En la cárcel, Valentín y Molina, compartiendo la misma celda. El primero exclama: «no me hables de comida». Molina responde, «y panqueques». Valentín insiste: «de veras, te lo pido en serio. Ni de comidas ni de mujeres desnudas»… y así se nos invita a entrar en la escena. Dos personajes, uno de 37 años, homosexual, condenado por delitos menores y Valentín, de 26 años, arrestado por su activismo político de izquierda. Al comienzo, Molina le contaba películas a Valentín para distraerlo, mientras lo envolvía en su narración y en el beso de la mujer araña.
Dos mundos que se encuentran, dos realidades y formas de ver la vida y un juego de donde no se escapa. Manuel Puig, en esta, su obra más conocida, nos habla de valores, prejuicios, formas de ser y seducción a través de historias y palabras. Un clásico llevado al cine, donde el machismo de la izquierda se evapora como la niebla matutina, cuando el sol se alza y donde la «heroína» es la antítesis del «héroe». Molina con sus principios y estética «divergentes» y en su mundo, sus palabras y sentido, es terriblemente humano. El libro se presenta en tres niveles: las películas relatadas por Molina, los diálogos Valentín-Molina y Molina con el director de la cárcel, y un tercer nivel, que es una serie de notas a pie de página que discurren, sin relación directa con los diálogos, temas paralelos como la homosexualidad, estética y realidad humana de manera sobrepuesta al tema central.
Al pensar en la novela, como género literario, y, en especial, en esta obra, podríamos insinuar que esta, la novela, es un espacio temporal, donde se desenvuelven «dramas» que nos sirven para reflexionar sobre múltiples temas de actualidad y el arte del escritor es el de transmitir sensaciones, preconceptos, sugerencias, emociones y modelos de vida para hacernos sentir y reflexionar. La novela, la literatura y el arte son mundos que reflejan nuestro mundo y situación, invitándonos a reconocer aspectos de nuestra propia realidad personal y social para reelaborarlos e ir más allá. Esto se produce mediante los dramas, personajes, situaciones, diálogos, sus consecuencias y desarrollo. La literatura es un gimnasio para entrenar nuestra empatía, imaginación y capacidad de trabajar con conceptos y escenarios, proyectándolos a y en nuestras vivencias personales. Cada novela, narración o cuento tiene su arquitectura, sus paisajes y atmósfera. Todo está ambientado para alejarnos de la cotidianidad y para hacernos ver desde otra perspectiva nuestra realidad. Conversamos, escuchamos, tratamos de entender los personajes y el drama y al hacerlo, somos más y más humanos, porque absorbimos vida, experiencia y realidad.
El diálogo entre un homosexual y un guerrillero desnuda el conflicto entre dos mundos separados y, a la vez, los puentes que se crean para superar los abismos y conectarse, entenderse y compartir, dando y recibiendo en un proceso, que se transforma en espiral, que nos hace sentir nuestra fragilidad existencial. En este sentido, el rol del escritor es hacer vivir y soñar para hacernos sentir y pensar, ampliando nuestra sensibilidad. El vehículo es el lenguaje, las palabras en secuencia, los saltos y las imágenes. Los mismos instrumentos que usamos para entendernos a nosotros mismos y para entender a los demás.
Manuel Puig era homosexual y participaba activamente en la lucha de los homosexuales, oponiéndose a su marginalización, anonimato y represión. Su libro nos puso, delante los ojos, un personaje como Molina, que aprendimos a entender y respetar, reconociendo en él toda su frágil y sensible humanidad.