Todo comenzó el día que encargamos dos paellas para una celebración. Al retirarse los invitados tomé los dos grandes trozos de papel de aluminio que cubrían las paelleras y comencé a reducirlos para tirarlos. Antes de hacerlo, me di cuenta de que había logrado amasar una especie de bola irregular y un recuerdo de mi infancia acudió a mi mente.
Mis padres conservaban un pequeño cofre con varios entrañables recuerdos personales que nos enseñaban y describían en algunos de sus momentos de nostalgia. El que más me llamaba la atención era una esfera de aluminio, compacta, del tamaño de una pelota de tenis. Nos explicaban que la hicieron cuando eran novios y que adentro, en lo más profundo, había un papel con una promesa mutua.
Impulsivamente decidí apartar algo de tiempo para emular a mis padres, coloqué el prospecto de esfera en un lugar a la vista y poco a poco comencé a darle forma. El acto de frotar una esfera de papel de aluminio entre las dos manos debe tener algún efecto sobre el lado derecho del cerebro, habrá que investigar, porque bastaba con hacerlo para que mi mente se pusiera en acción. Se me ocurrían ideas interesantes que de inmediato registraba en mi móvil o simplemente me dedicaba a filosofar en solitario.
Hoy todos tienen prisa, la actividad constante es un valor y la vida se ha trastocado, para gran parte de la humanidad, en una carrera de velocidad. Esa forma de vivir produce resultados a corto plazo pero suele impactar negativamente la salud física y mental. Es necesario que nos regalemos una pausa de vez en cuando y dejemos que nuestra mente fluya libremente en la dirección que a ella le apetezca. Para eso, existen múltiples opciones: la música, vídeos inspiradores, audios de meditación, el yoga, la oración, el silencio, un hobby, la contemplación de una obra de arte, la lectura, frotar una esfera de papel de aluminio…
El primer inconveniente que se presentó en mi incipiente proyecto fue la escasez de material. Quién sabe cuándo volveríamos a comprar paella o cualquier plato cubierto con el ahora cotizado material y los pedacitos que obtenía de algunas golosinas eran insuficientes para mi proyecto. A pesar de todo, seguí adelante.
¿Cuántas veces emprendemos un proyecto sin contar con los recursos suficientes? El primero de ellos es el tiempo y luego los recursos materiales. Yo he aprendido que el tiempo no es un problema ya que siempre lo conseguimos cuando realmente nos involucramos en algo que nos interesa. Los demás recursos los podemos obtener con dinero, mediante negociaciones o usando la creatividad. En algunas oportunidades tenemos la dicha de acceder a todos los que necesitamos cuando los necesitamos y en otras tenemos que acompasar el desarrollo del proyecto a los recursos disponibles. ¿Cuántos emprendimientos fracasan antes de nacer por falta de recursos? Una de las claves del éxito en el emprendimiento consiste en comenzar con aquello que tengamos a nuestra disposición. Si esperamos a tenerlo todo, posiblemente nos quedaremos esperando, pero si comenzamos, haciendo lo mejor posible con lo que tenemos, las posibilidades de éxito se multiplican.
La cuestión de los recursos la resolví con unas cuantas decisiones. La primera, le dedicaría tiempo al proyecto de la esfera en momentos de ocio o cuando necesitara un descanso, físico o mental. Con respecto al recurso material, el papel de aluminio, resolví no hacer lo más obvio y fácil que era comprar un rollo, así que activé a toda la familia para que me guardara cualquier trozo, por pequeño que fuera. El toque maestro fue cuando una de mis hijas me hizo la rutinaria pregunta, ¿papá, qué quieres que te regalemos en tu cumpleaños?, y yo le contesté con toda seriedad: «un rollo de papel de aluminio de 30 metros». Yo sabía que esta táctica iba a surtir su efecto sin menoscabo del verdadero regalo, así que pronto recibí ambas cosas. Con esa cantidad de papel en mis manos, resolví que iría poco a poco, sin prisas. Sería un proyecto de vida. Uno más para la lista.
Un proyecto, según los entendidos, es de carácter temporal, tiene fecha de inicio y de culminación. Un proyecto de vida, sin embargo, escapa a esta premisa aunque me podrían alegar que culmina con la vida. Yo tengo mis dudas, porque hay personas que trascienden y su proyecto de vida sigue vigente y afectando a otras personas cuando dejan de existir. Los ejemplos abundan.
Me impuse dos objetivos: construiría mi esfera sin fecha de culminación ni presión temporal y la haría tan grande como pudiera. Mi nieto mayor, apasionado del futbol, ya la visualizaba del tamaño de un balón. La esfera comenzó a crecer, poco a poco, ya casi tenía el tamaño de una pelota de tenis, cuando uno de mis yernos puso en mis manos un martillo para que la comprimiera. Eso me brindó otra perspectiva y cambié uno de los objetivos: el tamaño no era lo importante sino la solidez de la esfera. Así que comencé a martillar con entusiasmo hasta reducirla al tamaño de una pelota de golf, pequeña, pero compacta. Cada día le agregaba dos o tres capas y luego me dedicaba a martillar. De esta forma la esfera se estiraba y se encogía, el crecimiento real era muy lento pero adquiría cada vez más solidez.
¿Qué es más importante? ¿La dimensión, la apariencia de un logro, una creación, un producto, o su solidez? Yo me decanto por esta última. El mejor perfume, dicen, viene en frasco pequeño. La emoción que me produce una obra de arte de cualquier género no tiene nada que ver con su dimensión. Un niño no se fija en el precio o el tamaño del juguete sino en la diversión que encuentra en él. Un emprendimiento es exitoso en primer lugar cuando hacemos lo que nos apasiona y lo hacemos bien. La calidad de una persona está condicionada por la solidez de sus valores, sus convicciones, y no por la apariencia externa con la que cubre la falta de ellos. «Lo esencial, —nos recuerda El Principito — es invisible a los ojos» Es usual que las personas sigan, en ocasiones ciegamente, a un líder más por lo que aparenta ser que por lo que realmente es. El envoltorio pasa a ser es más importante que el contenido.
Un buen día una de mis hijas me dio un trozo de papel de color dorado, digna envoltura de un fino chocolate. Procedí a cubrir con él la esfera y quede encantado con el resultado. Eso me trajo un serio problema, ojalá todos los problemas fueran de ese calibre, porque pasé varios días sin atreverme a cubrirla con otra capa de papel plateado. Sería como si un deportista —cavilaba— llegase adrede de segundo para cambiar la medalla de oro por la de plata. El proyecto se detuvo pero no así el disfrute. En el fondo, sabía que en algún momento iba a tener que cambiar la medalla.
Finalizando un curso de «Gestión del tiempo» para una empresa uno de los participantes se ausentó unos minutos antes de la hora porque esa noche sería protagonista de su acto de grado universitario. Antes de retirarse le solicité que compartiera con el grupo qué aprendizaje se llevaba del curso. Sus palabras nos impactaron. «Hoy me recibo de Ingeniero —afirmó— y honestamente pensaba que había llegado al final del camino. Este curso me hizo ver que apenas estoy comenzando a recorrer un nuevo camino: el de mi vida profesional». Sus compañeros se levantaron de sus sillas y lo despidieron con un fuerte aplauso. A veces un gran logro nos deslumbra, nos detiene, nos hace pensar que hemos llegado al final y eso puede ser muy peligroso. Los logros, los buenos momentos, hay que celebrarlos, saborearlos, no deben pasar desapercibidos. Pero la vida continúa y espera mucho más de nosotros, si es que hemos decidido trascender. Los momentos importantes pasan al cofre de los recuerdos y así abrimos el camino a nuevas experiencias.
Finalmente me resolví. Le tomé unas fotos a mi esfera dorada, respiré profundo, y la cubrí de una capa de papel plateado. En adelante iba alternando capas de papel extraídas de la caja, lisas y relucientes, y otras con papel de chucherías, a veces muy arrugado, con grabados de colores, unos muy finos y otros más gruesos. Deseché aquellos trozos de papel que no cumplieran con un mínimo de calidad, bien sea por el material o por la pulcritud. Algunas envolturas semejan papel de aluminio pero en realidad son imitaciones que no tienen la textura necesaria para la solidez que persigo, mientras que otras se han impregnado del contenido que protegían.
Un proyecto de vida se construye capa por capa. Cada instante, cada decisión, cada experiencia, es una capa que va cubriendo nuestra historia personal y todas son diferentes. Lo importante es que sepamos seleccionar aquellas que nos interesan y desechemos las que deslucirán nuestro proyecto. Esas capas quedaran cubiertas por otras pero siempre permanecerán en nuestra memoria, en nuestra historia.
Un día se me ocurrió buscar en Youtube «cómo construir una esfera de papel de aluminio» y el resultado fue abrumador. Para mi sorpresa, ha habido «retos» que muchas personas han aceptado y compartido en sus redes. Me dediqué a ver algunos videos, la verdad es que saqué algunos tips interesantes, pero me pareció que la mayoría de las personas hicieron su esfera solo por aceptar el reto y presumir que su esfera fue hecha en menos tiempo o era más grande, o mejor pulida, o más pesada, o más, ¡qué se yo!, que las de otras personas que ni siquiera conocen. Yo mantuve mi empeño de construir mi esfera a mi ritmo particular, para mi solaz, poniendo más empeño en la solidez que en el tamaño.
Algunas personas emprenden un proyecto por imitación, para presumir, para darse un gusto que tendrá un impacto a muy corto plazo pero no dejará huella. Unas desisten de un proyecto, o más bien de un sueño, porque descubren que alguien hizo algo similar. Otras siguen adelante y le dan su toque personal, lo diferencian, le agregan valor y consiguen el éxito. La verdadera competencia consiste en superarse a uno mismo, no a los demás; esto es una consecuencia del buen quehacer, con pasión y constancia.
Con frecuencia me doy a la tarea de medir y pesar la esfera con la ayuda de un calibrador vernier y una balanza. De esa forma constato que está creciendo a un ritmo muy lento que no se compagina con el del peso, mucho mayor en proporción. Contrario a lo que parece, siempre es irregular cuando mido el diámetro en diferentes sitios. Son muy pequeñas diferencias, imperceptibles a la vista, pero apreciables para el estricto ojo del instrumento. La verdad, eso no me preocupa porque no estoy apostando a la perfección.
No está mal buscar la perfección pero es preciso ponerle límites. La perfección absoluta en lo material no existe. Es una percepción. A veces su búsqueda hace que nuestro proyecto nunca culmine o la haga después del momento en que iba a tener un mayor impacto. Otras veces nos detiene, nos paraliza o nos obsesiona y nos impide culminar un logro que nunca será perfecto pero, culminado a tiempo, logrará su objetivo.
Mi esfera sigue creciendo, más por dentro que por fuera, A veces me pregunto si algún día abandonaré el proyecto y la esfera caerá en el olvido, la colocaré en un sitio especial o comenzaré a construirle una pareja. También me he planteado la posibilidad de que mis manos se cansen y no puedan hacer el trabajo. Confieso que nada de eso me quita el sueño.
Solo dejo volar la imaginación, analizo los escenarios y sigo con mi proyecto. Si, eventualmente, hay que modificar el objetivo, pues lo haré. De algo estoy seguro. En algún momento m, o mis, esferas quedarán huérfanas y serán adoptadas. Y algún lejano día una de mis hijas o nietos, testigos presenciales de mi proyecto, se encontrarán por casualidad con un pedazo de papel de aluminio en sus manos y un recuerdo acudirá a su mente.