Recién había finalizado en Europa la sangrienta Segunda Guerra Mundial. Todavía humeaban los escombros en donde quedaba fuego no apagado. Las tropas norteamericanas habían tomado la ciudad y se habían asentado en ellas, convirtiéndola en su zona de ocupación. La conquista final de Salzburgo ocurrió el 5 de mayo de 1945.
Oficiales y soldados de inmediato procedieron a revisar las oficinas públicas, cuarteles y sitios en donde el enemigo hizo resistencia. En eso estaba uno de los vencedores, de pie sobre la imponente Fortaleza de Hohensalzburgo, gigantesca construcción que corona la ciudad, removiendo las ruinas, cuando le llamó la atención una lápida con un nombre extraño. Llamaron acto seguido a un experto historiador local, quien de inmediato reconoció a quién pertenecían los restos que yacían debajo de los escombros. Se trataba del célebre médico Paracelso, fallecido en esa misma ciudad el año de 1541.
La historia nos cuenta que quien se hizo cargo de guardar la osamenta durante los siguientes seis años fue el profesor Breitinger de la misma ciudad de Salzburgo. En ese momento, las prioridades eran otras y la reubicación del famoso médico podía esperar.
Vino luego de la tormenta bélica la reconstrucción de Europa y Austria no fue la excepción. Las autoridades de Salzburgo escogieron el 5 de octubre de 1951 como fecha especial para devolver a Paracelso, de manera solemne, a su nicho del cementerio de San Sebastián. Ese viejo camposanto, inaugurado el 11 de diciembre de 1511, que era para pobres, cuando acogió al difunto gran médico, después, con el tiempo, obtuvo más prestigio, tanto que allí están enterrados, entre otra gente distinguida, los familiares de Mozart. En medio de los muchos invitados y curioso al acto del nuevo funeral del Lutero de la medicina, se hizo presente la Asociación Internacional Paracelso, la cual instauró el «Día de Paracelso». Vale le pena transcribir algunas de las hermosas frases que dio su biógrafo suizo, el padre Ildelfonso Betschart, en la culminación del evento (Kurt Pollack):
Paracelso es el hombre entre dos épocas.
Apresado entre las generaciones,
apresado entre las Facultades,
apresado entre la medicina antigua y la moderna,
apresado entre el teorizante y el empírico,
apresado entre el católico y el reformador,
apresado entre los mayores honores y las mayores miserias,
apresado entre la alabanza y el desprecio,
incluso después de su muerte.
Justo y merecido homenaje a un gran médico, un insigne estudioso, una gran persona, cuya figura con el tiempo, lejos de diluirse, de perderse en el olvido, se agiganta y promueve entre sus estudiosos y admiradores, mas investigaciones sobre su obra y su vida.
Su legado médico
En el primer artículo que escribimos sobre este personaje, hemos hecho referencia a varios de los importantes aportes de Paracelso a la medicina. Muchos de ellos los conocemos por sus escritos. En dicho artículo citamos algunas de esas obras , entre las que destacan Paramirum, su obra primigenia, seguido del libro Opus Paraminum (más allá del milagro), ambos textos principalmente con el objetivo de describir las causas de las enfermedades y su patogenia. En cambio, en el texto Liber Paragranium, trata de explicar los principios fundamentales que sientan las bases y pilares de la medicina (astronomía, astrología, las ciencias naturales, la alquimia y, por último, pero no menos importante, la virtud y el amor). A la cirugía, que también ejerció con acierto, dedica el libro Chirugia Magna, que describe los procedimientos quirúrgicos y aboga que la «gran cirugía» debe ser realizada por médicos verdaderos y no por los barberos, como era la costumbre.
Escribió igualmente muchos textos de menor extensión, como La pequeña cirugía, Del origen y la procedencia del mal de los franceses, Los nueve libros de la suprema sabiduría (Archidoxa), La filosofía de los atenienes, Astronomía Magna, Libro de las enfermedades del Tártaro (litiasis renal y vesicular, gota, etc),Pronóstico para Europa, a la manera de Nostradamus, El mal de las alturas y otras enfermedades de las montañas, El cielo de los filósofos o Libros de los Vejámenes, Tratado de los ninfos, Silfos, Pigmeos, Salamandras y otros seres (Samuel Finkielman).
La obra que dejó escrita Paracelso sencillamente puede considerase colosal. Llama poderosamente la atención, cómo un hombre que vivió apenas 48 años, que prácticamente toda su vida fue un caminante impenitente, que nunca podías asentarse en una ciudad por espacio de varios años, por lo que dispuso de relativamente poco tiempo para dedicarse a escribir, que además no dejó jamás de practicar la medicina, así como otras actividades ligadas al saber, pudo tener tiempo y espacio para escribir sobre tantos temas diversos. La mayoría de su obra se publicó después de su muerte, específicamente en la ciudad de Colonia entre 1589 y 1590. En total, se reunió «106 obras: 50 sobre medicina, 26 sobre sobre magia, 9 sobre filosofía e historia natural, 7 sobre alquimia y 14 sobre varios temas» (Soledad Esteban Santos). Ante semejante producción escrita sobre tan diversos saberes, luce falsa e injusta la acusación que entre otras, vertieron sus enemigos, de que Paracelso era un borrachín consuetudinario. Esta acusación provino principalmente de los escritos prejuiciados de Johannes Oporinus, pero estos propósitos indudablemente para vilipendiarlo y desacreditarlo ante la comunidad humanista de su época, no tuvieron éxito, ya que no impidieron que las ideas revolucionarias de Paracelso se difundieran por Europa. (Charles Webster).
La pregunta obligatoria que uno se hace es cómo pudo un ser humano, transeúnte de mil caminos y visitante de cientos de pueblos y ciudades, practicante de una medicina que exigía la atención directa de pacientes, tener tiempo para escribir tantas hojas a la luz de velas y débiles candelabros. Si hubiese sido un consecuente amigo de Baco, jamás podría haber desarrollado tan portentosa labor, en un breve espacio de años. Los defensores de Galeno no le perdonaban la irrupción de Paracelso en contra de la sacralización de las ideas del gran médico romano. Por esta razón, Charles Webster afirma que la primera gran confrontación de la revolución científica no fue como se afirma, entre Ptolomeo y Copérnico, sino más bien entre Paracelso y Galeno.
El legado ético y humanístico
Paracelso fue en lo ético un fiel seguidor del juramento hipocrático. Para confirmar lo anterior basta citar una de sus célebres frases:
Esto prometo: ejercer mi medicina y no apartarme de ella mientras Dios me consienta ejercerla, y refutar todas las falsas medicinas y doctrinas. Después, amar a los enfermos, a cada uno de ellos más que si de mi propio cuerpo se tratara. No cerrar los ojos y orientarme por ellos, ni dar medicamentos sin comprenderlo ni aceptar dinero sin ganarlo.
Sin duda, Paracelso a lo largo de su vida, fue un defensor de la ética médica. Al respecto, nos dejó este pensamiento:
En el corazón se desarrolla el médico cuya mente parte de Dios pues es un producto de la luz natural y el grado máximo de un medicamento es el amor.
En un escrito del año 1528, enunció las cualidades que debía tener el médico profesional (K.Pollack):
Una conciencia tranquila, afán de aprender y acumular experiencia, espíritu alegre e infinita tolerancia, conducta recta y sobriedad en todas las cosas. Debe apreciar más el honor que el dinero y considerar antes el provecho del enfermo que el suyo propio. No puede ser un monje desertor, ni una persona satisfecha de sí misma, ni emprender nada a ciegas, ni desestimar pequeños incidentes. No se jactará de un buen resultado, si no le ha precedido la experiencia, nunca se prostituirá ni ensalzará, y tampoco debe despreciar a nadie.
Otra de sus frases fue:
El arte de la medicina echa sus raíces en el corazón. Si tu corazón es falso, también tu medicina lo será. Si tu corazón es recto, también lo será el médico que haya en ti.
Paracelso fue un gran humanista de su tiempo. Nunca escribió solamente de medicina. Su temática cubrió muchos campos, tal como se ha visto en líneas anteriores. En el terreno científico abordó numerosas facetas e incursionó con profundidad en la teología. Sus comentarios bíblicos fueron siempre muy caros para él. Al afirmar que los pilares de la medicina eran la filosofía, la astronomía y la alquimia, tuvo que estudiar y escribir sobre estas materias, qué en su época, no eran ajenas a las escuela médicas de su tiempo.
Recordemos que Copérnico fue médico y tanto Tycho Brahe, como Kepler tenían conocimientos de medicina. Las ideas de Paracelso fueron tan impactantes que no pudieron ser borradas cuando tuvo vigencia plena y paradigmática el mecanicismo. No quiere decir esto, que no tuviera enemigos de importancia, como el inglés Henry More y otros muchos, pero con el transcurrir del tiempo, evaluador este incomparable del hombre, la estatura intelectual de Paracelso no disminuyó y en todas las épocas subsiguientes, continuó interesando a los estudiosos de ese hombre, enigmático e inaccesible, poseedor de «una mente torturada que lucha de manera infructuosa por escapar de los laberintos de los siglos pasados» (Ch. Webster).
Su legado personal
Como consejos de superación personal, nos dejó sus Siete reglas de vida:
- Haz paz con tu pasado para que no arruine tu presente.
- Lo que otros piensan de ti, no es asunto tuyo.
- El tiempo lo arregla todo y toda cambio en tu vida, sucede para bien.
- No compares tu vida con las de otros y no juzgues.
- Deja de pensar y complicarte demasiado, está bien no tener todas las respuestas, ellas llegan a ti en el momento preciso. Ni antes, ni después.
- Nadie está a cargo de tu felicidad excepto tú.
- Sonríe, sonríe y vuelva a sonreír. Sabias palabras, de completa actualidad, cuando está tan de moda en los diversos medios de comunicación, la consejería sobre cómo afrontar la vida.
Palabras finales sobre su reposo final
Como hemos dicho, a su muerte el 24 de setiembre de 1541, el mismo día fue enterrado en el cementerio de pobres de San Sebastián. La causa de su muerte se desconoce. Algunos autores sostienen que fue envenenado por sus enemigos. Otros que fue asesinado para robarle. En 1600, el arzobispo Wolf von Raltenau ordenó el traslado de sus restos a la capilla de San Gabriel, que transformó en mausoleo. En su lápida de mármol, se puede leer:
Aquí descansa Philipus Teofrastos, ilustre Doctor en Medicina que gracias a su maravilloso arte curó las siguientes enfermedades: la lepra, la gota, la hidropesía y otros contagios incurable del cuerpo, y que indicó que sus bienes fueran distribuidos entre los pobres. Cambió la vida por la muerte.
Siglo y medio después, los despojos fueron enviados a la iglesia de San Sebastián, en donde se erigió un sepulcro para darle reposo final. En ese mismo sitio, en 1912, la ciudad de Salzburgo le hizo una arqueta especial, que fue la que, ante los bombardeos en la Segunda Guerra Mundial, se trasladó para protegerlos, a la fortaleza de Hohensalzburgo, con las consecuencias ya relatadas al principio de este artículo. De esta manera, tras su muerte, el errante y trotamundos Paracelso, seguiría su eterno andar de un lado a otro, en búsqueda de reposo para su alma atormentada.