragedia del fenómeno de las redes sociales es haberse convertido en medios de desinformación, imputaciones e, incluso, insultos y crasas vulgaridades.
Acompañando a ese fenómeno se ha venido produciendo también una parcialización, sobre todo político-ideológica, al nivel de la casi absoluta totalidad de los medios de comunicación; no solo los escritos, sino también los televisivos y radiofónicos. Es así como pierden la imparcialidad, la objetividad y, en muchos casos, el ejercicio de una ética profesional que era tradicional. Estos hechos, por su gravedad, nos hacen revisar y comprender que, desde la antigüedad, la desinformación ha sido un arma a la que se recurre en diversas circunstancias tanto en la guerra como en el amor.
Vale la pena recordar que las noticias falsas y sus consecuencias (en algunos casos bastante brutales) existen desde los comienzos de la historia escrita. Aquí dos casos que vienen a la mente:
En el siglo XVI, se distribuyeron en Londres y otras ciudades principales del Reino de Inglaterra folletos con las noticias falsas de que la entonces reina de Inglaterra Ana Bolena —además de ser acusada de adúltera— era una bruja que no solo hechizó al rey Enrique VIII para que se casara con ella, sino que también lo tenía hechizado bajo su control total; por ende, era necesario deshacerse de esta reina bruja que ponía a todos en peligro. Estos y otros folletos de mensajes similares ayudaron a alentar la campaña de apoyo popular que condujo a la ejecución de la reina Ana.
En Francia, a comienzos de la revolución, se distribuyeron folletos por todo París que acusaban a la reina María Antonieta de no poder controlar, entre otras cosas, sus gastos (de ahí el apodo Madame Déficit). También se publicaron folletos de noticias falsas acusándola de manera verdaderamente vulgar de tener varias mujeres amantes. Una de las mencionadas mujeres, la duquesa de Polignac, logró salir de Francia justo a tiempo. Pero la otra, la princesa de Lamballe, no tuvo tanta suerte; tras su juicio fue asesinada brutalmente en la vía pública por turbas que después pasearon por todo París su cabeza en una pica, incluyendo por la prisión que albergaba a María Antonieta para que viera lo que quedaba de su amiga.
A continuación, citaré a George Orwell, escritor de fama mundial por la publicación de sus novelas de corte político-ideológico 1984 y Rebelión en la granja. El también periodista y analista de la década de 1930 en Inglaterra, en su publicación de 1946 llamada Una colección de ensayos, realiza unas observaciones sobre la Guerra Civil de España. En su testimonio personal, habiéndose incorporado como voluntario, llegó a desempeñarse como cabo del Ejército Republicano.
Todos creen en las atrocidades cometidas por el enemigo, y no creen en las cometidas por su lado, sin molestarse por evaluar las evidencias…
La guerra es un mal, raras veces el mal menor…
De pronto las «verdades» se convierten en «no verdad» por el simple hecho de ser afirmadas por el enemigo…
…Yo leí reportajes sobre grandes batallas ocurridas donde nunca hubo confrontación alguna, y vi cómo se cubría con el silencio batallas donde cienes de hombres habían perecido…
Yo leí sobre tropas que habían combatido bravamente ser denunciados como cobardes y traidores, y en cambio otros que, nunca dispararon un tiro, ser alabados como héroes de victorias imaginadas y pude ver como en Londres publicaciones periodísticas replicando tales mentiras y a intelectuales progresistas ansiosamente inventando comentarios sobre eventos que nunca habían ocurrido…
No creer nada o casi nada de lo que se informa sobre asuntos del sector gubernamental. Todo ello es, no importa su fuente, propaganda partidaria —es decir mentiras …
Todo lo que leo me lleva a la sensación de que la Verdad Objetiva está desapareciendo de este mundo. En todo caso las posibilidades son que todas estas mentiras u otras similares, serán incorporadas y trasmitidas como eventos reales por la historia, que se escribirá sobre la guerra.
Los siguientes detalles también corroboran lo arriba mencionado por George Orwell. En abril de 1984, en las oficinas del New York Times en Washington D.C., tuve un diálogo con el periodista del New York Times y con el pastor Prudencio Baltodano. El pastor Baltodano predicaba su religión cristiana en el área sur-Atlántico de Nicaragua y, por ello, fue señalado como «contrarrevolucionario». Por ende, fue sujeto de la represión gubernamental. Las fuerzas armadas gubernamentales lo golpearon, le cercenaron una oreja y lo amarraron a un árbol en media montaña. Seguramente, sus agresores oficialistas creyeron que el pastor encontraría la muerte debido a la herida que le hicieron en el cuello, pero, milagrosamente, no le afectó la aorta.
El periodista del New York Times que nos atendió ese día, nos decía a mí y al Pastor Baltodano que en toda guerra ocurrían atrocidades, por lo que nos daba a entender que el testimonio que le presentábamos no ameritaba la atención de tan importante periódico. Logré hacerle cambiar de opinión al recordarle que son ellos, su medio periodístico, quienes se habían destacado en denunciar las atrocidades que los EE. UU. realizaban durante la guerra de Vietnam. Le recordé que el argumento fundamental para tal denuncia era que, al hacer públicos tales hechos, no continuarían repitiéndose. Le pregunté al periodista si el mismo argumento no era también válido para exponer lo que ocurría en la guerra civil de Nicaragua, para evitar mayores atrocidades de las partes en conflicto. Un par de días después, el New York Times presentó la historia del pastor Baltodano con la foto que exponía las atrocidades que sufrió a mano de las tropas regulares del gobierno de Nicaragua de esa época.
En septiembre de 1985, el ministro del Interior de Nicaragua le expresó al canal de radio y de TV religioso IKON de Holanda:
Parece ser cierto que le cortaron las orejas a Prudencio Baltodano, quiero decirles que es que nosotros detectamos en la Sexta Región, especialmente en el lado de Pantasma, una cantidad relativamente grande de abusos, donde se incluyeron asesinatos, violaciones y robos a la población, y no sería nada extraño que a Prudencio Baltodano le hayan cortado las orejas…
El uso de la mentira, a veces encubierta como decepción o propaganda, ha sido un recurso de uso frecuente en los diversos conflictos que han venido ocurriendo en la historia. EE. UU., siendo la potencia mundial que influencia todos los aspectos de la vida de nuestros países, ha vuelto a poner en primera línea este tema con el calificativo ahora universalizado de fake news. Le ha dado una proyección exponencial que ahora ha llegado al punto en que hay un violento y progresivo erosionar de la credibilidad en los medios de comunicación de todo tipo y a todo nivel.
Finalmente, solo queremos llamar la atención a un fenómeno aún más peligroso que las distorsiones a la realidad: el de los intentos de controlar las comunicaciones que ocurren fuera del control de los medios de comunicación formales. Primero, hay ciertos gobiernos que pretenden acallar el diseminar de la información que sea contraria a ellos. Pero también están los entes privados como Twitter y Facebook y, al parecer, próximamente WhatsApp. Ellos pretenden controlar las noticias, al censurar información inconveniente o que conflictúa con sus ideales o metas. Dicen hacerlo en base a un supuesto «código de ética» diseñado por ellos mismos. Si lo logran, pretenderán ser organismos supranacionales o simples agentes de algo como el Big Brother, que tanto denunció el mismo George Orwell en las novelas. No solo la verdad continúa tambaleándose en el mundo de hoy, sino que toda libertad de expresión —ya sea personal, religiosa, política y cultural— está en peligro de ser comprometida.