Entre las muchas cosas que nos sorprenden — y estas son infinitas —, se encuentra la memoria.
La mayoría piensa que la memoria encierra recuerdos personales importantes, el conocimiento y saber. Y en parte tienen razón. Lo que se ignora, a menudo, es que la memoria se reescribe constantemente para adaptarse a nuevas situaciones y experiencias, que esta, la memoria, no es una, sino muchas: la episódica, procedural, semántica y además que no es un lugar, como un cajón, sino una red neuronal que se altera y cambia. Esta «plasticidad» nos lleva a un fenómeno que ha sido denominado «memoria falsa», en el sentido, que no corresponde a experiencias vividas, sino a hechos inventados sin que podamos reconocerlos como tales conscientemente.
Muchos han tenido experiencias relacionadas con hechos que han sido eliminados de la memoria, vacíos, que preferimos dejar así en vez de recordarlos o recuerdos, que no se sienten completamente reales, porque son historias que hemos sentidos tantas veces, pero que no hemos vividos. También existen memorias inducidas, es decir recuerdos no vividos, implantados por otros y que extrañamente sentimos nuestros. Además, fenómenos como la disonancia cognitiva demuestran esta enorme plasticidad, pues si una experiencia vivida no confirma nuestro modo de ver el mundo y/o ideología personal, entonces la adaptamos para corresponda con la imagen que tenemos o queremos tener de nosotros mismo.
Bien, la situación es esta, todos arrastramos una cantidad de recuerdos falsos que conservamos por comodidad. A veces, esta propensión nos pone en conflicto con lo demostrado o demostrable y en estos casos se habla de síndrome de la memoria falsa y espero que esto no sea una novedad. En realidad nuestras verdades son menos veraces de lo que queremos creer y lo que percibimos como real y vivido, a menudo, no es más que un intento de acomodarnos a la realidad. La certidumbre que observamos en algunas personas, en muchos casos, es falta de imaginación o la candidez enorme de creer y dar por verdaderas sus propias mentiras. Esto es trágico y cómico a la vez, como la política y otras serias y graves expresiones de la vida pública, donde cada actor tiene un rol y cada rol se aleja inexorablemente de toda posible verdad.
Desgraciadamente el síndrome de la falsa memoria se presenta con mayor evidencia en casos de vivencias traumáticas y la reelaboración de la memoria es un modo de sanar o superar, en parte, el trauma. En la práctica, se sobrepone una narración a otra, borrando en la medida posible la versión original. Este mecanismo es una función de reedición de recuerdos, que retoca nuestro pasado e historia, causado el «autoengaño», que sin lugar a dudas es parte integral de nuestra identidad.
La naturaleza de los seres aparentemente conscientes, que hacen uso del lenguaje y que habitualmente llamamos humanos, nunca dejará de sorprendernos y esto es positivo y negativo a la vez. Negativo, porque no somos lo que creemos ser; y positivo, porque la mente está llena de historias y misterios y la mejoría es narración. Es decir, permitir que una historia substituya otra historia en un proceso sin fin, cambiándonos en el acto.