El filósofo surcoreano Byung-Chul Han (2013) señala que una de las características de la «sociedad de la transparencia» en la que vivimos es el exceso de exposición. Es decir, que hoy en día «todo está vuelto hacia fuera, descubierto, despojado, desvestido y expuesto». Para Byung-Chul Han, esto tiene que ver con las demandas propias de la economía capitalista que todo lo somete a la coacción expositiva. Él resume este vínculo entre transparencia y economía de la siguiente manera: «exposición es explotación».
Si pensamos, por ejemplo, en las personas famosas (cantantes, actores, deportistas, políticos, etc.), reconoceremos que los medios de comunicación nos bombardean constantemente con historias de su vida privada. Y es que, actualmente, esos detalles de la intimidad de los famosos, en especial los que escandalizan, «venden» (y mucho). Hay millones de personas esperando consumir historias de vicios, traiciones, crímenes y debilidades; un público expectante y dispuesto a comprar la revista o periódico que difunda esas miserias, atentos a la pantalla de su televisor o teléfono móvil.
Pues bien, entre esos personajes de los que se quiere «saber todo» también están los escritores, aunque en menor escala, por supuesto. Y es que, fascinados por las obras de determinado autor, los lectores no se contentan con sus historias de ficción, sino que quieren conocer todo lo que sea posible sobre la vida real de su escritor favorito. Quieren, entonces, que este sea «transparente».
Ante ello, algunos escritores no solo aceptan esta invasión a su vida privada, sino que la buscan con ansias. Sin embargo, hay otros que celosamente cuidan de su intimidad y, con ello, construyen alrededor de sí mismos un «valor cultual» que es totalmente extraño en nuestro tiempo. Recordemos que, según planteaba el filósofo alemán Walter Benjamin (1982), para las cosas y personas que están al servicio del culto «el que existan es más importante que el hecho de ser vistas». Gracias a su tenaz reclusión de eremita durante medio siglo, luego de alcanzar la fama mundial con una novela extraordinaria, es decir, gracias a su resistencia a ser transparente, es que el escritor norteamericano J. D. Salinger (1919-2010) llegó a adquirir ese valor de culto.
En efecto, a inicios del decenio de 1950, Salinger se había vuelto un fenómeno literario de crítica y ventas debido a la publicación de su estupenda novela The Catcher in the Rye (titulada en español El guardián entre el centeno). El deambular por las calles neoyorquinas de su joven protagonista, el rebelde y sensible Holden Caulfield, cautivó a miles de lectores por la frescura, libertad y agudeza crítica con que, en primera persona, este adolescente desvelaba la hipocresía de su tiempo. Pero, como ya señalamos, desde aproximadamente mediados del siglo XX, las personas desean con mayor fervor «saberlo todo sobre todos» o, lo que es lo mismo, demandan transparencia (en todo el sentido económico del verbo). Por ello, el interés por El guardián entre el centeno se extendió hacia su creador y los medios de comunicación se lanzaron fieramente sobre Salinger, no solo para conocer más sobre su vida, sino para conseguir que él mismo hablara de ella.
Ante su reticencia, de la información general se pasó a la revelación de detalles llamativos de su biografía: que Charles Chaplin le había quitado a su novia, que había participado como agente de inteligencia durante la Segunda Guerra Mundial, que esta experiencia le había dejado secuelas psicológicas. Harto del acoso periodístico y de los admiradores que veían en él una suerte de gurú, Salinger decide dejar la ruidosa ciudad de Nueva York y recluirse en una cabaña en Cornish (Nuevo Hampshire). Durante este aislamiento, que duró hasta el día de su muerte, dejó de publicar, mas no de escribir.
En una época en que todos se quieren mostrar y aspiran a esos quince minutos de fama de los que hablaba Andy Warhol, Salinger representó una verdadera rareza. Pocos podían entender su terca voluntad de reclusión. Peor aún, mientras más se escondía, más aumentaba el interés mediático por él. De ahí que, tras agotar esfuerzos para entrevistarlo, los periodistas se abocaran a obtener información personal suya a través de familiares, amigos y exparejas.
Las editoriales también quisieron ganar dinero volviéndolo transparente, pero ahí estuvo Salinger defendiéndose a capa y espada. Por ejemplo, en 1983, demandó al escritor Ian Hamilton y a la editorial Random House por pretender publicar una biografía suya que contenía cartas dirigidas a amigos escritores (el libro terminaría publicándose, aunque con las misivas parafraseadas).
Desde entonces, se han ido revelando retazos de la vida de este célebre autor, siendo el libro At Home in the World (1998), de Joyce Maynard, el que «destapó» su lado oscuro con gran resonancia mediática. Allí, la escritora detalla su traumática convivencia de once meses con Salinger, cuando ella tenía apenas dieciocho años y él, cincuenta y tres. El mundo se enteró entonces de que el autor de las Nine Stories (Nueve cuentos) era muy intolerante, malhumorado, maniático cultivador de la homeopatía y manipulador. A ello se sumó la publicación de Dream Catcher: A Memoir (2000), bilioso libro donde su hija, Margaret, cuenta detalles tan desagradables como que su padre se bebía su propia orina o se provocaba arcadas tras comer dulces.
Lo cierto es que, si Salinger fue tal y como lo describieron Maynard y Margaret, poco debería interesarles a los verdaderos admiradores de su obra. Porque lo que sepamos o no de su sórdida intimidad no debería influir en su valoración artística. Y es que fue, precisamente, ese deseo de separar su grandioso arte de las miserias de su vida privada lo que motivó su distanciamiento del ojo público, materializado en su enclaustramiento en los bosques de Nuevo Hampshire. Sospechaba que, distanciándose, haciéndose opaco, inaprensible, borroso, él y, sobre todo, su obra serían verdaderamente apreciados.
Como también nos recuerda Byung-Chul Han (2013): «En virtud de la falta de distancia, no es posible ninguna ‘contemplación’ estética, ninguna demora[…] La falta de distancia no es la ‘cercanía’. Más bien la aniquila». Perdido el derecho a reservar la vida privada, todo se vuelve pornografía. En el caso de Salinger, me pregunto si esa férrea defensa de su intimidad, hasta el último de sus días, no fue acaso otra de sus geniales obras.
Notas
Benjamin, W. (1982). Discursos interrumpidos. Madrid: Taurus.
Han, B. (2013). La sociedad de la transparencia. Barcelona: Herder.
Ibáñez, A. (2011). Las vidas de J. D. Salinger. Revista de libros. Octubre, 1.
Maynard, J. (1998). At Home in the World: A Memoir. London: Doubleday.
Salinger, M. (2000). Dream Catcher: A Memoir. New York: Washington Square Press.