En una cálida mañana de Buenos Aires, en una típica mesa de café con amigos y escuchando unos tangos, me dijo mi amigo «el Calamar», presta atención:
El tango nació en un patio porteño, a la luz de un farolito.
Lo recogió un organito, al encontrarlo sin dueño.
Esta frase tiene mucho de verdad: «El tango nació en un patio porteño...»: los patios de las casonas de Buenos Aires, llamados «conventillos», alojaron a familias de inmigrantes. Estas eran casas humildes, cercanas al puerto, con varias habitaciones y un patio central.
Estos nuevos habitantes de Buenos Aires, llegaron desde toda Europa a finales del siglo XIX. La mayoría de los inmigrantes eran italianos y españoles, pero también llegaron de todos los países de la Europa que en aquellos tiempos se encontraban en guerra, o en la terrible hambruna.
Esta ola inmigratoria iba a traer también a un grupo que, con el tiempo, iba a aportar al tango condimentos muy especiales. Estos nuevos habitantes de Buenos Aires, eran «los judíos». Muchos de ellos llegaron de la Europa oriental.
Para tener dimensión de la situación y lo que significó para Buenos Aires esta ola inmigratoria, debemos saber que para 1865 la ciudad de Buenos Aires tenía 150.000 habitantes y a finales de la Primera Guerra Mundial en el 1914, ya vivían en Buenos Aires 1.500.000 de personas. En este crecimiento increíble de la ciudad se mezclaban idiomas, culturas, religiones y también se iba dando forma a una nueva identidad social. Esta nueva identidad llevaba, en otras cosas, a una música propia de Buenos Aires, «el tango».
En agosto de 1889 llega al puerto de Buenos Aires el barco a vapor Wesser, con 824 personas, todas de origen judío, provenientes de diferentes ciudades de la Rusia de aquel entonces.
La mayoría de los inmigrantes que llegaban a América lo hacían para trabajar, ganar dinero, también pasar la guerra y volver a su país de origen, pero en el caso de los judíos, ellos llegaron para quedarse, porque no tenían donde regresar, además llegaban a un país donde no eran perseguidos y donde la sociedad los aceptaba amistosamente.
Nuestro vocabulario porteño, lunfardo, esta formado por el aporte que le dio cada sociedad de inmigrantes que llegaban. Los judios aportaron muchas palabras a este vocabulario. Dicen que las primeras mujeres que fumaron en publico fueron las jóvenes judias que trabajaban en los cabarets de Buenos Aires, las que para pedir un cigarrillo, usaban la palabra en ídish papirosen, con el tiempo, esta palabra derivó en una bella palabra en nuestro lunfardo, muy usada y que fue papirusa, mujer bella.
Los judíos y el tango tuvieron su primer encuentro en estos conventillos y también en los burdeles, en aquellas primeras décadas del siglo XX en que La Varsovia (luego rebautizada Zwi Migdal) se erigió en la mayor organización rioplatense de rufianes. Zwi Migdal fue una red de trata de personas que operó entre 1900-1930 con sede en la ciudad de Buenos Aires, especializada en la prostitución forzada de mujeres judías, entre otras.
Los rufianes reclutaban a niñas de 13 a 16 años de edad de las pequeñas aldeas de Rusia y Polonia para emigrar a América con falsas promesas de trabajar como empleadas domésticas de ricas familias judías, e incluso con promesas de casamiento. Pero nada era como ellos decían. Las mujeres eran vendidas en Buenos Aires para trabajar en los burdeles.
El fin de la organización llegó en 1929 cuando Raquel Liberman, una de las miles de inmigrantes polacas (natural de Łódź) denuncio a la Zwi Migdal ante la justicia.
La inmigración seguía trayendo entretanto violinistas judíos de Polonia, Rusia o Rumania, que encontraban un camino natural de ingreso al tango como medio de vida y como incorporación al nuevo entorno social. Paradójicamente, los barrios judíos de Balvanera, Abasto, Villa Crespo, Paternal, Almagro, fueron los barrios de tango por excelencia. Los padres judíos de estos músicos, habían soñado con que sus hijos, algún día iban a ser alguno de estos famosos de la música clásica, y sintieron decepción y bronca al verlos convertidos en músicos de una humilde orquesta de tango, tocando en algún cabaret del pecaminoso bajo porteño.
Así pasa el tango sus comienzos, como prohibido en casas de gente culta. El tango significaba además una amenaza de dilución de la identidad judía, aunque la mayoría de los judíos dedicados al tango, conservaron sus rasgos distintivos de identidad, incluido el ídish.
La historia del tango no hubiera sida la misma sin el aporte judío. Uno de esos músicos que se compenetra con el nuevo género popular del tango fue el bandoneonista Antonio Gutman, por allá en 1914 forma la Orquesta típica El Rusito, así llamamos en Buenos Aires a los judíos, amistosamente para nosotros los judíos son los «rusitos».
Un nombre emblematico en la escena del tango fue Arturo Bernstein, apodado «el alemán», considerado el mejor bandoneonista de la epoca, pero su mayor obra fue la creación de la escuela «sistemática y nacional de bandoneón». De su mano y de su escuela, surgen varios bandoneonistas famosos entre los 20 y 30.
A la Orquesta de Juan Maglio se une el joven pianista judio, Alberto Soifert, el cual después de participar en las más grandes orquestas como Canaro, Fresedo Troilo y Gobbi, llega a dirigir su propia orquesta, la cual llevaba su nombre.
Solo en pocos casos un judío llego a ser director de orquesta o cantor. Soifert lo fue:
Los seudónimos contribuyeron a ocultar el aporte judío al tango. «Si querés cantar tango no podés llamarte León ni Zucker», le aconsejó Celedonio Flores al hermano mayor de Marcos Zucker, quien cambió su nombre por Roberto Beltrán. Abraham fue Alberto; Israel, Raúl; Noiej Scolnic fue Juan Pueblito e Isaac Rosofsky fue Julio Jorge Nelson.
Otro de los pocos judíos que llegan a ser director de orquesta fue Ismael Spitalnik.
Ismael Spitalnik fue uno de los músicos más completos en la historia del tango -bandoneonista, director, arreglador musical y compositor- nació en Buenos Aires el 27 de agosto de 1919, en el seno de una humilde familia judía obrera integrada por ocho hermanos. Participó como musico en las orquestas más importantes de la Época de Oro del tango, por ejemplo, con Angel D´Agostino (1939/1943), Juan Carlos Cobián (1943), Horacio Salgán (1944/1945), Miguel Caló (1945/1946).
Su participación en la Orquesta de Miguel Caló, una de las más prestigiosas durante la denominada «década del 40», merece un breve comentario. Para fines de 1944 esta notable agrupación sufre un desmembramiento en su estructura central, muy seria. Se retiran cuatro de sus más importantes instrumentistas: Osmar Maderna, Enrique M. Francini, Domingo Federico y Armando Portier. Una verdadera catástrofe para Miguel Caló. Sin embargo, éste llama a sus filas a un músico que conocía muy bien ya que había participado en su agrupación entre los años 1936/1939: el pianista Miguel Nijensohn. Este gran músico judío recompone la orquesta con diez instrumentistas, la cual quedó integrada por seis músicos de origen judío: los violinistas Alberto Besprosvan, Leo Lipesker y Simón Broitman, los bandoneonistas Ismael Spitalnik y Félix Lipesker y en el piano Miguel Nijensohn, quien compartía la responsabilidad de los arreglos musicales junto a Ismael.
Raúl Kaplún, violinista, director, compositor. Creó la «escuela virtuosística» en el tango, con una gran similitud o influencia del violín Klezmer.
Se llamaba Israel Kaflún y había nacido en Balvanera. Su padre, Leiser Kaflún, se ganaba pobremente la vida como vendedor ambulante de gorras y sombreros, que llevaba en un gran cesto de mimbre. Clara Finkel, su mujer, ambos habían llegado de Besaria, era el nombre de lo que hoy denominamos Moldavia. Los dos primeros hijos de la pareja murieron de escarlatina. El tercero en llegar al mundo fue Israel. Unos inquilinos negros, que ocupaban otra pieza del caserón, se encariñaron con el chico, y a ellos se debió que su nombre cambiara por el de Raúl. Les parecía que así lo llamaba Clara: «¡Srul! ¡Srul!», porque de esa manera sonaba Israel en ídisch.
Kaplún aporto al tango obras de arte, como por ejemplo las interpretadas por Demare como Canción de rango (Pa’ que se callen), cantado por Roberto Arrieta en 1942, Una emoción, grabada por Raúl Berón en 1943, Que solo estoy, que Demare registró con Berón y Carlos Di Sarli con Alberto Podesta. También grabó posteriormente Demare en 1945 Nos encontramos al pasar.
Soifert, Spitalnik, Kaplún son solo algunos nombres de los muchísimos judíos que han aportado al tango toda su capacidad musical, poética e intelectual. Podríamos seguir enumerando nombres de músicos y artistas judíos, pero solo quiero agregar para terminar un breve comentario de los Rubistein. Fueron 10 hermanos que vivían en la calle Catamarca 945. Sus padres eran inmigrantes llegados de Ekaterinoslav, en Ucrania. El padre llamado Motl, era zapatero remendón y María Kaplan, maestra de escuela hebrea, decidieron emigrar ante el azote del antisemitismo, recrudecido en tiempos de la guerra ruso-japonesa y llegaron a Buenos Aires en 1906 con tres hijas. En Buenos aires nacieron 7 hijos más, el segundo nacido en Buenos Aires fue Luis, y con él se comenzó la dinastía tanguera. Como dato importante para entender de qué manera se vivía en estos conventillos, toda la familia vivía hacinada en 2 cuartos y su padre trabajaba en la casa.
Hubo tres hermanos Rubistein compositores, que han dado a la historia del tango uno de los más valiosos tangos que se escuchan al día de hoy en todas las milongas del mundo.
Como tantos judíos, los otros dos hermanos de Luis han cambiado su apellido, o podríamos decir que utilizaban un apellido artístico. Estos fueron Elias Randal (Rubistein) y Oscar Rubens (Rubistein).
Luis Rubistein escribió más de 50 letras de tangos, entre ellos: Carnaval de mi barrio, Cautivo, Charlemos, Dos palabras por favor, En tus ojos de cielo, Marion, Nada más, Tarde gris, Ya sale el tren y otros.
Elias Randal, ha dejado para el legado cultural tangos como: Así se baila el tango, Cómo nos cambia la vida, Mi tango triste, Por quererte te perdí, y muchos más.
Oscar Rubens, el otro de los hermanos Rubistein, escribió tangos como: Al compás de un tango, Bésame mi amor, Calla bandoneón, Canta pajarito, Cuatro compases, El vals soñador, Gime el viento, Lejos de Buenos Aires, Tarareando y muchos más.
Había otro de los hermanos Rubistein también dedicado al tango, pero este como locutor y conductor de un programa en Radio El Mundo.
En esta promiscuidad del conventillo, esta familia judía, como tantas otras familias de inmigrantes, le han dado forma al tango. Los judíos aportaron calidad de músicos e intelectualidad al tango. Muchas veces desde el anonimato, porque por las persecuciones no se animaban a usar su apellido, tal es así que se desconoce muchas veces que muchos músicos eran judíos.
En este crisol cultural y a nivel personal puedo decir que, sin pensarlo, yo fui parte de ese crisol. En mi curso de la escuela primaria, tenía muchos compañeros de familias judías, además de todos los demás inmigrantes y también mi primera novia fue judía. Cuando éramos niños compartíamos con nuestros compañeros de curso, fiestas familiares así que era común para nosotros vivir parte de sus tradiciones, comidas, bar mitzva y demás.
Por estas historias de inmigrantes, en conventillos, compartiendo idiomas y culturas, se dice que:
El tango nació en un patio porteño, a la luz de un farolito.
Lo recogió un organito, al encontrarlo sin dueño.