Vamos a echarle un vistazo a las elecciones estadounidenses que, en este momento, son importantes no solo para los Estados Unidos sino para el mundo entero. El sistema electoral americano es poco conocido, pero desastroso. También es el más antidemocrático que podamos imaginar.
Este sistema es incomprensible para una sociedad moderna, pero es intocable en los Estados Unidos. Hay 50 estados y cada estado tiene dos senadores. California tiene 39 millones de habitantes y dos senadores. Wyoming tiene 850,000 habitantes y, también, dos senadores. Actualmente, hay 47 senadores demócratas (por lo tanto, 53 son republicanos), que obtuvieron 17 millones de votos más que los republicanos. Así, los republicanos tienen la mayoría de los escaños del Senado, a pesar de haber obtenido 17 millones de votos menos que los demócratas.
El 3 de noviembre habrá elecciones. En estas elecciones se decidirá todo —no gracias al voto popular, sino por la distribución del voto según cada estado—, cuando gane el partido que obtenga más votos y todos los delegados juntos elegirán al presidente. Los estados más pequeños y pobres tienen más delegados que los estados ricos y más poblados.
Así, cuando usted vea en las encuestas de Gallup que Joe Biden está en un 53 por ciento y Donald Trump en un 47 por ciento no significa nada, pues es el reflejo de lo que la gente piensa. Pero el sentir de la gente no define las elecciones, si no este sistema de más de 200 años y que solo tenía sentido cuando 50 estados, sin nada que ver entre sí, se unieron. Sin embargo, hoy en día no existen diferencias nacionales entre un americano que vive en Ohio y un americano de Wyoming. De esta manera, se mantiene un sistema totalmente obsoleto.
¿Cuál es la otra estrategia del Sr. Trump? Muy fácil: un juez de la Corte Suprema ha muerto. Al contrario de lo que se dijo anteriormente, cuando el Partido Republicano —con mayoría en el Senado como la tiene ahora—, se negó a escuchar la propuesta presidencial de reemplazar a un juez muerto de la Corte Suprema porque no se podía reemplazar a alguien en un año electoral, ¿qué pasa unas semanas antes de las elecciones? Los republicanos reemplazan a un juez progresista que acaba de morir. Así, la Corte Suprema tendrá 6 jueces conservadores y 3 progresistas. Si se considera que los jueces son vitalicios, entonces esta situación durará al menos los próximos quince años y tendremos un Tribunal Supremo conservador.
¿Cuál es la estrategia de los republicanos? Pedir a todos los republicanos que voten en persona en las urnas el 3 de noviembre, a pesar del peligro del virus de la COVID-19. Los demócratas, que están en una posición de mayor alerta frente al virus, votarán por correo. Así, la noche del 3 se conocerán los resultados y esa noche habrá un ganador que seguramente será Trump, porque será el resultado de la votación presencial. El Colegio Electoral dirá, sin embargo, que estos serán los resultados provisionales, porque los del voto por correo faltan y llegarán gradualmente. Mientras tanto, Trump desafiará el voto digital alegando que todo es un fraude y preguntando quién será el árbitro en esta situación. La Corte Suprema, con 6 jueces contra 3, inevitablemente favorecerá a Trump como presidente de la República. Como mismo sucedió cuando, durante las elecciones de Bush, la victoria de Gore fue cuestionada en un estado influyente. En lugar de pedir que se volvieran a contar los votos, la Corte Suprema decidió que Bush había ganado y Gore se retiró, tranquilamente, aceptando la decisión con juego limpio. Lo que caracteriza a la democracia son las dos F: juego limpio y fe justa (Fair Play y Fair Faith, en inglés). O sea, de acuerdo con las reglas de la democracia hay que actuar de buena fe.
Desde Boris Johnson, que ganó las elecciones para primer ministro del Reino Unido con 23,000 votos, pasando por Viktor Orban que utilizó el coronavirus en Hungría para decir «denme todo el poder porque estamos en una época de crisis», hasta Benjamin Netanyahu, que está imponiendo una vez más el cierre total en Israel para evitar las manifestaciones callejeras en su contra, ¿qué significado tendrá ahora el hecho de que Trump haya enfermado? Personalmente, creo que muy poco: si nos guiamos por la experiencia, cuando Johnson enfermó vivió un aumento de su popularidad del 27 al 53 por ciento porque la gente siente empatía con una persona enferma. Lo mismo ocurrió con Jair Bolsonaro en Brasil. Creo que lo mismo ocurrirá con Trump: es decir, este no será un factor importante en las elecciones. Queda por ver en qué medida el hecho de que Trump tenga 14 días de cuarentena y cómo cumplirá con la cuarentena —lo cual no es un detalle menor, porque él no es exactamente un seguidor de las reglas—, tiene un impacto en las elecciones.
Estados Unidos es un país tan profundamente dividido y polarizado en este momento, especialmente con las próximas elecciones, que ha perdido las características mínimas de una democracia, basadas en el equilibrio entre los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Esto se ha perdido en los Estados Unidos y seguirá así por lo menos durante los próximos 15 años. La polarización continuará en un país lleno de odio, de armas, de personas que mueren más a causa de las drogas que las que murieron en Vietnam, de una población en la que una de cada seis personas está bajo tratamiento psiquiátrico, en un país profundamente dividido entre campo/ciudad, jóvenes/viejos. Desde cualquier ángulo que se mire, la sociedad americana está profundamente fracturada y esto tendrá un gran impacto en el mundo venidero, que será un mundo multipolar.
La era posterior a la Segunda Guerra Mundial, caracterizada por un cierto orden internacional en el que EE. UU. era el garante de este orden, creó y apoyó la creación de las Naciones Unidas para este orden mundial. Este mundo de los EE. UU. que existía entonces ya no existe más. Estos Estados Unidos de América ya no existen y tendremos que asegurarnos muy seriamente de que el orden mundial se reajuste, si queremos preservar el multilateralismo y la cooperación internacional.
El actor principal de estos mecanismos está desapareciendo y aunque Trump no ganara las elecciones, EE. UU. es un país irremediablemente dividido, irremediablemente disfuncional. A menos que, por algún milagro, surja de nuevo un sentimiento de unidad nacional alrededor de una función internacional y con cierta unanimidad de puntos de vista, las elecciones del 3 de noviembre marcan el fin de una era, el fin de la Pax Americana, el fin de la fuerza de Occidente y de un orden internacional garantizado solo por unos pocos.