Vivimos un período donde todo se traslada de un punto a otro en los ejes que sostienen nuestras sociedades. Uno de estos ejes, y hay otros muchos, es la relación entre representados y representantes. La deslegitimación de la política ha desplazado la atención hacia los representados, que buscan formas directas de democracia y en muchos casos sin poder reflexionar sobre los problemas, que según Montesquieu era la ventaja principal de la representatividad.
A menudo esta búsqueda de democracia directa se transforma en violencia. Lo hemos visto en Francia con los gilets jaunes, en Italia con lo que queda del movimiento cinque stelle, que fue víctima de su propia tesis, el uno vale uno, cuando ese uno no tiene los recursos, conocimientos, ni técnica y se transforma en un peligroso ninguno con delirio de grandeza. También lo estamos viendo en Chile con «primera línea», donde el lenguaje es destrucción y falta de propuestas. No basta tener una opinión o estar en contra, hay que articular el malestar en propuesta constructiva pensando en el bien común y para estos hay que evaluar múltiples factores y posibles conflictos.
El populismo nunca ha sido una alternativa y la desesperación se paga muy cara, porque es incapaz de afrontar los problemas. Esto deja abierta la pregunta sobre la democracia directa por un lado y el papel o representatividad de los representantes, que en muchos casos han pensado primero en sí mismos y después, nuevamente en sí mismos. Abriendo una crisis de déficit democrático, donde nadie o pocos saben cómo y cuándo habrá que pagar la cuenta. Los otros ejes, donde la relación se desplaza rápidamente son capital y conocimiento, producción y ambiente, inclusión y exclusión, riqueza y distribución, individuo y colectividad, relación de fuerza entre hombres y mujeres, sexo y género, mayorías y minorías.
La lista es enorme y el quehacer político tiene que afrontar seriamente estos problemas, ya que si son ignorados, aumenta inexorablemente la brecha entre representantes y representados hasta transformarse en ingobernabilidad y caos. Agrego que para profundizar estos temas hay que informarse, abrir la mente y observar, alejándose de ideas pre-confeccionadas e ideologías absurdas. Es decir hay que pensar, definir valores, bosquejar propuestas, dialogar y esta, queridos amigos, es la mayor barrera.
Por otro lado, pensar requiere práctica, método, escuela y así volvemos al inicio con otro eje, que evidencia la difícil relación entre elite y masa y en este contexto, no puedo ignorar la experiencia italiana con los cinque stelle. Uno no vale uno, uno vale de acuerdo a su capacidad, esfuerzo y experiencia. Por esto afirmo que para cambiar el mundo hay que llenar las escuelas e invertir en la relación o eje entre experto y novicio, pues el fundamento sobre el cual construimos nuestra democracia es el respeto, colaboración, estudio y consciencia. El mañana se construye lentamente y para hacerlo hay que saber elegir las piedras. Porque existe otro aspecto importante: la relación entre independencia, interdependencia y dependencia y el que no sabe administrar este factor a menudo corta la rama donde se sienta.
Democracia significa participación, conocimiento, información, especialización, complejidad, aceptación recíproca, diálogo abierto y actualización constante. Pues todo cambia rápidamente y la realidad se altera. Por este motivo y no solamente, se habla más y más de democracia participativa y ésta en sí es una gran escuela.