Antes de que pasen muchas generaciones, nuestras máquinas serán impulsadas por un poder obtenido en cualquier punto del universo.
(Nikola Tesla)
El 7 de enero de 1943, una camarera del New Yorker Hotel, abrió la habitación 3327 y encontró el cadáver de un anciano muy pálido y delgado. Avisó en la recepción que había fallecido el señor Nico; sí, el mismo que alimentaba a las palomas del parque. Llamaron a la policía y, algunas horas más tarde, irrumpió el FBI y confiscó todos los documentos que había en la habitación. Ella pensó que era un espía ruso, pero nunca imaginó que estaba frente al cuerpo de uno de los inventores más grandes de los últimos tiempos y que no se llamaba Mr. Nico, sino Nikola.
Nikola Tesla es, sin duda, el padre de la energía eléctrica y una de las mentes más brillantes de los últimos doscientos años. Gran parte de sus innovaciones cambiaron la vida del planeta. Hablaba ocho idiomas con fluidez, pero lo más destacable de su vida es que se adelantó un siglo en predecir la utilidad de la tecnología sin cables en la transmisión de datos, como el Wi-Fi, los teléfonos celulares y los drones. Creó también el primer motor de corriente alterna, el altoparlante, la radio… Perdón, ¿no fue Marconi el de la radio? No, fue Tesla y vino a ganar el juicio el año en que murió… solo, olvidado y pobre.
Fue un genio y un artista como Beethoven. Tal como el músico, Tesla tenía su obra en la cabeza hasta los últimos detalles. Podía recordar imágenes y objetos con la misma precisión que Beethoven retenía cada instrumento y su sonido en la cabeza. Tesla no necesitaba de muchos planos ni croquis para plasmar sus inventos, los imaginaba y los fabricaba, como un milagro hecho realidad y, por eso, fue clave para la Segunda Revolución Industrial (1870-1914), al introducir la electricidad en los procesos productivos que —hasta esa fecha— usaban principalmente el carbón.
Nació el 10 de julio de 1856 en Smiljan, un pequeño y montañoso pueblo rural que, en aquel entonces, formaba parte del Imperio Austrohúngaro, hoy en Croacia. Era hijo de padres serbios; su padre, Milutin Tesla, era un sacerdote ortodoxo y su madre, Djuka Madic, ama de casa con una memoria extraordinaria. En su tiempo libre, se dedicaba a la invención de artefactos caseros y, además, recitaba de corrido numerosos poemas épicos serbios sin saber leer. El día que nació Nikola hubo una gran tempestad eléctrica, la partera se persignó y señaló «será un niño de la tormenta». La madre corrigió: «No, será hijo de la luz», como un presagio que venía del infinito.
Cuando Nikola tenía tres años, después de una lluvia, notó que, al acariciar a su mascota preferida, un gato negro, saltaban chispas que lo sedujeron para siempre. Era corriente estática. A los cinco años, sufrió un fuerte trauma al presenciar la muerte de su hermano mayor en un accidente de caballo y, desde esa fecha, se enclaustró en su mundo interior. A los ocho años, su mente era un torbellino de imágenes; un clarividente. Cuando inventaba algo, tal como su madre, lo veía funcionando en su cabeza antes de armarlo.
Como estudiante, el joven Tesla fue considerado retrasado mental, pero mostró habilidades tan notables en los cálculos matemáticos que los profesores estaban convencidos de que hacía trampa. Durante su adolescencia, contrajo cólera y estuvo al borde de la muerte y, de alguna manera, esta enfermedad determinó su manía por la limpieza y la soledad, entre varias obsesiones más.
En 1875, viajó a Austria e inició sus estudios en la Universidad de Graz, donde comienza sus prácticas y usos de la corriente alterna, pero no duraba mucho en un lugar, al no encontrar profesionales de su magnitud. Se fue a Maribor, en la actual Eslovenia, donde consiguió su primer empleo como ayudante de ingeniería. Luego viajó a Praga para seguir a Budapest, donde comenzó a trabajar en telégrafos y conoció a su colega Petrovich, con el que desarrolló, entre otras cosas, un repetidor telefónico que fue el primer altavoz en la historia. Un día, su amigo quedó pasmado cuando lo vio hipnotizado en el parque, sin pestañear, mirando el infinito y le dijo «todos vivimos en un campo magnético». Petrovich, incrédulo, lo anotó en su libreta, pensando, en realidad, que estaba loco.
Desde Hungría, viajó a Francia, donde tuvo una visión sorprendente, como ensueño, que resultó ser cierta: vio cómo su madre se convertía en ángel y se despedía con un beso al aire. Ella murió ese mismo día, a la misma hora de la revelación.
En París, comenzó a trabajar en la Edison Continental Company, una de las tantas empresas del magnate norteamericano. Durante este período Tesla creó el motor de inducción y el campo magnético rotativo. Los ingenieros de la compañía se dieren cuenta de su genialidad y le ofrecieron viajar a los Estados Unidos con una carta de recomendación. Tesla fue siempre descuidado con sus posesiones materiales y cuando iba a embarcar, le robaron todas sus pertenencias, excepto el pasaje y la carta dirigida a Edison que decía: «Querido Edison, conozco a dos grandes hombres y usted es uno de ellos. El otro es este joven». En 1884, llegó a Nueva York con 28 años y unas cuantas monedas en el bolsillo. Siete años más tarde, se convertiría en ciudadano norteamericano.
Tesla se presentó ante Thomas Alva Edison, a quien admiraba por sus invenciones como el fonógrafo, la cámara de cine y las bombillas incandescentes, pero Edison, siendo un empresario de la electricidad, sin formación alguna y obsesionado con la corriente continua para controlar el mercado, más que un aporte, vio una amenaza comercial en el joven que llegaba de París. Fue así como Tesla, se encontró ante dos barreras de entrada que nunca supo manejar: el sector energético era un monopolio que no admitía cambios, a no ser que aumentaran sus utilidades y Tesla, que afirmaba que la electricidad podía ser gratuita, no era aceptable, aunque tuviera razón. Pero había algo más trágico, el sector bancario había comprado minas de cobre para cablear todo el país con la corriente de Edison.
Sin embargo, Edison lo contrató por un período de prueba y, cuando se cercioró de su talento, le ofreció 50,000 dólares de entonces, para que solucionara varios problemas de ingeniería que sus profesionales no podían resolver. Ocho meses estuvo ensimismado resolviendo las tareas que le habían encomendado y, cuando terminó, fue a solicitar su pago. Edison, descaradamente, le respondió que lo del dinero había sido una broma, «usted no entiende nuestro humor americano”. Tesla abandonó inmediatamente la compañía y, paradojalmente, terminó cavando zanjas para la empresa de Edison por un par de dólares al día. Tiempo después conoce a algunos empresarios que le permiten fundar la empresa Tesla Electric Light and Manufacturing, en la cual desarrolló varias patentes, pero la historia se repitió y fue embaucado por los accionistas que usurparon la propiedad intelectual de sus inventos, fundaron otra empresa y lo dejaron sin un centavo. Es curioso observar cómo Tesla logró patentar más de 700 inventos, pero los más importantes les dieron fama a otros, como a Marconi, Ferrari y Edison.
A finales de 1880, estuvo en apogeo la llamada «Guerra de las Corrientes» que no era otra cosa que afianzar ya fuera la corriente continua que promulgaba Edison o la alterna de Tesla. Edison utilizó métodos sórdidos para desacreditar a Tesla: electrocutó públicamente a una enorme cantidad de perros, gatos, caballos, hasta un elefante, para culminar matando personas con la invención de la silla eléctrica, siempre con corriente alterna. El laboratorio de Edison era más cercano a un matadero que a un recinto de ciencias. El magnate también manejaba a la prensa y, cada vez que un obrero sufría un accidente, aparecía en portada: «La electricidad que mata», culpando a Tesla y su corriente alterna, pero, la verdad, es que Edison protegía sus inversiones. Había cubierto el cielo de Nueva York con gruesos cables de cobre para transportar su electricidad, pero estos se derretían y no permitían transmitir energía a más de dos kilómetros y, para colmo de Edison, en 1888, vino el Gran Huracán Blanco que sepultó la ciudad, los cables cayeron sobre la gente, y perecieron más de 400 personas, la mayoría, electrocutados. Ante las agresiones de Edison, Tesla respondía humildemente: «El presente es suyo, el futuro es mío».
En 1887, conoció a George Westinghouse, un fabricante de frenos para locomotoras, quien le ofrece, de palabra, sesenta mil dólares por la patente del motor eléctrico, cinco al contado y el resto en acciones. Nunca cumplió su promesa, pero le sirvió a Tesla como plataforma para desarrollar una serie de inventos que tenía en la cabeza, así como para presentarse ante el mundo especializado en 1893, en la World Columbia Exposition, de Chicago, donde, primero, derrota a Edison en la licitación para iluminar el evento con un presupuesto que era la mitad del que presentó la General Electric de Edison y, con la Feria Mundial de Chicago, Tesla logró el póker de ases al invitar al Presidente de los EE. UU., Grover Cleveland (1837-1908) a pulsar un botón y, como por milagro, cien mil bombillas incandescentes iluminaron el espacio. No quedaba más que hablar, la corriente de Tesla sería la energía del siglo XX. Pero, además, junto con Westinghouse, se adjudicó la generación de energía en las Cataratas del Niágara, un proyecto que duraría tres años y que abrió el apetito de empresarios que, inicialmente, apoyaban a Edison, pero que, cuando olfatearon dinero, cambiaron de bando.
Entre los inversores del Niágara se encontraban J. P. Morgan, J. J. Astor, Rothschild y Vanderbilt. No eran sólo financieros, eran también estafadores, quienes trataron de apoderarse de los inventos de Tesla. Por su parte, J. P. Morgan se propuso hundir a Westinghouse mediante maniobras bursátiles que hicieran caer sus acciones con el fin de obligarlo a vender las patentes. Nuevamente fue Tesla quien salvó a Westinghouse, perdió las regalías y, una vez más, quedó en una difícil situación económica. Más tarde, la Westinghouse Electric Company se convirtió en un gigante de la energía y lo único que recibió Nikola Tesla fue el pago de la habitación de su hotel hasta la muerte.
Durante mucho tiempo, Edison siguió moviendo los hilos para opacar a Tesla. En una entrevista con el periodista, John Smith, en 1899, explicó que su invento, al proporcionar al mundo una fuente de energía gratuita e ilimitada, era una clara sedición para el emergente sistema capitalista. La entrevista fue confiscada por el Pentágono y recién salió a la luz, 116 años después.
El descrédito de Tesla se prolongó hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando Mussolini, en 1941, le ordenó al fascista croata, Ante Pavelic, que «hiciera desaparecer del mapa a Nikola Tesla», con el fin de salvaguardar a su correligionario, Guillermo Marconi, que tenía varios juicios pendientes con Tesla. El dictador croata siguió la orden, quemó la casa de la familia Tesla y la Iglesia Ortodoxa del pueblo. Hasta 1943, el año en que muere Tesla, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos emitió la sentencia judicial en la que se reconoce que Marconi plagió 17 patentes de Tesla, con las que obtuvo el Premio Nobel.
Hay que reconocer que Tesla, a causa de sus manías, daba pie a los ataques que lo catalogaban de chiflado. No soportaba, por ejemplo, las perlas ni los aretes en las mujeres, no tocaba el cabello ajeno y era obsesivo con el número tres y sus múltiplos. Usaba guantes para evitar cualquier contacto humano, decía que se había comunicado con marcianos y que inventó una máquina para hacer terremotos (que al parecer existe). Por otra parte, nunca tuvo visión empresarial con sus inventos, no dejó discípulos ni descendientes, se enemistó con el mundo académico y su nombre desapareció de la literatura especializada, elementos que facilitaron a sus adversarios convertirlo en una caricatura y su rastro se fue perdiendo en el olvido.
No se le conoció pareja de ningún tipo y murió célibe; algunos autores llegan a aseverar que también virgen, pero las mujeres estaban entre sus preocupaciones, al menos teóricas. Seis años después que se lograra el voto femenino en Estados Unidos (1920), cuando Nikola Tesla tenía 68 años, apareció una entrevista titulada «Cuando la mujer es el jefe», en la cual Tesla valoraba el papel de la mujer, diciendo: «Esta lucha de la mujer hacia la igualdad terminará en un nuevo orden social con la mujer como ente superior».
A su muerte, el FBI allanó su habitación, secuestró todos sus papeles e hizo desaparecer un misterioso cuaderno de notas. Sólo más tarde, en 1952, el gobierno yugoslavo de Tito, junto con Sava Kovanovich, sobrino de Tesla, solicitó la devolución del material incautado. Los norteamericanos entregaron 80 baúles de material caduco, junto con las cenizas del inventor, que ahora son parte del Museo Nikola Tesla en Belgrado.
Un frío día de enero, Tesla se dirigió lentamente al Central Park con una bolsita de migas, tal como lo venía haciendo durante los últimos diez años. No se sentó porque había nieve en la banca y miró concentrado cómo se acercaban las palomas al verlo llegar. Fue en ese momento cuando tuvo otra de sus visiones reveladoras, pero ahora presagió su propia muerte. Dejó la bolsa y regresó al New Yorker Hotel, se puso el pijama y se acostó a soñar con su destino.
(Agradecimientos por sus aportes y observaciones a la pintora y diseñadora Duška Markotić, croata, desde Ciudad de México, al historiador y periodista Mario Dujšin desde Lisboa y a la compositora Verónica Garay desde Puerto Aventuras, México)