Ni soy comisario ni pretendería «lincharte», lo que no es necesario a estas alturas (o bajuras) del partido que nuestra «selección» va perdiendo por goleada contra el Corona Virus FC.
La honda crisis, sanitaria y social, ha ido desnudando todo tipo de miserias en este país entre isleño y aldeano.
Están los que se niegan a ver las precariedades de más de la mitad de los chilenos, entre los que destaca Jaime Mañalich (a confesión de partes, relevo de pruebas), el presidente de turno en La Moneda y la mayoría de sus soberbios adláteres; están los que quieren incendiarlo todo, culpando al «modelo» o al «sistema» de todas las penurias humanas ocurridas, ocurrentes y por ocurrir, olvidando los móviles atávicos y endémicos de la condición humana; están los que analizan el momento y las circunstancias bajo el prisma de sus convicciones filosóficas; están los que no quieren enterarse de nada, para dejar el «complejo» problema a cargo de los agentes ejecutores del Estado, incluyendo, por supuesto, el aparato represor que resguardará sus intereses frente a las hordas amenazantes de pobres y descontentos (aporofobia); están los tiernos de corazón, dispuestos a entender y entenderse con«buenos» y «malos», porque todos somos - o seríamos - hijos de ese Dios que parece no acudir a tiempo a ninguna catástrofe, telúrica o humana (Auschwitz, Treblinka, Ucrania, etc.); y están - quizá los peores - los acomodaticios y amarillos, que desde sus púlpitos, tarimas, nichos o podios, pontifican, sonríen, se golpean el pecho o dejan deslizar, por sus dedos satisfechos y propositivos, las cuentas de su camándula contemporizadora. Estos parecen haber encontrado el perfecto equilibrio de la verdad, ¿no es cierto, Warnken?
Pero hay, a pesar de todo, una plebe aún expectante en el ágora, una ciudadanía, una opinión pública, una intelectualidad, una intelligentzia (al parecer cada vez más reducida) que los observa con atención –que te observa y escucha, Cristián-, sorpresa y desencanto, solo al apreciar desde dónde predican, quiénes les otorgan tribuna -bien pagada, qué duda cabe- a quienes respaldan, defienden y encomian, desde su pretendida ecuanimidad y falsa inocencia o dudosa imparcialidad, a los crápulas de salud y de la administración del Estado.
Esta pandemia te ha desnudado, Cristián, y ese es tu propio linchamiento: la mirada de muchos que un día admiramos tu hoy extraviada lucidez intelectual, diluida en el edulcorado brebaje de los ahítos y pusilánimes.
Estás ahora, como Jehová te lanzó al mundo, desnudo, en medio de la Plaza de la Constitución, mientras te miran los ojos de nuestra Historia.
El frío que padezcas será el de tu alma. El cuerpo lo tienes bien arropado por las manos de la «canalla dorada», la que viene mutilando nuestros sueños desde hace dos siglos, la que mira esta crisis brutal como otra opción de afianzar su poder y de llenar sus faltriqueras...
Te mira también, con sus grandes ojos inquisitivos, tu ilustre tío, el Poeta Enrique Lihn. ¡Que te aproveche, cortesano!