El problema principal de la situación global no es tener intereses particulares y las correspondientes parcialidades subjetivas, sino la gestión sectaria y manipuladora de esa parcialidad y de esos intereses. Esta deformación emocional y cognitiva - no puede denominarse de otra manera – es el origen de un hecho triste: la historia universal puede calificarse como la sistemática, integral y continuada construcción de un ilimitado panteón donde yacen los muertos generados por innumerables genocidios y por la vocación de eliminar al adversario, al distinto. Los datos disponibles (pueden buscarlos, encontrarlos y analizarlos en fuentes confiables dentro del ciberespacio) indican que la guerra y el esfuerzo por eliminar al semejante han sido constantes a lo largo de la historia, tanto que se han convertido en prácticas predilectas de la especie humana.
En este contexto conviene modificar un tanto la conocida frase «la guerra es la continuación de la política por otros medios», acuñada por el militar prusiano Karl Philipp Gottlieb von Clausewitz (1780-1831). En realidad debe decirse que la guerra es la continuación de las interacciones humanas por medios que de forma brutal y directa implican degradar y/o aniquilar al semejante. Bajo el concepto «guerra» deben englobarse todas aquellas acciones orientadas al exterminio humano aun cuando no impliquen enfrentamientos militares directos. La violación de los derechos humanos, la tortura, la manipulación mediática, estatal, gubernamental, las investigaciones científicas y tecnológicas orientadas al fortalecimiento y perfeccionamiento de armas convencionales, biológicas y de otro tipo, todo esto y mucho más forma parte de la vocación exterminadora que infecta la ideología, la política y las más cotidianas interacciones humanas. Este es un hecho objetivo evidente en la historia y corroborado a través de múltiples datos.
Contrarios coexistentes: armonización conflictiva
Lo dicho no supone desconocer lo positivo en la historia, y la enorme carga de generosidad y de entrega de la propia vida que puebla el planeta con ejemplos extraordinarios de servicio al semejante, pero eso solo evidencia la presencia de un conflicto milenario, de muy complejos y multidimensionales orígenes, entre la vocación destructiva y autodestructiva, y la búsqueda de armonía; una armonía que no supone la ausencia de conflicto, sino la capacidad de encauzar ese conflicto por senderos que no impliquen ni degradar ni aniquilar al semejante.
Es a esta capacidad de armonización conflictiva a la que los revolucionarios franceses (1789) denominaron fraternidad, y que en la tradición de la filosofía clásica alemana (Kant, Fichte, Schelling y Hegel) se resumió al postular la unidad de lo diverso como eje transversal de sus reflexiones. Si retrotraemos la mirada hacia los tiempos primigenios del pensamiento griego encontraremos en la Ilíada, la Odisea, y en los pensamientos de Parménides, Heráclito, Sócrates, Platón y Aristóteles una dialéctica de contrarios coexistentes. Este lugar central de los «contrarios coexistentes» no es comprensible sin cultivar la capacidad de unir dos dimensiones profundas de la realidad, en apariencia excluyentes entre sí, pero en realidad complementarias: armonía y conflicto.
Si la historia humana es un gigantesco panteón, se debe a la incapacidad para realizar en toda su eficacia el postulado de la unidad de lo diverso, de los contrarios coexistentes. ¿Es realizable la unidad de los contrarios? Y en caso de que lo sea, ¿qué vías de realización exige? En el plano personal y de pequeños grupos de personas se puede experimentar la unidad de lo diverso, pero este hecho no ha sido lo suficientemente poderoso como para constituirse en una realidad del conjunto de la especie.
Me encontraba en estas digresiones, un tanto generales pero cardinales, cuando me topé con el Anuario Mundial del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo, cuyo contenido prueba, por enésima vez, que la concreción de la concordia en la diversidad sigue siendo un horizonte de realización histórica muy alejado de la concreta cotidianeidad de las sociedades humanas. Ha de transcurrir mucho tiempo más, quizás siglos, quizás milenios, para que un día, la especie humana pueda experimentar la realización del antiguo e imperecedero ideal de la unidad en la diversidad, la concordia en las diferencias, los contrarios coexistentes.
Despliegue militarista de todos los odios
En el Anuario se establece que en el año 2018 el volumen total de gasto militar mundial alcanzó la cifra de 1,8 billones de dólares lo que representa un 2,1 por ciento de gasto respecto al PIB mundial. Desde el final de la Guerra Fría la tasa de gasto militar ha experimentado un 76 por ciento de aumento, siendo la inversión económica militar por persona de 239 dólares. Estudios más recientes pronostican que para el año 2020 el gasto militar mundial alcanzará la suma de 1,9 billones de dólares, y que el mismo crecerá a una tasa del 3 por ciento anual hasta el 2023. Hacia el final de este año, dadas las circunstancias internacionales actuales, estas proyecciones pueden quedarse cortas.
En el 2018 los nueve países con más gasto militar eran Estados Unidos, China, Rusia, Arabia Saudí, India, Francia, Reino Unido, Alemania y Japón. Durante ese año, en Asia y Oceanía, siete países experimentaban situaciones militares conflictivas (Afganistán, Filipinas, India, Indonesia, Myanmar, Pakistán y Tailandia). El conflicto armado en Ucrania fue el único activo en Europa durante el 2018, pero el viejo continente experimenta ascensos políticos de nacionalismos exacerbados al tiempo que el centro político y moderado se debilita en muchos países, crecen los extremismos, y en España, que parece ser un ensayo general ideológico de las divisiones globales, existe un proceso de acelerada polarización política que irradia sobre América Latina. En Oriente Medio y norte de África, durante el año 2018, siete países mantenían conflictos armados: Egipto, Irak, Israel, Libia, Siria, Turquía y Yemen. En ese mismo año, en África subsahariana, en once países existían conflictos armados, y en América Latina, marcada en los últimos veinte años por una combinación de mesianismos políticos autoritarios y represivos, criminalidad con intenciones políticas y economicismo de mercado, persisten hechos de violencia caracterizados por la opresión sistemática de la disidencia ciudadana.
Estados Unidos, Rusia, Francia, Alemania y China son los principales exportadores de armas y en conjunto representan el 75 por ciento del volumen total de las exportaciones. En lo que se refiere al grupo de importadores de armas desde 1950 se han identificado 202 estados, 48 grupos armados no estatales y 5 organizaciones internacionales. A inicios de 2019 nueve Estados, entre los cuales se cuentan EEUU, Rusia, China, Reino Unido y Francia, poseían aproximadamente 13.865 armas nucleares, de las cuales 3.750 estaban desplegadas con fuerzas operativas. Si a los hechos referidos se une el uso masivo de lenguajes divisivos en redes sociales electrónicas, cargados de odio y exclusión, es claro que la violencia en las interacciones humanas es alabada y promovida sin disimulo. Y esto se ha mostrado en toda su crudeza y fealdad durante dos transiciones históricas contemporáneas: la transición del mundo pre-pandémico al mundo pandémico, y la transición (en curso) de la pandemia al mundo post-pandemia.
Al despliegue militar global y a la cultura militarista que lo acompaña, intensificada durante la pandemia, subyacen ambiciones económicas, territoriales, de recursos y de poder de los Estados, gobiernos, religiones, movimientos sociales y políticos. La cultura militarista, el aumento del gasto militar y el asesinato masivo de no combatientes, a pesar de los inmensos impactos destructivos en vidas humanas e infraestructura, deterioros ambientales y degradación social que provocan, se invisibilizan de múltiples formas.
Un programa para la movilización social y el fortalecimiento de la vida autónoma y creativa respecto a los intereses imperiales
Se ha instalado en el planeta la deformación psíquica de justificar en unos lo que se critica en otros tan solo por preferencias políticas e intereses creados.
Los niveles de guerra psicológica, manipulación mediática, propaganda y contra-propaganda, alcanzados en estos tiempos pandémicos han ascendido de forma exponencial, y el conjunto de la humanidad se encuentra atrapada en una red de mentiras repetidas con total cinismo como si fuesen sacrosantas verdades o diáfanas informaciones. Frente a tan demencial conducta el desarme progresivo, simultáneo y completo es un propósito que debe plantearse y ejecutarse con determinación. La paz no es un trofeo, una conquista territorial o económica, el resultado de una negociación o de una ideología. La paz no se identifica con un partido político, una confesión religiosa, un Estado, un imperio, una persona o un gobierno ¿En qué consiste?
La defino como una forma de vida sin odio ni fanatismo, un modo de ser y de estar en el mundo libre de las subjetividades enfermizas y unilaterales, y de la pretensión de poseer la verdad en términos absolutos, exclusivos y excluyentes. Sobre la base de esta convicción es factible llevar adelante algunas iniciativas que impacten las relaciones entre gobiernos y Estados en materia de reducción del gasto militar, prohibición de las armas nucleares, biológicas y químicas; es también clave mejorar las condiciones sociales de vida de la población, reducir las desigualdades, erradicar la pobreza y a través de la educación y la cultura ejecutar programas que cooperen en cultivar la armonía interior de la mente y de las emociones. Existen varias condiciones de posibilidad de la paz como forma de vida, cito las más importantes:
Trascender las ideologías: conviene abandonar las ideologías y cultivar de manera sistemática los conocimientos científico-tecnológicos y humanistas. La creencia de que las sociedades no pueden existir sin ideologías forma parte de la falsedad sistémica para continuar justificando la exclusión y el asesinato por razones de política, raza y religión.
Régimen de libertades, Estados de Derecho y progresividad de los derechos humanos: La casa común de la humanidad es la pluralidad, y esto explica la necesidad de fortalecer, profundizar y expandir el régimen de libertades, los Estados de Derecho y la vigencia universal de los derechos humanos.
Economías socialmente inclusivas y Estados modernos: Propiciar la productividad, la competitividad y la inclusividad social de los sistemas económicos y sociales exige desmontar los abusos y egoísmos de los intereses creados sectoriales. El Estado de Bienestar, en esta tesitura, no es el de los intereses sectoriales o el de una clase política, ideológica y religiosa que subsiste gracias a la expoliación de los frutos del trabajo social. El Estado de Bienestar es aquel donde se comprende que el bien común no es incompatible con los bienes e intereses privados, y viceversa. No existe el bien común como realidad creada e interpretada desde los pensamientos o seudo- pensamientos de políticos e ideólogos, pero tampoco es real el interés y el bien privado entendido como antítesis del bienestar social. Estas son deformaciones ideológicas que impiden vivir el postulado de los contrarios coexistentes.
Preeminencia de la ética de la fraternidad: La fraternidad es el principio olvidado de la revolución francesa, y conviene iniciar un proceso sostenido para introducir cada vez más elementos de convivencia originados en la vida fraterna, y esto es factible lograrlo en las distintas civilizaciones humanas. Erradicar la economía del complejo militar-industrial mundial: Los imperios actuales (EEUU, China, Rusia), y ciertos proyectos políticos confusos, que interiormente llevan la semilla de su propia negación, tal como ocurre con la Unión Europea, constituyen pilares del complejo militar-industrial global que ha convertido la promoción de la violencia sistemática en un negocio macabro, disimulado en retóricas pacifistas y supuestamente solidarias. El complejo militar-industrial constituye la más grande distorsión de las sociedades, lo que afecta seriamente a los indicadores de desarrollo humanos relativos a la pobreza, pobreza extrema, desigualdad, salud, educación, alimentación y nutrición. El sistema social no puede analizarse al margen de la existencia de la economía militar-industrial, razón por la cual es imperativo revisar los paradigmas económicos y, sobre todo, la dimensión real de los desafíos del desarrollo y las vías para enfrentarlos. Un paradigma económico, social o político que no analice en detalle la perversidad y consecuencias del complejo militar-industrial, es una falsedad monumental.
En definitiva, es necesario liderar procesos internacionales de reducción de armamentos, efectuar una crítica sistemática de la cultura militarista, propiciar la progresiva desaparición del sistema militar-industrial global y promover la vigencia universal de los derechos humanos. Esta es una agenda de trabajo que conviene potenciar, máxime en un mundo crispado por el despliegue militarista de todos los odios.