Algo particular acerca de mí es que creo en Dios, pero no creo en la religión. A muchos les extraña eso, ya que no pocos piensan que es un requisito, más bien, una necesidad, el pertenecer a una religión y acudir a su culto para poder creer en Dios.
Debido a eso, quienes me conocen, me preguntan. ¿Pero no crees que Jesús es el hijo de Dios? A lo que respondo, ¡efectivamente lo fue, tal y como lo somos tú y yo! Nota: recuerden que provengo de un país (Costa Rica) de gran tradición religiosa (católica).
Y entonces me preguntan, ¿pero entonces no crees en un Dios personal?
Dando por sentado que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios y que Jesús, aparte de hijo de Dios, también es Dios, así como Espíritu Santo (les vuelvo a recordar que provengo de un país de gran tradición católica), a eso respondo: no existe ningún Dios personal, Dios es omnipotente y como tal, puede ser lo que Él quiera: un hombre, un ratón, una molécula; todo y nada a la vez. Él es Dios y nuestra compresión de lo que Él puede o no puede ser y puede o no puede hacer va más allá de nuestro entendimiento, y entonces me miran con rareza. ¡Bueno quizás lo sea!
Pero lo irónico del caso, es que esa idea generalizada de que, para creer en Dios, hay tener o pertenecer a una religión precisamente proviene de la idea, aún más generalizada, de que, la «Palabra de Dios», proviene de las «Santas Escrituras» de en un «Libro Sagrado» como la Biblia. Ignorando: por fe y por devoción que, la Biblia no es más que un libro.
Como lo es el Tanaj o Biblia Hebrea y como lo es el Corán o Biblia Musulmana; en referencia a las tres grandes religiones abrahámicas monoteístas del cristianismo, el judaísmo y el islamismo. Todas ellas con su propio Libro Sagrado; todas ellas autodenominándose la «Verdadera Religión» y todas ellas proclamando que, sus textos sagrados contienen la palabra de Dios.
Y es que, extrañamente, incluso quienes no creen en Dios y quienes se autoproclaman ateos acuden a las Sagradas Escrituras — llámese ésta: Biblia, Corán o Tanaj — para justificar su ateísmo; como si lo escrito en ellas proviniera la mano de Dios y no de la del hombre. ¡No es eso irónico! ¡Piénselo! Si fuera obra de Dios, estaría intrínseco en nuestro entendimiento innato. Tal y como lo están el libre albedrío y el conocimiento del bien y del mal.
Independientemente de cuáles sean nuestras creencias religiosas, o de si carecemos de ellas, o de si, como yo: no creemos en la religión, pero sí, en la existencia de Dios.
Y es que hablando de la existencia de Dios y a propósito de religiones abrahámicas monoteístas, independientemente de cual sea su nombre, Jesús, Alá (hispanización de la palabra árabe Al-Lāh), o Yahveh (Jehová en el Antiguo Testamente de la Biblia Cristiana).
En todas ellas existe la eterna dicotomía entre el bien y mal. Entre Dios, Jesús, Yahveh o Jehová y Alá. Y Satanás o Satán en el cristianismo; Shatan, «adversario» en el judaísmo y Shaitán, «mal camino», «distante» o «diablo» en el islamismo.
Específicamente, en cuanto a nuestro libre albedrío se refiere. ¿Nos permite nuestro libre albedrío escoger libremente entre el camino del bien y del mal? ¡Sin interferencia, ayuda o coacción de uno u otro bando y por voluntad propia!
Si la respuesta es sí, ¿podemos apartarnos de ese camino una vez que lo escogimos? Más aún, ¿podemos tomar el otro camino o una vez que lo escogimos, irremediablemente estamos destinados a seguir en él?
Si la respuesta es no, ¿existe la redención? ¿Existe la condenación? ¿Cómo funciona? ¿Qué es diferente? ¡Por qué? Todas esas preguntas tienen relación con un principio básico y fundamental en todos y en todo el Universo: el Principio de Dualidad.
Todo es dual en el Universo: positivo y negativo; a toda acción se da una reacción; la materia y la energía se pueden interconvertir; muy probablemente espacio y tiempo también (solo que no sabemos cómo). Y esa dualidad no solo se extiende a las Leyes del Universo, también a las Leyes del Hombre.
Somos seres duales y no solo por nuestra compresión del bien y del mal; porque todos tenemos parte de ambos en nuestra constitución. No existe un solo ser humano completamente bueno o completamente malo. Todos somos parte de ambos. Pero nuestro libre albedrío nos permite escoger a cuál queremos servir mayoritariamente y a cuál queremos reprimir voluntaria y conscientemente.
Como dije en un artículo anterior, es impensable pensar que somos los únicos seres pensantes y racionales en el Universo. Existen muchos otros similares y diferentes a nosotros. Incluso algunos de ellos no ocupan cuerpos físicos; no tienen necesidad de ellos; son seres de energía, «energía espiritual». Pero pueden ocupar los cuerpos físicos de otras formas de vida pensantes y con alta energía espiritual. Como nosotros los humanos. Esos seres de «energía espiritual», al igual que nosotros, viven bajo el Principio de Dualidad. Son seres de energía espiritual positiva y energía espiritual negativa. En la tradición monoteísta abrahámica los llamaríamos Ángeles (seres espirituales cercanos a Dios) y Demonios (seres espirituales cercanos al Diablo o Satán). Y como dije, pueden ocupar el cuerpo físico de otros seres pensantes y racionales como nosotros.
¿Por qué lo harían? ¿Para qué lo harían? Por y para inclinar la «Balanza del Bien y del Mal» hacia uno u otro lado. ¿De dónde cree usted que proviene la energía espiritual de esos «humanos» que hacen el bien sin mirar a quien? ¡Y sin esperar nada cambio! ¿Por qué?, la ¡Mayoría de ellos(as) muere como mártires!, ¿Será que se parecen a Dios por ser Santos? Caso contrario, ¿por qué cree usted que esos «humanos» que se autoproclaman líderes mundiales y hacen el mal a todos y encima exigen reconocimiento, adulación y riqueza! ¿Por qué? La mayoría de ellos(as) vive en la riqueza y la opulencia. ¡Sufren atentados y no les pasa nada! ¿Será el Diablo los protege y los recompensa por cumplir su voluntad? A usted le dejo la incógnita.