Dentro de unos días celebraremos1 la Fiesta del Libro. Y a pesar de disfrutar de ella, en realidad, el gran negocio lo hacen los escritores mediáticos. No hay nada mejor que salir por la televisión y convertirte en un superventas. Algunos ni siquiera son escritores, pero su fama hace que su libro, escrito vaya usted a saber por quién, se venda. Otro signo de estos tiempos de frivolidad y confusión que nos ha tocado vivir.
Pero a mi me gusta echar la vista atrás y recordar a escritores que me hicieron vibrar y de los que ya apenas nadie habla.
De Jean Genet, siempre me llamó la atención su vida y cómo desde la degradación más absoluta supo erigirse en uno de los mejores escritores franceses del siglo XX.
Jean nació en París en 1910, hijo de una prostituta que lo abandonó, recorrió gran parte de Europa como chapero, ladrón y vagabundo, ejerció de auténtico marginado social que le hizo dar con sus huesos en la cárcel durante largos periodos de su vida.
También fue defensor de causas difíciles, a las que apoyó directamente: Panteras Negras, Palestina... Genet estaba en Beirut en 1982 cuando entraron los israelitas y ocurrieron las atroces matanzas de Sabra y Chatila, escribirá Cuatro horas en Chatila, un testimonio escalofriante de los sucesos, narrados con una belleza sobrecogedora:
El primer cadáver que vi era el de un hombre de unos cincuenta o sesenta años. Habría tenido una corona de cabellos blancos si una herida (un hachazo, me pareció) no le hubiera abierto el cráneo. Una parte ennegrecida del cerebro estaba en el suelo, junto a la cabeza. Todo el cuerpo estaba tumbado sobre un charco de sangre, negro y coagulado. El cinturón estaba desabrochado, el pantalón se sujetaba por un solo botón. Las piernas y los pies del muerto estaban desnudos, negros, violetas y malva: ¿quizá fue sorprendido por la noche o a la aurora?, ¿huía? Estaba tumbado en una callejuela inmediatamente a la derecha de la entrada del campo de Chatila que está frente a la embajada de Kuwait. ¿Cómo los israelíes, soldados y oficiales, pretenden no haber oído nada, no haberse dado cuenta de nada si ocupaban este edificio desde el miércoles por la mañana? ¿Es que se masacró en Chatila entre susurros o en silencio total?
Toda su obra expresa su profundo desprecio por esta sociedad y sus costumbres. Convierte al delincuente en héroe, jugando continuamente con la provocación a las buenas costumbres y le da la vuelta a lo que llamamos moralidad y justicia.
Para mi gusto, quizás por la cercanía a nuestro Barrio Chino de Barcelona (ahora transmutado en El Raval, nombre políticamente más correcto, dicen), encuentro muy interesante Diario del ladrón (RBA, Barcelona, 2010), donde narra sus fechorías en los años previos a la Guerra Civil. El libro está en la frontera de la confesión y la crónica, donde Jean arrastra al lector a un mundo de vileza.
«El Barrio Chino era entonces algo así como una guarida que poblaban tanto españoles como extranjeros, maleantes piojosos todos ellos», según las palabras de Genet; será en este ambiente donde pasará varios años en los que ejerció la prostitución, amó, robó y dejó páginas memorables de la literatura, donde desde la miseria absoluta, se eleva, reflexiona e impregna sus experiencias de una extraña belleza:
Si los mendigos cultivan las llagas es porque les permiten conseguir algo de dinero -lo justo para poder vivir- pero, aunque llegaron a ello por apatía en la miseria, el orgullo que precisan para mantenerse fuera del desprecio es una virtud viril; el orgullo traspasa y divide al desprecio, lo horada, como la roca al río. Cuanto más me interne en la abyección, tanta más fuerza tendrá ese orgullo (si ese mendigo soy yo) cuando sea la ciencia -fuerza o flaqueza- de aprovecharme de destino tal. Es preciso, a medida que esta lepra me va ganando terreno, que la gane yo a ella y que yo gane. Así pues, ¿me iré volviendo cada vez más innoble, cada vez más repulsivo, hasta alcanzar el punto final que aún no sé en qué consiste, pero que debe ser consecuencia de una pesquisa tan estética como ética? Dicen que la lepra, con la que comparo nuestra situación, irrita los tejidos; el enfermo se rasca: se empalma. En solitario erotismo, la lepra se consuela y canta su dolor. La miseria nos encumbra.
En 1984 la Academia Francesa le concedió el Premio Nacional de Literatura y en 1986 murió. Cumpliendo su voluntad fue enterrado en el Cementerio Español de Larache (Marruecos). El cementerio está sobre una colina de esta ciudad diferente, lejos de los circuitos turísticos y reafirmada en un pasado glorioso del que no renuncia.
Allí reposa Jean en una modesta tumba encalada, cubierta por hierbas, mirando en dirección a La Meca, frente al azul del Atlántico. Junto a él, se halla la tumba de Juan Goytisolo, amigo suyo, fallecido en 2017.
Nota
1 Este texto se escribió hace diez días. Hoy, en plena cuarentena, parece improbable que la Feria del Libro se llegue a celebrar en los próximos meses.