Este virus ha hecho aflorar la realidad de un mundo desigual.
(Pilar Mateo)
La cuestión es acojonante: ¿cómo escribir algo sobre el coronavirus y sus consecuencias sin caer en banalidades, repitiendo ecolálicamente –e in extenso– lo que dicen epidemiólogos, científicos, investigadores, médicos, periodistas, políticos, expertos, economistas, sociólogos, catastrofistas, chamanes, milenaristas, sacerdotes, empresarios, gurúes, adivinos, complotistas, paranoicos, psicópatas y otros benefactores de la Humanidad?
Afortunadamente, leer la prensa planetaria esclarece el pensamiento, mejora la digestión, aligera el paso, evita la caída del pelo, alivia la aerofagia y cura de la halitosis.
Por ahí leí una entrevista a la eminente investigadora española Pilar Mateo. Allí, Mateo recuerda un hecho que sin relativizar el peligro del coronavirus lo pone en perspectiva: «La gente no se daba cuenta de que millones de personas en el mundo se estaban muriendo de enfermedades que podemos tener aquí, como se ha demostrado ahora».
Entre ellas el ébola, el mal de Chagas, el dengue, la malaria, la leishmaniasis, el chikungunya o el zika. No está prohibido añadir el virus hanta, ni la pobreza, la indigencia y la miseria para tener un cuadro más completo. La gran diferencia reside en que cuando se mueren los pringaos, –esos que no tienen poder adquisitivo y por consiguiente no generan ni una pinche oportunidad de negocio–, le vale madre a Hollywood, a la TV, a los medios, a la opinión que dicen pública y a los príncipes que nos regentan.
Otros, como John Mauldin, mi analista financiero de predilección, se inquietan por lo que constituye Su negocio, es decir el mercado. Johnny no puede darse el lujo de ser pesimista sin correr el riesgo de ver desaparecer sus clientes, esos que le pagan para saber cómo ganar aun más dinero. Por eso Johnny se esfuerza en aparecer moderadamente optimista, o sea, no tanto como para que sus clientes pudiesen prescindir de sus consejos. Mira ver:
El sentimiento del mercado refleja el sentimiento humano que, últimamente –comprensiblemente– ha sido muy negativo, vista la gran incertidumbre que rodea la pandemia del coronavirus. Hace un mes no sabíamos dónde iba todo esto, pero era potencialmente serio.
John Mauldin le ofrece al mercado características antropomórficas que el hombre suele adjudicarle solo a los dioses. Así, el mercado tiene sentimientos, se emociona, se pasma, se entusiasma, se deprime o exulta. Wall Street, algo menos portado al lirismo romántico, lo califica adjetivando animales: el mercado es bullish si está como un tren, o bien bearish si tose, palidece, estornuda y se queja de cefalea.
Felizmente, no todo está perdido. Mauldin es un tío sensible, muy sensible, lo que le facilita fingir algo de optimismo:
Casi puedo empezar a sentir el cambio de sentimiento. Están anunciando nuevas drogas y terapias, y docenas de vacunas están en desarrollo. Hay una alta probabilidad de que una o más funcionen antes de fin de año. Su despliegue será difícil, pero factible. Este cambio de sentimiento, combinado con un generoso apoyo fiscal e inyecciones de liquidez, le da confianza a los inversionistas, y así vemos subir el precio de las acciones.
Así, terapias improbables y vacunas embrionarias por las cuales nadie apostaría un penny en el momento en que esto escribo, sumadas –esto sí es cueca– a la generosidad del Estado y el descontrol de los esfínteres del Banco Central, explican que la Bolsa no termine de hundirse definitivamente. En claro, hay un billete que ganar en la especulación bursátil.
Nótese que a este profesional del libre mercado invocar la intervención del Estado en la economía no le afecta el credo en lo más mínimo. Luego, que la FED –banco central de los EEUU– emita dólares a destajo no le parece tener ninguna relación de causa a efecto con la especulación bursátil. Ni con un eventual aumento de la inflación, visto que ese dogma ya sirvió para limpiarse.
Que, por definición, un inversionista dispone de liquidez y a priori no necesita el dinero que la FED distribuye alegremente es un hecho que no le acaricia los lóbulos parietales. Lo importante es que la fiesta especulativa continúe gracias al dinero que ya no arrojan desde un pijotero helicóptero sino desde aviones cargo en plan Antonov-225.
Otra publicación financiera, europea para más señas, describe el mundo después del coronavirus según Wall Street.
Viendo el trayecto de Amazon, Tesla o Procter & Gamble, los inversionistas estiman que el mundo de mañana será más ‘cartelizado’, más globalizado y más tecnológico. Al revés de quienes defienden una demundialización y un retorno a lo local.
En otras palabras, viva la ‘destrucción creativa’ (concepto que dicho sea de paso Schumpeter le copió a Marx y a Engels): honor a los vencedores, escarnio y ludibrio a los perdedores.
La mencionada publicación precisa:
La crisis ligada al coronavirus debía anunciar una demundialización, un regreso a los circuitos cortos y a economías a escala humana. Wall Street emite una predicción radicalmente inversa. El mundo de mañana será como el de ayer, pero más cartelizado, más globalizado, más tecnológico y más virtual. Con la victoria de los poderosos, comenzando por los gigantes de Internet, a pesar de la corrección (bursátil) del viernes 1º de mayo.
¿Te gustó? Vas a adorar lo que sigue:
Es lo que da a entender la Bolsa de los EEUU, cuyo principal índice, el S&P 500, no ha perdido sino un 12% desde principios de año, cuando el CAC 40 (francés) ya cedió 25%. La catástrofe es espantosa, con 65.000 muertos, 30 millones de desempleados y una recesión del 5,7% en el 2020, según el Fondo Monetario Internacional. Pero Wall Street sueña con franquear la crisis, dopado por la ‘mano invisible del mercado’, o sea la Reserva Federal (FED) y el Congreso, que, advertidos por la crisis de 1929, inundan el mercado de liquidez y de subvenciones.
Como puede verse, la «mano invisible del mercado» tiene nombre, sede y bandera a tope. La de los piratas. La abundante liquidez y las no menos abundantes subvenciones de dinero público tienen destinatario y propósito claros: la ‘comunidad financiera’, y otra vuelta de tuerca en el garrote vil de la acumulación de la riqueza en pocas manos.
El Wall Street Journal –diario de las finanzas planetarias– osa afirmar: «La subida de la Bolsa no es tan loca como parece». La publicación europea explica:
Ella (la Bolsa) procedió a una selección draconiana entre los valores (…) El hundimiento no es general, y ya aparecen los vencedores (la Silicon Valley, los oligopolios ricos en cash-flow como la gran distribución) y los perdedores (energía, transportes, pymes, agricultores). Así como los vencedores entre los perdedores, los gigantes Exxon o Chevron que pueden aprovecharse de la quiebra de los productores de petróleo independientes de Texas.
Solo les faltó agregar, como Don Corleone: «No es nada personal, solo negocios».
Ya puestos, el Wall Street Journal y otros diarios usan libremente el lenguaje que conviene para llamar lo que según la teoría económica no existe: los oligopolios, los carteles y las subvenciones a la actividad privada con dinero público.
¿Y los perdedores? ¿Las víctimas de la ‘destrucción creativa’? Ellos son evidentemente una de las variables de ajuste de las crisis del capitalismo. En particular de esta, gatillada por el desastre sanitario, sabiendo que tarde o temprano hubiese sido desatada por cualquier otra razón: Marx y Engels habían identificado el problema de fondo allá por 1848, en el Manifiesto:
Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas.
Nótese que entre los perdedores mencionados por la prensa financiera figuran solo las empresas que mata la crisis: ni una palabra acerca de los millones de trabajadores que pierden su empleo y con ello el medio de ganarse la vida y alimentar a sus familias. Los autores del Manifiesto lo pusieron claro sin florituras ni ringorrangos:
…la clase de los obreros modernos, que no viven sino a condición de encontrar trabajo y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acrecienta el capital. Estos obreros, obligados a venderse a trozos, son una mercancía como cualquier otro artículo de comercio, sujeta, por tanto, a todas las vicisitudes de la competencia, a todas las fluctuaciones del mercado.
Paul Krugman, conocido economista yanqui, lanza un grito de alerta: «No le presten atención al Dow Jones; concéntrense en esos puestos de trabajo que están desapareciendo...».
Entre las consecuencias de la presente crisis, aparece como un peligro evidente la muy probable reducción de los salarios en el ámbito planetario. Ella tomará tres formas principales: caída del salario nominal, prolongación del tiempo de trabajo, o ambas simultáneamente. La preservación, y aun el incremento, de la tasa de ganancia es a ese precio. Eso es lo que está en juego.
Quienes lo olvidaron son almas generosas pero ingenuas que se ilusionaron y soñaron con un mundo de fantasía. Entretanto, la lucha de clases continúa. El milmillonario Warren Buffet, haciendo suyo el aforismo que dice el que previene no es traidor, previno: «Hay una guerra de clases y la estamos ganando los ricos».
Las últimas noticias del frente parecen darle la razón.