Giulia Azzario hace de «carablanca» en su trabajo. Es elegante en su aspecto personal. Cuando actúa en la pista esa sensación de elegancia se acrecienta, ya que se enfunda un llamativo traje de clown y sale a la pista para arrancarnos una sonrisa.
Hay pocas mujeres que interpreten este papel que, al ir la persona maquillada de blanco, es conocido como «carablanca» en la terminología de los payasos tradicionales. Este personaje, nacido en Inglaterra en el siglo XVIII, suele representar el orden, la ley y el mundo tradicional de los mayores y, para ello, actúa con apariencia fría y lejana con el resto de sus compañeros de pista.
—Hemos pasado un confinamiento horrible —me explica Giulia—. Sin ninguna prestación social y con la incertidumbre adherida en el cuerpo cada día que pasaba.
Giulia pone el dedo en la llaga y, sin pretenderlo, revela las fatigas que pasa este colectivo de artistas, que quedan desamparados en muchas situaciones. El mundo del circo siempre ha estado en crisis, pero nunca como ahora, con tan malas perspectivas, a pesar de ser un mundo que, desde fuera, nos parece atractivo y bohemio.
José Luis Santos Rodrigo es compañero de Giulia por partida doble: es su esposo y es el augusto del trío.
El augusto es popularmente conocido como el «payaso», aunque este título le corresponde a «carablanca». Él representa la libertad y el mundo de los niños. Se comporta de manera extravagante y torpe, a veces provocadora. Suele llevar zapatos desmesurados y una nariz postiza, roja. Este personaje nació en Berlín, a mediados del siglo XIX, en el circo Renz.
José Luis es miembro de la conocida familia circense Los Rampin. Es de la séptima generación de artistas y me cuenta que sus abuelos actuaban en la calle, donde ponían dos crucetas y un trapecio y ofrecían su arte por unas monedas.
José Luis, con brillo en los ojos, me narra lo feliz que fue de niño al crecer en los circos. Este cronista, que a menudo mete la pata, le corta el entusiasmo al decirle lo duros que debían de ser los inviernos por esos inhóspitos caminos de Dios.
—Sí, frío pasábamos todo el que quieras, pero eso no nos impedía disfrutar —replica. Y caigo en la cuenta de que está haciendo uso de la memoria selectiva, que va ligada a las emociones, como defensa de los humanos para mantener una visión positiva ante la vida.
Se recuerda mejor lo que ha tenido un significado agradable para nosotros y la memoria se complementa con el olvido inconsciente de lo que no interesa. Por eso, la libertad que sentía, el aire de la mañana, el compañerismo, la armonía entre chavales y el descubrimiento de nuevos pueblos y sus gentes ha quedado grabado en su memoria para siempre.
Pero entre los recuerdos y los afectos actuales de Giulia y José Luis hay dos preponderantes: tienen dos hijas, Katie y Quincy, que forman Las Azzario Sisters; ¡la octava generación de artistas de la familia! Son las únicas españolas que han logrado ganar el Clown d'argent en el Festival del Circo de Montecarlo, una especie de premio Óscar para la gente del circo. Me lo cuentan con indisimulado orgullo, aunque solo han recibido una escueta nota de felicitación por parte de las autoridades.
—Por desgracia, estamos acostumbrados a esta falta de interés hacia nuestro trabajo —me dicen con resignación.
José Luis y Giulia tienen un nieto, llamado Alexander, de quien sería injusto decir que es un niño guapo; es algo más. Al ver sus ojos he recordado un verso del poeta colombiano Julio Flores:
[…] como el cielo y el mar hondos y puros.
Los tríos de payasos tradicionales se completan con un segundo augusto o contra augusto. Aquí el lugar lo ocupa Enrique Vázquez Riquelme, proveniente de otra familia de ilustres circenses: Los Riquelme. El contra augusto suele ampliar, en ocasiones, las acciones del augusto, aunque, en otras, se confabula con carablanca y deja en ridículo al primero.
Creo que ya es hora de presentar a este trío que se formó tal como lo conocemos en 1992: son los José Michel Clowns.
Les molesta que la gente diga «eres un payaso» para insultar. Ellos intentan ganarse la vida de forma honrada y oírlo les causa tristeza. Tampoco les gusta la expresión «esto es un circo» cuando se quieren referir a algo caótico. No hay nada más ordenado que un circo y en él actúa gente seria y digna.
—Felipe —dice Giulia—, a veces duele marchar lejos para ganarte la vida. Tuve que dejar a mi hija de apenas nueve meses con su abuela. Nos fuimos con el circo Benneweis de Dinamarca a Osaka, en Japón, en 1988. Allí estuvimos más de tres meses. Cuando volvimos, nos habíamos perdido la emoción de ver los primeros pasos de nuestra primera hija. La niña ya andaba perfectamente. Entonces no había Skype y las comunicaciones no eran fáciles.
Tal vez estoy hablando con uno de los últimos tríos de payasos que entienden de esa manera el circo. Los tríos están desapareciendo por motivos económicos. Ahora contratan a una persona, generalmente vestida de augusto, que va actuando mientras hacen los montajes de pista entre números. Es el llamado «payaso de reprise». Y el trabajo que antes hacían tres familias ahora se suple con una persona. Sí, sin duda es más económico para la empresa, pero se van quedando jirones de tradición y espectáculo por los vericuetos del camino.
Con el paso del tiempo, puede que ya no existan grupos como ellos, por eso he venido con Lúa y Kalita a verlos. Ojalá que las niñas guarden su actuación en la memoria de las emociones y se lo cuenten un día a sus hijos, para que nunca muera este oficio tan antiguo del que se tiene constancia desde la época de los faraones —allá por la corte de Dadkeri Assi, durante la quinta dinastía, alrededor de 2500 años a. C.
Actualmente, trabajan en el circo Rosa Raluy, en el espectáculo Vekante, que significa «despertad» en esperanto, donde se conjuga el circo histórico y familiar de toda la vida. ¡Como debe ser!
Me despido de ellos en la puerta de su caravana, su motor home como dicen ellos. Entonces reparo en que hay algo en Giulia y José Luis que obra el prodigio de hacerte creer que los conoces desde hace mucho tiempo. Son cercanos, tal vez por la mundología obtenida en sus andanzas por tantos paisajes y por el trato con tantas personas diferentes o, quizá, es que, como suele decirse, «son buena gente».
Por la noche he vuelto al circo para verlos actuar de nuevo.
Entran los tres en la pista tocando un pasodoble a pleno pulmón, porque también en eso son tradicionales y no debe haber un número de payasos sin su música.
Suena Olé, Michel, pasodoble compuesto para la familia. Las notas empapan, resuenan, ascienden por las gradas, estallan; penetran en los ventrículos de la emoción.
Los niños ríen felices. Todos, todos aplaudimos.
Giulia, José Luis, Enrique… Que nuestros caminos se crucen pronto.