Con asombro, se ha visto cómo desde el principio del desarrollo y la expansión de la pandemia de la COVID-19 el presidente Trump, en Estados Unidos, le ha restado importancia y ha retado a las autoridades científicas de su propio país respecto a las medidas que hay que tomar, de carácter público y privado, para enfrentar la expansión y controlar a los infectados.
Ha impuesto cambios en los mandos científicos que se han atrevido a cuestionarlo o que, sencillamente, dan declaraciones científico médicas que, por su naturaleza, desdicen lo que el propio presidente afirma y alardea.
Trump ha desdibujado, sin que la realidad se lo confirme, el impacto de la pandemia, el número de contagiados y el de fallecidos. Para el día de las elecciones, el 3 de noviembre, se calcula que los infectados por la pandemia, estarán en Estados Unidos alrededor de los 7 millones, con casi medio millón de muertos.
Son las propias autoridades de algunos estados las que se han impuesto la tarea de enfrentar, desde las gobernaciones o desde las alcaldías, especialmente las que están en manos del Partido Demócrata, que ha asumido un compromiso con la ciencia, la lucha por detener el impacto de la pandemia, por disminuir los contagios y las muertes, y por la vida.
Llevamos, desde diciembre, cuando se anunció el virus, hasta hoy, casi 10 meses de dicho impacto. Hasta marzo no se llegaron a tener claras las consecuencias mundiales, especialmente por la parálisis económica que empezó a producir, por el impacto en el desempleo que generó, por el rompimiento del encadenamiento mundial de las relaciones productivas y comerciales, por la ausencia del movimiento de mercaderías y de personas —con el cese durante semanas de medios de transporte internacional de todo tipo—, debido a que esta es una de las fuentes más importantes de transmisión del virus.
Vimos cómo Trump utilizó, frente a la ciencia, el discurso de usar medicamentos que nada tenían que ver con la detención de la pandemia y, por el contrario, estimuló el uso de medicamentos que, en algunos casos, podían generar otros problemas a quienes los emplearan.
Finalmente, Trump ha tenido que ponerse el bozal, la mascarilla, para algunos actos, en tanto se acerca el final de la campaña electoral, a escasas siete semanas, con cuatro partidos principales, el Republicano, el Demócrata, el Libertario y el Verde, y 16 partidos más de menor significación, sabiendo que no debe contagiarse ni enfermarse, para no quedar incapacitado por varios días severamente.
Sin embargo, el bozal no le ha impedido seguir hablando, ahora exagerando, de que tendrá la vacuna para millones de personas antes del 3 de noviembre, día de la votación presidencial, de 34 senadores y de toda la Cámara del Congreso, donde arriesga a perder la mayoría que tiene su partido en el Senado. También ha anunciado que comprará, si pudiera hacerlo, todas las vacunas que se produzcan para su uso inmediato en Estados Unidos.
Con la elección presidencial también hay elecciones legislativas y de gobernadores en algunos estados. Además, en algunos de estos se ha autorizado que los jóvenes de 16 años puedan votar por primera vez. Por ahora, su esfuerzo en el campo electoral está en debilitar hasta donde pueda el proceso electoral mismo, restarles confianza a las elecciones, amenazar de que hay en marcha un gran proceso de fraude por parte de los demócratas, por el llamado a votar que hacen —de acuerdo con lo que la ley en Estados Unidos permite— por medio del voto llamado «ausente» y el voto «adelantado». Estos votos se pueden emitir por correo.
El voto emitido por correo es una opción real y existente en todos los estados de los Estados Unidos. Se necesita una excusa válida para solicitar esta forma de voto. La excusa válida existente hoy es la expansión de la pandemia, de sus contagios y sus muertes; que es el principal país afectado en toda su magnitud, y la necesidad de no convocar ni hacer aglomeraciones humanas. En los estados se tiene clara esta causa para justificar las solicitudes que se hagan, para emitir el voto por correo y, no necesariamente, en forma de voto presencial.
El Partido Demócrata ha llamado a quedarse en casa, para resguardar la salud y la vida de los norteamericanos, pero llamando a los electores a emitir su voto por correo, a ejercer el voto ausente y el voto adelantado. El presidente Trump ha lanzado a la gente a la calle. Para las elecciones quiere que menos gente vote por correo y promueve, con sus convocatorias y mensajes, reuniones masivas, con el efecto real del contagio y de muertes.
En el voto adelantado no se requiere una justificación por parte del votante, pero en algunos estados se requiere que este voto se haga en persona en la oficina local donde se reciben estos votos. También los ciudadanos norteamericanos pueden votar desde el extranjero.
La dificultad electoral mayor es que en los Estados Unidos cada estado tiene sus propias reglas electorales, junto con estas formas nacionales de emitir el voto. Lo que es real es que el coronavirus ha impuesto la necesidad de que todos los estados acepten y faciliten que los ciudadanos puedan emitir su voto en ausencia por medio del correo.
El Servicio Postal de Estados Unidos es de lo más seguro, eficiente y rápido que hay. Es un organismo federal independiente. Los delitos que se cometen en este servicio se consideran delitos federales. Su organización es de lo más efectiva, creíble y precisa. Por correo es usual que se hagan pagos y se envíen cheques de cualquier monto. Es tan importante y seguro el Servicio Postal, que las direcciones en Estados Unidos se dan y reconocen por las que tiene establecidas el sistema postal, de la misma manera en que operan las licencias de conducir para la identidad de las personas. El servicio de correos es de lo más valorado y sagrado en la vida cotidiana de los estadounidenses, y emplea a casi un millón de personas.
Trump ha puesto en duda su credibilidad y confianza, diciendo que por correo lo que se planea es un «fraude por el voto universal», con todo el propósito de sabotear las elecciones, su resultado. A ello ha agregado que el voto por correo será «catastrófico», «que nunca se va a saber cuándo acaba la elección», «que el resultado de las elecciones no se va a conocer en meses o años» porque las «papeletas se van a desaparecer». Incluso, ha maniobrado con la intención de posponer las elecciones, lo que se ha señalado que constitucional y legalmente no puede hacer.
Los expertos en las votaciones norteamericanas señalan, por los estudios que se han hecho de esos procesos electorales, que la posibilidad de fraude, por voto presencial, es de un 0,0001%, y de voto por correo, es de un 0.0002%, lo que no altera en nada prácticamente ningún proceso electoral.
En su campaña contra el servicio de correos, Trump ha debilitado sus fondos públicos, hizo despedir miles de trabajadores de esa institución, ha propuesto aumentar las tasas de envío de paquetes hasta un 400%, ha recortado el pago de horas extras, ha establecido interrupción de repartos de paquetes y correspondencia, ha retirado buzones de correos de las ciudades, ha retirado máquinas clasificadoras automáticas de correspondencia de algunas oficinas y, en forma deliberada, ha llamado a perder la confianza pública en el servicio de correos, y hasta ha hablado de privatizar el servicio.
Ha nombrado un director en el servicio de correos que intencionalmente ha hecho que no funcione bien, con el efecto inmediato de que no puedan cumplir a cabalidad para el día de las elecciones con su trabajo postal y afectar de esa manera a los votantes que, obligados por la pandemia no quieren emitir su voto en persona, exigiendo que lo hagan presencialmente, a la par del envío de su voto por correo. Esto provocaría, de previo, lo que sabe Trump, un atascamiento en el conteo de votos, para que el resultado, en caso de ser parejo o con poco margen de ventaja para Biden, lo pueda impugnar él, señalando fraude. Así, pasaría a la Corte Suprema de Justicia, que tendría la última palabra en definir el resultado, como ya lo hizo, en contra de partido Demócrata, en procesos electorales atrás.
Trump domina, con jueces republicanos la mayoría de la Corte. La reciente muerte de la jueza demócrata lo está haciendo correr para asegurar su sustitución antes del 3 de noviembre y fortalecer más la mayoría de los jueces republicanos y conservadores.
Esta es quizá la carta que está jugando Trump con más fuerza. Provocar tal incertidumbre en el resultado que este tenga que decidirlo la Corte.
El elector norteamericano no tiene la cultura política electoral de los electores latinoamericanos o europeos. Es baja y, por ello, casi no se presentan a votar. La pandemia es un desincentivo para presentarse en urnas, de allí la importancia del voto por correo. Por ello, la lucha de Trump por debilitar el Servicio Postal y cuestionarlo desde ya, como vehículo del posible fraude que puede sufrir, sabiendo que las encuestas le colocan hasta en 10 puntos de desventaja con Biden, aunque tenga sus zonas fuertes de votantes, a las que motiva a movilizarse el 3 de noviembre. El mismo Trump tiene que usar el voto por correo porque tiene su inscripción electoral en Florida y no en Washington.
El impacto de la pandemia en la población norteamericana es principalmente en la población pobre, hispana, negra y afroamericana. De todos estos sectores, el afroamericano es el más afectado. ¿Por qué? Porque tienen las peores condiciones de salud, de habitación, forman parte del desempleo, por la segregación histórica que han sufrido y que los ha alejado de las posibilidades reales de servicios públicos buenos y satisfactorios, porque no hay inversiones en las comunidades afroamericanas, por las inequidades sociales a que son sometidos, porque tienen menos seguros de salud, menos ingreso y menos ahorros, porque los trabajadores negros o afroamericanos se ven obligados a seguir trabajando en las calles, en empleos que se realizan en las calles, haciendo trabajos duros y pesados. En este sentido, se ha cuestionado la calidad de los datos sobre la pandemia que el gobierno de Trump ha saboteado, que no son claros y son manipulados.
Situación similar a la de los afroamericanos sufren los latinos o hispanos en Estados Unidos. A esto, suman los ilegales o indocumentados, que son millones. La cifra de muertos en Estados Unidos la disputan latinos y negros. Por número de casos de enfermos, los latinos llevan la delantera, seguidos de los negros. Los «blancos» de Estados Unidos representan poco menos del 25% del total de enfermos y de fallecidos.
En la composición poblacional de los Estados Unidos, sobre casi 330 millones de habitantes, 196 millones se consideran blancos, 62 millones hispanos, 48 millones negros y 24 millones de otros grupos étnicos. Entre los hispanos el 62% son mexicanos, 9% centroamericanos y 8% portorriqueños.
En general, los daños colaterales de la pandemia son la pérdida de empleos, el subempleo, el incremento de trabajos informales, la reducción y pérdida de ingresos y de ahorros, quiebra y cierre de empresas, inseguridad, desatención de las enfermedades crónicas; se han interrumpido parcial o completamente servicios para el tratamiento de la hipertensión, para el tratamiento de diabetes y complicaciones relacionadas con esta, para el tratamiento del cáncer y para emergencias cardiovasculares, entre otros daños.
Para el presidente Trump, su indiferencia frente a este problema en Estados Unidos calza con una visión de limpieza étnica, la cual puede ocurrir con la pandemia, ya que se ha ensañado con negros, afroamericanos, latinos, mexicanos, portorriqueños. Estos dos últimos grupos son a quienes ha venido atacando y refiriéndose a ellos despectivamente desde que asumió la presidencia. La pandemia le puede disminuir población, no importa en cuanta cantidad de millones, si es necesario, si lo que mueren son negros, afroamericanos, latinos, mexicanos, portorriqueños y pobres, sobre todo si mueren votantes de estos grupos poblacionales. El aumento de muertos en la población blanca significa apenas un 10%, mientras que en negros es un 32% y en latinos o hispanos un 45%.
A esto apuesta Trump, a la limpieza étnica como daño colateral de la pandemia. Es su cifra oculta de muertos. De esto habla la convocatoria a la apertura y obligatoriedad del curso lectivo, valorando a los maestros como «trabajadores esenciales» y teniendo claro que los niños serán propagadores silenciosos del covid. La Asociación de Maestros de Estados Unidos ha denunciado que los quieren poner a trabajar sin garantizarles los recursos y las protecciones necesarias para hacerlo de manera segura, sabiendo que están exponiendo a maestros y estudiantes, al contagio, la enfermedad y la muerte.
Para Trump, el escenario inmediato de la mayor apertura en la vida social, económica y educativa de los Estados Unidos implica más muertes de afroamericanos y latinos, principalmente, menos votantes en contra suya, caos electoral, cuestionamiento de las elecciones por supuestos fraudes ante la Corte Suprema de Justicia, posibilidad de que le atribuyan el triunfo si ese estudio de las elecciones se diferencia por poco margen en favor de Biden… Se trata de una manera discreta, al estilo Trump, de hacer un autogolpe de Estado para permanecer en el Gobierno…
De resultar así, para el mundo, Trump simbolizará la pandemia mundial de la desglobalización en todas sus facetas, si sigue insistiendo en la ruptura de los procesos globalizadores que se han venido estableciendo de manera especial después de 1990 y tratando de imponerse mundialmente como única potencia, destruyendo el multilateralismo que se ha gestado. En pocas semanas sabremos cuál es el camino por seguir.