Donald Trump tenía razón: America first. Estados Unidos superó los cinco millones de casos, una cuarta parte del total mundial, con más de 160 mil muertos; 80 por ciento de los cuales habrían podido evitarse si su gobierno hubiese actuado de manera adecuada desde el principio en combate a la pandemia del COVID-19.
Bussines are bussiness. Mientras se sumaban muertes y contagios, y las mayorías sufrían el desempleo masivo de 40 millones de personas, la pérdida de sus viviendas y el hambre, los multimillonarios del país —los que poseen fortunas mayores a mil millones de dólares— agregaron 685 mil millones de dólares a sus fortunas desde marzo pasado cuando se decretó la emergencia por la pandemia, según el Institute for Policy Studies. Un tercio de los inquilinos no podrá pagar sus rentas (alquileres) en agosto.
Entre estos 467 multimillonarios están Jeff Bezos (Amazon), con un incremento en su riqueza neta de 71 mil millones; Mark Zuckerberg (Facebook), con un incremento de 38 mil millones de su fortuna personal (de hecho, su riqueza ya superó los 100 mil millones); Elon Musk (Tesla), con 46 mil millones, y Bill Gates, con 14 mil millones.
Gates vaticinó que, para el mundo rico, la pandemia terminará para fines de 2021, mientras que el resto de los países la verá concluida para fines de 2022. Las farmacéuticas —subrayó— primero ayudarán a los países más desarrollados a un costo alto, y concluyó que «nos tomará años después de esto para regresar incluso a cómo estábamos en 2020. No es la Primera o la Segunda Guerra Mundial, pero está en ese orden de magnitud como un impacto negativo para el sistema».
Black lives matter. Trump y el poder siguen sin entender que la vida de los negros también interesa. Lo reclamó la ciudadanía a lo largo y ancho del país. Pero ellos no quieren escuchar. Todos los jugadores de baloncesto en EE. UU., los de fútbol de Europa, se los recordaron en sus camisetas y con minutos de silencio que vivieron estadios vacíos; reclamo que se multiplicó en las imágenes de la televisión mundial.
Estas protestas hacen recordar a Martin Luther King, a Malcolm X, al Black Power, a las manifestaciones contra la Guerra de Vietnam… y a los puños en alto de los atletas afroamericanos en las Olimpíadas de 1968.
Han vendido bien el cuento del «sueño americano», que en realidad es una gran mentira, una paparrucha… y una pesadilla para el resto del mundo. El territorio estadounidense alberga a unos 320 millones de personas, pero en él cabría más de la mitad de los habitantes del mundo. Las estadísticas oficiales indican que al menos 18 por ciento de los estadounidenses son pobres y que la riqueza que ostenta este país se concentra en un núcleo muy reducido de personas, lo que remarca la gran desigualdad.
Los gobernantes estadounidenses pretenden que todo el mundo imite su sistema político y forma de vida, pero, si todos los seres humanos de la Tierra consumieran y contaminaran como lo hacen los estadounidenses, sobrevendría una hecatombe medioambiental y el fin de todos los ecosistemas, pues se necesitarían tres planetas para abastecer dicha demanda.
Estados Unidos es el país «ejemplo de la democracia y faro de la libertad», proclaman y publicitan, mientras mandan tropas a invadir y masacrar a otros pueblos y apoderarse de sus riquezas y recursos. Es el mismo país donde el presidente está preparando anular el ejercicio más básico de la democracia formal: el voto. Trump y sus cómplices están declarando que las próximas elecciones serán ilegítimas y, tal vez, nulas. Sabe que perderá y así lo confirman las encuestas.
Quizá su amanuense Luis Almagro, desde la secretaría general de la Organización de Estados Americanos, declare el fraude, como lo hizo en Bolivia, para terminar con el gobierno progresista de Evo Morales.
Esto no es para alegrarse: si pierde Trump, gana Joe Biden, quien fuera vicepresidente de Barak Obama. Biden eligió a la senadora californiana Kamala Harris como su compañera en la fórmula electoral demócrata. Será la primera mujer negra y de ascendencia asiática en aspirar a la vicepresidencia.
Estados Unidos real
En un país donde casi 14 millones de niños no tienen suficiente para comer, donde unos 40 millones están desempleados y millones de familias están por perder sus hogares, parece lógico que el índice de aprobación de Trump haya caído en picada. Estos temas han aparecido en las propuestas electorales de Biden, aparentemente también de espaldas a la «revolución» social que transita el país.
Trump convirtió la guerra civil de EE. UU. en una batalla cultural para movilizar a su base y ganar las elecciones, centrando su discurso en las estatuas, las protestas y la bandera confederada como parte de su estrategia diseñada para la reelección, mientras que un abajo se mueve con fiereza en contra de la supremacía blanca.
La violencia desatada contra la población continúa. The Intercept denunció el escándalo de las Blue Leaks (fugas azules), filtraciones de archivos confidenciales de la policía, que incluyen datos del FBI y un cuerpo de casi 270 gigabytes sobre los últimos diez años de historia de los organismos de seguridad, filtrados el 19 de junio por la plataforma Distributed Denial of Secrets (DDoS).
Entre otras cosas, permitieron descubrir cómo las fuerzas federales ignoraron de modo deliberado la amenaza de los grupos extremistas blancos durante las protestas por el asesinato del joven negro George Floyd y se volcaron a investigar solo a los grupos antifascistas, de una izquierda genérica, donde sobresalen los anarquistas.
Robert Reich, exsecretario de trabajo de Estados Unidos y profesor de política pública, señala que el asalto del presidente a la decencia ha creado una coalición emergente, verdaderamente multirracial, multiclasista y bipartidista a través de fronteras de raza, clase y política partidista, que podría realinear la política estadounidense en los años venideros.
Los grandes unificadores de la coalición de facto han sido un racismo sistémico, que ha acercado a millones de estadounidenses blancos a los estadounidenses negros, y los ataques de Trump contra el sistema de gobierno. Desafortunadamente para Trump, esa coalición ha surgido para evitar que tenga otro mandato en el cargo.
Banana Republic of America
La administración Trump parece condenada a pasar a la historia por su legado de infamias, conspiraciones, arbitrariedades e intrigas palaciegas, más allá del racismo, el rancio supremacismo blanco, la xenofobia, el matonismo o el negacionismo del cambio climático. No hay que quitarle méritos: el presidente hace todo lo que está a su alcance para acelerar y profundizar la crisis de hegemonía en que se encuentra sumido Estados Unidos desde algunas décadas ya.
El costarricense Andrés Mora indica que el mandatario ha colocado a este país más cerca de la imagen de una Banana Republic, que de la pretendida «grandeza americana» de la que presumió el expresidente Ronald Reagan en 1989, cuando, en un ataque de excepcionalismo con tintes bíblicos, comparó a su país con faro en la cima de una colina, que derramaba luz para guiar a las naciones del mundo libre.
La noción de Banana Republic —acuñada en 1904 por el escritor O. Henry—, supone la teatralización de la vida política en una formación social; esto es, su reducción a una ópera cómica, a un vaudeville y, en cualquier caso, su conversión en un drama, dada «la combinación de traiciones, sobornos y ambiciones» en la trama, explica el historiador Héctor Pérez Brignoli.
Todo esto lo confirma el libro The Room Where It Happened (La habitación donde ocurrió), publicado recientemente por el exasesor de seguridad nacional de Trump, el veterano funcionario y conspirador John Bolton.
Desde la detonación de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki no hay país en el mundo capaz de competirle en peligrosidad. Su liderazgo como la potencia más cruel y funesta contra la especie humana y la salud del planeta ni remotamente podría ser igualado.
EE. UU. no ha cesado de ocupar territorios que no le pertenecen, de segar la vida de millones de habitantes, de usurpar bienes ajenos y de gastar ingentes recursos para mantener su hegemonía mundial, llevando muerte y destrucción (democráticamente) a todos los confines de la Tierra.
Si asistimos al inicio del hundimiento del imperio, su antesala tiene matices de Banana Republic. Toda una ironía de la historia, que revienta en la cara de que quienes siempre nos denostaron y miraron con desdén, desprecio… y hasta asco.
Indocumentados, pero esenciales
Los trabajadores indocumentados —la gran mayoría mexicanos— contribuyen, junto con sus familias, con más de mil 670 millones de dólares a la economía estadounidense a través de su trabajo y como consumidores, pero están excluidos de toda asistencia económica del gobierno de Donald Trump durante la peor crisis económica y de salud pública desde la Gran Depresión, afirma una investigación de la Universidad de California en Los Ángeles.
Pese a que la gran mayoría (el 78 por ciento) de ellos trabajan en empleos calificados oficialmente como esenciales, incluso durante esta crisis económica y de salud pública, son excluidos de todo apoyo federal otorgado a otros trabajadores estadounidenses, lo que costará unos 14 mil millones de dólares en actividad económica.
Los expertos académicos señalan que esta crisis ha revelado las extremas desigualdades racistas sistémicas y que cualquier propuesta que busque abordar dichas desigualdades requiere de políticas que incorporen a este sector —el más vulnerable y golpeado por la crisis—, empezando en el corto plazo, mediante el acceso a asistencia económica, y, a más largo plazo, al ofrecer vías para la legalización.
El informe documenta que la actividad económica de los trabajadores indocumentados genera 190 mil millones de dólares en ingresos al gobierno, mucho más de lo que se requiere para su apoyo federal. La investigación revela que la tasa de desempleo de los trabajadores indocumentados en esta crisis alcanzó 29 por ciento en mayo, el nivel más alto de todos los sectores demográficos del país.
El desplome en remesas por los trabajadores indocumentados, así como los tiempos y la manera de la recuperación económica en Estados Unidos son temas vitales para México, Honduras, El Salvador, Guatemala, y varias naciones caribeñas.
God save America. In God we trust. Que así sea. Amén. Desde los recónditos rincones de América Lapobre, sólo confiamos en nuestros pueblos.